Papá Puerco (Mundodisco, #20) – Terry Pratchett

—Entonces, ¿el muérdago, de hecho, simboliza el muérdago?

—Exacto, archicanciller —dijo el Prefecto Mayor, que ahora se agarraba a un clavo ardiendo.

—Qué curioso —dijo Ridcully, en el mismo tono pensativo—. O bien esa afirmación es tan profunda que se tardaría una vida entera en comprender del todo cada partícula de su significado, o bien es una chorrada como la copa de un pino. Me pregunto cuál de las dos cosas es.

—Podría ser ambas —dijo el Prefecto Mayor a la desesperada.

—Y ese comentario —dijo Ridcully— podría ser muy agudo o bien muy vulgar.

—Podría ser amb…

—No te pases, Prefecto Mayor.

Se oyeron unos golpes en la puerta de afuera.

—Ah, deben de ser los cantores de villancicos —dijo el Prefecto Mayor, agradeciendo la distracción—. Siempre vienen a visitarnos nada más empezar el año. Yo siempre he tenido predilección por «Los chicos Lily-white», ya sabe.

El archicanciller echó un vistazo hacia arriba en dirección al muérdago, le echó una mirada severa al hombre sonriente y por fin descubrió la pequeña rejilla que había en la puerta.

—A ver, villanciqueros… —empezó a decir—. Oh. Vaya, tengo que decir que podrías haber elegido un momento mejor…

Una figura encapuchada atravesó la madera de la puerta, cargando con un bulto inerte al hombro.

El Prefecto Mayor retrocedió apresuradamente.

—Oh… no, esta noche no…

Y luego se dio cuenta de que lo que había tomado por una túnica tenía encaje en la parte de abajo, y que la capucha, aunque definitivamente era una capucha, era sin embargo más elegante que la otra con que la había confundido al principio.

—¿Vienes a hacer una entrega o ‘a llevarte algo? —preguntó Ridcully.

Susan se echó la capucha hacia atrás.

—Necesito que me ayude, señor Ridcully.

—Eres… ¿no eres la nieta de la Muerte? —preguntó Ridcully—. ¿No te conocí yo hace unos…?

—Sí —suspiró Susan.

—Y… ¿estás echándole una mano? —quiso saber Ridcully. Sus cejas hicieron un gesto en dirección a la figura que dormía echada sobre el hombro de ella.

—Necesito que lo despierte usted —dijo Susan.

—¿Se refiere a que haga alguna clase de milagro? —preguntó el Prefecto Mayor, que estaba un poco más atrás.

—No está muerto —dijo Susan—. Solamente descansando.

—Eso es lo que dicen todos —dijo el Prefecto Mayor con voz trémula.

Ridcully, que era un poco más práctico, levantó la cabeza del oh dios. Se oyó un gemido.

—Parece que se encuentra un poco mal —dijo.

—Es el Dios de las Resacas —dijo Susan—. El Oh Dios de las Resacas.

—¿De veras? —dijo Ridcully—. Yo nunca he tenido ninguna. Es raro, puedo pasarme la noche bebiendo y por la mañana encontrarme tan fresco como una rosa.

El oh dios abrió los ojos. Luego se irguió en dirección a Ridcully y empezó a golpearle el pecho con los dos puños.

—¡Maldito, maldito hijo de puta! ¡Te odio te odio te odio te odio…!

Cerró los ojos y se resbaló hasta el suelo.

—¿A qué ha venido eso? —preguntó Ridcully.

—Creo que ha sido una especie de reacción nerviosa —respondió Susan, diplomáticamente—. Esta noche está pasando algo malo. Confío en que él pueda contarme de qué se trata. Pero primero tiene que ser capaz de pensar con claridad.

—¿Y lo has traído aquí? —preguntó Ridcully.

* * *

JO. JO. JO. SÍ, CLARO, HOLA, PEQUEÑO NIÑO LLAMADO VERRUGA GRUMOSA. QUÉ NOMBRE TAN ENCANTADOR. ¿Y TIENES SIETE AÑOS, SI NO ME EQUIVOCO? BIEN. SÍ, YA SÉ. QUE LO HIZO POR TODO ESE SUELO TAN LIMPIO, SÍ. LOS CERDOS DE VERDAD HACEN ESAS COSAS. ES LO QUE TIENEN, LOS CERDOS DE VERDAD. AQUÍ TIENES, NO SE MERECEN. FELIZ VLGILIA DE LOS PUERCOS Y PÓRTATE BIEN. YO SÉ SI TE ESTÁS PORTANDO BIEN O MAL, YA SABES. JO. JO. JO.

—Vaya, a esa pequeña vida sí que le ha puesto usted un poco de magia —dijo Albert, mientras al siguiente niño se lo llevaban a toda prisa.

LO QUE ME GUSTA ES LA EXPRESIÓN DE SUS CARITAS, dijo Papá Puerco.

—¿Se refiere a esa especie de miedo y alarma y a que no saben si reír o llorar o mojarse los pantalones?

SÍ. A ESO LE LLAMO YO CREENCIA.

* * *

Llevaron al oh dios a la Gran Sala y lo pusieron sobre un banco. Los magos del claustro se apiñaron a su alrededor, dispuestos a ayudar a aquellos menos afortunados a seguir en dicho estado,

—Yo sé lo que va bien para la resaca —dijo el decano, que estaba con ganas de fiesta.

Los demás lo miraron con cara expectante.

—¡Beber mucho la noche antes! —dijo.

Y les dedicó una sonrisa.

—Ha sido una buena broma tipo juego de palabras —dijo, para romper el silencio.

El silencio regresó.

—Muy gracioso —dijo Ridcully.

Se dio la vuelta y miró al oh dios con cara pensativa.

—Dicen que los huevos crudos van bien… —fulminó con la mirada al decano—… quiero decir mal para la resaca —aclaró.

Y el zumo de naranja recién exprimido.

—Café klatchiano —dijo el conferenciante de Runas Recientes, en tono firme.

—Pero este tipo no solamente tiene su propia resaca, tiene la resaca de todo el mundo —dijo Ridcully.

—Ya lo he probado —murmuró el oh dios—. Simplemente me da ganas de suicidarme y vomitar.

—¿Y una mezcla de mostaza y rábano picante? —preguntó el catedrático de Estudios Indefinidos—. Con crema, si puede ser. Y con anchoas.

—Yogur —dijo el tesorero. Ridcully lo miró, sorprendido.

—Eso ha sonado casi relevante —dijo—. Bien hecho. Yo lo dejaría ahí si fuera tú, tesorero. Hum. Por supuesto, mi tío siempre llegaba a las manos con la salsa Guau-Guau —añadió.

—¿No se refiere a que echaba mano de? —dijo el conferenciante de Runas Recientes.

—Posiblemente las dos cosas —dijo Ridcully—. Sé que una vez se bebió un frasco entero de ella para quitarse la resaca y ciertamente parece que se curó. Parecía muy en paz cuando vinieron a amortajarlo.

—Corteza de sauce —dijo el tesorero.

—Eso es buena idea —dijo el conferenciante de Runas Recientes—. Es un analgésico.

—¿En serio? Bueno, puede, aunque probablemente sea mejor que se lo demos por la boca —dijo Ridcully—. Oye, ¿te encuentras bien, tesorero? Pareces un poco coherente.

El oh dios abrió sus ojos legañosos.

—¿Van a ayudarme todas esas cosas? —murmuró.

—Probablemente te matarán —dijo Susan.

—Ah. Bien.

—Podemos añadir el Potenciador de Englebert —dijo el decano—. ¿Se acuerdan de cuando Modo puso un poco en sus guisantes? ¡Solamente nos pudimos comer uno por cabeza!

—¿No pueden hacer algo más, bueno, mágico? —dijo Susan—. ¿Sacarle el alcohol del cuerpo con magia o algo así?

—Sí, pero a estas alturas ya no es alcohol, ¿verdad? —dijo Ridcully—. Ya se habrá convertido en un montón de pequeños venenos asquerosos bailando en su hígado.

—El Divisor Apacible de Spold serviría —dijo el conferenciante de Runas Recientes—. Y es muy simple. Terminas con una cubeta grande llena de toda la porquería. No es nada complicado, si no le importan a uno los efectos secundarios.

—Hábleme de los efectos secundarios —dijo Susan, que no era la primera vez que hablaba con magos.

—El principal es que el resto de él terminaría en otra cubeta algo más grande —dijo el conferenciante de Runas Recientes.

—¿Vivo?

El conferenciante de Runas Recientes arrugó la cara e hizo un gesto con las manos.

—A grandes rasgos, sí —dijo—. Sería tejido vivo, cierto. Y definitivamente sobrio.

—Creo que teníamos en mente algo que lo dejara con la misma forma y todavía respirando —dijo Susan.

—Bueno, eso tendría que haberlo dicho…

Y entonces el decano repitió ese mantra que tanto ha influido en el avance del conocimiento a través de los tiempos.

—¿Por qué no lo mezclamos absolutamente todo y vemos qué pasa? —preguntó.

Y Ridcully contestó con la respuesta tradicional.

—Vale la pena intentarlo —dijo.

La enorme cubeta de cristal para preparar la cura estaba colocada en un pedestal en medio de la sala. A los magos ya de por sí les gustaba convertir cualquier cosa en una ceremonia, pero en aquel caso tenían la sensación instintiva de que si iban a curar la resaca más grande del mundo lo tenían que hacer con estilo.

Susan y Bilioso observaron cómo iban añadiendo los ingredientes. Más o menos en mitad del proceso la mezcla, que era de un color entre naranja y marrón, hizo: «Gluuup».

—No me parece que esté mejorando mucho —dijo el conferenciante de Runas Recientes.

El Potenciador de Englebert era el penúltimo ingrediente. El decano dejó caer una bola verdusca de luz que se hundió bajo la superficie. El único efecto aparente fue que unas burbujas purpúreas subieron reptando por los costados de la cubeta y cayeron al suelo.

—¿Y eso es todo? —preguntó el oh dios.

—Creo que probablemente el yogur no fuera buena idea —dijo el decano.

—Yo eso de ahí no me lo bebo —dijo Bilioso en tono firme, y luego se agarró la cabeza.

—Pero es prácticamente imposible matar a los dioses, ¿no es verdad? —dijo el decano.

—Oh, bien —murmuró Bilioso—. Entonces ¿por qué no meterme las piernas en una trituradora de metales?

—Bueno, si cree usted que puede ayudar…

—Yo ya esperaba cierta resistencia por parte del paciente —dijo el archicanciller. Se quitó el sombrero y pescó una pequeña bola de cristal de un bolsillo del forro—. Veamos qué está haciendo en estos momentos el Dios del Vino, ¿de acuerdo? No tendría que ser difícil localizar a un dios amante de la diversión como él en una noche como esta…

Sopló el cristal y le sacó brillo. Luego puso cara de alegría.

—¡Vaya, aquí está el muy pillo! En Dunmanifestin, creo. Sí… sí… reclinado en su poltrona, rodeado de ménades desnudas.

—¿De qué? ¿De manadas? —preguntó el decano.

—Se refiere a… excitables mujeres jóvenes —dijo Susan. Y le dio la impresión de que se producía un movimiento generalizado entre los magos, una especie de acercamiento despreocupado hacia la bola resplandeciente.

—No veo muy bien qué está haciendo… —dijo Ridcully.

—A ver si lo puedo distinguir yo —dijo el Catedrático de Estudios Indefinidos en tono esperanzado. Ridcully se giró a medias para mantener la bola fuera de su alcance.

—Ah, sí —dijo—. Parece que está bebiendo… sí, podría ser cerveza clara con jugo de grosella, si no me equivoco…

—Oh, yo… —gimió el oh dios.

—Esas jovencitas de las que hablaba… —empezó a decir el conferenciante de Runas Recientes.

—Veo que hay algunas botellas sobre la mesa —continuó Ridcully—. Esa de ahí, hum, sí, podría ser esfumino, que, como sabe usted, se hace con manzanas…

—Sobre todo manzanas —intervino el decano—. En cuanto a esas pobres chicas desquiciadas…

El oh dios se desplomó de rodillas.

—… Y hay… esa bebida, ya sabe, la que tiene un gusano dentro de la botella…

—Oh, yo…

—… Y… hay un vaso vacío, uno grande, no puedo ver qué contenía, pero tiene dentro una sombrillita de papel. Y unas guindas pinchadas en un palito. Oh, y un monito muy gracioso.

—… ooohbh…

—… Por supuesto, también hay otras muchas botellas —dijo Ridcully jovialmente—. Bebidas de colores distintos, principalmente. De esas que se hacen con melones y cocos y chocolate y cosas de esas, ya me entiende. Lo curioso es que todos los vasos de la mesa son de tamaño pinta.

Bilioso cayó hacia delante.

—Muy bien —murmuró—. Me beberé ese maldito mejunje.

—Todavía no está listo del todo —dijo Ridcully—. Ah, gracias, Modo.

Modo entró de puntillas, empujando un carrito. Sobre el carrito había un gran cuenco de metal, y dentro del mismo un frasquito en medio de un montón de hielo triturado.

—Lo acababa de preparar para la cena de la Vigilia de los Puercos —dijo Ridcully—. No ha tenido mucho tiempo de madurar.

Dejó el cristal y rebuscó en su sombrero hasta sacar un par de guantes gruesos.

Los magos se dispersaron como los pétalos de una flor que se abre. Habían estado todos congregados alrededor de Ridcully y ahora de pronto estaban parapetados tras diversos muebles robustos.

Susan tuvo la sensación de que estaba presenciando una ceremonia y de que nadie le había explicado las normas.

—¿Qué es eso? —preguntó, mientras Ridcully levantaba con cuidado el frasquito.

—Salsa Guau-Guau —dijo Ridcully—. El mejor condimento conocido por el hombre. Un acompañamiento ideal para la carne, el pescado, las aves, los huevos y muchas clases de platos de verduras. Aunque no es seguro beberla cuando todavía se está condensando el líquido en el frasco. —Le echó un vistazo al frasco y luego lo frotó, causando un ruido chirriante de cristal—. Por otro lado —dijo alegremente—, si es un remedio de los que te curan o te matan, entonces, dado que el paciente es prácticamente inmortal, probablemente tenemos las de ganar.

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