Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

Colocó un pulgar sobre el tapón de corcho y agitó el frasco vigorosamente. Se oyó un estrépito cuando el catedrático de Estudios Indefinidos y el Prefecto Mayor trataron de meterse bajo la misma mesa.

—Y estos individuos parecen haberla tomado con ella, por alguna razón —dijo, acercándose a la cubeta.

—Prefiero una salsa que no requiera que uno evite hacer movimientos bruscos durante la primera media hora después de tomarla —dijo entre dientes el decano.

—Y que no se pueda usar para romper rocas pequeñas —dijo el Prefecto Mayor.

—Ni para librarse de las raíces de plantas —dijo el catedrático de Estudios Indefinidos.

—Y que no esté ilegalizada en tres ciudades —dijo el conferenciante de Runas Recientes.

Ridcully descorchó con cuidado el frasco. Hubo un breve susurro de aire colándose dentro.

Dejó que cayeran unas cuantas gotas en la cubeta. No pasó nada.

Dejó caer una porción más generosa. La mezcla siguió irremediablemente inerte.

Ridcully olisqueó la botella con recelo.

—Me pregunto si habré añadido bastante wahooni rallada —dijo, y entonces volcó la salsa y dejó que la mayor parte resbalara por el vaso hasta unirse a la mezcla.

Y simplemente hizo: «Gluuup».

Los magos empezaron a ponerse de pie y a sacudirse la ropa, dedicándose entre ellos esas sonrisas más bien avergonzadas de la gente que sabe que acaba de formar parte de un equipo de ha-cer-el-ridículo sincronizado.

—Sé que hace bastante tiempo que teníamos guardada esa asafétida —dijo Ridcully. Le dio la vuelta al frasco, mirándolo con cara triste.

Por fin lo volcó por última vez y le dio unos golpes fuertes en la base.

Un hilillo de salsa llegó a la boca del frasco y se quedó allí reluciendo durante un momento. Luego empezó a formar un goterón.

Como atraídas por cordeles invisibles, las cabezas de los magos se giraron para mirarlo.

Los magos no serían magos si no pudieran ver un poquito en el futuro.

Mientras el goterón se hinchaba y empezaba a adoptar forma de pera, se giraron y, con una velocidad sorprendente para tratarse de hombres tan ricos en años y en panzas, empezaron a lanzarse al suelo.

La gota cayó.

Hizo: «Gluuup».

Y eso fue todo.

Ridcully, que había estado quieto como una estatua, relajó los hombros, aliviado.

—No sé —dijo, dándose la vuelta—. Me gustaría que mostrarais un poco más de agallas…

La bola de fuego lo levantó del suelo. Luego se elevó hasta el techo, donde se extendió por todo lo ancho y desapareció con un «pop», dejando un crisantemo perfecto de yeso chamuscado.

Una luz blanca y pura llenó la sala. Y se oyó un ruido.

TILÍN. TILÍN.

FIZZ.

Los magos se arriesgaron a mirar a su alrededor.

La cubeta resplandecía. Estaba llena de un resplandor líquido que burbujeaba suavemente y soltaba destellos como si fuera un diamante giratorio.

—Caray… —jadeó el conferenciante de Runas Recientes.

Ridcully se levantó del suelo. Los magos tienden a rodar bastante bien, o por lo menos están lo bastante bien acolchados como para rebotar.

Lentamente, y mientras el brillo parpadeante proyectaba sus largas sombras en las paredes, los magos gravitaron hacia la cubeta.

—Bueno, entonces, ¿qué es eso? —preguntó el decano.

—Me acuerdo de que mi padre me dio un consejo muy bueno sobre la bebida —dijo Ridcully—. Me dijo: «Hijo, nunca bebas ninguna bebida con una sombrilla de papel dentro, nunca bebas ninguna bebida con un nombre humorístico y nunca bebas ninguna bebida que cambie de color cuando se le añade el último ingrediente. Y nunca, nunca hagas esto…».

Metió el dedo en la cubeta.

El dedo salió con una gota reluciente en la punta.

—Cuidado, archicanciller —avisó el decano—. Lo que tiene ahí podría representar la sobriedad en estado puro.

Ridcully se detuvo cuando ya tenía el dedo a medio camino de los labios.

—Tienes razón —dijo—. No quiero empezar a estar sobrio a esta edad. —Miró a su alrededor—. ¿Cómo solemos probar las cosas?

—Por lo general pedimos voluntarios entre los estudiantes —dijo el decano.

—¿Y qué pasa si no encontramos a ninguno?

—Se lo damos de todas maneras.

—¿Eso no es un poco antiético?

—No si no se lo decimos, archicanciller.

—Ah, bien pensado.

—Yo lo probaré —murmuró el oh dios.

—¿Algo que han preparado estos paya… estos caballeros? —dijo Susan—. ¡Te puede matar!

—Seguro que tú nunca has tenido una resaca —dijo el oh dios—. Si la hubieras tenido no dirías esas tonterías.

Fue dando tumbos hasta la cubeta, consiguió agarrarla al segundo intento y se bebió todo su contenido.

—Ahora va a haber fuegos artificiales —dijo el cuervo, desde el hombro de Susan—. Llamas saliendo de la boca, gritos, agarrarse la garganta, tumbarse debajo del grifo del agua fría, esas cosas…

* * *

La Muerte descubrió, asombrado, que tratar con la cola de visitantes era muy agradable. Hasta ese momento prácticamente nadie se había alegrado nunca de verlo.

¡SIGUIENTE! ¿Y CÓMO TE LLAMAS TÚ, PEQUEÑA… —Vaciló, pero recobró la compostura y continuó…—PERSONA?

—Nobby Nobbs, Papá Puerco —dijo Nobby.

¿Eran imaginaciones suyas, o aquella rodilla en la que se estaba sentando era mucho más huesuda de lo que debería? Sus nalgas discutieron con su cerebro y este las hizo sentarse y callar.

¿Y HAS SIDO UN BUEN NIÑ… UN BUEN ENA… UN BUEN GNO… UN BUEN INDIVIDUO?

Y de pronto Nobby descubrió que no tenía ningún control sobre su lengua. Actuando por cuenta propia, atenazada por una compulsión terrible, la lengua dijo:

—Zí.

Forcejeó para recobrar el control mientras la voz enorme continuaba:

Y SUPONGO QUE ESPERAS UN REGALO POR HABER SIDO UN BUEN MON… UN BUEN HUM… UN BUEN INDIVIDUO MASCULINO, ¿NO?

«Aja, ahora sí que te tengo pillado, no te vas a quedar conmigo esta vez, abuelete, seguro que no te acuerdas del sótano que había detrás del taller de cordones de zapatos en la calle Viejos Remendones, ¿eh?, todas aquellas mañanas de la Vigilia de los Puercos con un pequeño agujero en mi mundo, ¿eh?»

Las palabras subieron por la garganta de Nobby pero fueron subyugadas por algo muy antiguo antes de llegar a su laringe, y para su asombro se tradujeron en:

—Zí.

¿ALGO BONITO?

—ZÍ.

Ya apenas quedaba nada de la voluntad consciente de Nobby. El mundo había quedado reducido a nada más que su alma desnuda y Papá Puerco, que llenaba el universo.

Y CLARO ESTÁ, VAS A SER BUENO DURANTE OTRO AÑO, ¿VERDAD?

Lo poco que quedaba de Nobbytud básica quiso preguntar: «Esto… ¿exactamente cómo define usted «bueno»? O sea, pongamos por caso que hay una cosa que nadie echaría en falta, ¿vale? O por ejemplo, digamos que un amigo mío está patrullando, por poner un caso, y se encuentra con que un tendero se ha dejado abierta la puerta de su tienda por la noche. O sea, que puede entrar cualquiera, ya me entiende, y supongamos que este amigo mío se lleva un par de cosas, como una propina, por decirlo de alguna manera, y luego llama al tendero y lo avisa de que baje a cerrar con llave, eso cuenta como «bueno», ¿verdad?»

Bueno y malo eran, según el modo de pensar de Nobby, términos estrechamente emparentados. La mayoría de sus parientes, sin ir más lejos, eran criminales. Pero nuevamente esta invitación al debate filosófico recibió una emboscada en algún lugar de su cabeza por parte del puro terror a la gran barba del cielo.

—Zí —chilló.

BUENO, ME PREGUNTO QUÉ REGALO QUIERES.

Nobby se rindió y permaneció sentado sin decir nada. Lo que fuera que iba a pasar a continuación iba a pasar, y él no podía hacer nada al respecto… Ahora mismo, la luz que brillaba al final de su túnel mental solamente mostraba más túnel.

AH, SÍ…

Papá Puerco metió la mano en su saco y sacó un regalo de forma extraña envuelto en papel festivo de la Vigilia de los Puercos, que, debido a alguna ligera confusión por parte del actual Papá Puerco, tenía cuervos risueños dibujados. El cabo Nobbs lo cogió con manos nerviosas.

¿QUÉ SE DICE?

—Gaziaz.

YA TE PUEDES IR, ANDA.

El cabo Nobbs se deslizó agradecido hasta el suelo y se abrió paso a empujones entre la multitud, deteniéndose únicamente cuando lo interceptó el agente Visita.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? ¡No he podido verlo!

—No lo sé —murmuró Nobby—. Me ha dado esto.

—¿Qué es?

—No lo sé.

Arrancó el papel decorado con cuervos.

—Es repugnante, todo este asunto —dijo el agente Visita—. Es la adoración de ídolos…

—¡Es una genuina ballesta Burleigh amp; Fuerte En El Brazo de doble acción con triple brazo de palanca, culata de nogal barnizado y laterales de plata labrada!

—… la tosca mercantilización de una fecha cuyo significado es puramente astronómico —dijo Visita, que casi nunca prestaba atención cuando estaba en plena denuncia—. En caso de que deba celebrarse en absoluto, entonces…

—¡La vi en Arcos y Munición ¡Fue el número uno en la categoría «Qué comprar cuando se muera el ricachón tío Sidney»! ¡Al reseñista le tuvieron que romper los dos brazos para que la soltara!

—… se tendría que celebrar con un pequeño servicio cargado de…

—¡Debe de costar más de un año de salario! ¡Solamente las hacen por encargo! ¡Hay que esperar una eternidad!

—… significado religioso. —El agente Visita se dio cuenta de que aquello era un diálogo de besugos—. ¿No vamos a detener a ese impostor, cabo? —preguntó.

El cabo Nobbs lo miró aturdido a través de las nieblas del orgullo posesivo.

—Tú eres extranjero, Coladas —dijo—. No puedo esperar de ti que entiendas el verdadero significado de la Vigilia de los Puercos.

* * *

El oh dios parpadeó.

—Ah —dijo—. Ya estoy mejor. Oh, sí. Mucho mejor. Gracias.

Los magos, que compartían la fe del cuervo en las convenciones narrativas esenciales de la vida, lo miraron con cautela.

—En cualquier momento —dijo el conferenciante de Runas Recientes en tono de certeza— va a empezar a soltar alguna clase de grito raro…

—¿Saben? —dijo el oh dios—. Creo que quizá pudiera comerme un huevo pasado por agua.

—… o tal vez empiecen a girarle las orejas…

—Y a lo mejor me bebería un vaso de leche —dijo el oh dios.

Ridcully pareció perplejo.

—¿De verdad se encuentra mejor? —preguntó.

—Oh, sí —dijo el oh dios—. Hasta creo que podría arriesgarme a sonreír sin que se me caiga la tapa de los sesos.

—No, no, no —dijo el decano—. Esto no puede estar bien. Todo el mundo sabe que una buena cura para la resaca tiene que implicar un montón de gritos humorísticos, etcétera.

—Tal vez podría contarles un chiste —dijo el oh dios con cautela.

—¿No siente usted el deseo irrefrenable de salir corriendo y meter la cabeza en un barril de agua? —preguntó Ridcully.

—Esto… pues no —dijo el oh dios—. Pero me comería una tostada, si eso les es de ayuda.

El decano se quitó el sombrero y sacó un taumómetro de la punta.

—Algo ha pasado —dijo—. Ha habido una oleada táumica enorme.

—¿No le ha notado un saborcillo… bueno, picante? —preguntó Ridcully.

—La verdad es que no sabía a nada —respondió el oh dios.

—Oh, miren, es evidente —dijo Susan—. Cuando el Dios del Vino bebe, Bilioso recibe las repercusiones, así que si el Dios de las Resacas se bebe una cura para la resaca, entonces los efectos tienen que saltar de vuelta por el mismo canal.

—Eso podría ser verdad —dijo el decano—. Al fin y al cabo, él es básicamente un conducto.

—Yo siempre me he considerado más bien un tubo —dijo el oh dios.

—No, no, ella tiene razón —dijo Ridcully—. Cuando el otro bebe, este joven se lleva los resultados desagradables. Así que lógicamente, cuando nuestro amigo recibe una cura para la resaca, los efectos secundarios deberían regresar por el mismo camino…

—Alguien ha mencionado una bola de cristal hace un momento —dijo el oh dios con una voz que de repente resonaba a venganza—. Esto sí lo quiero ver…

* * *

Era una bebida enorme. Una bebida muy grande y muy larga. Era uno de esos cócteles especiales en los que cada uno de los ingredientes, muy viscosos y muy fuertes, se vertía muy despacio para que formase capa sobre los anteriores. Las bebidas de este tipo tienden a recibir nombres como Semáforo o La Venganza del Arco Iris o, en lugares donde la verdad se tiene en más alta estima, Hola Y Adiós, Doña Neurona.

Además, aquella bebida tenía una hoja de lechuga flotando dentro. Y una rodaja de limón y también un trozo de piña engarzados coquetamente a un lado de la copa, que tenía el borde impregnado de azúcar escarchado. Había dos sombrillas de papel, una rosa y otra azul, y cada una de ellas tenía una guinda en la punta.

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