Pánico – Jeff Abbott

–No.

Evan golpeó a Gabriel en la sien con la pistola una vez, dos veces, tres, cuatro. A la quinta, Gabriel se quedó sin fuerzas; tenía la sien cortada y magullada. Evan golpeó de nuevo a Gabriel en la cabeza y esperó. Contó hasta cien. Gabriel estaba fuera de combate.

Conteniendo el aliento, Evan dejó la pistola. Gabriel no se movía. Metió la mano en el bolsillo izquierdo de su pantalón, hurgó entre las monedas y adivinó la forma de las llaves.

–Mentiroso -le dijo a Gabriel, quien seguía inconsciente.

Tiró de un aro del que colgaba una llave pequeña y otra más grande, la de la puerta de la habitación. Evan apartó al hombre de una patada e introdujo la llave pequeña en la cerradura de las esposas.

Las esposas se abrieron. Evan rodó sobre la cama, el brazo le ardía de dolor. Lo sostenía contra el cuerpo, sin estar seguro de si estaba roto o dislocado. No: tenerlo roto sería una agonía. Le dolía, pero estaba ileso. Arrastró a Gabriel hasta el cabecero de la cama y esposó su mano a él. Le comprobó el pulso en el cuello. Sintió bajo los dedos un latido estable.

Con manos temblorosas, apuntó con la pistola hacia la puerta. Esperó. Se preparó para disparar si alguien lo atacaba para rescatar a Gabriel. Se dijo a sí mismo que podía hacerlo, tenía que hacerlo. Sabía disparar, su padre le había enseñado siendo un adolescente. Pero no había disparado una pistola en cinco años. Y nunca a un ser humano.

Pasó un minuto. Otro. No se escuchaban sonidos en la casa.

Divisó una pequeña tarjeta sobre la cama, cerca del pasaporte sudafricano. Debió de caérsele a Gabriel del bolsillo de la camisa o del pantalón durante la pelea. Era un carné emitido por el gobierno, desgastado por el tiempo y por el uso. Gabriel parecía quince años más joven.

Joaquín Montoya Gabriel. Agencia Central de Inteligencia. Ese loco gilipollas estaba diciendo la verdad. O al menos en parte. Pero si era de la CIA, ¿por qué estaba trabajando solo?

Respiró profundamente. Se metió el pasaporte y el carné en el bolsillo de atrás. Salió por la puerta del dormitorio y luego se detuvo en el oscuro pasillo. «Tranquilízate, tranquilízate, hazlo por tu madre.» Le dolían muchísimo el brazo y la mano, y también la cabeza. Una vez terminada la pelea, en la casa a oscuras, por unos instantes el miedo volvió a invadirlo.

Una luz tenue brillaba desde la zona abierta del piso de abajo; Evan estaba en un segundo piso de lo que parecía ser una casa espaciosa. Una alfombra tupida y gruesa cubría el pasillo; más arte de lujo en las paredes. El aire acondicionado emitía un ronroneo. Abajo se escuchaba el leve susurro de la televisión.

Se puso de cuclillas, apuntando con la pistola hacia delante y escuchando. Cogió fuerzas, respirando dos veces profundamente, y bajó con sigilo las escaleras. «¿Qué debo hacer ahora? Sigue luchando. Es lo que has elegido.»

Pero ahora no tenía nada con lo que pactar para salvar su vida. Jargo, si es que éste era uno de los hombres de la casa, había robado o destruido los datos. Los archivos, si alguna vez existieron, habían desaparecido.

Evan llegó a la última escalera cuando pensó: «Tonto del culo, deberías haber amordazado a Gabriel. Se despertará y pedirá ayuda a gritos mientras tú te acercas a algún compinche en el piso de abajo».

Pero ya había ido demasiado lejos para volver atrás. Sabía que su corazón ya no dudaría y que podría disparar a cualquiera que intentase detenerlo. Esperaba acordarse de apuntar a las piernas, a menos que el otro tío tuviese un arma, si era así apuntaría al pecho. Es amplio, sería fácil acertar. «Recuerda tomarte un segundo para apuntar, apretar y prepararte para la patada.» Esperó disponer de aquel segundo. El objetivo de prácticas de tiro nunca le había devuelto el disparo.

Evan entró en el estudio con la pistola preparada para disparar. En la esquina había un televisor de pantalla ancha, junto a una vistosa chimenea de piedra. Un espacio publicitario anunciaba el último producto farmacéutico sin el que no podías vivir, siempre y cuando te arriesgases a sufrir por lo menos diez efectos secundarios. Luego sonó la melodía de la CNN y el presentador principal comenzó a contar una historia sobre un bombardeo en Israel.

Caminó pegado a la pared, miró en el interior de una elaborada cocina. Vacía. Había comida sobre la barra: un sandwich de jamón, un vaso de agua helada, un montón de patatas fritas de bolsa y una chocolatina Snickers. Probablemente su propia comida si hubiese cooperado con Gabriel.

Comprobó la parte trasera de la casa y se detuvo en una cómoda con la parte superior de mármol sobre la que había un puñado de fotos de familia. Gabriel posaba con dos chicas lo suficientemente jóvenes como para ser sus nietas.

No había nadie. Los únicos sonidos eran el aire acondicionado y la CNN, que comenzaba una historia sobre un extraño homicidio y un secuestro en Texas.

Evan corrió de nuevo al estudio y vio su cara en la televisión. Era la foto de su permiso de conducir de Texas; no era demasiado mala y de hecho era bastante fiel a su aspecto: pelo rubio desgreñado, pómulos altos, ojos color avellana, labios finos y el pequeño aro en la oreja. Los subtítulos informativos que aparecían bajo su cara decían: «Director de cine desaparecido». El presentador de las noticias dijo:

–La policía todavía busca a Evan Casher, el director de cine nominado a un Óscar, después de que su madre muriera estrangulada en su casa de Austin, Texas. Un hombre armado secuestró a Casher del coche patrulla, agrediendo a dos oficiales.

»Casher, director de dos aclamados documentales, destacó con El más mínimo problema, su debut, una mordaz revelación sobre un oficial de policía corrupto que incriminó a un antiguo camello. Junto a mí está Roberto Sánchez, agente especial del FBI.

Roberto Sánchez tenía el aspecto de un político: corte de pelo perfecto y una expresión que decía «Soy la persona más competente de la tierra». El presentador fue al meollo del asunto:

–Agente Sánchez, ¿es posible que quienquiera que secuestrase a Evan Casher sea el responsable de la muerte de Donna Casher? Quiero decir, el señor Casher era el único testigo y luego se lo llevaron directamente de manos de la policía.

–No estamos preparados para especular sobre los motivos, pero nos preocupa la seguridad del señor Casher.

–¿Existe alguna posibilidad de que no se trate de un secuestro convencional, sino que Evan Casher haya sido alejado de la policía por ser sospechoso del asesinato de su madre? – aventuró el presentador.

–No, no es sospechoso. Obviamente es una persona que nos interesa porque encontró el cuerpo de su madre y no hemos tenido la oportunidad de tener una conversación completa con él, pero no tenemos razones para pensar que estuviera involucrado. Nos gustaría hablar con el padre del señor Casher, Mitchell Casher, pero no hemos podido localizarlo. Creemos que estaba en Australia esta semana, pero no podemos dar más detalles.

En la pantalla apareció una foto de Mitchell al lado de la de Evan. Su padre desaparecido.

–¿Por qué se ha encargado al FBI la investigación? – preguntó el presentador.

–Tenemos recursos de los que la policía de Austin carece -respondió Sánchez-. Nos pidieron ayuda.

–¿Alguna idea del motivo del asesinato?

–En este momento, no.

–También tenemos retratos policiales del hombre que supuestamente atacó a los dos oficiales de policía de Austin y se llevó secuestrado a Evan Casher -dijo el locutor, y la imagen cambió de Evan y Mitchell Casher a un dibujo de Gabriel hecho a lápiz.

–¿Alguna pista sobre este hombre? – preguntó el presentador.

–No, todavía no.

–Pero la policía de Austin encontró el coche que utilizó para secuestrar a Evan Casher, ¿es eso correcto? Un informe filtrado de la policía de Austin afirma que un Ford sedán azul que se corresponde con la descripción del coche del secuestrador fue encontrado en un aparcamiento cercano, donde otro coche había sido robado. Según informaron en la radio, las huellas de Evan Casher estaban en la radio del coche del secuestrador. Si estaba escogiendo la música no había sido secuestrado, ¿no? – Ahora el presentador intentaba reescribir la noticia, sazonándola con insinuaciones.

Sánchez movió la cabeza y lo miró de forma severa.

–No podemos comentar filtraciones. Por supuesto, si cualquiera tiene detalles sobre este caso nos gustaría que se pusiese en contacto con el FBI.

La matrícula del coche robado y el número de teléfono del FBI aparecieron debajo de la foto de Evan.

–En caso de que Evan Casher haya sido secuestrado, ¿qué les diría a los secuestradores? – preguntó el presentador.

–Bueno, lo que diríamos en cualquier situación: les pediríamos que liberasen al señor Casher ileso y que se pusieran en contacto con nosotros si tuviesen cualquier petición. O si el señor Casher puede ponerse directamente en contacto con nosotros, que lo único que queremos es ayudarle.

–Gracias, agente especial del FBI Roberto Sánchez -dijo el presentador-. Nuestra corresponsal, Amelia Crosby, habló con el ex camello que fue la inspiración para el documental de Evan Casher.

La cámara enfocó a un hombre joven negro, de unos treinta años, que parecía incómodo con traje y corbata. El subtítulo decía: James Shores, El Turbio.

–Señor Shores, usted conoce a Evan Casher desde que hizo la película sobre cómo fue usted acusado injusta y precipitadamente por un investigador de narcóticos corrupto. ¿Qué cree usted que puede estar detrás de la extraña desaparición de Evan Casher?

–¡Oh, mierda! – exclamó Evan.

–Escuche, antes de nada, ese otro tío, su presentador, el que tiene el pelo como congelado sugiere que Evan Casher podría estar implicado en la muerte de su madre, eso es una auténtica (piiii).

El censor se lanzó en picado sobre la última palabra.

–¿Qué motivo podría tener cualquiera para hacerle daño al señor Casher o a su familia? – preguntó la voz del reportero-. A muchos agentes de la ley les molestó su documental sobre usted.

–No, señaló una verdadera manzana podrida, pero no es que acusase a todo el sistema penal ni nada.

–¿Tiene usted alguna teoría sobre qué podría haber llevado a su desaparición?

–Bueno, yo pensaría que quienquiera que mató a su madre no quería que hablase sobre lo que vio. Lo que me preocupa es que la policía dejase tirao a Evan, permitiendo que lo secuestrasen. Creo que deberían observar de cerca a esos policías y cómo (piiii) dejaron que se llevasen a Evan, porque a muchos polis no les gusta que aireen sus trapos sucios, incluso aunque no sean de su departamento, y…

El reportero intentó hablar por encima de El Turbio, sin éxito.

–… todo lo que digo es que la policía tiene que demostrar que están buscando a Evan en serio.

–Evan Casher le salvó la vida, ¿verdad señor Shores?

–Mira, Evan tiene éxito porque puede ser la mayor mosca coj… (piiii). Evan Casher obtuvo un montón de fama y de dinero con mi desgracia. No compartió conmigo ninguna de sus ganancias. Me hizo promesas: que iba a ser famoso, que gracias a esta película podría empezar una carrera musical y todo eso es una (piiii). Todavía trabajo de guardia de seguridad.

El Turbio meneó la cabeza ante tal injusticia.

–Maldito ingrato -dijo Evan; utilizar su tragedia familiar como plataforma para quejarse.

–Está haciendo una nueva película sobre un jugador de póquer profesional y se supone que iba a presentarme a gente que me ayudaría a meterme en ese tipo de trabajo, y nunca lo hizo, por eso creo que está involucrado en algo de dinero ilegal de póquer, se ha metió en problemas él sólito.

Cuando El Turbio comenzó a airear su siguiente rencilla, el reportero le dio las gracias enérgicamente y dio paso al estudio en Nueva York para presentar a Kathleen Torrance como otra destacada joven directora de documentales. Había sido también novia de Evan durante sus días de estudiante en Rice, pero el reportero no se fijó en esa relación en particular, simplemente dijo «una compañera de la industria del cine». Su historia de amor se había enfriado cuando ella se mudó a Nueva York y había terminado cuando ella encontró otro novio director de cine. Hacía seis meses que no hablaba con ella, tras intercambiar unos incómodos saludos en el festival de cine de Los Ángeles.

–Señorita Torrance, usted conoce a Evan Casher bien -comenzó el reportero.

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