Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

—No paro de pensar que ha sido curioso que nos hayamos topado con la nieta de usted, así sin más —dijo.

SÍ.

Albert ladeó la cabeza.

—Teniendo en cuenta la gran cantidad de chimeneas y de crios que hay en el mundo, etcétera.

CIERTAMENTE.

—Una coincidencia asombrosa, ya lo creo.

PARA QUE VEAS.

—Se podría decir que cuesta de creer.

ESTÁ CLARO QUE LA VIDA DA ALGUNA QUE OTRA SORPRESA.

—No solamente la vida, creo yo —dijo Albert—. Y se ha puesto nerviosa de verdad, ¿a que sí? Estaba que se subía por las paredes. No me sorprendería que empezara a hacer preguntas.

ASÍ ES LA GENTE.

—Pero la Rata también está con ella, ¿no? Probablemente no le quitará la cuenca ocular de encima. La irá guiando, lo más seguro.

ES UN PEQUEÑO BRIBÓN, ¿NO TE PARECE?

Albert sabía que no podía ganar. La Muerte tenía la cara de póquer definitiva.

ESTOY SEGURO DE QUE SUSAN ACTUARÁ CON SENSATEZ.

—Oh, sí —dijo Albert, mientras regresaban al trineo—. Es cosa de familia, lo de actuar con sensatez.

* * *

Como buen barman, Igor tenía un garrote debajo de la barra para lidiar con aquellos pequeños trastornos que tenían lugar cerca de la hora de cerrar, aunque de hecho El Otro Barrio nunca cerraba y nadie recordaba nunca que Igor no estuviera detrás de la barra. Con todo, a veces las cosas se iban de las manos. O de las patas. O de las garras.

El arma preferida de Igor era un poco distinta. Tenía la punta de plata (para los hombres lobo), tenía ajos colgando (para los vampiros) y estaba envuelta con una tira de manta (para los hombres del saco). Para todos los demás, el hecho de que consistiera en medio metro de roble macizo de los pantanos solía ser suficiente.

Había estado mirando la ventana. La escarcha avanzaba al acecho desde los bordes. Por alguna razón las líneas acechantes estaban formando el dibujo de tres perritos que asomaban de la parte superior de una bota.

Alguien le dio unos golpecitos en el hombro. Él se giró, garrote ya en mano, y se relajó.

—Oh… eres tú. No he oído la puerta.

Nadie había entrado por la puerta. Susan tenía prisa.

—¿Has visto últimamente a Violeta, Igor?

—¿La chávala de los dientes? —La única ceja de Igor tembló por la concentración—. Na, hace una semana o dos que no la veo.

La ceja se dobló en forma de uve enojada cuando Igor vio al cuervo, que estaba intentando colarse por detrás de un expositor de frutos secos medio vacío.

—Tienes que sacar eso de aquí, señorita —dijo—. Ya conoces las normas sobre mascotas y espíritus familiares. Si no puede recuperar la forma humana cuanto se le dice, se queda fuera.

—Sí, bueno, algunos tenemos más neuronas que dedos —murmuró una voz desde detrás de los frutos secos.

—¿Dónde vive Violeta?

—Eh, eh, señorita, ya sabes que yo nunca contesto a esa clase de preguntas…

—¿DÓNDE VIVE VIOLETA, IGOR?

—En la calle de la Pierna de la Pega, al lado de la tienda de marcos —respondió Igor automáticamente. La ceja se le frunció de rabia al darse cuenta de lo que acababa de hacer—. ¡Eh, señorita, ya sabes las normas! ¡Nadie me muerde, nadie me desgarra la garganta y nadie se esconde detrás de mi puerta! ¡Yno uses la voz de tu abuelo conmigo! ¡Podría prohibirte la entrada por liarme de esa manera!

—Lo siento, es importante —dijo Susan. Pudo ver con el rabillo del ojo que el cuervo se había subido a las estanterías y estaba quitando la tapa de un frasco a picotazos.

—Sí, bueno, ¿y si por ejemplo uno de los vampiros decide que lo importante es que se ha saltado la merienda? —gruñó Igor, guardando el garrote.

Se oyó un «plinc» procedente del frasco de los huevos en vinagre. Susan intentó con todas sus fuerzas no mirar en aquella dirección.

—¿Podemos irnos? —preguntó el oh dios—. Todo este alcohol me pone nervioso.

Susan asintió y salió a toda prisa.

Igor soltó un gruñido. Luego volvió a mirar la escarcha, porque Igor nunca le pedía mucho a la vida. Al cabo de un rato oyó una voz amortiguada que decía.

—¡Fengo uno! ¡Fengo uno!

No se entendía bien porque el cuervo había ensartado un huevo en vinagre con el pico.

Igor suspiró y cogió su garrote. Y al cuervo le habrían ido muy mal las cosas si no fuera porque la Muerte de las Ratas eligió ese preciso momento para morder a Igor en la oreja.

* * *

ES AQUÍ, dijo la Muerte.

Tiró de las riendas tan deprisa y con tanta brusquedad que los cerdos acabaron mirando en dirección contraria.

Albert forcejeó para salir de una avalancha de ositos de peluche sobre los que había estado dormitando.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Nos hemos dado contra algo? —preguntó.

La Muerte señaló hacia abajo. Por debajo de ellos se extendía un prado blanco interminable, donde solamente el resplandor de alguna vela en un alféizar o alguna cabaña medio tapada por la nieve indicaban la presencia de la efímera mortalidad en el mundo.

Albert frunció los ojos y alcanzó a ver lo que la Muerte había divisado.

—Es algún viejo desgraciado que camina por la nieve —dijo—. Viene de recoger leña, por lo que parece. Mala noche para estar ahí fuera —dijo—. Y yo también estoy fuera en ella, ahora que lo pienso. Mire, amo, estoy seguro de que ya ha hecho usted bastante para asegurarse de…

AHÍ ABAJO ESTÁ PASANDO ALGO. JO. JO. JO.

—Pero si al tipo no le pasa nada —dijo Albert, agarrándose mientras el trineo bajaba bruscamente. Hubo una breve brecha de luz cuando el hombre que venía de recoger madera abrió la puerta de una casucha tapada por la nieve—. Mire, ahí, hay un par de tipos que le van detrás, ¿lo ve? Y van todos cargados de paquetes y cosas, ¿ve? Parece que el abuelo va a tener una Vigilia de los Puercos decente a fin de cuentas, no hay problema. ¿Podemos irnos ya…?

Las cuencas brillantes de la Muerte examinaron la escena con todo detalle.

ESTÁ MAL.

—Oh, no… Ya estamos otra vez.

* * *

El oh dios vaciló.

—¿Cómo que no puedes atravesar la puerta? —preguntó Susan—. En el bar atravesaste la puerta.

—Ahí era distinto. Tengo ciertos poderes divinos en presencia del alcohol. En todo caso, hemos llamado y ella no ha contestado y, ¿qué ha sido del señor Buenos Modales?

Susan se encogió de hombros y atravesó la obra de carpintería barata. Sabía que probablemente no debería hacerlo. Cada vez que hacía algo parecido gastaba cierta cantidad de, bueno, de normalidad. Y tarde o temprano se olvidaría de para qué servían los pomos de las puertas, igual que el abuelo.

Ahora que lo pensaba, su abuelo nunca había averiguado para qué servían los pomos.

Abrió la puerta desde dentro. El oh dios entró y echó un vistazo al lugar. No le ocupó mucho tiempo. No era una habitación grande. Era la subdivisión de una habitación que para empezar ya no había sido demasiado grande.

—¿Aquí es donde vive el Hada de los Dientes? —dijo Bilioso—. Es un poco… diminuta, ¿no? El suelo está lleno de trastos… ¿Qué son esas cosas que cuelgan de esa cuerda?

—Son… prendas femeninas —respondió Susan, hurgando entre los papeles que había sobre una mesilla destartalada.

—No son muy grandes —dijo el oh dios—. Y son un poco finas…

—Dime —Susan no levantó la vista—, esos recuerdos con los que llegaste aquí… No eran muy complicados, ¿verdad…? Ah…

Él miró por encima del hombro de ella mientras Susan abría un pequeño cuaderno rojo.

—No he hablado muchas veces con Violeta —dijo—. Creo que entrega los dientes en alguna parte y se queda con un porcentaje del dinero. No es un trabajo muy bien pagado. Ya sabes, te dicen que puedes Ganar $$$ En Tu Tiempo Libre pero ella dice que en realidad sacaría más haciendo de camarera. Ah, parece que es esto…

—¿El qué?

—Me comentó que le dan los nombres cada semana.

—¿De quién, de los niños que van a perder dientes?

—Sí. Los nombres y las direcciones —dijo Susan, hojeando el cuaderno.

—No me parece muy creíble.

—Perdona, pero ¿no eras tú el Dios de las Resacas? Ah, mira, aquí está el diente de Twyla del mes pasado. —Sonrió al ver la caligrafía gris y pulcra—. Prácticamente se lo sacó a martillazos porque necesitaba el medio dólar.

—¿A ti te gustan los niños? —preguntó el oh dios.

Ella le lanzó una mirada.

—Crudos no —dijo—. No están mal si son de otra gente. Espera…

Pasó algunas páginas hacia delante y hacia atrás.

—Hay días que están vacíos —dijo ella—. Mira, los últimos días están todos sin marcar. No hay nombres. Pero si retrocedes una semana o dos, mira, todos están perfectamente marcados y el dinero está sumado al pie de cada página, ¿lo ves? Y… esto de aquí no puede ser correcto, ¿verdad?

En la primera noche sin marcar, que era una noche de la semana anterior, solamente había registrados cinco nombres. La mayoría de los niños sabían instintivamente cuándo tenían que desafiar a la suerte, y solo los codiciosos o los pocos previsores en materia de dentición llamaban al Hada de los Dientes cerca de la Vigilia de los Puercos.

—Lee los nombres —dijo Susan.

William Wittles, alias Willy (casa), Capullo (escuela), dorm. fondo, 2.a planta, calle Patadatumba, 68;

Sophie Langtree, alias Princesita de Papá, dorm. de la buhardilla, El Hipopótamo, 5;

El Honorable Jeffrey Bibbleton, alias Problema Con Pantalones (casa), Cuatroojos (escuela), 1.a planta al fondo, Mansión Escrote, Camino del Parque…

El oh dios dejó de leer.

—Creo que esto es entrometerse un poco, ¿no?

—Es todo un mundo nuevo —dijo Susan—. Todavía no has llegado. Sigue leyendo.

Nuhakme Icta, alias Tesorito, sótano, El Falafel Que Ríe, Supermercado Klatchistaní 24 Horas Y Para Llevar, esquina de la Calle del Empape con Dimwell;

Reginald Lilywhite, alias Banjo, El Matón del Camino del Parque, ¿Ha Visto Usted a Este Hombre?, El Atracador de la Puerta del Ganso, El Merodeador de la Colina de la Siesta, habitación 17, Asociación de Jóvenes Paganos.

—¿Asociación de Jóvenes Paganos?

—Es como se suele llamar a la Asociación Juvenil de Adoradores Reformados Del Dios Supurante Bel-Shamharoth —dijo Susan—. ¿A ti te suena como alguien que esperaría una visita del Hada de los Dientes?

—No.

—A mí tampoco. Me suena como alguien que esperaría una visita de la Guardia.

Susan miró a su alrededor. Aquello era un cuartucho, de esos que se alquilan cuando no se tiene intención de quedarse mucho tiempo, de esos donde caminar por el suelo en plena noche va siempre acompañado por el crujido de las cucarachas en un baile flamenco de la muerte. Era asombroso cuánta gente se pasaba la vida entera en lugares donde no tenía intención de quedarse.

Camastro barato y estrecho, yeso descascarillado, ventanuco diminuto…

Abrió el ventanuco para hurgar bajo el alféizar y sintió una punzada de satisfacción cuando sus dedos indagadores se cerraron sobre un cordel que estaba unido a una bolsa de hule. Tiró de ella.

—¿Qué es eso? —preguntó el oh dios, mientras ella abría la bolsa sobre la mesa.

—Oh, se ven muy a menudo —dijo Susan, sacando unos paquetes envueltos en papel de cera de segunda mano—. La gente vive sola, los ratones y las cucarachas se lo comen todo, no hay ningún sitio donde guardar la comida… pero fuera de la ventana se conserva fresca y a salvo. Más o menos a salvo. Es un viejo truco. Pero… mira esto. Beicon reseco, una rebanada mohosa de pan y un poco de queso que se podría afeitar. Estoy segura de que hace tiempo que no pasa por casa.

—Oh, cielos. ¿Y ahora qué?

—¿Adonde llevaría los dientes? —preguntó Susan al mundo en general pero sobre todo a sí misma—. ¿Qué demonios es lo que hace el Hada de los Dientes con…?

Alguien llamó a la puerta. Susan fue a abrir.

Al otro lado había un hombrecillo calvo con un abrigo largo y marrón. Tenía una tablilla para apoyar papeles en la mano y parpadeó nerviosamente cuando la vio a ella.

—Esto… —empezó a decir.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó Susan.

—Ejem, es que he visto la luz. Y he pensado que Violeta podía estar en casa —dijo el hombrecillo. Jugueteó con el lápiz que tenía sujeto con un cordel a su tablilla—. Es que va un poco retrasada con los dientes, y se debe un poco de dinero, y el carromato de Ernie no ha vuelto y tengo que ponerlo en mi informe, y solamente pasaba por si… por si Violeta estaba enferma o algo, porque no es bonito estar solo y enfermo en la Vigilia de…

—No está aquí —dijo Susan.

El hombre le dirigió una mirada de preocupación y negó con la cabeza tristemente.

—Son casi trece dólares en dinero de almohada. Voy a tener que hacer un informe.

—¿A quién?

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