Pánico – Jeff Abbott

Fue corriendo hacia la casa, situándose detrás de los coches que lo separaban del porche trasero.

Estaba oscuro y no tenía linterna; su padre le había dicho que era arriesgado utilizarla. Se sumergió en la oscuridad y esperó no meterse dentro del agua o de un agujero, ni tropezarse con latas que hiciesen ruido. Fue de nuevo a tientas hasta el garaje y lo rodeó por la esquina. Evan se quedó quieto. Cada crujido parecía una serpiente o un caimán arrastrándose hacia él, y no quería volver a ver caimanes.

Creyó escuchar un clic, probablemente era un sistema de alarma que se reactivaba después de que su padre hubiese entrado. Se quedó quieto como una piedra, mientras el sudor le escurría por la espalda y escuchaba su propia respiración en el silencio. Tenía una pistola. Tenía la PDA de Khan con su fantástico desactivador de alarmas, que no tenía ni idea de cómo usar. Ahora debía tener paciencia.

Cinco minutos. Diez minutos. No se oían estallidos ni disparos, ni el crujir de pasos en el porche trasero. Se asomó por la esquina del garaje, dejó atrás el coche que su padre había aparcado y fue hacia la casa. El único sonido que escuchaba en todo el océano de vida que lo rodeaba era su respiración.

Luego oyó el ligero crujido de un tacón entre la hierba alta a pocos centímetros de distancia. Se quedó helado.

–Teee veeeooo -canturreó una voz. Era Dezz-. Estás sentado tan quietecito…

Una bala se incrustó en la pared a pocos centímetros de él, a su derecha. Evan se echó hacia atrás. Otro tiro dio contra la esquina, justo sobre su cabeza. Le saltaron a la cara fragmentos de ladrillo.

Evan apuntó hacia donde venían las balas. Había visto una luz, pero estaba temblando y dudaba.

–Te veo sentadito sobre tu culo apuntando con una pistola. Ni siquiera andas cerca -continuó Dezz-. Baja la pistola y ven adentro o entraré de nuevo en la casa y le partiré el espinazo a tu padre. No morirá, será peor que la muerte porque justo cuando nos vayamos su culo tetrapléjico acabará en el pantano. Tú eliges. Se ha acabado, Evan. Tú decides lo feo que se pone para tu padre y para la puta.

Evan tiró la pistola. Las nubes se dispersaron por un momento y vio, bajo la débil luz de la luna, a Dezz corriendo hacia él con la pistola apuntándolo. Luego un golpe salvaje lo tiró contra la pared, provocándole un corte en la parte de atrás de la cabeza.

Dezz golpeó a Evan en la mejilla con el tacón de la bota.

–Me hiciste dejar mi juego con Carrie -dijo Dezz agachándose para coger del suelo la pistola de Evan-, y todavía estaba en pleno calentamiento.

Capítulo 46

–Estoy oyendo cómo un idiota se mea en los pantalones.
Dezz empujó a Evan por las escaleras del porche trasero apoyando la pistola en su nuca. Quizás esa pistola que le presionaba el cuero cabelludo fuese la misma que Dezz había usado en la cocina de su madre una semana antes.

A Evan le retumbaba la cabeza y le dolía la cara. Mantenía las manos en alto.

Dezz lo agarró por el brazo y lo empujó a través de la puerta. Evan intentó agarrarse, pero cayó de bruces en el suelo de baldosas.

Dezz encendió las luces. Apuntó a Evan con la pistola, con la misma que le había golpeado en la cara.

Se quitó las gafas y las tiró en la barra.

–Visión nocturna con iluminador de infrarrojos -dijo Dezz-. No te puedes esconder de mí en ningún sitio, en ninguno que importe ya. Eres un mercenario terrible. Es como ver una cinta de pifias de las Fuerzas Especiales.

Dezz encendió una luz y, al verlo de cerca, Evan vio una versión retorcida y compacta de sí mismo: el mismo cabello rubio y sucio, la misma constitución menuda, pero el rostro de Dezz mostraba una extrema delgadez, como si Dios hubiese escatimado al ponerle la carne. Tenía una espinilla en la esquina de la boca.

Dezz levantó a Evan del suelo bruscamente y le puso la pistola en la cabeza.

–Por favor, corre, llora. Dame una razón para dispararte, por favor.

La fuerte luz hizo parpadear a Evan. El refugio tenía un recibidor amplio. Las luces eran tenues, pero ninguna de ellas sobrepasaba las ventanas tapiadas con tablas. Los muebles del vestíbulo habían sido retirados, excepto una lámpara de araña con forma de rueda de carro que colgaba del techo. Tenía el aspecto de un edificio caro que buscaba parecer rústico, dirigido a turistas ecológicos o a cazadores.

–Me sorprende que salieses a buscarme -añadió Evan- con el miedo que les tienes a los caimanes.

Dezz le dio un puñetazo fuerte en el estómago que lo estampó contra la pared. Evan cayó al suelo y luchó por no perder la conciencia. Dezz le agarró por el cuello y lo puso de pie de nuevo.

–Eres… -lo golpeó de nuevo-, no eres nada -dijo Dezz aporreándole la cabeza-. Un director famoso. Eso no importa una mierda en el mundo real. Pensabas que eras más listo que yo y no eres más que un tremendo tonto.

Dezz abrió un caramelo y le pasó el envoltorio por la boca a Evan.

Evan escupió el envoltorio. Estaba sangrando por la parte de atrás de la cabeza.

–Yo hablo con Jargo, no tú.

Un repentino grito, fruto del terror y del dolor, llegó del piso de arriba.

Evan sintió un escalofrío. Dezz se rió y pinchó a Evan con la pistola.

–Mueve el culo y sube ahí.

Lo empujó por la grandiosa escalera curva.

–La Exploradora es una chillona. Apuesto a que ya lo sabías. Apuesto a que tú también gritarás: primero llorarás, luego te mearás encima y gritarás hasta desgarrarte la garganta. Cuando haya acabado contigo deberé tomar notas para no olvidarme.

La escalera conducía hasta un amplio recibidor con cuatro puertas, todas ellas cerradas, menos una. Las ventanas situadas al final del recibidor estaban tapadas con tablas. Dezz empujó a Evan al interior de una habitación.

La estancia había sido en su día una sala de reuniones donde la gente se sentaba con las carpetas abiertas, donde combatían el cansancio de la reunión, observaban monótonas presentaciones sobre pronósticos de ventas o cifras de ingresos, y en lugar de descifrar un gráfico circular probablemente todos estaban deseando estar fuera pescando o cazando en Everglades. Habrían bebido café, agua fría o soda de un recipiente lleno de hielo, y habría una bandeja de magdalenas en el medio de la mesa.

Ahora la mesa y las bebidas habían desaparecido, y Jargo estaba de pie sosteniendo un cuchillo teñido de rojo y un par de alicates. Miraba fijamente a Evan con un odio frío y feroz; luego se apartó para que éste pudiese ver.

Era Carrie. Estaba tumbada en el suelo, con la camiseta rota por el hombro. Le habían quitado la venda del hombro, y sangraba por él y por la pierna. El dolor le nublaba la vista. Tenía el brazo derecho sobre la cabeza, esposado a una anilla de acero que habían colocado en el suelo, en el lugar del que habían quitado la alfombra.

Luego Evan vio a su padre. Mitchell estaba tirado en el suelo con la cara herida y sangrando, con los dedos de la mano derecha rotos y retorcidos, esposado a una barra de metal que recorría la habitación de un lado a otro.

La cara de Mitchell se desdibujó en una mueca cuando vio a su hijo.

Jargo se aproximó con rapidez y le dio un puñetazo en la cara a Evan.

–¡Maldito seas! – chilló.

Evan cayó al suelo. Oyó la risita de Dezz, que luego se apartó para dejar paso a su padre.

Jargo golpeó con fuerza a Evan en la espalda.

–Una vez pateé a un hombre hasta matarlo. – Jargo le dio una patada a Evan en el cuello-. Pateé a Gabriel hasta que sólo quedaron pedazos de él.

–No le des en la cara todavía -dijo Dezz-. Quiero que vea cómo me lo hago con Carrie, especialmente cuando se la meta y a ella le guste y grite. Eso será genial.

Una vez que su boca dejó de sangrar y que se pasó el fuerte dolor del cuello, Evan dijo:

–He venido aquí para hacer un trato contigo.

Jargo le dio otra patada, en el estómago.

–Un trato. Yo no hago tratos con ratas. Dame los archivos, Evan. Ya.

–De acuerdo -Evan se quejó-. Por favor, deja de golpearme para que pueda… decírtelo.

–Levántalo -ordenó Jargo, metiéndose el cuchillo en el bolsillo de nuevo.

Dezz puso a Evan de pie.

–Steve, no lo hagas, es mi hijo, por el amor de Dios, no lo hagas -dijo Mitchell-. Haré lo que quieras, pero déjale marchar, por favor.

Jargo miró a su hermano, situado tras él.

–Tú, maldito traidor, pedazo de mierda, no me supliques.

–Lo que te ofrezco -dijo Evan con una sorprendente tranquilidad y seguridad- es un trato que te permitirá permanecer con vida.

Miró a Carrie por encima del hombro de Jargo. Ella abrió los ojos.

–Bueno, me muero por escucharlo -dijo Jargo, con una voz divertida y fría.

–Podríamos haber traído a la policía, pero no lo hemos hecho -dijo Evan-. Queremos resolver esto. Entre nosotros cuatro.

–Dame los archivos, ahora mismo -Jargo levantó la pistola-, o te llevo afuera y te disparo en las rodillas y empiezo a darte patadas hasta despegarte la carne de los huesos.

–¿Ni siquiera quieres oír mi oferta? – preguntó Evan-. Creo que sí.

Capítulo 47

Por un instante, la cara de Jargo vaciló tras la mira de la pistola.

–Porque si me matas no hay trato. No tendrás los archivos -dijo Evan-. Se acabarán Los Deeps. No he venido a matarte, he venido a negociar.

–Entonces ¿por qué entró tu padre solo?

–Fue idea suya, no mía. Es sobreprotector. Estoy seguro que tú eres igual con Dezz, tío Steve.

Jargo sonrió.

–¿O debería llamarte tío Nikolai?

La sonrisa desapareció.

–Te estás quedando sin tiempo -insistió Evan-. Quieres los archivos del ordenador de Khan y yo puedo dártelos -Evan caminó alrededor de la pistola y se arrodilló junto a su padre-. Te dije que esto no funcionaría, papá. Lo haremos a mi manera.

Mitchell asintió, aturdido.

–Le has roto los dedos -le dijo Evan a Jargo.

–Fue Dezz. Se dejó llevar por la emoción. Mitchell no nos dijo que estabas fuera, por si te estabas preguntando eso.

–No dudo de él -afirmó Evan-. Estoy completamente seguro de que puedo confiar en él, igual que tú puedes confiar en Dezz.

–¿Qué coño se supone que significa eso? – soltó Dezz.

La mirada de Evan se encontró con la de Carrie. Estaba de espaldas a Dezz y a Jargo y le dijo en silencio: «Todo irá bien».

Carrie cerró los ojos.

–Puedo darte los archivos ahora -aseguró Evan.

Jargo volvió a apuntarlo a la cabeza. Evan se agachó sobre el teclado del portátil falso. El ordenador estaba encendido y el cuadro de diálogo esperaba la contraseña.

Evan se inclinó, tecleó la contraseña y dio un paso atrás.

–Aquí tienes -dijo Evan.

El portátil aceptó la contraseña y el cuadro de diálogo desapareció. Se inició automáticamente una aplicación de vídeo y se abrió un archivo que comenzó a reproducirse.

–¿Qué demonios es esto? – preguntó Jargo.

–Observa -respondió Evan.

El vídeo empezaba con el zoo de Audubon el lunes anterior por la mañana. El cielo gris auguraba lluvia. El zoom de la cámara enfocaba de cerca la cara de Evan y luego la de Jargo. Este último salía de perfil, hablando rápidamente y como si estuviera perdiendo la paciencia.

Luego se escuchó la voz de Evan.

«Ese hombre tan enfadado de la imagen es Steven Jargo. Llevan ustedes mucho tiempo haciendo negocios con él. Lo han contratado para matar a gente que no les gusta, para robar secretos que ustedes no tienen o para realizar operaciones que su gobierno o sus jefes no aprueban. Puede que no hayan visto esta cara antes; se esconde detrás de otra gente, pero aquí está. Mírenlo bien.»

En la imagen, Jargo giró la cara hacia la cámara oculta de El Turbio. Estaba enfadado, casi asustado. Vulnerable.

«Las operaciones del señor Jargo están comprometidas. Perdió una lista con los nombres de todos los clientes que utilizaban su red de espías independientes: oficiales de las más importantes agencias de inteligencia, ministros del gobierno, ejecutivos de alto nivel. Si ha recibido este mensaje de correo electrónico es que su nombre está en esta lista.»

Jargo emitió un ruido gutural.

Luego la escena seguía con el tiroteo, Evan dándole un puñetazo a Jargo, Evan y Carrie internándose en las profundidades del zoo, Jargo levantándose del suelo y él y Dezz persiguiéndolos.

«¿Por qué les alerto sobre este problema? – resumió la voz de Evan-. Porque valoramos sus negocios, su lealtad a la red de Jargo. Pero toda organización necesita crecer para afrontar nuevos retos. Ha llegado el momento de un cambio. Entiendo que esto pueda resultarles preocupante a la hora de realizar nuevos negocios con nosotros.»

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