Pánico – Jeff Abbott

–¿Alguna vez averiguaste quién te dejó el paquete?

Evan se giró en la silla.

–El jefe del departamento de Documentales de la Escuela de Cine de Londres, Jon Malcolm, me dijo que un hombre llamado Hadley Khan había estado preguntándole si yo había dicho algo respecto a hacer una película sobre Alexander Bast. Le conté a Malcolm lo del paquete anónimo que había recibido, porque era raro.

–Hadley Khan.

–Sí. Pertenece a una adinerada familia pakistaní residente en Londres. Lo conocí en el cóctel que celebró la escuela de cine. Su familia dona dinero para algunas actividades culturales en Londres. Malcolm me dijo que Hadley le había mencionado mi trabajo un par de veces y que había presionado para que me invitasen a dar una charla en la escuela de cine. Me imaginé que Hadley había enviado el paquete.

–¿De qué te habló en el cóctel? ¿Lo recuerdas?

Evan pensó, mientras el silencio invadía la habitación.

–Sólo pensé en ello más tarde, cuando quedó claro que era él quien me había enviado el paquete anónimo. – Cerró los ojos-. Me preguntó sobre mi próximo proyecto cinematográfico. Yo no hablo sobre mis ideas y le respondí educadamente que todavía no estaba seguro y, francamente, era cierto. Me dijo cuánto admiraba las biografías como punto de vista, que Londres estaba lleno de personajes fascinantes. Fue todo inofensivo e impreciso. Pero me acuerdo de su cara: me recordaba a un vendedor de coches novato preparándose para lanzar la oferta, pero sin las suficientes agallas para cerrar el trato.

–¿Alguna vez le preguntaste a Hadley Khan sobre la información de Bast?

–No. Malcolm no me dijo que Hadley me había enviado el paquete hasta que estuve en Estados Unidos. Le envié un correo electrónico, pero nunca respondió. – Evan se encogió de hombros-. Era extraño, pero hace ya tiempo que aprendí que hay toda clase de gente que quiere acercarse al mundo del cine. Imaginé que, como tenía dinero, quería ser productor, salir en los créditos de una película. Es muy común. Pensé que sólo era un aficionado. – Evan movió la cabeza-. Definitivamente ahora suena más siniestro, sabiendo lo que sé.

–Alexander Bast era un agente de la CIA -dijo Bedford-. Un correo de bajo nivel. No era importante, pero aun así trabajó con nosotros hasta el día en que murió.

Evan se recostó en la silla.

–Nada en el material de Khan me hizo pensar que Bast tenía una conexión con la CIA.

–Normalmente no nos anunciamos -comentó Bedford secamente.

–Bast lleva muerto más de veinte años. Si existe una conexión con Jargo, ¿por qué tendría que preocuparse ahora?

–No lo sé. Pero eso tiene alguna relación con la razón por la que Jargo estaba interesado en ti. Bast era de la CIA, Jargo tiene contactos en la CIA. Tú estuviste en Inglaterra antes de que Jargo se interesase en ti. Y tu madre también.

–Tenía un trabajo de fotógrafa para una revista.

–O tenía que hacer un trabajo para Jargo.

Evan decidió abordar el asunto.

–Jargo dijo que tu gente mató a mi madre.

–Ya hemos hablado de eso. Mentía, por supuesto.

–Pero lo que estáis haciendo es ilegal. Lo último que sé es que se supone que la CIA no actúa en suelo estadounidense. Y sin embargo aquí estáis.

–Evan, tienes razón. Los estatutos de la CIA no permiten que la agencia realice operaciones clandestinas en territorio de Estados Unidos ni contra sus ciudadanos. – Bedford se encogió de hombros-. Pero Los Deeps son un caso muy especial. Si metemos al FBI en esto, complicaremos definitivamente la situación. Podemos actuar, y actuar con decisión.

–«Complicar» significa «revelar», y eso es lo que no quieres. El hecho es que en la agencia tenéis traidores y delincuentes en activo.

–No quiero que ellos sepan que los estamos vigilando. Todas nuestras actividades saldrán a la luz una vez que acabemos con los malos. El Congreso todavía nos supervisa, ¿sabes?

–Lo único que me importa es recuperar a mi padre de Jargo.

–Sin los archivos -indicó Bedford- no tenemos muchas opciones.

–No sé dónde están los archivos sobre Los Deeps.

–Oh, te creo. Si lo supieses nos los habrías dado.

Bedford cruzó las piernas.

–Mi madre debió de robarlos de algún sitio. Si esta red está tan fragmentada como dices, no pudo hacer fácilmente una lista de clientes. Tuvo que robar la lista de una fuente central. – Yo opino lo mismo. Evan se levantó y se puso a caminar. – Así que Jargo se interesa por mí porque se entera de que estoy haciendo una película que es una amenaza para él. Eso significa que tiene una conexión con Hadley Khan. Mete a Carrie en mi vida para vigilarme. Luego mi madre roba esos archivos… ¿Por qué? ¿Por qué se rebeló contra Jargo después de tanto tiempo?

–Quizá descubrió que Jargo estaba interesado en ti. Probablemente era una medida de protección.

La mente de Evan comenzó a dar vueltas. Su madre había firmado su sentencia de muerte al intentar salvarlo de Jargo.

–¿Qué harás con la lista de clientes si la consigues?

–La CIA sólo tiene unas cuantas manzanas podridas. Creo que Jargo conoce a la mayoría. Acabaremos con ellos. Tenemos que detener a Jargo.

–Y que consigas la lista con los otros clientes de Jargo, ¿no te perjudica a ti?

–Por supuesto que no. Los británicos, los franceses y los rusos quieren conocer sus propias balas perdidas. Pero mi principal preocupación es limpiar nuestra casa. Si tú nos ayudases a descubrir dónde pudo esconder otra copia de los archivos, eso…

–Te lo dije, no tengo los archivos -dijo Evan-, así que lo que deberíamos hacer es robarlos de nuevo.

Bedford levantó una ceja.

–¿Cómo?

–Ir a donde desaparecieron mis padres en Washington hace todos esos años. Encontrar otro camino para entrar en la organización de Jargo.

–Él habrá destruido los archivos.

–Pero no los datos básicos. Aún debe de tener una manera de hacer un seguimiento de los clientes, de los pagos que les hacen y de las entregas que él hace. Esa información todavía existe. Tenemos que abrir una brecha en su muro.

–Deja de decir «tenemos».

–Quiero recuperar a mi padre. No puedo quedarme en una habitación de hospital para siempre.

Bedford se inclinó hacia delante:

–Y crees que podrías hacerlo.

–Sí. Si comienzo a acercarme a Jargo él intentará cogerme. O pensará que estoy trabajando con vosotros y querrá cogerme para ver lo que sabéis.

–O atrapará a Carrie.

–No. Una vez casi la mata. No se acercará a él. – Evan negó con la cabeza-. Por cierto, ¿dónde estabas tú en Nueva Orleans? La enviaste sola.

–Carrie es una agente excelente, y muy tenaz.

–Bueno, en eso no fingía -dijo Evan, y se permitió sonreír por primera vez durante días.

Bedford soltó una pequeña risa.

–No, así es ella. Arriesgó todo por salvarte.

–No quiero que se acerque a Jargo.

–Pero no es algo que puedas decidir tú, ¿verdad?

–Busca otro agente.

–No puedo. La lucha contra Jargo no es un tema oficial en la CIA, hijo, porque no queremos admitir que es un problema. – Bedford volvió a sonreír-. Estás en una clínica secreta de la CIA en la Virginia rural. La gente de aquí cree que es un sanatorio para alcohólicos ricos. En nuestros libros tienes un nombre en código, un estudiante croata musulmán que no existe, que vive en Washington DC y que quiere comerciar con información sobre Al Qaeda en Europa del Este, sin éxito, por supuesto. Tu vuelo desde Nueva Orleans quedará registrado como si yo volviese de una reunión con un periodista de México que tenía información sobre un cártel de drogas que financia actividades terroristas en Chiapas. ¿Ves cómo funciona esto? No revelaremos nuestros planes hasta que identifiquemos a quién tiene Jargo de topo en la agencia. Nadie de ahí puede saber que vamos detrás de Jargo y de Los Deeps. De acuerdo con nuestros archivos, Carrie tiene que cubrir una operación en Irlanda que no existe. Tú no existes. Yo existo más o menos, pero todo el mundo cree que soy sólo un contable que viaja mucho comprobando los libros de la agencia. – Bedford sonrió de nuevo.

–Entonces déjame encontrar esos archivos. Tú no arriesgas nada, y soy el único a quien conoces que puede sacar a Jargo a la luz.

–Eres un civil. Carrie irá contigo.

–No.

–¿Porque no confías en ella o porque la quieres?

–No quiero que le hagan daño otra vez -dijo Evan.

–Te salvó el culo, hijo. Quiere acabar con la gente que mató a sus padres, y lleva un año trabajando en esto. Es una joven extraordinaria.

Evan se puso de pie y recorrió la habitación.

–Sólo me gustaría… que hubieseis vigilado a mi madre en lugar de a mí. Debisteis haber comprobado los datos sobre mí y sobre mi familia cuando Jargo me asignó a Carrie.

–Lo hicimos. Tus padres tenían leyendas extremadamente buenas.

–¿Leyendas?

–Antecedentes. No había nada que nos hiciese dudar de ellos hasta que volvimos y no encontramos fotos suyas en los anuarios del instituto en los que supuestamente habían estado.

–Entonces, ¿por qué no los estabais vigilando?

–Estábamos vigilando a tu padre, pero con mucha discreción. Pensábamos que tenía conexión con Jargo, igual que el padre de Carrie. Esta gente es buenísima; se dará cuenta de que los están vigilando a menos que esa vigilancia sea perfecta.

–Una vez más, no queríais revelar vuestros planes. Nos dejasteis a la buena de Dios.

–No sabíamos lo que estaba ocurriendo. No pudimos averiguarlo.

Evan lo aceptó.

–Si mi padre no estaba en Australia, como dijo mamá…

–Pasó las últimas semanas en Europa. Helsinki, Copenhague, Berlín. Lo perdimos en Berlín el jueves pasado.

Su padre eludiendo a la CIA. No parecía posible.

–O bien Jargo lo atrapó en Alemania o bien volvió a Estados Unidos sin que nosotros lo supiésemos, y luego Jargo le echó el guante.

–Si consigo recuperar los archivos, ¿qué nos ocurrirá a mi padre y a mí?

–Tu padre nos contará todo lo que pueda sobre Jargo y su organización a cambio de inmunidad procesal. Tú y tu padre tendréis una nueva vida e identidades nuevas fuera del país, por cortesía de la agencia.

–¿Y Carrie?

–Tendrá una nueva identidad o seguirá trabajando con nosotros. Lo que ella prefiera.

–De acuerdo -aceptó Evan con tranquilidad.

–Me sorprendes, Evan. Pensaba que eras más egoísta.

–Si averiguo lo que hay en los archivos que robó mi madre no sólo tendré una herramienta de negociación para recuperar a mi padre, sino que también averiguaré la verdad sobre quiénes son. Sobre quién soy yo.

Bedford le sonrió.

–Eso es verdad. Podría ser el primer paso para recuperar tu vida.

–No tengo mi portátil, me lo dejé cuando escapé de la casa de Gabriel, pero sí tengo mi mp3… Creo que guardé allí los archivos que envió mi madre pero no pude descodificarlos de nuevo cuando los descargué por segunda vez, y llevaba el reproductor en el bolsillo cuando salté al agua en el zoo. Se ha estropeado.

–Dámelo. Intentaremos arreglarlo.

–Tengo un pasaporte de Sudáfrica que me dio Gabriel. – Evan se lo sacó del zapato-. Tenía otros pasaportes, pero los dejé en la habitación del hotel de Nueva Orleans.

Supuso que El Turbio se los habría llevado cuando huyó.

Bedford inspeccionó el pasaporte y se lo devolvió con una mirada crítica.

–Podemos mejorar tu color de pelo. Cambiarte el color de ojos. Hacer una foto nueva. Probablemente es mejor que el mundo siga pensando que sigues desaparecido. La prensa te acosaría si aparecieses ahora.

–De acuerdo.

–Evan, hay algo que tienes que entender. Un error y estarás muerto; tu padre estará muerto, y peor aún… Los Deeps huirán con todo.

Capítulo 26

Carrie estaba despierta cuando Evan volvió a la habitación. El guardia cerró la puerta cuando entró, y los dejó solos.

–Eh, ¿cómo te encuentras? – preguntó él.

Carrie tenía delante una bandeja de la cena con comida reconfortante: sopa de pollo, puré de patatas, un batido de chocolate y un vaso de agua helada. Casi no había probado bocado.

–¿No tienes hambre?

No sabía cómo empezar la conversación. Ella había permanecido inconsciente durante la mayor parte del rápido vuelo desde Nueva Orleans, y no habían podido hablar delante de los tipos de la CIA.

–La verdad es que no.

–Bedford ha dicho que la herida no pinta tan mal.

Carrie se puso colorada.

–Parece más bien hecha con un cincel que con una bala. Me alcanzó la parte superior del hombro. Duele y está entumecido, pero me siento mejor.

Evan se sentó en la silla atornillada al suelo, a los pies de su cama.

–Gracias por salvarme la vida -dijo.

–Tú me salvaste a mí. Gracias.

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