EN CONJUNTO, CREO QUE HA IDO MUY BIEN, ¿NO TE PARECE?
—Sí, amo —dijo Albert.
ME HA DEJADO UN POCO DESCONCERTADO EL NIÑO QUE LLEVABA COTA DE MALLA, SIN EMBARGO.
—Creo que era un miembro de la Guardia, amo.
¿EN SERIO? BUENO, SE HA IDO CONTENTO, Y ESO ES LO QUE CUENTA.
—¿De verdad, amo? —la voz de Albert sonaba preocupada.
La naturaleza osmótica de la Muerte solía adoptar ideas nuevas demasiado deprisa. Por supuesto, Albert entendía por qué tenían que hacer todo aquello, pero el amo… Bueno, a veces al amo le faltaba el equipamiento mental necesario para distinguir lo que tendría que ser cierto de lo que no…
Y CREO QUE AHORA HE CONSEGUIDO QUE LA RISA ME SALGA MUY BIEN. Jo. Jo. Jo.
—Sí, señor, muy risueña —dijo Albert. Echó un vistazo a la lista—. Pero hay que seguir trabajando, ¿no? El siguiente está muy cerca, amo, así que yo no los haría subir mucho si fuera usted.
FANTÁSTICO. JO. Jo. Jo.
—Sarah la pequeña cerillera, el portal de la Tienda de Tabaco y Pipas de Dedal, Callejón de la Trampa de Dinero, dice aquí.
¿Y QUÉ QUIERE QUE LE REGALEN POR LA VLGILIA DE LOS PUERCOS? JO. JO. JO.
—No lo sé. No ha mandado ninguna carta. Por cierto, solamente un consejo, no hace falta que diga «jo, jo, jo», todo el tiempo, amo. Vamos a ver… Aquí pone… —Albert movió los labios al leer.
SUPONGO QUE UNA MUÑECA ES SIEMPRE ACEPTABLE. O UN PELUCHE DE ALGUNA CLASE. EL SACO PARECE SABERLO. ¿QUÉ TENEMOS PARA ELLA, ALBERT? JO. JO. JO.
Algo pequeño le cayó en la mano.
—Esto —dijo Albert.
OH.
Hubo un momento de silencio horrible mientras los dos miraban el biómetro.
—Usted es para toda la vida, no solamente para la Vigilia de los Puercos —le apuntó Albert—. La vida sigue, amo. Por decirlo de alguna manera.
PERO ESTAMOS EN LA NOCHE DE LA VIGILIA DE LOS PUERCOS.
—Es un momento muy tradicional para estas cosas, tengo entendido —dijo Albert.
YO PENSABA QUE ERA UNA ÉPOCA PARA ESTAR CONTENTOS, dijo la Muerte.
—Ah, bueno, sí, lo que pasa es que una de las cosas que pone más contenta todavía a la gente es saber que hay gente que no lo está —dijo Albert en tono práctico—. Así son las cosas, amo. ¿Amo?
NO. La Muerte se puso de pie. NO TENDRÍA QUE SER ASÍ.
* * *
La Gran Sala de la universidad estaba lista para el banquete de la Vigilia de los Puercos. Las mesas ya crujían bajo el peso de los cubiertos, y eso que pasarían horas antes de que se pusiera algo de comida en ellas. Costaba ver dónde iba a haber espacio para la comida en medio de los montones de cuencos de fruta ornamental y los bosques de copas de vino.
El oh dios cogió un menú y fue a la cuarta página.
—Cuarto plato: moluscos y crustáceos. Un popurrí de langosta, cangrejo, cangrejo rey, gambas, langostinos, ostras, almejas, mejillones gigantes, mejillones de borde verde, mejillones de borde liso y Lapas Tigre Luchador. Con salsa para mojar a base de hierbas y mantequilla. Vino: Chardonnay «Tres Magos», Año de la Rana Locuaz. Cerveza: Winkles Old Peculiar. —Dejó el menú en su sitio—. ¿Y eso es un solo plato? —preguntó.
—Son gente que se toma en serio la comida —dijo Susan.
Cerró la cubierta del menú. En la portada estaba el escudo de armas de la universidad y, sobre el mismo, tres letras grandes en caligrafía antigua:
—¿Esto es alguna clase de palabra mágica?
—No. —Susan suspiró—. Lo ponen en todos sus menús. Se puede considerar el lema no oficial de la universidad.
—¿Qué quiere decir?
—My Alfa Alfa.
Bilioso se la quedó mirando con cara expectante.
—¿SÍ…?
—Esto… como, «Mi Alfalfa?» —dijo Susan.
—Eso es lo que acabas de decir, sí —dijo el oh dios.
—Hum. No. Lo que pasa es que las letras son caracteres efebianos que simplemente suenan parecido a «mi alfalfa».
—Ah —Bilioso asintió con expresión de sabiduría—. Ya entiendo por qué puede causar confusión.
Susan se sintió un poco impotente frente a aquella mirada de perplejidad solícita.
—No —dijo ella—. De hecho, su intención es causar un poco de confusión, para hacerte reír. Se llama retruécano o juego de palabras. My Alfa Alfa. —Ella lo examinó con atención—. Reír —dijo—. Con la boca. Aunque de hecho no se ríe nadie, porque esta clase de cosas tampoco son para reírse.
—Tal vez podría encontrar ese vaso de leche —dijo el oh dios en tono impotente, echando un vistazo al enorme despliegue de jarras y botellas. Estaba claro que había renunciado a entender el sentido del humor.
—Tengo entendido que el archicanciller no permite la leche en la universidad —dijo Susan—. Dice que sabe de dónde viene y que es antihigiénica. Y estamos hablando de un hombre que desayuna tres huevos todos los días, por cierto. ¿Cómo conoces la leche, por cierto?
—Tengo… recuerdos —dijo el oh dios—. No exactamente recuerdos de nada, esto, específico. Simplemente recuerdos, ya sabes. Como por ejemplo, sé que los árboles suelen crecer con la parte verde hacia arriba… esa clase de cosas. Supongo que los dioses simplemente sabemos cosas.
—¿Tienes algún poder divino especial?
—Puede que sea capaz de convertir el agua en una bebida enervescente —se pellizcó el puente de la nariz—. ¿Sirve eso de algo? Y es posible que tal vez pueda causarle a la gente un dolor de cabeza cegador.
—Necesito averiguar por qué mi abuelo está… actuando raro.
—¿No se lo puedes preguntar?
—¡No me lo quiere decir!
—¿Vomita mucho?
—Me parece que no. No come a menudo. Algún curry de vez en cuando, una vez o dos al mes.
—Debe de estar bastante delgado.
—No te lo imaginas.
—Bueno, pues… ¿A menudo se mira a sí mismo en el espejo y dice «Arrgh»? ¿O saca la lengua y se pregunta por qué la tiene amarilla? Es posible que yo pueda tener cierto grado de influencia sobre la gente que tiene resaca. Si ha estado bebiendo mucho es posible que pueda encontrarlo.
—No me lo imagino haciendo nada de todo eso. Creo que es mejor decírtelo… Mi abuelo, la Muerte…
—Oh, lo siento por ti.
—He dicho la Muerte.
—¿Perdona?
—La Muerte. Ya sabes… ¿la Muerte?
—¿Te refieres al de la túnica, la…?
—…guadaña, el caballo blanco, los huesos… sí. La Muerte.
—Solamente quiero asegurarme de que lo he entendido bien —dijo el oh dios en un tono de voz razonable—. ¿Crees que tu abuelo es la Muerte y crees que es él quien está actuando raro?
* * *
El Devorador de Calcetines levantó la vista y miró a los magos con cautela. Luego sus mandíbulas volvieron a la tarea.
… grnf, grnf…
—¡Eh, ese es mío! —protestó el catedrático de Estudios Indefinidos, intentando agarrarlo. El Devorador de Calcetines se apartó, veloz.
Parecía un elefante muy pequeño con una trompa muy ancha y acampanada por la cual estaba desapareciendo uno de los calcetines del catedrático.
—Un bichito curioso, ¿no? —dijo Ridcully, apoyando su bastón contra la pared.
—¡Suelta eso, criatura abominable! —gritó el catedrático, intentando agarrar el calcetín—. ¡Fuera!
El Devorador de Calcetines intentó apartarse sin moverse de donde estaba. Lo cual debería ser imposible, pero de hecho es un movimiento que intentan muchos animales pequeños cuando los pillan comiendo algo que no deben. Las patas escarban a toda prisa, pero el cuello y las mandíbulas febrilmente atareadas se limitan a estirarse y pivotar alrededor de la comida. Por fin el extremo del calcetín desapareció por el hocico con un ruido débil de succión y la criatura se escondió torpemente detrás de una de las calderas. Al cabo de un momento asomó un ojo lleno de recelo por la esquina para mirarlos.
—Son caros, ¿sabes?, esos que tienen el refuerzo de lino en el talón —murmuró el catedrático de Estudios Indefinidos.
Ridcully abrió un cajón de su sombrero y sacó su pipa y una bolsita de tabaco de hierbas. Encendió una cerilla en un costado de la máquina de lavado. Aquella estaba resultando una velada mucho más interesante de lo que él esperaba.
—Tenemos que solucionar esto —dijo, mientras las primeras caladas de humo llenaron el recinto de la lavandería de un aroma a hogueras de otoño—. No podemos permitir que aparezcan criaturas de la nada solamente porque alguien haya pensado en ellas. Es antihigiénico.
* * *
El trineo se deslizó por el final del Callejón de la Trampa de Dinero.
VAMOS, ALBERT.
—Ya sabe usted que no tendría que hacer estas cosas, amo. Ya sabe lo que pasó la última vez.
PAPÁ PUERCO SÍ PUEDE HACERLO, SIN EMBARGO.
—Pero… las pequeñas cerilleras que se mueren en la nieve son parte de lo fundamental del espíritu de la Vigilia de los Puercos, amo —dijo Albert en tono desesperado—. O sea, la gente se entera y dice: «Puede que seamos más pobres que un plátano inválido y que solamente tengamos barro y botas viejas para comer, pero por lo menos nos va mejor que a la pobre niñita de las cerillas», amo. Les hace estar contentos y agradecidos por lo que tienen ellos, ¿no lo ve?
YO SÉ MUY BIEN CUÁL ES EL ESPÍRITU DE LA VLGILIA DE LOS PUERCOS, ALBERT.
—Lo siento, amo. Pero mire, a fin de cuentas está bien, porque ella se despierta y todo es brillante y está lleno de luz y se oyen campanillas y hay ángeles, amo.
La Muerte se detuvo.
AH. ¿APARECEN EN EL ÚLTIMO MOMENTO CON ROPA DE ABRIGO Y UNA BEBIDA CALIENTE?
Oh cielos, pensó Albert. El amo realmente tiene uno de sus raros estados de ánimo.
—Esto… no. No exactamente en el último momento, amo. No exactamente.
¿ENTONCES?
—Más bien sería algo así como después del último momento. —Albert soltó una tos nerviosa.
¿QUIERES DECIR DESPUÉS DE QUE ELLA HAYA…?
—Sí. Así son las cosas, amo, no es culpa mía.
¿Y POR QUÉ NO APARECEN ANTES? LOS ÁNGELES TIENEN UNA CAPACIDAD DE CARGA BASTANTE GRANDE.
—No lo sé, amo. Supongo que a la gente le parece más… satisfactorio de la otra manera… —Albert vaciló y luego frunció el ceño—. ¿Y sabe?, ahora que tengo la oportunidad de decírselo a alguien…
La Muerte echó un vistazo a la figura que había bajo la nieve. Luego dejó el biómetro en el aire y lo tocó con un dedo. Una chispa lo atravesó.
—En realidad no le está permitido hacer eso —dijo Albert, sintiéndose desdichado.
PERO A PAPÁ PUERCO SÍ. PAPÁ PUERCO HACE REGALOS. NO HAY MEJOR REGALO QUE UN FUTURO.
—Sí, pero…
ALBERT.
—Muy bien, amo.
La Muerte cogió a la niña en brazos y fue a zancadas hasta el final del callejón.
Los copos de nieve caían como plumas de ángeles. La Muerte salió a la calle y se acercó a dos figuras que iban pateando por entre los montones de nieve.
LLEVADLA A ALGÚN SITIO CALIENTE Y DADLE UNA BUENA CENA, les ordenó, encajando el bulto en brazos de uno de ellos. Y ES POSIBLE QUE ME PASE DESPUÉS PARA HACER UNA COMPROBACIÓN.
Luego dio media vuelta y desapareció bajo los remolinos de la nevada.
El agente Visita miró a la niña que tenía en brazos y después al cabo Nobbs.
—¿Qué es esto, cabo?
Nobby apartó la manta.
—A mí que me registren —dijo—. Parece que nos han escogido para hacer una obra de caridad.
—A mí no me parece muy caritativo esto de endilgarle una persona a la gente.
—Vamos, debe de quedar algo de papeo en la casa de la Guardia —dijo Nobby. Tenía una sensación muy profunda y segura de que se esperaba de él que hiciera aquello. Recordaba a un hombre alto en una gruta, aunque no podía acordarse bien de su cara. Y tampoco se acordaba muy bien de la cara de la persona que le había entregado a la niña, lo cual significaba que tenía que tratarse de la misma persona.
Poco después se oyó un campanilleo y al otro lado del callejón aparecieron dos ángeles más bien agraviados, pero Albert les estuvo tirando bolas de nieve hasta que se fueron.
* * *
Ponder Stibbons estaba preocupado por Hex. No sabía cómo funcionaba, pero todos los demás daban por sentado que sí. Oh, tenía una idea bastante clara sobre algunas partes, y estaba bastante seguro de que Hex pensaba en las cosas convirtiéndolas en números y haciendo cuentas con ellos (para este propósito se había instalado en Hex un Cajón Lleno de Collares, o CLC), pero ¿para qué necesitaba un montón de pequeñas imágenes religiosas? Y estaba el ratón. No parecía que hiciera gran cosa, pero cada vez que se olvidaban de darle su queso Hex dejaba de funcionar. También había muchos cráneos de carnero. Las hormigas deambulaban hasta ellos de vez en cuando pero no parecían hacer nada.
Lo que preocupaba a Ponder era el miedo a estar simplemente metido en un culto de cargamento. Había leído sobre ellos. Una gente ignorante[15] y crédula,[16] cuya isla acaso hubiera sido visitada una vez por un barco de mercancías itinerante que intercambiaba perlas y cocos por frutos de la civilización tales como cuentas de cristal, espejos, hachas y enfermedades sexuales, después se dedicaba a construir enormes barcos de bambú a escala con la esperanza de atraer otra vez este cargamento mágico. Por supuesto, eran demasiado ignorantes y crédulos como para saber que simplemente construyendo la forma no se obtiene la sustancia…