Pánico – Jeff Abbott

«Él cree que Jargo planeó lo de la bomba, no la CIA, o al menos quiere hacerme pensar que le culpa a él.»

–¿Por qué está tan seguro de que ha sido Jargo?

–Lo protegí mucho hace tiempo, pero ya no. No ahora que anda detrás de mí. Si quiere guerra la tendrá. Espera aquí.

Khan intentó liberarse y Evan sabía que tendría que luchar contra él, allí en la calle, para que no se alejara, y eso llamaría la atención. Así que le dejó ir y vio a Khan correr y meterse a toda prisa en el café.

Evan esperó. Los londinenses, presos del pánico, avanzaban por su lado dándole empujones; en cuestión de minutos pasaron unas cien personas, y él nunca se había sentido tan solo en el mundo. Pensó que había cometido un gran error al soltar a Khan. Pero un momento más tarde, éste se asomó por una curva conduciendo un coche.

–Sube -le instó.

Capítulo 34

Khan se dirigía hacia el sureste por la A205. Evan encendió la radio. Las noticias sólo hablaban de la explosión en Kensington Church. Tres muertos confirmados, una docena de heridos y bomberos luchando para controlar el fuego.

–¿Dónde está Hadley? – dijo Evan.

–Huyendo y escondiéndose, como tú y yo.

–¿Por qué?

–He escondido a Hadley de Jargo. Pensé que mi influencia sobre este último podría sobrevivir a… los problemas recientes. Estaba equivocado.

–¿Qué problemas?

–Cuando estemos a salvo.

Khan salió a Bromley, un barrio residencial y de negocios de la periferia de Londres. Condujo por el laberinto de calles y finalmente giró para entrar en un camino que llevaba a una casa de un tamaño considerable. El camino serpenteaba hasta detrás de la casa, y aparcó donde no pudiesen ver el coche desde la calle.

–Sospecho que no tenemos mucho tiempo -dijo Khan-. La casa pertenece a mi cuñada. Ella se encuentra en una residencia para enfermos terminales; se está muriendo de cáncer cerebral. Pero la policía pronto buscará a cualquiera que me conozca para obtener información.

–Como a su amigo el del café. Puede decirles que usted está vivo.

–No lo hará -aseguró Khan-. Los saqué a escondidas a él y su familia de Afganistán durante la ocupación soviética. Le pedí silencio y mantendrá la boca cerrada. Deprisa, entra. Nuestra única ventaja puede ser que Jargo piense que estamos muertos.

Entraron por una puerta trasera. La abrieron y se metieron en la cocina. El aire tenía un olor mineral, como a desinfectante. En el estudio había muebles antiguos combinados con una amalgama de obras de arte abstracto eclécticas y coloristas. Una de las paredes estaba llena de estanterías con libros. La casa parecía cómoda, pero transmitía una fuerte sensación de abandono.

Khan se tiró en el sofá, encendió la televisión con el mando a distancia y encontró un canal que mostraba imágenes en directo del lugar de la explosión. El reportero indicaba que el negocio destruido era de un «angloafgano» llamado Thomas Khan. Los reporteros hacían teorías y especulaban sobre los motivos de la explosión.

–Se equivocan. Usted es de Pakistán -indicó Evan.

–Tengo mayores preocupaciones -respondió Khan, encogiéndose de hombros.

Evan fue a la cocina. Había una banda magnética con un horrible juego de cuchillos. Cogió el más grande y volvió al estudio. Khan lo miró.

–¿Eso es para mí?

No parecía asustado.

–Sólo si es necesario.

–No lo será. El apuñalamiento es una técnica a corta distancia y personal. Desagradable y sucia; sientes cómo muere la persona. Un chico inocente no tiene suficientes agallas.

–Sólo estoy empezando a descubrir de lo que soy capaz. Usted me ayudará a acabar con Jargo.

–Yo no he dicho tal cosa -dijo Khan-. Dije que teníamos un enemigo común. Yo puedo esconderme durante el resto de mi vida. No necesito luchar contra Jargo; cree que estoy muerto.

–Si ahora es su enemigo, seguro que preferiría que lo cogiesen en lugar de preocuparse de si le va a encontrar o no.

Khan se encogió de hombros.

–A los jóvenes les preocupa la victoria. Yo prefiero sobrevivir. – Inclinó la cabeza hacia Evan-. Pensé que estarías mucho más interesado en saber cosas de tus padres que en planear una venganza imposible contra Jargo.

Evan dio un paso adelante con el cuchillo.

–Usted sabe que mi madre trabajaba para Los Deeps.

–Sólo la conocía por su nombre en clave, pero leí las noticias de Estados Unidos en internet y vi su cara en un reportaje después de que la asesinaran, y entonces supe quién era.

–Usted la vio cuando estuvo en Inglaterra hace unas semanas.

–Sí. – Su voz era apenas un susurro.

–¿Por qué estaba aquí?

–Es extrañamente liberador contarte lo que siempre he mantenido en secreto. Me da la impresión de que me estoy quitando de encima un viejo abrigo. – Khan esbozó una sonrisa amable-. Ella robó información de un investigador británico de alto nivel implicado en el proyecto de desarrollar un caza. Tenía información clasificada en su portátil. Ya conoces a ese tipo de tíos, técnicamente brillantes, pero les escuecen las reglas. Era poco estricto en cuanto a la seguridad. Solía reunirse con su amante, haciendo escapaditas del laboratorio, en un pequeño hotel en Dover. Tu madre les sacó fotos a él y a su amante, aunque probablemente él habría preferido revelar su aventura antes que colaborar; pero lo que es más importante, durante su estancia allí obtuvo copias de los datos del caza. Ésa fue la auténtica ventaja. El sexo ya no es tan importante como solía ser, a menos que copules con animales o con niños pequeños.

Khan casi parecía decepcionado, como un hombre que añoraba los viejos tiempos.

–Entonces ella roba la información y usted la vende.

–No. Yo le proporciono la logística, me ocupo de meterle dinero en la cuenta. Jargo se ocupa de la venta.

Logística de apoyo. Dinero. Tenía que saber de dónde venía el dinero. La lista de clientes, pensó Evan. Este hombre la tenía. Mantuvo la expresión neutral en su rostro.

–¿Y a quién le vendería Jargo esta información?

Khan se encogió de hombros.

–¿Quién no necesita información como ésa hoy en día? Los rusos, que todavía temen a la OTAN; los chinos, que todavía temen a Occidente; la India, que quiere tener un papel más importante en la escena mundial; Irán; Corea del Norte. Pero también quieren los planos sociedades anónimas de aquí y de Estados Unidos, porque quieren conseguir contratos o superar en táctica a la empresa de aeronáutica que diseñó el avión. – Le regaló a Evan una sonrisa limpia y ensayada-. Tu madre era muy buena. Deberías estar orgulloso. Me siguió hasta donde guardaba los archivos, accedió a mi portátil, robó los datos y no lo supe hasta la semana pasada.

–Ahora mismo no puedo estar orgulloso de sus logros -dijo Evan.

–Lo cierto es que si hubiésemos querido matar al tipo… bueno, habrían enviado a tu padre. Es un asesino hábil. – Khan se miró las uñas de las manos-. Garrote, pistola, cuchillo. Una vez en Johannesburgo llegó a matar a un hombre usando sólo los pulgares. O quizá solamente fue un rumor que él mismo difundió. La reputación es muy importante en este negocio.

El cuchillo parecía ahora más ligero en las manos de Evan.

Khan emitió un murmullo como de compasión.

–Los conozco mejor que tú, aunque nunca supe sus verdaderos nombres. Es bastante triste, la verdad.

«Sólo intentas provocarme. Intentas que cometa un error.»

–Ya que nos estamos ayudando el uno al otro, dime lo que te robó mi madre.

Khan deslizó la lengua por su labio inferior.

–Números de cuenta en un banco en las Caimán. Copió un archivo que tenía nombres asociados a cuentas. No me percaté de que había robado los archivos, que los había copiado, hasta que hice una comprobación en mi sistema el pasado jueves.

El jueves. El día antes de que ella muriera. El día, quizá, que ella decidió huir. Debía de saber que Jargo y Dezz andaban tras ella. O bien Khan estaba mintiendo, lo cual también era una posibilidad diferente.

–Y obtuvo una lista de todos los clientes de Los Deeps.

Khan frunció el ceño.

–Sí, también eso.

–Y usted alertó a Jargo.

–Naturalmente. Él no sabía lo de la lista de clientes; era mi propio seguro en caso de que las cosas se pusiesen feas entre él y yo. Pero lo convencí de que tu madre había conseguido la lista al relacionar información que Jargo ya sabía que yo tenía.

Más información. Khan debía de tenerla toda: el nombre de todos Los Deeps, todas las cuentas bancarias que utilizaban, todos los detalles de sus operaciones. No le sorprendía que Jargo quisiera verlo muerto.

–Quiero una copia de cada archivo.

–Mucho me temo que se destruyeron con la explosión de la bomba.

–No diga chorradas. Tiene una copia de seguridad.

–Debo negarme.

Evan dio un paso hacia delante.

–No le estoy dando la opción.

Dirigió el cuchillo hacia el pecho de Khan.

–Estás temblando -dijo Khan-. La verdad es que no creo que tengas agallas para…

Evan se echó hacia delante y llevó la punta del cuchillo al cuello de Khan. Los ojos de éste se abrieron de par en par. En el lugar donde el cuchillo pinchó el cuello brotó una gota de sangre.

–Soy el hijo de mi padre. Ahora el cuchillo no tiembla, ¿verdad?

Khan subió una ceja.

–No, no tiembla.

–Si no me ayudas te mataré. Si me ayudas, hay un hombre en la CIA que puede protegerte de Jargo. Puede ayudaros a ti y a tu hijo a esconderos, ofreceros una vida nueva. ¿Entiendes?

Khan asintió levemente.

–Dime quién es este hombre de la CIA. No entra en mis planes recurrir a uno de los clientes de Jargo -dijo.

–No tienes que preocuparte por eso. Habla con sinceridad. Dime dónde está Hadley.

Khan cerró los ojos y los apretó.

–Escondido. No lo sé.

–Está escondido porque me propuso el proyecto cinematográfico sobre Alexander Bast. Hadley puso en marcha todo este desastre.

–Cría cuervos y te sacarán los ojos. – Khan presionaba sus sienes con las yemas de los dedos-. Es cruel saber que un hijo puede llegar a odiarte tanto. ¿Querías a tus padres, Evan?

Nadie le había preguntado eso antes, ni siquiera el detective Durless en Austin. Parecía haber pasado mil años desde entonces.

–Los quiero, en presente, y muchísimo.

–¿Todavía los quieres después de haberte enterado de lo que eran?

–Sí. El amor no es amor a menos que sea incondicional.

–Así que cuando mires a tu padre no verás a un asesino; un asesino frío y hábil. Sólo verás a tu padre.

Evan agarró el cuchillo con más fuerza. Khan dijo:

–Ah, el fantasma de la duda. No sabes lo que vas a ver ni cómo te vas a sentir. Cometí una torpeza hace unos meses: recluté a Hadley para trabajar para mí, para ayudarme. Confié en él, pensé que simplemente necesitaba un trabajo de provecho para poner orden en su vida, y me equivoqué. Le encargaron una misión básica y casi lo coge la inteligencia francesa. Me prometió que lo haría mejor, pero luego decidió que quería marcharse.

–Usted no aceptó su dimisión.

–No me dijo que quería dejarlo; éste no es un trabajo del que te puedas despedir. Aprendió a hacer lo que yo hacía y encontró los archivos sobre Los Deeps, sobre todos ellos y sobre sus hijos. Sabía que si acudía al MI5 o a la CIA, lo pondrían bajo custodia de protección y congelarían inmediatamente mis fondos. Quería el dinero. Quería descubrirnos a Jargo y a mí, pero no hasta que pudiese arreglar las cosas para desaparecer. Así podría acceder a mis cuentas y robarme primero.

Parecía más cansado que enfadado.

–Parece que hayas hablado con él.

–Lo he hecho. Hadley me confesó todo antes de marcharse. – Khan sonrió levemente-. Le perdoné. En cierto modo casi estaba orgulloso de él. Por fin había mostrado osadía e inteligencia. Tú eras el único hijo de un Deep relacionado con los medios. Pensó que podría hacerse amigo tuyo y conseguir sutilmente que descubrieses la red. Tomarte el pelo con la muerte de Bast. Incitarte a que investigases. Hacer que te ocupases del trabajo sucio sin que Jargo le echase el lazo al cuello a él.

«Se está abriendo con demasiada facilidad», pensó Evan. Como las personas que en un documental no callan, porque la única manera de convencer es con un torrente de palabras. O porque necesitan escucharse, quizá para convencerse a sí mismos tanto como a ti y a la audiencia. «¿Hasta cuándo va a jugar conmigo?», se preguntó Evan.

–Pero no respondió a mi correo electrónico sobre el paquete de Bast.

–Sólo un idiota pone en marcha grandes acontecimientos y luego deja que le entre el miedo. – Khan arqueó una ceja-. Ahora estoy hablando libremente, ¿es necesario el cuchillo?

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