Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

La figura de la Muerte era la figura que la gente había creado para él a lo largo de los siglos. ¿Por qué un esqueleto? Porque los huesos se asociaban con la muerte. Llevaba una guadaña porque la gente del campo tenía cierto talento para las metáforas. Y vivía en una tierra sombría porque a la imaginación humana le costaría bastante ponerlo a vivir en un sitio bonito y con flores.

La gente como la Muerte vivía en la imaginación humana y era allí también donde adoptaba su forma. La Muerte no era el único…

… Pero no le gustaba su papel, ¿verdad? Se había empezado a interesar por la gente. ¿Era aquello una idea o bien un recuerdo de algo que todavía no había pasado? El oh dios siguió su mirada.

—¿Podemos ir a buscarla? —preguntó el oh dios—. Digo «podemos» en plural, pero creo que yo he sido reclutado solamente por estar en el sitio incorrecto.

—Está viva. Eso quiere decir que es mortal —dijo Susan—. Y eso quiere decir que la puedo encontrar. —Dio media vuelta y se dirigió a la salida de la biblioteca.

—Si dice que el cielo es solamente azul en lo alto, ¿qué hay entre el azul y el horizonte? —quiso saber el oh dios, corriendo para poder seguir su paso.

—No tienes por qué venir —dijo Susan—. No es tu problema.

—No, pero dado que mi problema es el hecho de que la razón misma de mi vida es sentirme asquerosamente, cualquier cosa es una mejora.

—Podría ser peligroso. No creo que Violeta esté allí por voluntad propia. ¿Serías de alguna ayuda en una pelea?

—Sí. Puedo vomitar encima de la gente.

* * *

Era una cabaña, en alguna parte de las afueras de la localidad de Escrote, en las Llanuras. Escrote tenía muchas afueras, y tan diseminadas —una carreta rota por aquí, un perro muerto por allá— que a menudo la gente pasaba por el lugar sin siquiera darse cuenta de que estaba allí, y la razón verdadera de que apareciera en los mapas era que a los cartógrafos les dan vergüenza las grandes extensiones vacías.

La Vigilia de los Puercos venía después de toda la emoción de la cosecha de repollos, cuando Escrote se quedaba bastante tranquilo y no había gran cosa que mereciese hasta que llegara la diversión del festival de los brotes.

Aquella cabaña tenía una cocina de hierro provista de un tubo que subía y atravesaba el grueso tejado de hojas de repollo.

Del interior de la tubería salió un eco débil de voces.

ESTO ES UNA ESTUPIDEZ TOTAL.

—Creo que la tradición empezó cuando todo el mundo tenía chimeneas de las grandes, amo. —Aquella otra voz sonaba como si viniera de alguien que estaba de pie sobre el tejado y gritando por el tubo.

¿EN SERIO? ES UNA SUERTE QUE NO HAYA LUZ.

Se oyeron unos arañazos y unos porrazos amortiguados y luego un golpe desde dentro de la panza metálica de la cocina.

MALDICIÓN.

—¿Qué pasa, amo?

ESTA PORTEZUELA NO TIENE MANECILLA POR DENTRO. ME PARECE UNA FALTA DE CONSIDERACIÓN.

Se oyeron algunos golpes más y luego un sonido de raspado mientras la tapa del hornillo era levantada y empujada a un lado. Un brazo salió y palpó la parte delantera de la cocina hasta encontrar la manecilla.

La estuvo toqueteando un momento, pero resultaba obvio que aquella mano no pertenecía a una persona acostumbrada a abrir cosas.

En pocas palabras, la Muerte salió de la cocina. La forma precisa en que lo hizo sería difícil de describir sin doblar la página. El tiempo y el espacio eran, desde el punto de vista de la Muerte, solamente unas cosas que había oído describir. En lo que a él pertocaba, correspondían a la casilla que decía No Aplicable. Tal vez fuera de alguna ayuda comparar el universo con una lámina de goma, o tal vez no.

—Déjeme entrar, amo. —Del tejado bajó el eco de una voz lastimera—. Aquí hace un frío que pela.

La Muerte fue hasta la puerta. Por debajo de la misma se colaba la ventisca. Echó un vistazo nervioso a la carpintería. Se oyó un topetazo en el exterior y la voz de Albert sonó mucho más cercana.

—¿Qué pasa, amo?

La Muerte atravesó la madera de la puerta con la cabeza.

HAY UNAS COSAS METÁLICAS…

—Cerrojos, amo. Hay que descorrerlos —dijo Albert, metiéndose las manos debajo de los sobacos para mantenerlas calientes.

AH.

La cabeza de la Muerte desapareció. Albert dio una serie de patadas en el suelo y vio cómo su aliento formaba una nube en el aire mientras escuchaba el patético trasiego al otro lado de la puerta.

La cabeza de la Muerte volvió a aparecer.

ESTO…

—Es el pestillo, amo —dijo Albert en tono cansino.

YA. YA.

—Se pone el pulgar encima y se empuja hacia abajo.

VALE.

La cabeza desapareció. Albert dio un par de saltitos y luego esperó.

La cabeza apareció.

ESTO… TE HE SEGUIDO HASTA LO DEL PULGAR.

Albert suspiró.

—Luego apriete y tire, amo.

AH. VALE. CAPTADO.

La cabeza desapareció.

Oh, cielos, pensó Albert. Simplemente no le puede coger el tranquillo, ¿verdad…?

La puerta se abrió de golpe. La Muerte se plantó al otro lado, sonriendo con orgullo mientras Albert entraba tambaleándose, acompañado por una ráfaga de ventisca.

—Caray, menuda rasca que hace —dijo Albert—. ¿Hay jerez? —añadió esperanzado.

PARECE QUE NO.

La Muerte miró el calcetín que había colgado de un gancho a un lado de la cocina. Tenía un agujero.

Sujeta al calcetín había una carta escrita en caligrafía irregular.

EL NIÑO QUIERE UNOS PANTALONES QUE NO TENGA QUE COMPARTIR, UN PASTEL DE CARNE ENORME, UN RATÓN DE AZÚCAR, «MUCHOS JUGUETES» Y UN CACHORRILLO QUE SE LLAME PESCUEZO.

—Vaya, qué bonito —dijo Albert—. Pues habrá que aguantarse las lágrimas porque lo que le toca, vamos a ver, es este juguete pequeño de madera y una manzana. —Sostuvo ambas cosas para que la Muerte las viera.

PERO LA CARTA CLARAMENTE…

—Sí, bueno, es otra vez cosa de los factores socioeconómicos, ¿de acuerdo? —dijo Albert—. El mundo sería un desastre completo si todo el mundo recibiera lo que quiere, ¿no?

EN LA TIENDA LES DI LO QUE QUERÍAN…

—Sí, y eso ya va a causar un montón de líos, amo. Todos esos «cerdos de juguete que funcionan de verdad». Yo no he dicho nada porque nos estaba solucionando la papeleta, pero no puede seguir usted así. ¿De qué sirve un dios que te da todo lo que quieres?

AHÍ NO TE ENTIENDO.

—Lo importante es la esperanza. Es una gran parte de la creencia, la esperanza. Dale pan a la gente hoy y lo que harán es sentarse y comérselo. Pan para mañana, bueno… eso los tendrá en marcha para siempre.

¿Y QUIERES DECIR QUE ES POR ESO QUE A LOS POBRES SE LES DA COSAS DE POBRES Y A LOS RICOS COSAS DE RICOS?

—Eso mismo —respondió Albert—. Ese es el sentido de la Vigilia de los Puercos.

La Muerte estuvo a punto de soltar un gemido.

PERO ¡YO SOY PAPÁ PUERCO! Pareció avergonzarse de aquello. POR EL MOMENTO, QUIERO DECIR.

—Da lo mismo —dijo Albert, encogiéndose de hombros—. Me acuerdo de que cuando yo era chavalín, una Vigilia de los Puercos se me metió en la cabeza un caballo de juguete enorme que tenían en la tienda… —La cara se le arrugó un poco en una amarga sonrisa de nostalgia—. Me acuerdo de que un día me pasé horas enteras, y hacía un frío del carajo, horas enteras con la nariz pegada al escaparate… hasta que me oyeron gritar y vinieron a descongelarme. Vi cómo se lo llevaban del escaparate, alguien lo estaba comprando. ¿Y sabe?, por un segundo pensé que realmente me lo iban a regalar a mí… Oh. Yo soñaba con aquel caballo de juguete. Era rojo y blanco y tenía una silla de montar de verdad y todo. Y balancines. Habría matado por aquel caballo. —Se volvió a encoger de hombros—. Ni de coña, claro, porque en mi familia no teníamos donde caernos muertos y hasta teníamos que escupir en el pan para ablandarlo lo bastante y poder comerlo…

POR FAVOR, ACLÁRAME UNA COSA. ¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE TENER UN SITIO DONDE CAERSE AL MORIR?

—Es… es más bien una forma de hablar, amo. Quiere decir que eres más pobre que una rata de sacristía.

¿LAS RATAS DE SACRISTÍA SON POBRES?

Bueno… sí.

PERO NO DEBEN DE SER MÁS POBRES QUE EL RESTO DE LOS ROEDORES, ¿NO? Y AL FIN Y AL CABO ALLÍ TIENDE A HABER MUCHAS VELAS Y COSAS QUE PUEDEN COMER.

—Es otra vez una forma de hablar, amo. No hace falta que tenga sentido.

AH, YA VEO. CONTINÚA, POR FAVOR.

—Por supuesto, a pesar de todo la víspera de la Vigilia yo colgué mi calcetín, y por la mañana, ¿se imagina qué? Mi padre había metido un caballito que había tallado él sólito…

AH —dijo la Muerte.— Y AQUELLO FUE MÁS VALIOSO QUE TODOS LOS CABALLOS DE JUGUETE CAROS DEL MUNDO, ¿EH?

Albert le dirigió una mirada vidriosa.

—¡No! —dijo—. No lo fue. Yo nada más podía pensar en que no era el caballo enorme del escaparate. —La Muerte pareció asombrado.

PERO ES MUCHO MEJOR TENER UN JUGUETE TALLADO CON…

—No. Eso solamente lo piensan los adultos —dijo Albert—. Cuando uno tiene siete años es un cabroncete egoísta. Además, mi padre se emborrachó después de comer y lo pisó.

¿COMER?

—Vaale, tal vez teníamos un poco de grasa de cerdo para el pan…

AUN ASÍ, EL ESPÍRITU DE LA VIGILIA DE LOS PUERCOS…

Albert suspiró.

—Lo que usted diga, amo. Lo que usted diga. —La Muerte tenía un aire confuso.

PERO SUPONIENDO QUE PAPÁ PUERCO TE HUBIESE TRAÍDO ESE CABALLO MARAVILLOSO…

—Oh, mi padre lo habría empeñado para pagarse un par de botellas.

PERO HEMOS ESTADO EN CASAS DONDE LOS NIÑOS TENÍAN MUCHOS JUGUETES Y LES HEMOS TRAÍDO TODAVÍA MÁS JUGUETES, Y EN CASAS COMO ESTA LOS NIÑOS NO RECIBEN PRÁCTICAMENTE NADA.

—Ja, nosotros habríamos dado lo que fuera por recibir prácticamente nada cuando yo era chaval.

CONTENTARSE CON LO QUE UNO TIENE, ¿ESA ES LA IDEA?

—Esa viene a ser, amo. Ahí tiene una buena frase para un dios. No darles demasiado y decirles que estén contentos con ello. Pan para mañana, ¿entiende?

ESTO NO ESTÁ BIEN. —La Muerte vaciló.— ME REFIERO A QUE… ESTÁ BIEN ESTAR CONTENTO CON LO QUE SE TIENE. PERO HAY QUE TENER ALGO ACERCA DE LO QUE ESTAR CONTENTO. NO TIENE SENTIDO ESTAR CONTENTO POR NO TENER NADA.

Albert se sintió un poco como pez fuera del agua en medio de aquella nueva corriente de filosofía social.

—No sé —dijo—. Supongo que la gente diría que tienen la luna y las estrellas y esas cosas.

ESTOY SEGURO DE QUE NO TIENEN DOCUMENTOS QUE ACREDITEN ESO.

—Lo único que yo sé es que si mi padre nos pillara con un saco lleno de juguetes caros nos llevaríamos una buena colleja por robarlos.

ES… INJUSTO.

—Así es la vida, amo.

PERO YO NO LO SOY.

—Quiero decir que así se supone que tienen que funcionar las cosas, amo —dijo Albert.

NO. QUIERES DECIR QUE ASÍ ES CÓMO FUNCIONAN.

Albert se apoyó en la cocina y se lió uno de sus cigarrillos flacos y horrorosos. Era mejor dejar que el amo acabara entendiendo aquellas cosas por sí mismo. Al final acababa por superarlas. Era como el asunto aquel del violín. Durante tres días no hubo nada más que chirridos y cuerdas rotas, y luego no había vuelto a acercarse a él. Aquel venía a ser el problema. Todo lo que el amo hacía era un poco como aquello. Cuando se le metía algo en la cabeza simplemente había que esperar a que le volviera a salir.

Se había imaginado que la Vigilia de los Puercos era todo… pudín de ciruelas y coñac y jo, jo, jo, y no tenía la clase de mente que pudiera hacer caso omiso del resto de las cosas. Y es por eso que sufría.

ES LA VIGILIA DE LOS PUERCOS —dijo la Muerte,— Y LA GENTE SE MUERE EN LAS CALLES. UNOS SE ATIBORRAN DE COMIDA TRAS LAS VENTANAS ILUMINADAS Y OTROS NO TIENEN CASA. ¿ES ESO JUSTO?

—Bueno, claro, esa es la gran cuestión… —empezó a decir Albert.

EL CAMPESINO TENÍA UN PUÑADO DE JUDÍAS Y EL REY TENÍA TANTAS COSAS QUE NI SIQUIERA IBA A NOTAR LA AUSENCIA DE LO QUE ESTABA REGALANDO. ¿ES ESO JUSTO?

—No, pero si se lo diera usted todo al campesino, lo que pasaría es que al cabo de un año o dos iba a ser tan estirado como el rey… —empezó a decir Albert, ese gran observador agrio de la naturaleza humana.

¿PORTARSE MAL Y PORTARSE BIEN? —dijo la Muerte.— PERO ES FÁCIL PORTARSE BIEN CUANDO ERES RICO. ¿ES ESO JUSTO?

A Albert le vinieron ganas de discutir. De decir: «¿En serio? En ese caso, ¿cómo es que había tantos mamones ricos que eran unos hijos de puta? Y ser pobre tampoco quería decir ser mala persona. Cuando yo era chaval éramos pobres pero honrados. Bueno, más tontos que honrados, en realidad. Pero básicamente honrados».

Pero no discutió. El amo no estaba de humor para discutir. Siempre hacía lo que había que hacer.

—Usted dijo que solamente estábamos haciendo esto para que la gente creyera… —empezó, y luego se detuvo y volvió a empezar—. Si nos ponemos a hablar de justicia, amo, usted mismo…

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