Pettigrew colocó el maletín. Jargo había dicho que tenía un plazo de dos minutos una vez colocase la combinación de la cerradura en la posición correcta de detonación. Tiempo suficiente para salir, ir a la esquina de la calle, dispararle a Carrie en la cabeza y escapar en medio de la confusión. Introdujo el último número de la cerradura. Jargo había mentido.
Capítulo 32
La explosión arrancó de cuajo la fachada de Libros Khan, creando un infierno naranja que lanzaba cristales y llamas hacia Kensington Church. Carrie gritó cuando el calor y la onda expansiva la alcanzaron. Un coche que pasaba por delante de la librería salió volando y se estrelló contra un restaurante situado al otro lado de la calle. La gente escapaba, varias personas sangraban y otros corrían a ciegas invadidos por el pánico. Había dos personas ensangrentadas en el suelo con la ropa hecha jirones.
En la calle llovieron escombros, trozos destrozados de ladrillo, cristales y una nube de carbón y de humo. Carrie se inclinó hacia atrás para refugiarse en la esquina del edificio, delante de una tienda de vestidos con sus maniquíes difusos tras el cristal roto.
Evan.
Carrie se puso de pie con dificultad, corrió hacia el infierno y se detuvo en medio de la calle. El calor le golpeaba la cara. Montones de páginas ardiendo caían al suelo formando una lluvia de fuego. Una de ellas aterrizó en su pelo; se la sacudió y se quemó la mano.
–¡Evan! – gritó-. ¡Evan!
Pero la única respuesta que obtuvo fue el violento estruendo que producían los cientos de libros y la estructura del edificio consumiéndose en el fuego.
Desaparecido. Había desaparecido. Escuchó el aullido cada vez más cercano de las sirenas de la policía y de los servicios de emergencia. Bajó corriendo la calle hacia el coche de la CIA. La puerta estaba abierta y las llaves todavía dentro. Se metió en el automóvil y encendió el motor.
Estaba temblando, y dio unos cuantos golpes de volante a derecha e izquierda para evitar los atascos; al final paró cerca de Holland Park. Deseaba que sus dedos dejasen de temblar para llamar a Bedford. Cuando él contestó sólo fue capaz de identificarse.
–¿Carrie? – dijo él.
–En la tienda de Khan. Hubo una explosión. ¡Mierda!
Había desaparecido. No podía haber desaparecido.
–Cálmate, Carrie. – La voz de Bedford sonaba como el acero-. Cálmate y dime exactamente lo que ha ocurrido.
Carrie odiaba la histeria de su voz, pero había perdido el control sobre sí misma. Sus padres muertos, su año de engaño continuo, preocupándose de si Jargo la descubría en cualquier momento; encontrar a Evan y perderlo de nuevo… Se inclinó sobre el volante.
–¡Carrie, informa ahora mismo!
–Evan… entró en la tienda de libros de Khan. Pettigrew lo siguió un minuto más tarde, pero me hizo señas de que todo iba bien. Luego, unos treinta segundos más tarde, hubo una explosión. La tienda ha desaparecido por completo. Una bomba. – Tranquilizó su tono de voz-. Necesito que venga un equipo. Hay que encontrar a Evan. Quizás aún esté dentro, herido, pero todo está ardiendo.
Se calló. «Se ha ido. Se ha ido.»
–¿Viste salir a Evan o a Pettigrew?
–No.
–¿Hay otra entrada u otra salida?
–No lo sé… no en la calle, que yo viese.
–Vale -dijo Bedford-. Da por hecho que estás bajo vigilancia. Obviamente Khan era un objetivo de Los Deeps.
–Consigúeme un equipo. El MI5 o la CIA. Ahora. Lo necesito aquí ahora.
–Carrie, no puedo. No podemos dejar translucir nuestra implicación, no en una bomba en Londres.
–Evan…
–Puedo estar en Londres en unas pocas horas. Sólo necesito que te escondas. Es una orden directa.
–Evan está muerto, Pettigrew está muerto, y eso es malísimo, ¿no? Dejaste que se implicase y lo hiciste porque te facilitaba la búsqueda.
–Carrie. Contrólate. Ahora mismo quiero que te pongas a salvo y que te protejas. Retírate. Busca un lugar para esconderte, una biblioteca, una cafetería, un hotel. No estás autorizada para hablar con nadie más, ni siquiera con el superior de Pettigrew, hasta que yo llegue y hagamos un informe. Es una orden directa. Te volveré a llamar cuando vuelva a estar en territorio del Reino Unido.
–Entendido.
La palabra le supo a sangre en la boca.
–Lo siento. Sé que Evan te importaba.
No podía responderle. Se suponía que no tenía que perder a todo el mundo a quien amaba. No podía haberse ido.
–Adiós -dijo ella.
Y colgó. Se tranquilizó e intentó controlar el temblor que amenazaba con apoderarse de sus manos.
No iba a esconderse en un hotel. Todavía no.
Salió del BMW. Los coches y los peatones que escapaban de la zona de la explosión colapsaban la calle. Paró en una tienda de material de oficina cerca del colegio Reina Elizabeth y pidió que le prestasen la guía de teléfonos. En el listín encontró a Thomas Khan.
–¿Dónde está esto, por favor? – preguntó al dependiente señalando la dirección.
–En Shepherd’s Bush. No muy lejos, al oeste de Holland Park. – El dependiente la miró amablemente con preocupación. Las noticias sobre la explosión en la calle Kensington Church ya habían salido en la radio y en la tele; inmediatamente se había sospechado que era un ataque terrorista, y Carrie estaba llena de suciedad y temblando-. ¿Necesita ayuda, señorita?
–No, gracias.
Escribió la dirección de Khan. Podía entrar en su casa y averiguar si tenía alguna conexión con Jargo o con la CIA. Tenía que actuar. Evan se había ido. No podía quedarse de brazos cruzados.
–¿Está segura de que está bien? – gritó el dependiente mientras Carrie salía corriendo por la puerta.
«No -pensó Carrie-, nunca volveré a estar bien.»
Se detuvo al tropezar con la acera; las sirenas sonaban sin parar. En cuanto la policía identificase Libros Khan como el lugar de la bomba, la policía y el MI5 se dirigirían de inmediato a casa de Khan. Si había la mínima conexión que apuntase a la CIA, si la encontraban allí y la interrogaban las autoridades británicas, sería un desastre de relaciones públicas para la agencia. No podía ir a casa de Khan, no tenía tiempo suficiente para buscar antes de que llegase la policía.
No tenía tiempo suficiente. No estaba con Evan. Pensó en él, en la primera vez que habló con él, cuando le compró el café: «pero compraste una entrada», había bromeado con ella refiriéndose a que había pagado para ver su película. Evan le había dicho que él se había enamorado primero, pero ella sabía que lo amaba semanas antes de que él se lo confesase.
Carrie se apoyó en el coche. Una capa de humo se elevaba desde la calle Kensington Church. No tenía adónde ir en Londres, ni nadie en quien pudiese confiar.
Evan. No debería haberlo dejado solo. Debería haberse quedado cerca de él. Le dolía la cara de tanto llorar. «Lo siento, siento lo que te he hecho, siento lo que se ha perdido; Evan, ¿qué hemos hecho?»
Carrie tomó una decisión. Huir, esconderse y esperar la llamada de Bedford. Limpió las huellas del coche de Pettigrew, como de costumbre, y se alejó de él.
No vio a los tres hombres que la seguían desde el otro lado de la calle, moviéndose a unos trescientos metros de ella y cada vez más cerca.
Capítulo 33
Evan agarró a Thomas Khan por la manga de la chaqueta justo en el momento en que la librería explotaba por los aires. El viento invadió la entrada del camino de ladrillos con fuerza y calor. La explosión lanzó a Evan contra Khan y tiró a ambos al suelo.
–¡Suéltame!
Khan se sacudía intentando liberarse. Evan lo agarró más fuerte y lo arrastró hasta una calle situada tras la librería. Tosiendo, se unieron a trompicones a una loca carrera protagonizada por compradores, dependientes, turistas y vecinos. Khan se retorcía para liberarse de Evan, pero éste lo tenía agarrado por los dos brazos y por el cuello, y lo empujaba calle abajo. Pasaron un bloque y luego otros dos, y llegaron tras el BMW de Pettigrew.
–Por aquí -señaló Evan.
–Suéltame o gritaré pidiendo ayuda -amenazó Khan.
–Hágalo, haga esa idiotez. Estoy con gente que puede ayudarle.
–Cabrón, tú pusiste una bomba en mi librería.
La ira inundó a Evan. Agarró a Khan por el cuello.
–Usted está involucrado en la muerte de mi madre.
–¿Tu… madre?
–Donna Casher.
–No conozco a ninguna Donna Casher.
–Tiene que ver con Jargo y usted está metido en esto.
–No conozco a ningún Jargo.
–Incorrecto. Salió corriendo al oír su nombre.
Khan intentaba soltarse.
–Vayase a su casa, señor Khan -Evan le soltó el cuello-. Vamos. Estoy seguro de que la policía tendrá muchas preguntas que hacer sobre por qué han puesto una bomba en su negocio. Vaya preparando las respuestas. También me gustará hablar con ellos.
Khan se quedó quieto.
–Jargo y la CIA andan tras usted. Ahora mismo yo estoy aquí, y si no me ayuda le aseguro que lo mataré. Pero si me ayuda estará a salvo de quien pueda hacerle daño. Usted decide.
–De acuerdo. – Y levantó las manos en señal de rendición-. Te ayudaré.
Evan agarró el hombro del anciano y lo empujó por la calle. Giraron en una esquina y se dirigieron hacia Kensington Church, donde Pettigrew había aparcado, enfrentándose a la muchedumbre que escapaba en sentido contrario.
–¿Quién te envía? – preguntó Khan.
–Yo, yo mismo y sólo yo -dijo Evan.
Llegaron a un bloque de edificios y Evan vio arrancar al BMW de la CIA con Carrie al volante.
–¡Carrie! – gritó Evan-. ¡Estoy aquí!
Pero en medio del ruidoso caos, del torrente de gente y de coches, ella no lo vio. Hizo una maniobra con el coche y, extrañamente, salió a toda velocidad calle abajo y desapareció esquivando, por poco, a los peatones que corrían.
Evan buscó a tientas su móvil. No estaba. Lo había dejado en el coche con Pettigrew. Puso a Khan contra la pared de ladrillo de un edificio.
–Jargo mató a mi madre. Tu hijo quería que yo hiciese un documental sobre Alexander Bast y eso llegó a oídos de Jargo, que entró en pánico y empezó a matar a gente. Ahora me va a contar todo sobre mis padres y Jargo o arrastraré su miserable culo hasta las llamas que devoran su librería y lo tiraré dentro.
Los ojos de Khan se abrieron como platos de terror y Evan pensó: «Realmente podría matarlo».
–Escucha -dijo Khan-. Tenemos que desaparecer de la calle. Hay un lugar donde podemos escondernos.
Cerró los ojos.
Evan se lo pensó. Pettigrew no estaba al volante, ni parecía estar en el coche. Carrie tenía aspecto de estar histérica. ¿Dónde se encontraba el oficial de la CIA? ¿Muerto en la calle a causa de la explosión? Evan miró la calle destrozada, pero no veía nada a causa de la niebla provocada por el humo.
El día había empeorado considerablemente. Quizá no fuese una buena idea llevar a Khan al refugio de la CIA. Evan sabía que la oferta de Khan podría ser una trampa. No tenía pistola ni armas, pero tampoco tenía elección ni podía dejar que Thomas Khan se fuese sin más. Evan se quedó cerca del hombre agarrándolo por el brazo con firmeza. Parecía que Khan no quería escapar. Caminaba con el rostro de un hombre que teme su siguiente cita.
Mientras se dirigían al sur buscando la calle Kensington Church, Khan dijo:
–¿Puedo arriesgarme con una teoría?
–¿Cuál?
–Viniste a mi librería con la CIA. O quizá con el MI5. Y, sorpresa, se supone que deberías estar muerto, junto conmigo.
Evan no respondió.
–Tomaré eso como un sí -añadió Thomas Khan.
–Se equivoca.
«De ningún modo», pensó Evan. Carrie no podía estar involucrada en una bomba preparada contra él. Podría haberlo matado en cualquier momento durante los últimos días si hubiese querido, y sabía que no era así. Pero Bedford… No quería pensar que ese viejo le había tendido una trampa. Pettigrew. Quizá trabajaba para Jargo. O era uno de los clientes de Jargo en la agencia, una sombra que quería proteger a Jargo.
Evan dijo:
–Lléveme hasta Hadley.
Khan sacudió la cabeza.
–Hablaremos en privado. Sigue caminando. – Khan cruzó la calle corriendo mientras Evan seguía agarrándole del brazo. Khan señaló un bistró francés-. Necesitamos un medio de transporte. Tengo un amigo que tiene un negocio y que será comprensivo. Espera aquí.
Evan apretó la mano en su brazo y dijo:
–Olvídelo. Voy con usted.
–No, no vienes -Khan se peinó con la mano y se estiró la chaqueta del traje-. Yo te necesito y tú me necesitas. Tenemos un enemigo común. No voy a escapar.
–No puedo confiar en usted.
–¿Quieres una señal de mi buena fe? – Se acercó a Evan hasta que sus mandíbulas se tocaron y le susurró al oído-: Está claro que Jargo viene a por mí. Soy un cabo suelto, y tú también. Nuestro interés es mutuo.