Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

YO TRATO DE LA MISMA FORMA A LOS RICOS Y A LOS POBRES, dijo la Muerte en tono cortante. PERO ESTE NO DEBERÍA SER UN MOMENTO DE TRISTEZA. SE SUPONE QUE ESTE ES EL MOMENTO DEL AÑO PARA SER RISUEÑO. Se ciñó su túnica roja. Y OTRAS COSAS QUE TERMINEN EN «EÑO», añadió.

* * *

—No tiene hoja —dijo el oh dios—. No es más que la empuñadura de una espada.

Susan salió de la luz y movió la muñeca. Una línea de color azul resplandeciente centelleó en el aire y por un momento se intuyó un contorno demasiado fino para verse.

El oh dios retrocedió.

—¿Qué es eso?

—Oh, es que corta los trocitos minúsculos de aire por la mitad. Puede desgajar el alma del cuerpo, o sea que no te acerques, por favor.

—Oh, no me acerco, no.

Susan pescó la vaina negra de la espada del paragüero.

¡Un paragüero! Allí no llovía nunca, pero la Muerte tenía un paragüero. Prácticamente nadie más que Susan conociera tenía uno. En cualquier lista de mobiliario útil, el último elemento de todos era un paragüero.

La Muerte vivía en un mundo negro, donde nada estaba vivo y todo era oscuro y en su enorme biblioteca había polvo y telarañas únicamente porque él los había creado por el ambiente que daban, y nunca había sol en el cielo y el aire no se movía nunca y él tenía un paragüero. Y un par de cepillos para el pelo con el dorso de plata junto a su cama. Quería ser algo más que una simple aparición huesuda. Intentaba crear aquellos destellos de personalidad, pero de alguna forma estos se traicionaban a sí mismos, ponían demasiado empeño, como un adolescente que antes de salir se pone una loción para el afeitado que se llama «Desenfreno».

El abuelo nunca entendía nada. Veía la vida desde fuera y nunca acababa de entenderla.

—Esa cosa parece peligrosa —dijo el oh dios.

Susan envainó la espada.

—Eso espero —dijo ella.

—Esto… ¿adónde vamos, exactamente?

—A algún sitio donde hay un cielo en lo alto —dijo Susan—. Y… yo lo he visto antes. Hace poco. Yo conozco ese sitio.

Caminaron hacia el patio de la cuadra. Binky ya los estaba esperando.

—Ya te he dicho que no hace falta que vengas —dijo Susan, agarrando la silla de montar—. O sea, tú eres un… un transeúnte inocente.

—Pero soy un dios de las resacas a quien le han curado las resacas —dijo el oh dios—. Ahora mismo no tengo ninguna función.

Parecía tan desamparado al decir esto que ella se ablandó.

—Bueno. Pues vamos, entonces.

Susan le ayudó a montar detrás de ella.

—Agárrate —dijo. Y añadió—: Agárrate de otro sitio diferente.

—Lo siento, ¿no iba bien tal como estaba? —dijo el oh dios, moviendo las manos a otro sitio.

—Sería demasiado largo de explicar y probablemente no conoces todas las palabras. Los brazos alrededor de la cintura, por favor.

Susan sacó el reloj de arena de Violeta y lo sostuvo en alto. Todavía le quedaba mucha arena, pero no acababa de estar segura de que aquello fuera una buena señal.

Lo único de lo que estaba segura era de que el caballo de la Muerte podía ir a cualquier parte.

* * *

El sonido de la pluma de Hex cuando escribía sobre el papel era como el ruido de una araña desquiciada atrapada dentro de una caja de cerillas.

A pesar de que no le gustaba nada lo que estaba pasando, había una parte de Ponder Stibbons que estaba muy, muy impresionada.

En el pasado, siempre que Hex se obcecaba con sus cálculos, cada vez que había tenido una pataleta mecánica y se había puesto a escribir cosas como «+++ Error Por Falta De Queso +++» y «+++Reinicie El Sistema +++», Ponder había intentado resolver la situación de forma tranquila y lógica.

Nunca jamás se le había ocurrido la posibilidad de golpear a Hex con un mazo. Pero eso mismo era, de hecho, lo que Ridcully estaba amenazando con hacer.

Lo que resultaba impresionante, y también considerablemente preocupante, era que Hex pareciera entender el concepto.

—Bien —dijo Ridcully, dejando el mazo a un lado—. Se acabó este asunto de los «Dátiles insuficientes», ¿de acuerdo? Hay cajas enteras de esas malditas cosas en la Gran Sala. Puedes quedártelas todas por lo que a mí respecta…

—Lo que dice es datos, no dátiles —explicó Ponder en tono solícito.

—¿Cómo? Quiere decir… ¿más grandes que los dátiles? ¿Más pegajosos?

—No, no, «datos» es la palabra que Hex utiliza para referirse a… bueno, a la información —contestó Ponder.

—Qué comportamiento tan ridículo —dijo Ridcully con brusquedad—. Si no sabe la respuesta, por qué no puede escribir: «ahí me has pillado» o «que me aspen si lo sé», o «esa pregunta sí que es chunga, caramba». Todo eso de los «datos insuficientes» no es más que ganas de llevar la contraria, en mi opinión. Pura fanfarronada. —Se giró hacia Hex—. Muy bien, pues. Dame una conjetura.

La pluma empezó a escribir: «+++ Datos In…» y se detuvo. Después de temblar un momento saltó a la siguiente línea y volvió a empezar.

+++ Esto Es Solo Calcular En Voz Alta, Ya Me Entiende +++

—De acuerdo —dijo Ridcully.

+++ La Cantidad De Creencia En El Mundo Debe De Estar Sujeta A Un Límite Superior +++

—Qué cuestión más extraña —dijo el decano.

—Me parece razonable —dijo Ridcully—. Supongo que la gente simplemente… cree en cosas. Es obvio que lo que uno puede creer tiene un límite. Yo siempre lo he dicho. ¿Qué más?

+++ Han Aparecido Criaturas En Las Que Se Ha Creído Alguna Vez +++

—Sí. Sí, se podría decir así.

+++ Que Desaparecieron Porque No Se Creía En Ellas +++

—Parece razonable —afirmó Ridcully.

+++ La Gente Estaba Creyendo En Otras Cosas —Interrogante +++

Ridcully miró al resto de los magos. Estos se encogieron de hombros.

—Podría ser —dijo en tono precavido—. La gente no puede creer en todo lo que le echen.

+++ De Lo Cual Se Deduce Que Si Se Elimina Un Foco Importante De Creencia, Quedará Creencia Excedente +++

Ridcully se quedó mirando las palabras.

—¿Quiere decir… chorreando por ahí?

La enorme rueda con los cráneos de carnero empezó a girar pesadamente. Las hormigas que correteaban dentro de los tubos de cristal apretaron el paso.

—¿Qué está pasando? —preguntó Ridcully, susurrando en voz alta.

—Creo que Hex está buscando la palabra «chorreando» —contestó Ponder—. Puede que la tenga en el almacén de largo plazo.

El muelle hizo bajar un reloj de arena de gran tamaño.

—¿Eso para qué es? —preguntó Ridcully.

—Esto… nos muestra que Hex está pensando en cosas.

—Ah, ¿y ese zumbido? Parece que viene del otro lado de la pared.

Ponder tosió.

—Eso es el almacén de largo plazo, archicanciller.

—¿Y cómo funciona?

—Esto… bueno, si piensa usted en la memoria como en una serie de pequeños estantes o, o, o agujeros, archicanciller, en los que meter las cosas, pues bueno, descubrimos una forma de crear una especie de memoria que, ejem, interactúa bien con las hormigas, de hecho, pero lo más importante es que podemos ampliar su tamaño dependiendo de cuántas cosas le demos para recordar y, esto, posiblemente sea un poco lenta pero…

—Es un zumbido muy fuerte —comentó el decano—. ¿Algo está yendo mal?

—No, es señal de que está funcionando —respondió Ponder—. Son, ejem, colmenas.

Tosió.

—Distintos tipos de polen, distintas texturas de la miel, colocación de los huevos… En realidad es asombroso cuánta información se puede almacenar en un solo panal.

Observó las caras de los magos.

—Y es un sistema muy seguro porque a cualquiera que intente trastear con él lo matarán a picaduras, y Adrián cree que cuando lo apaguemos para las vacaciones de verano también podremos sacar un buen montón de miel. —Volvió a toser—. Para hacernos… boca… dillos —dijo.

Sintió que se encogía y ruborizaba cada vez más bajo sus miradas.

Hex vino a su rescate. El reloj de arena salió disparado de regreso y la pluma fue sumergida y extraída de su tintero.

+++ Sí. Chorreando Por Ahí. Neocentralizándose +++

—Eso quiere decir formándose en torno a nuevos centros, archicanciller —explicó Ponder solícito.

—Ya lo sabía —dijo Ridcully—. Maldición. ¿Os acordáis de cuando teníamos todo aquel montón de fuerza vital por todas partes? ¡Uno no podía confiar ni en sus propios pantalones! Así pues… hay creencia sobrante chorreando por ahí, gracias, ¿y esos cabroncetes se están aprovechando de ello? ¿Regresando? ¿Esos dioses domésticos?

+++ Es Una Posibilidad +++

—Muy bien, entonces, ¿en qué ha dejado la gente de creer de repente?

+++ Error Por Falta De Queso +++ MELÓN MELÓN MELÓN +++ Reinicie El Sistema +++

—Gracias. Un simple «no lo sé» habría bastado —dijo Ridcully, tomando asiento.

—¿En uno de los dioses principales? —preguntó el catedrático de Estudios Indefinidos.

—Ja. Si desapareciera uno de esos lo sabríamos enseguida.

—Estamos en la Vigilia de los Puercos —dijo el decano—. Supongo que Papá Puerco anda por ahí, ¿no?

—¿Crees en él? —preguntó Ridcully.

—Bueno, es para los niños, ¿no? —dijo el decano—. Pero estoy seguro de que todos ellos creen en Papá Puerco. Yo creía en él, se lo aseguro. Cuando era niño no había Vigilia de los Puercos en que no colgáramos una funda de almohada junto a la chimenea…

—¿Una funda de almohada? —le cortó el Prefecto Mayor.

—Bueno, es que en un calcetín no cabe gran cosa —repuso el decano.

—Sí, pero ¿una funda de almohada entera? —insistió el Prefecto Mayor.

—Sí. ¿Qué pasa?

—¿Me lo parece a mí, o esa es una forma de comportarse más bien codiciosa y egoísta? En mi familia solamente colgábamos calcetines muy pequeños —dijo el Prefecto Mayor—. Un cerdo de azúcar, un soldadito de plomo, un par de naranjas y nada más. Ja, ahora resulta que había gente con fundas de almohada enteras acaparando el mercado, ¿eh?

—Callad y parad de pelearos, los dos —dijo Ridcully—. Tiene que haber una forma simple de comprobarlo. ¿Cómo se sabe que existe Papá Puerco?

—Porque alguien se ha bebido el jerez, hay pisadas de hollín en la alfombra, huellas de trineo en el tejado y tu funda de almohada está llena de regalos —respondió el decano.

—Ja, tu funda de almohada —dijo el Prefecto Mayor en tono sombrío—. Ja. Supongo que la familia de usted era de esa clase de gente estirada que ni siquiera abre sus regalos hasta después de la cena de la Vigilia de los Puercos, ¿no? De esa gente que tiene un árbol de la Vigilia enorme y fachendoso en la sala de estar.

—¿Por qué no…? —empezó a decir Ridcully, pero ya era demasiado tarde.

—¿Y qué? —dijo el decano—. Claro que esperábamos hasta después de la comida…

—¿Saben? A mí me cabreaba de verdad la gente que tenía árboles de la Vigilia enormes y fachendosos. Y apuesto a que también tenían uno de esos cascanueces tan pijos que parecen unos tornillos grandes —dijo el Prefecto Mayor—. Pues mire, algunos nos las teníamos que apañar con el martillo del carbón del cobertizo, claro. Y teníamos que cenar en pleno día en lugar de montar un cenorrio pijo y oh-la-lá por la noche.

—No es culpa mía que mi familia tuviera dinero —dijo el decano, y aquello podría haber distendido un poco las cosas si no hubiera añadido—: y principios.

—¡Y fundas de almohada grandes! —gritó el Prefecto Mayor, dando brincos de rabia—. Y apuesto a que compraban el acebo, ¿verdad?

El decano levantó las cejas.

—¡Pues claro! No íbamos a hurtadillas por el campo arrancándolo de los arbustos de los demás, a diferencia de otros —espetó.

—¡Es lo tradicional! ¡Es parte de la diversión!

—¿Celebrar la Vigilia de los Puercos con plantas robadas?

Ridcully se tapó los ojos con la mano.

El nombre de aquello, según tenía entendido, era «fiebre de camarote». Cuando la gente llevaba demasiado tiempo encerrada durante los días oscuros del invierno, siempre tendían a desquiciarse los unos a los otros, aunque probablemente hubiera alguna escuela de pensamiento que sostenía que pasar el tiempo en una universidad con más de cinco mil habitaciones conocidas, una biblioteca inmensa, las mejores cocinas de la ciudad, fábrica de cerveza propia, granja lechera, amplia bodega de vinos, lavandería, barbería, claustros y pista de bolos era estirar un poco la definición de «encerrado». Eso sí, los magos eran capaces de desquiciarse los unos a los otros estando en rincones opuestos de un prado muy grande.

—¿Queréis callaros? —ordenó—. ¡Es la Vigilia de los Puercos! No es una época para meterse en discusiones estúpidas, ¿de acuerdo?

—Oh, sí que lo es —dijo el catedrático de Estudios Indefinidos en tono lúgubre—. Es exactamente una época de discusiones estúpidas. En nuestra familia teníamos suerte de llegar al final de la cena sin una repetición de «Qué Lástima que Henry No Se Asociara Con Nuestro Ron». O de «Por qué Nadie Ha Enseñado A Esos Niños A Usar Un Cuchillo». Ese era otro clásico.

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