Pánico – Jeff Abbott

–Cabrón -espetó Dezz.

«Por favor, no teman. No es necesario que ordenen a sus servicios de inteligencia que maten al señor Jargo. Somos sus socios y hemos tomado el mando de esta red, y ahora la situación está bajo control. Un nuevo representante de nuestra empresa se pondrá en contacto con ustedes para discutir sobre futuros negocios. Gracias por su atención.»

La pantalla desapareció mientras la multitud del zoo seguía pasando por delante de la cámara de El Turbio. Luego la grabación comenzó de nuevo. Evan permitió que se reprodujese. Dejó que les calase bien hondo.

Jargo se había quedado de piedra. Era un hombre cuyo mundo había desaparecido. Dezz agarró a Evan por el cuello.

–Vuelve a bajarme -le indicó Evan-, todavía no os he expuesto mi trato.

–Suéltalo. Déjalo hablar -le ordenó Jargo con la voz resquebrajada.

–Tus clientes -continuó Evan en un tono neutro- son gente poderosa que no quiere que se aireen sus trapos sucios. Quizá trabajen con mi padre y conmigo, o quizá no. Tienen razones para seguir con Los Deeps. Nosotros podemos hacerles daño, y ellos a nosotros, pero si todos hacemos la vista gorda, ellos tendrán lo que quieren y nosotros haremos un montón de dinero.

–¿Nosotros?

–Sí -respondió Evan-. Papá y yo tomaremos las riendas de Los Deeps.

Capítulo 48

El único sonido que se escuchaba en la sala era el vídeo, reproduciéndose una y otra vez, y el susurro de la voz de Evan en la grabación. Mitchell y Carrie se quedaron mirando a Evan; Dezz parecía preparado para asesinar y Jargo gesticulaba con la boca, como si estuviese buscando las palabras.

–¿Sigues estando de acuerdo con esto, papá? – preguntó Evan-. ¿Quieres a Jargo o no?

Mitchell consiguió hablar:

–No quiero que mi hermano muera. Pero no, no puede quedarse al mando -dijo siguiéndole la corriente a Evan.

–De acuerdo, papá. – Evan sonrió a Jargo; fue el gesto más duro que jamás había hecho-. No te estoy apartando por completo del negocio familiar. Quiero decir que si quieres retirarte, es cosa tuya. – Sacó la PDA de Khan del bolsillo de su chaqueta-. Le quité esto a Thomas Khan. Hay un ordenador con una copia de este vídeo que todos estamos disfrutando, programado para que sea enviada por correo electrónico en menos de diez minutos.

–¿Así que simplemente te cedo las riendas a ti? – dijo Jargo.

Dezz daba saltitos sobre las plantas de los pies.

–Sí. ¿Te suena familiar? Hiciste un truco similar con Alexander Bast hace veinte años. Pero yo no te voy a matar. – «Todavía no», pensó. Agarró la PDA y esperó que no le temblase la mano-. Puedo evitar que el programa de correo electrónico le dé un gran susto a toda esa mierda de red tuya y a todos tus clientes. Sólo yo tengo la clave. Si me matas o si les haces daño a mi padre o a Carrie, los archivos serán enviados y tú serás historia. Los Deeps te perseguirán, y cuando te encuentren te patearán hasta matarte.

–Papá -dijo Dezz con una voz tensa-, no son más que gilipolleces.

–Un hacker me descifró todas las contraseñas de Khan -dijo Evan-. Sé tu nombre, tío Nikolai, sé quién eres y quién te paga. Esto se ha acabado para ti. Es el fin.

–¡Miente! – chilló Dezz.

–¿Miento? Tengo el portátil de Khan. Tengo sus archivos, su PDA y ese montaje de vídeo. – Evan entrecerró los ojos-. Os habéis metido con el tipo equivocado.

–Es todo un farol -dijo Dezz.

Tenía el rostro enrojecido y sudaba, y una mueca mostraba sus pequeños dientes blancos. Sin apartar la vista de Jargo, Evan desbloqueó la PDA con su huella. Abrió un archivo y se lo enseñó a Jargo para que lo leyese. Una larga lista de nombres: clientes y Deeps.

–¿Te parece esto un farol?

El brillo de la PDA se reflejó en la cara de Jargo. Leyó los nombres y cerró los ojos.

–¿Qué… qué tengo que hacer para que no mandes el correo electrónico?

–Poned las armas en el suelo. Liberad a mi padre y a Carrie. Marchaos ahora mismo. Iros.

Dezz levantó la pistola:

–¡No!

–Mátame y lo envío -afirmó Evan-. Tú decides.

–Aun así podrías mandar el mensaje -apuntó Jargo.

–Tendrás que confiar en mí -dijo Evan-. Papá aún quiere llevar Los Deeps, no destruiré su negocio. – La mentira le salió con facilidad, como el resto de mentiras. Estiró la mano-. Tu pistola.

Jargo dijo:

–Mitchell, por el amor de Dios…, sabes que nunca te habría hecho daño. Te di la vida que querías, la vida con la que soñabas. No puedo creer que te hayas puesto en mi contra.

–Le acabas de romper los dedos-dijo Evan.

–Yo no. Fue Dezz. Dezz… lo hizo. – Jargo dio un paso titubeante-. Estás haciendo esto porque crees que maté a tu madre. No lo hice. Yo no lo hice. – Y enfatizó el «yo»-. Sólo quería averiguar lo que se había llevado y por qué se lo había llevado. Yo…

Se estremeció, vacilante ante su repentina debilidad.

–Cállate y dame la pistola. Ocho minutos.

Jargo le dio la pistola.

–Libera a Carrie y a mi padre.

–Hazlo -le ordenó Jargo a Dezz.

–De ninguna manera; no lo haré, no lo haré. – La voz de Dezz había mutado hasta convertirse en un chillido-. Es mentira, nos está contando un cuento, eso es lo que hace.

Evan lo apuntó con la pistola.

–Siete minutos. Imagino que querrás llegar a la carretera.

Quería dispararle a Dezz, dispararle justo entre sus dos ojos mentirosos. Pero en realidad sólo deseaba que se fuesen y que su padre y Carrie estuviesen a salvo. La policía podría atraparlos en el cruce de los caimanes, aunque se dirigiesen a Miami o hacia el noroeste, hacia Tampa.

Jargo cogió las llaves y se arrodilló junto a Mitchell. Éste se separó de la pared. Estaba sufriendo.

Dezz cerró el portátil, apagó el vídeo y le acercó la pistola a Evan.

–Papá, esto es una mala idea. Es un farol. No hay red inalámbrica por aquí a la que pueda conectarse para detener ningún correo.

–También puedo hacerlo con una llamada de teléfono -dijo Evan-. Se te está acabando el tiempo.

–Dezz, cállate. – Jargo abrió la esposa que ataba a Mitchell a la barra de hierro, y miró a su hijo-: No estoy para que pierdas el control…

Mitchell se puso de pie como pudo. Uno de los extremos de las esposas estaba abierto y el otro le colgaba de la muñeca izquierda. Miró fijamente a su hermano. Ira, odio, daño; en su cara se reflejaba un caleidoscopio de emociones construido sobre años de engaño.

Evan lo vio; siguió apuntando a Dezz y pensando. «Papá, déjalos marchar, tenemos la mano más alta, juégala, se marcharán y estaremos bien…»

–Tú mataste a mi Donna -dijo Mitchell. Vocalizaba como si tuviese la boca llena de gravilla-. Volaste hasta Austin y la mataste.

Luego balanceó en el aire la pesada esposa.

El círculo abierto de acero le dio a Jargo en la cara, se deslizó por su piel y le enganchó la mejilla. Jargo gritó. Mitchell tiró de la esposa y le abrió la cara a su hermano.

Dezz se dispuso a apuntarlo, pero Mitchell se giró golpeándolo y le agarró el brazo a Dezz. La bala impactó en el suelo de ciprés.

Evan se agachó para cubrir a Carrie, que seguía en el suelo.

Dezz se retiró hacia la puerta y disparó dos veces. La primera bala le dio a Jargo en la parte de atrás de la cabeza mientras se tambaleaba con la cara enganchada a la muñeca de su hermano. La segunda impactó en la carne con un ruido húmedo y los dos hermanos cayeron al suelo juntos.

Evan disparó. Dezz cayó de espaldas desde la puerta. Evan oyó pasos corriendo en retirada y un aullido de dolor. Siguió apuntando con la pistola hacia la puerta, muerto de miedo por su padre. Se arrodilló junto a los cuerpos encogidos. Jargo estaba sobre su padre. Lo sacó de encima; estaba muerto: tenía la parte de atrás de la cabeza destrozada y ensangrentada. Sus ojos, que ya no veían, estaban abiertos como platos de incredulidad.

Mitchell miró a su hijo, gimió y cerró los ojos. En su camisa había un agujero de bala.

–¡Evan!

La voz de Carrie interrumpió la conmoción. Tiraba con fuerza de la esposa que la mantenía atada al suelo.

–Le han disparado a papá -dijo Evan, luego se le aclaró la mente.Tenía que liberarla. Ella podía ayudar a su padre y él ir a acabar con Dezz. No podía dejarla esposada al suelo por si volvía Dezz.

–Jargo tiene la llave -dijo ella.

Evan encontró la llave debajo del brazo inerte de Jargo. Corrió hacia ella, todavía apuntando hacia la puerta, e introdujo la llave en la cerradura, que se abrió.

–Sigue apuntando -le instó ella-. Yo abriré la otra cerradura.

–Cariño, le disparó a mi padre.

Los gritos y el tono de confianza habían abandonado la voz de Evan.

–Ahora… ahora mismo iremos a buscar ayuda. – Se levantó temblando-. Me han disparado, Evan, me disparó en la pierna.

–Lo mataré -dijo Evan.

Carrie le tapó la boca con la mano. Silencio.

–Creo que huirá -susurró.

–Buscaré ayuda para ti y para papá. Luego mataré a Dezz.

Evan sintió en su propia voz más frialdad que nunca.

Carrie le tocó el cuello a Mitchell.

–Evan…

Se apagaron todas la luces.

Capítulo 49

Sumidos en la oscuridad, Evan agarró a Carrie de la mano.

De nuevo silencio. Luego se oyó el crujido de la escalera de ciprés.

–Ha vuelto -susurró Carrie.

–¿Hay otra pistola aquí? – preguntó Evan en voz baja.

–No lo sé… se la cogieron a tu padre cuando lo trajeron.

De nuevo el crujido de una pisada.

Dezz. Dezz había desconectado la electricidad, los había sumergido en la oscuridad. La PDA de Evan, que yacía en el suelo abandonada, se iluminó ligeramente. Evan buscó a tientas y encontró la cara de su padre. Un ligero hilo de aliento rozó los dedos de Evan. Estaba vivo.

Otro paso. Dezz se acercaba.

–¿Puedes caminar?

–No muy lejos ni muy rápido.

Hurgó en el cuerpo de Jargo y encontró el cuchillo. Evan lo colocó en la parte de atrás del pantalón y se cubrió la cintura con la camisa, por si perdía la pistola de Jargo.

Le dio a Carrie su teléfono móvil.

–Mira si hay cobertura aquí. Llama.

–No tengo ni idea de dónde estamos.

–Más o menos a kilómetro y medio del cruce de los caimanes, autopista 29 sur. En un refugio abandonado a la derecha de la carretera.

Los pasos sobre el suelo de madera se detuvieron. Dezz caminaba sobre la alfombra. O simplemente estaba esperando a que saliesen corriendo hacia el recibidor.

–Ahí viene -dijo Carrie.

Evan sintió cómo el pánico se apoderaba de su voz. Al pulsar las teclas del teléfono móvil se encendió una pequeña luz.

La bala impactó en el brazo derecho de Evan, con el que sostenía la pistola, y él cayó al suelo gritando. Durante los primeros instantes de conmoción no sintió dolor, pero luego éste comenzó a subirle por el brazo hasta llegarle al cerebro. Dejó caer la pistola de Jargo. La sangre manaba de su mano.

–Tira el teléfono -ordenó Dezz- o lo mato.

Ella obedeció.

–Tee veeeoooo -dijo Dezz-. Quieto.

¡No, no podía ser!

Pero luego recordó las gafas de visión nocturna. Dezz las llevaba puestas fuera y las había dejado sobre la barra. Simplemente se había retirado para desconectar la electricidad y coger las gafas de visión nocturna. Sin luces, sólo él podía ver, y había vuelto para matarlos.

El farol, el único modo que tenía Evan de vencerlos, había fallado. Había desaparecido. Se había acabado.

Su mano palpitaba del dolor. Había perdido la pistola. Se pasó la otra mano por los dedos. Todos seguían allí, pero su mano derecha era una especie de masa de carne con un agujero en el dorso.

–Tú… tú mataste a mi padre.

La voz de Dezz parecía incorpórea en la oscuridad.

–Tú le disparaste -consiguió decir Evan.

El cuchillo. Tenía el cuchillo de Jargo metido en la parte de atrás del pantalón. Lo cogió y luego se quedó inmóvil. Dezz podía verlo.

Haz que se acerque lo suficiente para acuchillarlo.

–Dezz, escucha. Podemos hablar, ¿no? – dijo Evan. «Hazle creer que has llegado al límite, que vuelves a ser aquel chico asustado que casi mata en Austin.» Apartó a Carrie de su lado. Ella intentaba acercarse a él, pero él la empujaba más fuerte-. Esto es entre tú y yo, Dezz.

–No tienes que preocuparte por Carrie -dijo la voz de Dezz flotando en el aire-. No voy a matar a la Exploradora. Todavía no. Pasaremos muchos buenos momentos cuando estemos solos.

Evan lo intentó de nuevo con el farol.

–Tienes que dejarnos marchar o esos archivos acabarán con Los Deeps.

–Empezaré todo de nuevo. Gestionar una red es un rollo. Me las arreglaré por mi cuenta.

Evan se puso de pie contra una esquina de la habitación y levantó la mano sangrienta para pedir clemencia. «Sigue acercándote, cabrón, sigue acercándote.»

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