Pánico – Jeff Abbott

–No entiendo -dijo Carrie.

–Claro que sí. Si las autoridades de Bandera no le siguen la pista es porque han cerrado la investigación. Nuestros amigos del FBI y de la CIA no quieren que se investigue, no quieren que persigan el coche robado.

–Porque ahora son ellos mismos quienes buscan a Evan -concluyó Carrie en un tono neutro.

Jargo asintió y dijo:

–Así que éstas son las malas noticias. ¿Y las buenas?-He descodificado parcialmente el mensaje de correo electrónico que Donna Casher recibió de Gabriel -dijo Galadriel-. Utilizó una variante inglesa de un antiguo código de lenguaje llano de los años setenta del SDECE. El nombre del código era 1849.

SDECE era la inteligencia francesa. Carrie frunció el ceño. 1849. La fecha que aparecía en el correo electrónico de Gabriel a Donna. Le decía qué código utilizar.

–Extraña elección -apuntó Jargo.

–En realidad no. Se supone que Donna se puso en contacto con Gabriel con prisa y necesitaban un código base con el que ambos pudiesen trabajar con facilidad.

–¿Y qué decía el mensaje, entonces?

Carrie evitaba contener el aliento y no miraba a Jargo.

–Nuestra interpretación es: «Listos para salir el 8 mar. AM. Por favor entregar primera mitad de la lista al llegar a Fl. ¿Hijo viene? Segunda mitad al salir del país. Tu marido es tu preocupación».

–Gracias Galadriel. Por favor, llámame de inmediato si encuentras alguna pista de Evan. Jargo colgó el teléfono.

Carrie observó la tensión en los hombros de Jargo, en su cara. Había visto los restos de Joaquín Gabriel pateados y hechos pedazos, y sabía que este hombre era letal, y muy poco paciente. Escogió las palabras cuidadosamente.

–Los Casher iban a reunirse en Florida. ¿Dónde?

–Lo atrapamos en Miami, cuando volvía de un trabajo en Berlín. Debió de romper el protocolo y explicarle a Donna su itinerario -dijo Jargo-. Probablemente, Donna le había prometido la última entrega cuando la familia estuviese escondida y fuera del país.

–«Segunda mitad.» Parecen dos entregas -señaló Carrie-. ¿Qué más tenía aparte de los archivos de las cuentas?

La cara de Jargo se oscureció.

–Primero la mitad de los archivos y luego la otra mitad cuando estuviesen a salvo.

Miraba a Carrie como si estuviese asustado y furioso, e intentara ocultar su ira.

–Jargo, ¿qué son esos archivos?

Llamaron a la puerta. Carrie miró por la mirilla y abrió. Entró Dezz. No parecía contento.

–En Dallas, nada. La oficina de Gabriel está bajo vigilancia.

–¿Policía local o federal?

–Local. Pero tiene que ser una petición de la agencia, probablemente a través del departamento -dijo Dezz-. No pude acercarme lo suficiente como para ver si había alguna información sobre los alias de Evan en su oficina. Han conectado a Gabriel con este caso.

–No has contestado a mi pregunta, Jargo. ¿Qué son esos archivos?

Jargo no la miró.

–Donna Casher robó nuestra lista de clientes.

–Tonterías -indicó Dezz-. No existe tal lista.

–Ella fue haciendo una lista. Una póliza de seguros brillante -Jargo se dirigió de nuevo a Carrie-. Ya sea a través de Gabriel o de su madre, Evan lo sabe todo sobre nosotros. Acaba de prometerme los malditos archivos a cambio de su padre. Sabe que Dezz es mi hijo. Sabe cosas de nosotros, Carrie. Ha visto más que los archivos de los clientes. Quizá también haya visto los nuestros.

–Así que tenemos que reunirnos con él -dijo Carrie.

Dezz dijo:

–Déjanos coger a Evan, papá. Tú vuelves a Florida, sacas los cuchillos y haces hablar a Mitchell. A ver si sabe dónde está la lista de clientes.

Jargo se frotó el labio.

–Estoy seguro de que Mitchell no tenía ni idea de que Donna estaba traicionándonos. Si hubiera ido a una misión sabiendo que su mujer estaba a punto de darme una puñalada por la espalda no hubiera vuelto cuando lo cité en Florida. Ella lo puso directamente en nuestras manos, dejando a su familia indefensa.

–Pero casi no podía decirte que no -apuntó Dezz.

–Claro que sí. Podría haber pedido un cambio de fecha. Respeto su opinión. Tenía la oportunidad de huir de nosotros fácilmente, pero no lo hizo.

–Te ciega el afecto por Mitchell -afirmó Dezz-. Eso no es bueno.

–No puedo permitirme sentimentalismos. Incluso aunque quisiera.

Jargo cerró los ojos y se frotó las sienes.

Carrie vio en la mirada de Jargo una luz que no era fría ni de odio. Era la primera vez desde que un año antes le dijo: «Sé quién mató a tus padres, Carrie, y te matará a ti también. Pero puedo esconderte. Puedes seguir trabajando para mí, cuidaré de ti».

–Carrie, ¿Evan te mencionó alguna vez Nueva Orleans? Debieron de haberle dicho adónde huir si alguna vez tenía problemas. O si les ocurría algo a ellos.

–Estoy segura de que nunca le dieron ningún tipo de plan de huida porque no sabía que sus padres eran agentes. Si hubiese tenido algún indicio de la verdad lo hubiese averiguado hace mucho tiempo. Así es él. – Se encogió de hombros-. Me dijo que había nacido en Nueva Orleans, pero que sólo había vivido allí de niño. Supongo que esto ya lo sabes.

Jargo asintió.

–Evan pidió específicamente que no estuvieses en la reunión, Dezz.

–¿No le gusto? Me siento herido.

Jargo miró a su hijo con severidad.

–Mañana en el zoo no tendremos una repetición de lo que hiciste. Estarás tranquilo y harás lo que te digan.

Dezz masticaba un caramelo y miraba la moqueta.

–¿Qué relación tienes tú con Mitchell Casher? – le preguntó Carrie a Jargo-. Pareces preocupado por él y también frustrado.

–Me gustaría que contactase con su hijo a través de mí, que lo metiese en esto. Pero se niega. No confía en mí.

–Es normal. Lo tienes prisionero.

–Estoy convencido de que no formaba parte del plan de Donna. Pero todavía no puedo convencerlo de mis buenas intenciones hacia su hijo.

–Me pregunto por qué -señaló Carrie-, teniendo en cuenta que no piensas cumplir tu trato con Evan.

–No esperará verte, Carrie. Eres el elemento sorpresa -dijo Jargo-. No puedo dejar escapar a Evan de esa reunión. Una vez que tengamos los archivos, será un caso cerrado. Lo sabes: hablará. No será capaz de mantener la boca cerrada. No es de ese tipo de hombres. Tú misma lo has dicho.

–El zoo de Audubon es un sitio muy conocido. Una gran atracción turística -dijo Carrie-. Demasiada gente. Demasiado pequeño. Ha sido muy inteligente al elegirlo. No serás capaz de coger a Evan allí, Jargo.

–Atraparlo no. Matarlo -aclaró Dezz.

–No, allí no puedes hacerlo -replicó Carrie.

–No. Le dejaremos que se vaya contigo. Estará encantado de verte -indicó Jargo-. Llévalo a algún sitio íntimo. Luego puedes matarlo.

LUNES
14 de marzo

Capítulo 23

Evan no se esperaba que hubiese niños.

Se imaginaba que el lunes por la mañana el zoo de Audubon estaría casi vacío, pero un considerable goteo de gente se dirigió al zoo cuando éste abrió sus puertas. En el pequeño aparcamiento, situado al borde del parque de Audubon, había dos autobuses escolares de una academia católica y tres minibuses con el logotipo de una comunidad de jubilados. Luego aparecieron los típicos turistas, que nunca faltaban en Nueva Orleans.

Pagó la entrada. Llevaba las gafas oscuras y la gorra de béisbol. Había pocos hombres que rondasen la veintena entre la multitud. Vio a El Turbio pagando en otra cola, con una gorra del equipo de los Astros y también gafas de sol. Mantenía la distancia y caminaba con el petate de Evan al hombro.

Evan se dio cuenta de que el zoo no era un lugar donde mucha gente caminase sola. Había familias, parejas y multitudes de estudiantes con profesores agobiados. Dio una vuelta en círculo, manteniendo la mirada en la multitud.

No había señales de su padre ni de Dezz. No tenía ni idea del aspecto de Jargo, y tampoco veía ninguna brigada de tipos con gafas de sol, audífonos y gabardinas que trabajaran para El Albañil. Sin duda, no se mostrarían de manera tan evidente.

Evan revoloteaba entre la marejada que formaba la multitud en la puerta de entrada. La noche anterior, en las habitaciones del hotel barato que él y El Turbio habían encontrado cerca del barrio francés, se había descargado un mapa del zoo de Audubon desde la página web y lo había memorizado; cada entrada y cada salida. El zoo daba por un lado a la verde extensión del parque de Audubon, y por las otras salidas a un edificio de la administración, calles laterales y un embarcadero del río Misisipi. Era un mapa general: Sospechaba que algunos caminos para los cuidadores de animales y para los empleados del zoo no aparecían en él.

Recordó los paseos con su padre, con una mano asida a él y otra con un helado pegajoso y derretido. Le encantaba el zoo. Se dirigió hacia la fuente principal de la plaza, que tenía estatuas de una hembra de elefante y su cría brincando bajo el chorro. Recorrió a paso lento y medido el camino de ladrillos flanqueado por palmeras, mirando hacia atrás como si fuese un turista y no tuviese prisa. Un grupo de colegiales se arremolinó alrededor de él, mientras un profesor intentaba mantenerlos a su derecha, donde los auténticos elefantes deambulaban por la Zona Asiática; otros niños observaban un restaurante situado a su izquierda, aunque era demasiado temprano para hamburguesas y batidos. Le gustaba disfrutar de un día en el parque, de lo mejor de la primavera en Luisiana cuando ésta aún es suave, antes de que el calor y la humedad del verano del pantano saturen el aire.

Había un banco largo y curvado, situado cerca de la fuente, que estaba vacío. Los escolares y las familias iban hacia el redil de los elefantes. La mayoría de la gente que había visto antes lo adelantó, pasando la fuente y dirigiéndose hacia el carrusel del zoo y la exposición de la jungla y el jaguar.

Evan divisó a un hombre caminando hacia él y clavándole la mirada. Era alto, con una cara atractiva y unos ojos azules tan fríos como trozos de hielo. Tenía el cabello con mechones grises. Llevaba un impermeable oscuro. El cielo amenazaba con lluvia, pero Evan creía que el hombre ocultaba algo bajo la gabardina. No pasaba nada. Evan también había escondido algo bajo su impermeable, pero no una pistola; era El Turbio quien llevaba una, ya que si Jargo o El Albañil cogían a Evan se la quitarían. Tenía el reproductor de música digital en el bolsillo e iba a decir que los archivos estaban en él. Sin discusiones. Sin buscar. Simplemente se los daría y dejaría que se preocupasen de descodificarlos si podían.

Evan observaba. Ni rastro de su padre.

–Buenos días, Evan -saludó el hombre con un tono de barítono.

Era la misma voz que había oído en la cocina, la misma que la del teléfono.

–¿Señor Jargo?

–Sí.

–¿Dónde está mi padre?

–¿Dónde están los archivos?

–Respuesta equivocada. Usted primero. Déme a mi padre.

–Tu padre no necesita que lo rescaten, Evan. Está con nosotros por su propia voluntad. Lleva años trabajando para mí, igual que tu madre.

–No. Usted mató a mi madre.

–Estás confundido. La CIA mató a tu madre. Yo la hubiese salvado si hubiese tenido la oportunidad. Por favor, mira a tu derecha.

Evan obedeció. Había una zona de juegos para niños y después, al lado del restaurante, un patio con mesas y sillas para comer. Dezz y Carrie estaban en una mesa con toldo. Él la rodeaba con el brazo. Ella estaba pálida. Dezz dirigió a Evan una amplia sonrisa.

A Evan se le hizo un nudo en el estómago. «No.»

–Pero Carrie, ella es otro tema. Mi gente se la encontró cuando fue a tu casa en Houston para ayudarte a protegerte la mañana que asesinaron a tu madre. No podíamos dejar que la CIA la matase también, así que nos la trajimos con nosotros -Jargo habló con voz lenta y tranquilizante-. Todo esto ha sido un terrible error, Evan.

La habían encontrado. Eso explicaba el comportamiento de Carrie después de que él se marcharse a Austin. La habían obligado a dejar el trabajo para que no la echasen de menos y también a llamarlo para ver dónde estaba cuando iba en el coche con Durless.

–Carrie es totalmente inocente, Evan. Creo que es una buena chica. No le deseo ningún mal. Me gustaría dejarla marchar, y lo haré, tan pronto como me des los archivos. Tú y Carrie podréis hablar en privado. Luego puedo llevarte con tu padre. Está desesperado por verte.

Evan abrió la boca para decir algo, pero no le salió nada. Se quedó mirando a Carrie. Ella sacudió la cabeza muy despacio.

–¿Sí o no, Evan?

Evan seguía esperando que los del gobierno se les echasen encima. Puede que El Albañil estuviese merodeando por allí cerca, observando la teatral escena, viendo quién rompía el empate. Pero no podía esperar siempre. Evan dijo:

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