Pánico – Jeff Abbott

–Volvamos atrás. Volvamos a Bast, porque él es el desencadenante. Dime por qué un propietario de clubes nocturnos, amigo de famosos, se interesa por un orfanato en Estados Unidos.

–La respuesta es que no es simplemente un juerguista londinense -dijo Carrie.

–Sabemos que trabajaba para la CIA.

–Pero en un nivel de base.

–O eso dice Bedford.

–Bedford no es un mentiroso, Evan, te lo prometo.

–Olvidemos a Bedford. Para la agencia esto debe de haber sido una manera de crear identidades nuevas con facilidad.

–Pero eran sólo niños. ¿Por qué iban a necesitar identidades nuevas?

–Porque… formaban parte de la CIA. Hace mucho tiempo. Es sólo una teoría.

Carrie se puso pálida y dijo:

–Pero si Los Deeps formaban parte de la historia de la CIA, ¿no lo sabría Bedford?

–A Bedford le encargaron seguir a Jargo hace sólo un año. No sabemos lo que le dijeron. – Evan le agarró las manos a Carrie-. Nuestras familias dejaron atrás sus vidas. Dejaron de ser Richard Allan, Julie Phelps y Arthur Smithson y adoptaron nombres nuevos. Puede que a Bedford le dijesen que era un problema heredado en lugar de un terrible secreto.

Evan volvió al montón de fotos.

–Mira esto. Jargo con mi familia.

Señaló una foto de un joven alto y musculoso de pie entre Mitchell y Donna Casher, rodeando con sus grandes brazos los hombros de ambos, esbozando una sonrisa torcida que era más de seguridad que de amistad. Mitchell Casher estaba un poco inclinado hacia la cara de Jargo, como si le estuviese preguntando algo. Donna Casher estaba rígida, incómoda, pero su mano agarraba la de Mitchell.

Carrie observó la cara de Jargo y miró la de Mitchell.

–Tiene un parecido con tu padre.

–No lo veo.

–La boca -dijo ella-. Él y Jargo tienen la misma boca. Mírales los ojos.

Ahora Evan vio la similitud en la curva de la sonrisa.

–Es sólo que están sonriendo mucho.

No quería mirarles los ojos: la mirada entrecerrada era casi idéntica. No podía ser, pensó. No podía ser.

Carrie miró la parte de atrás de la foto.

–Sólo dice Artie, John, Julie.

Evan le dio la vuelta a otra foto de Jargo que Phyllis le había enseñado.

–John Cobham.

–Cobham, no Smithson.

Le cogió las manos a Evan.

–Las fotos están descoloridas -dijo con un hilo de voz-. Los rasgos están borrosos y eso hace que la gente se parezca.

Ella se recostó y dijo:

–Olvídalo. Lo siento. Volvamos a lo que tú decías, si Bedford lo sabe o no. No creo que lo sepa, si no no se hubiese molestado en enviarnos aquí.

–Entonces, ¿qué le vas a decir?

–La verdad, Evan. ¿Por qué no?

–Porque quizá, sólo quizá, sea una vergüenza de la CIA que Bedford desconoce. Bast trajo aquí a esos niños, creó nombres para ellos, hizo que fuese muy difícil para cualquiera encontrar un registro sobre ellos; y trabajaba para la CIA. – Evan se inclinó hacia delante-. Quizá la CIA cogió a estos niños y los crió para convertirlos en espías y asesinos.

–Ésa es una teoría disparatada. La CIA nunca haría eso.

–No te pongas de parte de la CIA automáticamente. – Evan bajó la voz, como si Bedford estuviese sentado en el banco de al lado-. No estoy atacando a Bedford, pero no me digas lo que la agencia, o un pequeño grupo de gente descarriada que trabaja allí, pudo haber hecho o no hace cuarenta años, porque no lo sabemos. Bast era de la CIA, y trajo a nuestros padres aquí por una razón.

Carrie levantó una mano,

–Imagínate que tienes razón, que este grupo recibió nombres y vidas nuevas y que todos pasaron a trabajar para Jargo. ¿Por qué? Ésa es la pregunta.

–Bast murió. Jargo ocupó su puesto.

–Jargo mató a Bast. Tiene que ser eso.

–Quizás. Está claro que Jargo controlaba a nuestros padres y quizás al resto de los niños; un control del que no podían escapar. Quiero ir a Londres.

–Para averiguar cosas sobre Alexander Bast.

–Sí. Y para ver a Hadley Khan. Él conocía la conexión entre Bast y mis padres. No puede ser una coincidencia.

–Tampoco puede ser una coincidencia que tu madre escogiese este momento para robar los archivos y escapar. Sabía que se habían acercado a ti para hablarte de Bast.

–Nunca se lo dije. Nunca. Sabes que no hablo de mis películas mientras estoy planeándolas. Tú fuiste la primera persona a la que se lo conté.

–Evan. Ella lo sabía. Le enviaste un correo electrónico a Hadley Khan intentando averiguar por qué te había dejado aquel paquete sobre Bast. Pudo haber mirado en tu ordenador. Quizá vio el nombre de Bast en el correo para Hadley, o cuando me conoció… quizá le recordé a mi padre. A lo mejor tenía miedo de que te reclutasen y sólo quería una vía de escape permanente para tu familia.

–Me espiaba… -Sabía que era verdad-. Mi propia madre me espiaba.

Carrie alargó las manos a través de las tazas de café para cogerle la suya.

–Lo siento muchísimo, Evan.

La foto de Bast, desperdigada entre las fotos de sus padres y de Jargo hacía una eternidad, les sonreía.

Llamaron a Bedford desde el avión y le explicaron lo que habían averiguado.

–Queremos ir a Londres -explicó Evan-. La última vez que mi madre trabajó como fotógrafa fue allí, Hadley Khan está allí y Bast murió allí. ¿Puedes hacer que la CIA en Londres nos consiga el expediente completo sobre la muerte de Bast?

–En el expediente de Bast no hay constancia de ese orfanato -dijo Bedford-. ¿Estás seguro de que el de la foto es él?

–Sí. ¿Puede ser que este expediente fuese censurado por alguien de la CIA que quisiese ocultar su implicación?

–Todo es posible.

La voz de Bedford sonaba tensa, como si las reglas del compromiso se acabaran de escribir de nuevo. Evan podía ver cómo aumentaba la tensión en la cara de Carrie: «¿A qué demonios nos estamos enfrentando aquí?».

–Londres -repitió Evan-. ¿Podemos ir?

–Sí -dijo Bedford-, si Carrie se encuentra lo suficientemente bien como para viajar.

–Estoy bien. Cansada, pero puedo dormir durante el vuelo -dijo Carrie.

–Hablaré con la oficina de Londres para que os recojan y también con vuestro coordinador de viajes, pero creo que necesitaréis un piloto nuevo. Cambiad de avión en Washington. Y, Carrie, haré que te examine un médico antes de que vayas al Reino Unido, y otro médico cuando llegues a Londres.

–Gracias, Albañil.

Bedford colgó. Carrie fue al servicio y Evan cerró los ojos para pensar.

Oyó a Carrie volver a su asiento, pero siguió con los ojos cerrados. El avión rugió sobre Ohio y luego giró hacia Virginia. Dejaba atrás un trozo de suelo que era el primer paso en la larga mentira de la existencia de su familia.

Se imaginó que estaba en el estudio de su casa de Houston, descargando la cinta digital en su ordenador y abriéndose paso hacia veinte horas de imágenes, cortando la porquería superflua de la historia que quería contarle a la audiencia sentada en la silenciosa oscuridad. Una vez había leído que Miguel Ángel simplemente extrajo los trozos de mármol que no tenían, que estar allí y que encontró el David oculto dentro de la masa de piedra. Su David era la verdad sobre sus padres, la información que liberaría a su padre.

Entonces, ¿cuál era la verdadera historia? ¿Dónde estaba la delicada obra de arte bajo el bloque de mármol?

Abrió los ojos. Carrie estaba sentada mirando hacia delante, encorvada como si un viento frío la envolviese.

De repente, el corazón de Evan se llenó de… ¿de qué? No lo sabía. Pena, tal vez tristeza. Ninguno de ellos había pedido nacer en medio de este desastre, pero ella había elegido permanecer en él. Primero por sus padres, luego por Bedford y ahora por él.

Evan sintió en su corazón el peso de lo que le debía, en lugar de la confusión y el dolor por sus últimas mentiras.

–¿En qué piensas? – preguntó Evan.

–En tu padre -dijo ella-. Te pareces a él en la sonrisa. En aquellas fotos, tu padre tenía una sonrisa muy inocente. Me pregunto si está asustado; por él y por ti.

–Jargo le ha dicho mil mentiras, estoy seguro.

–Sólo tiene que decir una realmente buena.

–Una mentira no fue suficiente para engañarte -dijo Evan.

–Me pregunto si nuestros padres tuvieron alguna vez miedo de que averiguásemos la verdad y nos alejásemos de ellos.

–Estoy seguro de que sí. Incluso sabiendo que los queríamos.

–Pero mi padre me reclutó y me metió en este mundo, igual que Jargo con Dezz. Todavía no entiendo por qué lo hizo. – Su voz sonaba cansada, no enfadada.

–No sabemos si tuvo elección, Carrie. Quizá creía que si te metías en el negocio no lo rechazarías.

–Le habría querido igualmente. Creo que eso lo sabía.

–Estoy seguro de que sí.

Carrie sacudió la cabeza.

–Ahora mismo siento que vivió una vida de la que nunca supe una palabra. Hay un montón de pensamientos, preocupaciones y miedos que tuvo que mantener en secreto. Es como si no lo conociese de nada. Probablemente así es como te sientes tú con tu padre. – «O conmigo», esperó Evan que dijese, pero ella no lo hizo.

Él carraspeó para aclararse la voz.

–Sólo sé que quiero al padre que conozco, y no puedo más que creer que ésa es la parte más auténtica de mi padre, independientemente del resto de cosas que haya hecho.

–Ya lo sé. Yo me siento igual. Te habría gustado mi padre, Evan.

–Debes de echarlo de menos.

–Dios mío, verlo en esas fotos, tan joven… todavía me impresiona. – Se enjuagó las lágrimas. Evan se sentó junto a ella, la rodeó con el brazo y le secó las lágrimas de la mejilla-. No confiaban en nosotros para decirnos la verdad -dijo después de un momento.

–Intentaban protegernos.

–Eso es lo que yo quería hacer contigo. Protegerte. Siento haberte fallado.

–Carrie, no me has fallado. Ni una sola vez. Sé que te encontrabas en una situación terrible; lo sé.

–Pero me odias un poco por mentirte.

–No.

–Si me odiases -dijo ella-, lo entendería.

–No te odio.

La necesitaba. Fue una certeza repentina. El hilo de la tragedia los había unido para siempre, del mismo modo que estaban unidos los padres de Evan y el padre de Carrie.

Evan la besó. Fue tan indeciso y tímido como suele ser un primer beso, un auténtico primer beso. Se echó hacia atrás para admirarla y ella cerró los ojos y sus labios se encontraron suavemente, una vez, dos veces; luego la besó apasionadamente. Era una mezcla de ternura y necesidad de demostrarle que la amaba.

Ella se separó y dejó su frente apoyada en la de él.

–Nuestras familias vivieron vidas falsas. Yo lo hice durante un año, pero no quiero vivir una mentira nunca más; no te puedes imaginar lo solitario que es. No quiero que tú lo hagas. Podemos ser simplemente nosotros. Te quiero, Evan.

Él quería creer. Necesitaba amar, necesitaba creer en lo mejor de ella. Necesitaba recuperar lo que había perdido, al menos parte de ello. Esa idea le vino de repente y brilló en su cabeza, estallando como si fueran fuegos artificiales. Quería estar solo con ella, lejos de los micrófonos ocultos de la CIA; lejos de sus padres, atrapados en viejas fotos como si fuesen extraños; lejos de la muerte y del miedo.

–Yo también te quiero -dijo en voz baja Evan.

Carrie se acurrucó en sus brazos y Evan la abrazó hasta que se quedó dormida.

«Podemos ser simplemente nosotros.»

«Sí -pensó-. Cuando Jargo esté muerto. Cuando lo haya matado.»

Mientras el avión despegaba hacia Virginia con gran estruendo, Evan no se preguntaba si ella era la misma mujer a la que había amado: se preguntaba si él seguía siendo el mismo hombre que ella amaba.

Capítulo 30

Jargo estaba tumbado, medio despierto, medio dormido, esperando la llamada telefónica que pondría fin a aquella pesadilla. Era de nuevo un chico sentado en la habitación oscura, escuchando la voz de Dios resonar en sus oídos. Dios estaba muerto, lo sabía, pero no así la idea de Dios, un ser tan poderoso que ejercía un control absoluto sobre ti, sobre si respirabas o si morías. El chico que había sido llevaba tres días sin dormir.

–El reto -dijo la voz, delicada, tranquila y con acento británico- es que conviertas un fallo en una oportunidad.

Jargo el chico (su nombre entonces era John, el nombre que más le había gustado) dijo:

–No lo entiendo.

–Si creas una situación y pierdes el control sobre ella, debes ser capaz de retomar esa situación, de convertirla en una ventaja para ti.

–Así que si caigo de un edificio de diez pisos… La verdad es que no sé cómo puedo convertir eso en una victoria.

Tenía trece años y empezaba a cuestionarse el mundo que siempre había conocido.

–Me refiero a situaciones que se pueden solucionar -respondió la voz sin mostrar signos de impaciencia-. Tú vives y respiras, puedes manipular a la gente. Debes construir cada trampa para que, si la presa escapa, no crea que tú la pusiste.

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