Iba a tener que llamar a Londres enseguida. Le habían mentido, y no estaba contento.
–Los archivos desaparecieron -dijo Dezz-. Si Evan está vivo no puede hacernos daño.
–Si Evan los tenía en el ordenador supongo que los habrá visto -adujo Jargo-. Puede dar nombres. Es un riesgo que no estoy dispuesto a correr.
Dezz se sentó en el sofá del apartamento. Daba vueltas a la Game Boy en sus manos. El aparato estaba cerrado. En la boca, jugaba con tres caramelos. Jargo se dio cuenta de que estaba enfadado y nervioso: lo habían interrumpido cuando estaba a punto de matar a alguien. Sin duda descargaría esa furia contenida contra la próxima persona que encontrara.
Se sentó junto a Dezz.
–Cálmate. Hicimos bien en escapar. Era una emboscada.
–Me pregunto quién le diría al tío de la escopeta que estábamos allí.
Dezz movía de un lado a otro el jarabe del caramelo en la boca.
Jargo fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua. Evan se parecía a su madre; no resultaba fácil matarlo. Pensó en la preciosa cara de Donna Casher, y en que no debería de haberla dejado aquellos dos minutos a solas con Dezz, mientras él iba en busca de su ordenador. Pensó en cómo le había dicho a Donna «Lo siento» después de matarla. Dezz necesitaba más autocontrol.
–Por las maletas deduzco que su madre le había dicho que tenían que huir. Sin duda, los archivos estaban en el ordenador de Evan, y ésa era la razón por la que tenían que huir. Tenía que ponerle un cohete en el culo para hacer que viniese rápido a casa. Deberías haber cogido su portátil.
Dezz abrió la Game Boy y jugueteó con los botones. Jargo lo dejó, aunque el ruidillo del juego le resultaba muy molesto. El opiáceo electrónico y la mejilla llena de caramelos calmaron al muchacho.
–Lo siento. Eso hubiese significado recibir un tiro. No importa, los archivos han desaparecido.
–Si Evan habla con la policía -dijo Jargo- estamos jodidos.
–No tiene pruebas. No nos vio las caras. Pensarán que se trataba de un robo.
La radio comenzó a contar una historia sobre dos policías que habían sido atacados y un testigo de un homicidio que había sido secuestrado. Dezz cerró la Game Boy. El reportero dijo que habían sido golpeados y estaban heridos, y dieron la descripción de Evan Casher y de un agresor calvo.
Jargo tamborileaba los dedos contra su vaso.
–Evan está vivo y nuestro amigo le dejó hablar con la policía antes de volver a atraparlo. Me pregunto por qué.
Dezz desenvolvió otro caramelo.
Jargo le quitó el caramelo de la mano de un manotazo.
–Mi teoría es que Donna sabía que estaba en peligro y contrató a alguien para que la protegiera. Ése es el que nos atacó. – Miró a Dezz con firmeza-. ¿Estás seguro de que no te reconoció mientras la seguías?
–Claro que no me reconoció, tuve mucho cuidado.
–Te dije que no la subestimases.
–No lo hice. Pero si este tipo es sólo un gorila a sueldo, ¿por qué vuelve para llevarse a Evan? Quien le pagaba estaba muerta. No tenía ninguna necesidad de arriesgar el cuello.
Jargo frunció el ceño.
–Ésa es una muy buena pregunta, y bastante inquietante, Dezz. Está claro que cree que Evan tiene algo que él quiere.
Dezz parpadeó.
–Entonces, ¿qué le decimos a Mitchell de su mujer? ¿O simplemente lo matas y no te molestas en darle explicaciones?
–Le diremos que llegamos tarde para salvarla. Que un asesino a sueldo la mató a ella y secuestró a su chico. Mitchell estará destrozado… será fácil de manipular.
Dezz se encogió de hombros.
–Vale. ¿Siguiente paso?
–Pensar a quién le pudo pedir ayuda Donna. Si le encontramos, encontraremos a Evan, y entonces le diremos que podemos llevarlo directamente a su padre. Es la distancia más corta entre dos puntos.
Llamaron a la puerta. Dos golpes secos rápidos y luego otros dos más despacio. Dezz caminó hacia la puerta pistola en mano.
El patrón se repitió y luego una voz dijo «Galletas de las exploradoras».
Dezz abrió la puerta. Esbozó una gran sonrisa.
–Hola exploradora.
Carrie Lindstrom entró, con la cara cansada y su cabello oscuro recogido en una cola de caballo; llevaba un pantalón vaquero y una camiseta metida por dentro. Miró alrededor y preguntó:
–¿Dónde está Evan?
Jargo la sentó y le contó lo que había ocurrido, describió al calvo según informaron en las noticias y según la ojeada fugaz de Dezz.
–¿Reconoces al tío?
–No, Evan no conoce a nadie que encaje con esa descripción, al menos en Houston.
Jargo la miró con dureza.
–Carrie, se suponía que tenías que encontrar esos archivos si Evan los tenía. Estaban en su ordenador. Yo mismo los vi. No hiciste tu trabajo.
–Lo juro…, no estaban allí.
A Jargo le gustaba ver el miedo en sus ojos.
–¿Cuándo los buscaste por última vez?
–Anoche. Fui a su casa, él estaba viendo una película y bebiendo vino. Le pregunté si podía mirar mi correo electrónico. Dijo que sí. Miré pero no había archivos nuevos en el sistema. Lo juro.
–¿Pasaste la noche con él?
–Sí.
–¿Te lo follaste bien? – preguntó Dezz con un tono de diversión en la voz.
–Cállate Dezz -dijo ella.
–Entonces, ¿cómo se escapó de ti en Houston? – le preguntó Jargo.
–Fui a buscar el desayuno. Paré al lado de mi casa; al volver había un tráfico tremendo. Cuando llegué a su casa ya se había ido. Dejó un mensaje en mi contestador diciendo que le había surgido una emergencia y se había marchado.
–Hoy accedí a tu buzón de voz. Escuché el mensaje que te dejó.
A Carrie le temblaba la mandíbula.
–¿Entraste en mi buzón de voz? No confías en mí.
–Carrie. Esta mañana estuve por lo menos dos horas sin saber nada de ti. Si no hubiese marcado tu buzón de voz no hubiera sabido que Evan se dirigía a Austin y que Donna podía escaparse. Gracias a Dios que lo hice. Su calle es difícil de vigilar y al parecer contrató a un gorila para ayudarla a escapar. Por culpa tuya hoy he perdido una hora preciosa.
–No comprobé mis mensajes. Lo siento. Yo…
–Los archivos que encontré estaban en el sistema de Evan desde esta mañana -dijo Jargo-. Así que te creo. Tienes suerte.
–Dijiste que pondrías a Evan y a su madre a salvo -dijo Carrie.
–Estás perdiendo la perspectiva -dijo Dezz-, dormir con él no fue una buena idea.
–No seas mamón. – Se giró hacia Jargo-. ¿Dónde está?
–Lo han secuestrado.
–¿Matasteis a su madre? – Su voz era débil.
–No, ya estaba muerta cuando llegamos. Evan entró, nosotros lo redujimos y buscamos su portátil. Encontramos los archivos y los borramos. Pero entonces nos atacaron y supongo que fue el asesino de Donna, que volvió a la escena por alguna razón.
Jargo observaba su cara para ver si se tragaba la mentira.
Ella cruzó los brazos.
–¿Quién se lo habrá llevado?
–Cualquiera que supiera que su madre tenía los archivos. Debió de intentar llegar a un acuerdo sobre ellos con la gente equivocada.
–Evan no sabe nada -dijo ella.
–Creo que te ha tomado el pelo. Su madre le envió esos archivos esta mañana y él los vio, sabe que en realidad no eres su querida novia. – Jargo detuvo el impulso de pegarle, de arruinar esa cara perfecta de porcelana, de lanzarla directamente por esa ventana de cristal-. Se deshizo de ti y escapó, y tú le dejaste porque eres tonta del culo, Carrie.
Ella abrió la boca, como si fuese a hablar, y luego la cerró.
–Carrie, te doy una última oportunidad. ¿Me estás contando todo lo que sabes? – preguntó Jargo.
–Sí.
–¿Lo llamaste esta mañana? – dijo, como si en realidad ya lo supiese.
–No -respondió ella-. ¿Vamos a ir tras él o no?
Jargo la observaba. Estaba decidiendo qué decir.
–Sí, porque la otra posibilidad es que sea la CIA quien haya atrapado a Evan. Ellos tienen más que perder. Tenían todas las razones para matar a su madre -dejó que las palabras se asentasen en la mente de ella-, igual que mataron a tus padres, Carrie.
El rostro indiferente de Carrie no se alteró.
–Tenemos que recuperar a Evan.
–Eso es mucho pedir -añadió Dezz-, si la CIA lo tiene nunca lo encontraremos.
–Lo más preocupante es que la agencia matase a Donna -dijo Jargo-, y que la agenda del caballero que atrapó a Evan fuera completamente distinta. Me parece que estamos luchando contra dos frentes.
Carrie abrió la boca y luego la cerró sin decir nada.
–Estás preocupada por él -apuntó Dezz.
–Tan preocupada como lo estás tú por un perro que se ha perdido -dijo Carrie-, el perro de un vecino, no el tuyo.
–Bueno, veamos si Galadriel puede conseguir alguna pista del calvo o de Evan y saber por dónde navegan.
–Si la CIA tiene los archivos debemos huir -dijo ella.
Dezz la agarró por el cuello, y lo apretó con los dedos, moldeando la carne alrededor de la carótida y de la yugular como si fuera plastilina.
–Si hubieses hecho tu trabajo y lo hubieses mantenido en Houston esto no habría ocurrido.
–Suéltala, Dezz -ordenó Jargo.
Dezz la soltó y se lamió los labios.
–No te preocupes Carrie, todo está perdonado.
El teléfono móvil de Jargo sonó. Se fue a otra habitación para hablar y cerró la puerta tras él.
Carrie se acurrucó en el sofá.
Dezz se inclinó sobre ella y le dio un masaje en el cuello para devolverle la sensibilidad.
–Te estoy vigilando, cielo. La has jodido.
Ella le apartó la mano de un manotazo.
–No es necesario.
–Te ha calado hondo, ¿verdad? – dijo Dezz-. No lo entiendo, no es más guapo que yo, tengo un trabajo remunerado, comparto mis caramelos. De acuerdo, nunca me han nominado a los Óscar, pero joder, lo tuyo era un simple papelito.
–Él era un trabajo, nada más.
Carrie se puso de pie, fue hasta la barra de la cocina y se sirvió un vaso de agua.
–Te gustaba jugar a las casitas -continuó Dezz-, pero el juego se acabó. Si ha visto esos archivos es hombre muerto, y ambos lo sabemos.
–No, si se lo hacemos entender. Si puedo hablar con él.
–Convertirlo en ti -dijo Dezz-. Los «Fabulosos Vengadores de Padres». Un buen título para una comedia.
–Puedo hacer que colabore. Puedo hacerlo.
–Eso espero -añadió de inmediato Dezz-, porque si no lo haces lo mataré.
Capítulo 7
«Mi corta y dulce vida ha terminado», pensó Carrie.
Dejó a Dezz jugando a la Game Boy y entró en la habitación de Jargo. Estaba al teléfono, hablando con sus elfos, los expertos que trabajaban para él. Eran unos maestros en localizar información, entrar en bases de datos privadas y destapar valiosos recursos para ayudar a Jargo a encontrar lo que quería. Las matrículas del Ford eran un callejón sin salida; lo habían robado en Dallas entre la medianoche y las seis de la mañana de hoy, así que los elfos se habían concentrado en investigar el historial del teléfono de Casher, sus cuentas, tarjetas de crédito y demás, buscando algún indicio sobre el salvador de Evan Casher.
Tras la puerta cerrada del baño, Carrie se lavaba y estudiaba su rostro mojado en el espejo. No existían fotos suyas como Carrie Lindstrom, excepto la de su pasaporte falso, la del permiso de conducir y una instantánea que Evan le sacó antes de que pudiese detenerlo, mientras bebían un día de Año Nuevo excepcionalmente cálido en un bar junto a la playa en Galveston. Esa chica con la cerveza en la mano pronto habría muerto. Cuando los elfos encontrasen a Evan, su próximo trabajo sería adoptar una personalidad nueva. Le gustaba el nombre de Carrie, de hecho era su propio nombre, pero lo había utilizado, así que Jargo le haría utilizar otro nuevo.
Hacía ochenta y nueve días que había conseguido colarse en la vida de Evan. Las instrucciones de Jargo eran simples y claras:
–Ve a Houston y acércate a un hombre llamado Evan Casher. Quiero saber qué películas planea hacer. Eso es todo.
–¿No podía simplemente entrar en su casa y buscar los archivos en su ordenador?
–No. Acércate a él. Si lleva tiempo, que lleve tiempo. Tengo mis razones.
–¿Quién es, Jargo?
–Es sólo un proyecto, Carrie.
Así que cogió una habitación en un hotel cerca de la Gallería, en las afueras del corazón de Houston. Jargo le dio un carné de identidad falso por el que se llamaría Carrie Lindstrom, y comenzó a seguir a Evan, trazando un plano de su mundo.
Se acercó a su cafetería favorita, un antro tranquilo que pertenecía a una cadena llamada Joe’s Java. La primera semana lo estuvo vigilando; fue allí tres veces. La segunda semana apareció dos veces más por Joe’s, y una de ellas cogió un café para llevar por si acaso él también lo hacía. Al día siguiente llegó una hora antes que él y se sentó en el extremo opuesto del café; entre las manos tenía un libro gordo de tapas blandas sobre historia del cine que había estudiado para poder entablar conversación con él. Prefería sentarse cerca del enchufe, donde él pudiese conectar su portátil. Nunca lo vio con una cámara, sólo frunciendo el ceño frente al ordenador, escuchando con los cascos; supuso que tenía problemas editando una película.