Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

Susan cerró los ojos. Se sentía mejor si no veía lo que estaba haciendo. Parte de ella seguía insistiendo en que era imposible si los dejaba abiertos.

Lo único que sintió fue una sensación de hormigueo y un poco de frío.

—¿Qué acabo de hacer? —preguntó, con los ojos todavía cerrados.

—Esto… has atravesado la mesa con la mano —dijo el oh dios.

—¿Lo ves?

—Hum… ¿y me estás diciendo que la mayoría de los humanos no lo pueden hacer?

—¡No!

—No hace falta que grites. No tengo mucha experiencia con los humanos, ¿verdad? Salvo hacia el momento en que el sol brilla entre las cortinas. Y en ese momento están sobre todo deseando que la tierra se abra y se los trague. Los humanos, quiero decir, no las cortinas.

Susan reclinó la espalda en el respaldo de su silla… y supo que una parte diminuta de su cerebro estaba diciendo que sí, que allí había una silla, que era real y que se podía sentar en ella.

—Eso no es todo —dijo—. Me acuerdo de cosas. De cosas que todavía no han pasado.

—¿Y eso no es útil?

—¡No! Porque nunca sé lo que… escucha, es como mirar al futuro por el ojo de una cerradura. Se ven trozos de cosas pero nunca sabes qué significan hasta que llegas a donde están y puedes ver dónde encajan esos trozos.

—Eso puede ser un problema —dijo el oh dios en tono educado.

—Créeme. Lo peor de todo es la espera. No puedes parar de vigilar a ver si hay algún trozo pasando por ahí. Me refiero a que normalmente no tengo ningún recuerdo útil del futuro, solo pistas pequeñas y retorcidas que no tienen sentido hasta que ya es demasiado tarde. ¿Estás seguro de que no sabes por qué apareciste en el castillo de Papá Puerco?

—No. Únicamente recuerdo ser una… bueno, ¿entiendes lo que quiero decir cuando digo una mente incorpórea?

—Oh, sí.

—Bien. ¿Y ahora entiendes lo que quiero decir cuando digo un dolor de cabeza incorpóreo? Y luego, un momento más tarde, estaba tumbado sobre una espalda que no solía tener, en medio de un montón de algo frío y blanco que no había visto nunca antes. Pero supongo que si hay que empezar a existir de golpe, en algún sitio hay que hacerlo.

—En algún sitio donde otro que tendría que existir no existiera —dijo Susan, medio para sus adentros.

—¿Perdón?

—Papá Puerco no estaba allí —dijo Susan—. No tendría que haber estado allí en cualquier caso, al menos esta noche, pero esta vez no es que no estuviera allí porque estaba en otra parte, sino porque ya no estaba en ninguna parte. Hasta su castillo estaba desapareciendo.

—Supongo que le iré cogiendo el tranquillo a esto de la encarnación sobre la marcha —dijo el oh dios.

—La mayoría de la gente… —empezó a decir Susan. Un escalofrío le recorrió el cuerpo—. Oh, no. ¿Qué está haciendo? ¿QUÉ ESTÁ HACIENDO?

* * *

UN TRABAJO BIEN HECHO, CREO YO.

El trineo surcaba la noche como un trueno. Los campos congelados pasaban por debajo.

—Humf —dijo Albert. Se sorbió la nariz.

¿CÓMO SE LLAMA ESA SENSACIÓN CÁLIDA QUE SE NOTA POR DENTRO?

—¡Ardor de estómago! —le cortó Albert.

¿DETECTO UN MATIZ DE MAL HUMOR POCO PROPIO DE ESTOS DÍAS?, dijo la Muerte. TE HAS QUEDADO SIN CERDITO DE AZÚCAR, ALBERT.

—Yo no quiero ningún regalo, amo. —Albert suspiró—. Salvo tal vez despertarme y descubrir que todo vuelve a ser normal. Mire, ya sabe que todo sale mal cuando usted empieza a cambiar las cosas.

PERO PAPÁ PUERCO SÍ QUE PUEDE CAMBIAR LAS COSAS. PEQUEÑOS MILAGROS POR TODAS PARTES, CON MUCHOS JO, JO, JO, RISUEÑOS. ENSEÑARLE A LA GENTE EL VERDADERO SENTIDO DE LA VIGILIA DE LOS PUERCOS, ALBERT.

—¿Como qué? ¿Se refiere a que todos los cerdos y el ganado están sacrificados y con suerte hay bastante comida para que todo el mundo pase el invierno?

BUENO, CUANDO DIGO EL VERDADERO SENTIDO…

—¿Que a algún pobre diablo le han cortado la cabeza en un bosque porque se ha encontrado una judía en la cena y ahora sí que volverá el verano?

No EXACTAMENTE ESO, PERO…

—Oh, ¿se refiere a que han perseguido a una pobre bestia y han disparado flechas a las copas de los manzanos y ahora las sombras se van a marchar?

ESO ES CLARAMENTE UN SENTIDO, PERO YO…

—Ah, ¿entonces habla usted de cuando encienden una puta hoguera enorme para irle con una indirecta al sol y que pare de rondar por debajo del horizonte y se ponga a trabajar como cualquier persona decente?

La Muerte hizo una pausa, mientras los cerdos volaban a toda velocidad por encima de un grupo de colinas.

NO ESTÁS SIENDO DE AYUDA, ALBERT.

—Bueno, son todos los sentidos verdaderos que yo conozco.

CREO QUE DEBERÍAS TRABAJAR CONMIGO EN ESTO.

—Todo tiene que ver con el sol, amo. Nieve blanca y sangre roja y el sol. Siempre ha sido así.

PUES MUY BIEN. PAPÁ PUERCO LE PUEDE ENSEÑAR A LA GENTE EL SENTIDO IRREAL DE LA VIGILIA DE LOS PUERCOS.

Albert escupió por encima del borde del trineo.

—¡Ja! «Qué bonito sería que todo el mundo fuera amable», ¿eh?

HAY PEORES GRITOS DE GUERRA.

—Oh cielos oh cielos oh cielos…

PERDONA…

La Muerte se metió la mano en la túnica y sacó un reloj de arena.

DA LA VUELTA AL TRINEO, ALBERT. EL DEBER LLAMA.

—¿Cuál?

SERÍA DE AGRADECER UNA ACTITUD MÁS POSITIVA EN ESTE MOMENTO, MUCHAS GRACIAS.

* * *

—Fascinante. ¿Alguien tiene otro lápiz? —pidió Ridcully.

—Ya se ha comido cuatro —dijo el conferenciante de Runas Recientes—. Todos enteros, archicanciller. Y ya sabe que últimamente nos los compramos cada uno.

Era un asunto delicado. Como la mayoría de la gente que no tiene ni la más remota idea de la economía real, Mustrum Ridcully equiparaba «control financiero adecuado» con tener contados los clips sujetapapeles. Hasta los magos más veteranos tenían que enseñarle que se les había gastado del todo el lápiz antes de darles uno nuevo del armarito que tenía cerrado con llave debajo de su escritorio. Como por supuesto casi nadie conserva los lápices a medio gastar, los magos se veían obligados a salir de la universidad a hurtadillas y comprar lápices nuevos con su propio dinero.

La razón de la escasez de lápices gastados estaba posada delante de ellos, runruneando mientras masticaba un HB hasta la goma de borrar del final, que escupió al tesorero.

Ponder Stibbons había estado tomando notas.

—Creo que funciona así —dijo—. Lo que nos está llegando es la personificación de fuerzas, tal como ha dicho Hex. Pero solamente funciona si la cosa es… bueno, lógica. —Tragó saliva. Ponder era un firme creyente en la lógica, a pesar de toda la evidencia local, y odiaba tener que usar la palabra de aquella forma—. No quiero decir que sea lógico de verdad que exista una criatura que devora calcetines, pero sí… eh… sí tiene un poco de sentido… quiero decir como hipótesis de trabajo.

—Un poco como Papá Puerco —dijo Ridcully—. Cuando eres un crío, es una explicación tan buena como cualquier otra, ¿no?

—¿Qué tiene de ilógico que exista un duende que me traiga bolsas enormes llenas de dinero? —preguntó el decano, huraño. Ridcully le dio otro lápiz al Ladrón de Lápices.

—Bueno, señor… en primer lugar, usted nunca ha recibido misteriosamente bolsas enormes de dinero y ha necesitado encontrar una hipótesis para explicarlas, y en segundo lugar, a nadie más le parece probable.

—¡Ja!

—¿Por qué está sucediendo ahora? —dijo Ridcully—. ¡Mirad, me ha saltado al dedo! ¿Alguien tiene otro lápiz?

—Bueno, estas… fuerzas siempre han estado ahí —dijo Ponder—. O sea, los calcetines y los lápices siempre han desaparecido de forma inexplicable, ¿no es verdad? Pero la razón de que estén personificándose así de repente… me temo que no la sé.

—Bueno, pues tendremos que descubrirla, ¿no? —dijo Ridcully—. No podemos permitir que pasen estas cosas. Que aparezcan antidioses absurdos y qué se yo qué otras cosas misceláneas solamente porque la gente ha pensado en ellas. Nos estamos arriesgando a que aparezca cualquier cosa. Supongamos que algún idiota dice que tiene que existir un dios de la indigestión, ¿qué pasa entonces?

Clinclinclinclín.

—Ejem… Creo que alguien acaba de hacerlo, señor —dijo Ponder.

* * *

—¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando? —preguntó el oh dios. Cogió a Susan de los hombros. Tenían un tacto huesudo.

—MIERDA —dijo Susan.

Lo alejó de ella y se apoyó en la mesa, con cuidado de que él no le viera la cara.

Por fin, con una buena dosis del autocontrol que se había inculcado a sí misma a lo largo de los años, consiguió recuperar su propia voz.

—Está saliéndose del personaje —murmuró, dirigiéndose a la sala en general—. Puedo notar cómo lo hace. Y eso me arrastra a mí a ocupar el suyo. ¿Para qué lo está haciendo?

—A mí que me registren —dijo el oh dios, que se había apartado de ella a toda prisa—. Esto… hace un momento… antes de que apartaras la cara… me ha parecido que llevabas una sombra de ojos muy oscura… pero no llevas…

—Mira, es muy simple —dijo Susan, dando media vuelta. Notó que le cambiaba el peinado, algo que le pasaba siempre que estaba nerviosa—. ¿Sabes que hay cosas que te vienen de familia? Ojos azules, dientes de conejo, esa clase de cosas. Bueno, pues a mí la Muerte me viene de familia.

—Esto… como a todo el mundo, ¿no? —dijo el oh dios.

—Cállate, por favor, deja de farfullar —dijo Susan—. No me refería a la muerte, me refería a la Muerte con eme mayúscula. Me acuerdo de cosas que todavía no han pasado y puedo HABLAR ASÍ y acechar así y… si él se distrae haciendo otra cosa, su trabajo lo voy a tener que hacer yo. Y ya lo creo que se distrae. No sé qué le ha pasado realmente al Papá Puerco de verdad ni por qué el abuelo está haciendo su trabajo, pero sé un poco cómo piensa y no tiene… no tiene escudos mentales como nosotros. No sabe olvidar las cosas y tampoco no hacerles caso. Se lo toma todo de forma literal y lógica y no entiende por qué eso no siempre funciona…

Vio la expresión confusa del oh dios.

—Mira… ¿cómo te asegurarías de que toda la gente del mundo estuviera bien alimentada? —preguntó ella.

—¿Yo? Oh, bueno, yo… —El oh dios farfulló un momento—. Supongo que hay que pensar en los sistemas políticos imperantes y en la división y el cultivo adecuados de la tierra arable, y…

—Sí, sí. Pues él se limitaría a darle a todo el mundo una buena comida —dijo Susan.

—Oh, ya veo. Muy poco práctico. Ja, es tan tonto como decir que se puede vestir a los desnudos dándoles, bueno, dándoles algo de ropa.

—¡Sí! O sea, no. ¡Claro que no! O sea, es obvio que habría que darles… ¡oh, ya me entiendes!

—Sí, supongo que sí.

—Pero él no lo entendería. Hubo un estrépito junto a ellos.

De los restos ardientes de un accidente de tráfico siempre sale rodando una rueda en llamas. Dos hombres que transportan una lámina enorme de cristal siempre cruzan la carretera delante de todo actor cómico involucrado en una persecución desquiciada de coches. Ciertas convenciones narrativas son tan fuertes que sus equivalentes suceden hasta en planetas donde a mediodía hierven las rocas. Y cuando se hunde una mesa abarrotada de cosas, siempre hay un plato milagrosamente intacto que echa a rodar por el suelo y se queda girando hasta detenerse.

Susan y el oh dios se quedaron mirándolo y después volvieron su atención a la figura enorme que había quedado tirada sobre los restos de una fuente enorme de fruta.

—Acaba… de aparecer de la nada —susurró el oh dios.

—¿En serio? No te quedes ahí. Échame una mano para ayudarlo a levantarse, ¿quieres? —dijo Susan, alzando un melón muy grande.

—Esto… tiene un racimo de uvas detrás de la oreja…

—¿Y qué?

—No me gusta ni siquiera pensar en uvas…

—Oh, venga ya.

Juntos se las apañaron para poner al recién llegado de pie.

—Toga, sandalias… se parece un poco a ti —dijo Susan, mientras la víctima de la fruta se bamboleaba pronunciadamente.

—¿Yo era de ese color verde?

—Casi.

—¿Hay… hay un excusado por aquí cerca? —murmuró su cargamento con los labios húmedos.

—Creo que está al otro lado de ese arco —contestó Susan—. Pero he oído que no es muy agradable.

—Eso no es un rumor, es una predicción —dijo la figura gorda, y se fue dando tumbos—. ¿Y luego puedo tomar un vaso de agua y una galleta digestiva…?

Se quedaron mirando cómo se alejaba.

—¿Amigo tuyo? —preguntó Susan.

—El Dios de la Indigestión, creo. Mira… yo… esto… creo que me acuerdo de algo —dijo el oh dios—. Justo antes de, ejem, encarnarme. Pero parece una tontería…

—¿Y bien?

—Dientes —dijo el oh dios.

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