–A ningún sitio, y en todos. Mi padre me mandó al colegio en Florida un tiempo. Me gustaba Florida. Luego a Nueva York, y durante tres años ni siquiera supe si estaba vivo o muerto; luego a California durante dos años. Entonces yo era Trevor Rogers. Trevor, ¿no me queda bien ese nombre? Otras veces no se preocupaba por el colegio y yo le ayudaba.
–Te enseñó a disparar, a estrangular y a robar.
Mantuvo la voz más baja que la música tejana que salía de los altavoces, más baja que la risa procedente de las mesas.
–Claro. De todas formas no me gustaba el colegio. Demasiada lectura. Aunque me gustaban los deportes.
Intentó imaginarse a Dezz jugando al béisbol sin darle con un bate al lanzador del equipo contrario. O un tres contra tres de baloncesto, compartiendo la pista con chicos cuyos padres no les enseñaban cómo desactivar un sistema de alarma o abrir una yugular en canal.
–No haces esto a menudo, ¿verdad? Sentarte y comer con otro ser humano.
–Como con Jargo.
–Podrías llamarlo papá.
Dio un gran sorbo con la pajita al té lleno de nubes de azúcar.
–No le gusta. Sólo lo hago para fastidiarlo.
Carrie recordaba a su padre, el amor limpio y sin límites que sentía por él. Observó a Dezz mientras movía el té en su boca, la miraba y luego volvía a mirar su bebida con una mezcla de desprecio y timidez. Carrie vio con toda claridad que él pensaba que probablemente era la única mujer con la que podía hablar o a la que podía aspirar.
–Todavía estoy loco por ti -dijo mirando al vaso de té.
Llegaron los platos. Dezz pinchó con el tenedor un pedazo de enchilada de carne de vaca, enrolló las largas tiras de queso con el tenedor y rompió el hilo de un tirón. Intentó esbozar una sonrisa que alivió y puso enferma a Carrie al mismo tiempo.
–Pero lo superaré.
–Estoy segura -respondió ella.
El apartamento estaba oscuro y en silencio. Jargo había alquilado también los dos apartamentos adyacentes para asegurarse intimidad. Colocó en la mesa del café una pequeña grabadora de voz digital, entre los cuchillos.
–No tienes ninguna objeción a que te grabe, ¿verdad Gabriel? No quiero pisotear tus derechos constitucionales. Al menos no del modo que tú lo hiciste con otras personas hace unos años.
–Que te den. – La voz de Gabriel apenas era un crujido difuso por la pérdida de sangre, el dolor y el cansancio-. Tú no eres quién para decirme lo que es moral o decente.
–Me perseguiste durante mucho tiempo, pero te quitaron la licencia. – Jargo eligió un cuchillo pequeño de hoja larga adaptada para fines festivos-. Este pedazo de belleza está diseñada para cortar pavo. Es bastante apropiado.
–No eres más que un maldito traidor.
Jargo inspeccionó el cuchillo y pasó el borde por la palma de la mano.
–Eso ya está muy trillado. Cazatraidores. Cazar no es un esfuerzo muy enérgico. Capturar es más impresionante. – Se acercó a Gabriel-. ¿Para quién estás trabajando últimamente? ¿Para la CIA, para Donna Casher o para otra persona que quiere hundirme? – Gabriel tragó saliva. Jargo levantó la pequeña hoja fina y plateada del cuchillo y alzó una ceja-. Éste no es para cortar pavo, sino salchichas.
–Me matarás hable o no.
–Mi hijo no me ha dejado demasiado trabajo por hacer, pero tú eliges si prefieres que el final sea lento o rápido. Soy humanitario.
–¡Que te den!
–No a mí, sino a tu hija o a tus nietas. Veamos, tiene treinta y cinco años, un marido muy rico y vive en Dallas. Mandaré a mi hijo a visitar su casa de revista. Dezz se la follará delante de su maridito y le dirá que la razón por la cual sus maravillosas vidas son tan cruelmente sesgadas es el gilipollas de su padre, y luego los destripará a los dos. – Hizo una pausa y sonrió-. Después venderé a tus nietas. Conozco a un caballero solitario en Dubai que me pagará veinte mil por ellas, y aún más si las vendo juntas.
Los ojos de Gabriel se humedecieron de terror.
–¡No, no!
Jargo sonrió. Todo el mundo, excepto él, tenía una debilidad, y eso lo hacía sentir mucho mejor y más seguro en su lugar en el mundo.
–Entonces charlemos como los profesionales que somos para que tu familia llegue a disfrutar su vida de cuento de hadas. ¿Para quién trabajas?
Gabriel respiró profundamente un par de veces antes de responder.
–Para Donna Casher.
–¿Qué se supone que debías hacer exactamente para ella?
–Conseguirle identificaciones falsas para ellos y llevarla a ella y a su hijo con su marido. Luego sacarlos a los tres del país. Protegerlos.
–¿Y cuánto te pagaban?
Jargo se acercó más a Gabriel con el cuchillo más largo y le rozó la hoja por la mandíbula.
–Cien mil dólares.
Jargo bajó el cuchillo.
–Ah, en efectivo. ¿Quieres una copa para el dolor? ¿Bourbon de Kentucky? ¿Tequila mexicano?
–Claro. – Gabriel cerró los ojos.
–Oí que lo habías dejado. Qué pena que des un paso atrás. Bueno, no puedes tomar una copa. Todavía no. No me creo que cien mil fuese todo lo que te iba a pagar, señor Gabriel.
–Dios, por favor, no le hagas daño a mis niñas. Ellas no saben nada.
Jargo se inclinó junto a Gabriel, observó su cara como si admirase la habilidad en un cuadro, e hizo un movimiento rápido con la mano. Le arrancó un trozo de mejilla. Gabriel apretó los dientes, pero no gritó. La sangre le brotaba lentamente del corte.
–Estoy impresionado. – Jargo se levantó, fue al bar, abrió una botella de whisky y lo olió-. Glenfiddich, tu leche materna durante los días de gloria en la compañía. Al menos es lo que oí en las pocas ocasiones en las que te presté atención. – Puso la botella sobre el corte de Gabriel-. Ahí tienes la copa que querías. Disfrútala.
Gabriel gimió.
–Bueno. Un viejo espía como tú no se va a morir de hambre con cien mil. – Sacó de la chaqueta un trozo de papel y lo sostuvo en el aire-. Encontramos este correo electrónico que le enviaste a Donna Casher. Descodifícalo para mí.
Los de la vieja escuela eran duros de pelar.
–No sé qué significa.
Jargo le pasó la cuchilla por la oreja y le hizo sangre en el lóbulo. Gabriel se retorció.
–Con dos balas en el cuerpo y la boca hecha un desastre esto no duele mucho. ¿Quieres que te saque las balas? – Jargo sonreía abiertamente.
Gabriel se estremeció.
–Mira, la pregunta del millón de dólares es por qué Donna Casher se decidió por un ex agente alcohólico de la CIA. ¿Por qué tú? Creo que estabas dispuesto a correr un riesgo mayor. Por algo más que por dinero. Dime, ¿era por el bien de tu familia? – Jargo se agachó y le susurró a la oreja destrozada del hombre-. ¿Para comprar su seguridad?
Gabriel sintió una gran pesadumbre en el pecho. Lloró. Jargo contuvo las ganas de cortarle el cuello. Odiaba las lágrimas porque rebajaban a la gente.
Gabriel recobró el aliento.
–El mensaje significaba que estaba lista para huir.
–Gracias -dijo Jargo-, para escapar ¿con qué?
–Donna tenía una lista.
He aquí la confirmación.
–Una lista.
–De un grupo de gente… dentro de la CIA… que realizan operaciones ilegales y no autorizadas. Contratan trabajos de espionaje y de asesinato a un grupo independiente de espías que ella llamaba Los Deeps. Tenía los nombres de tus clientes de la CIA, tenía información detallada sobre cómo habían pagado por tus servicios. Lo que yo siempre sospeché.
–Y nunca pudiste probar -dijo Jargo-. Describe los datos, por favor.
–De este grupo independiente, Los Deeps, decía que tenía clientes en la CIA, en el Pentágono, en el FBI; en MI5 y MI6 en el Reino Unido, dentro de cada servicio de inteligencia en el mundo; entre las principales empresas del planeta, altos mandos de los gobiernos. Cuando alguien necesitaba un trabajo sucio, confidencial para siempre… acudían a ti.
–Y lo hacen -afirmó Jargo-. Puedes observar por qué mis clientes no apreciarían que tomases sus nombres en vano. – Le acercó el cuchillo al cuello a Gabriel-. ¿Mitchell Casher conocía tu trato para ser el guardaespaldas de su esposa?
–Ella dijo que él no sabía que tenía esa lista de clientes ni que quería huir. Estaba haciendo un trabajo para Los Deeps, para ti, y dijo que nos reuniríamos con él dentro de tres días en Florida. Éste era su punto de entrada después de su trabajo en el extranjero. Quería que estuviese con ella cuando se lo contase a él, para convencer a Mitchell de que la única opción que tenía era huir. Yo me haría pasar por un enlace de la CIA, le diría que a cambio de los datos obtendrían inmunidad y nuevas identidades. Luego toda la familia junta huiría.
–Donna hizo de esto un hecho consumado.
–Quería darle una oportunidad a su marido. Estaba quemando todas sus naves.
–¿Adónde huían?
–Yo sólo tenía que llevarlos a salvo hasta Florida. Ellos escaparían desde allí. A cualquier sitio. No lo sé. ¿No te lo dijo Donna antes de matarla?
–Fue Dezz quien la mató en un ataque de ira, porque no quería hablar. Ella era más fuerte que tú y estaba mejor entrenada. – Limpió la sangre del cuchillo-. Y entonces ella llamó a Evan para que fuese a Austin.
–Donna planeaba explicarle que tenían que escapar, contarle toda la verdad. Que trabajaba para tu red, que quería acabar contigo, que me daría la información para acabar con cada uno de tus clientes. Luego iríamos en coche hasta Florida, quería evitar los aeropuertos.
–Suerte para él que llegaste tú. – Jargo acercó la cara a la de Gabriel-. Esta lista de clientes y algunos archivos relacionados estaban en el ordenador de Evan. Los vimos y los borramos. ¿Me estás diciendo que no sabía que tenía los archivos?
–No sé si lo sabía o no. Te estoy diciendo lo que sabía su madre. Él… él no parece saber demasiado.
–¿Lo sabe o no?
–No… no lo creo. Parece bastante tonto.
–No, no es tonto. – Jargo recorrió la barbilla de Gabriel con la cuchilla-. No te creo. Donna borró los archivos del ordenador y envió una copia de seguridad al ordenador de Evan. Pero necesitaría los archivos para convencer a Evan de la necesidad de desaparecer. La gente no escapa dejando simplemente atrás su vida. Así que Evan debe de haber visto los archivos y seguro que tomó la precaución de hacer una copia y esconderla.
–Él no lo sabe.
Jargo le clavó el cuchillo en la herida de bala que Gabriel tenía en el hombro. Se le pusieron los ojos como platos y las venas del cuello se le hincharon. Jargo le tapó la boca con la mano, giró el cuchillo y dejó que el grito se ahogase entre sus dedos, sacó el cuchillo y sacudió la sangre.
–¿Estás seguro?
–Lo sabe -jadeó Gabriel-. Lo sabe, yo se lo dije. Por favor. Sabe tu nombre. Sabe que su madre trabajaba para ti.
–Luchó contigo.
–Sí.
–Te dio una paliza.
–Tiene treinta años menos que yo.
–Visto que tu suerte ha cambiado -dijo Jargo-, creo que te gustaría que Evan acabase conmigo.
Gabriel miró fijamente a Jargo.
–No vivirás para siempre.
–Cierto. ¿Dónde se suponía que os reuniríais con Mitchell en Florida?
–Donna sabía el lugar, yo no. Él no la esperaba. Lo iba a interceptar de vuelta a casa.
–¿Adónde irá Evan? ¿A la CIA?
–Le advertí que se alejase de la CIA. Yo no quería…
Jargo se puso de pie.
–Yo, yo, yo… Tú querías los archivos para ti, para acabar conmigo y humillar a la CIA. Eso sería su perdición, lo sabes. Venganza. ¿Ves adónde te ha llevado?
–He cumplido mi promesa.
–Dime. ¿Respondes a menudo a cualquier excéntrico que se pone en contacto contigo para ayudarte en tu vendetta contra la CIA? Seguramente te dio prueba de su capacidad. Un aperitivo de lo que estaba por venir.
Gabriel miró a Jargo a la cara y dijo:
–Smithson. – Sonrió cuando Jargo se puso pálido-. Te he dicho todo lo que sé.
Jargo intentó evitar que su rostro reflejase sus emociones. Dios mío, ¿cuánto le había contado Donna a este hombre? Jargo hizo como si el nombre de Smithson no significase nada para él.
–Evan dejó atrás una gran cantidad de dinero en efectivo en el Suburban de tu yerno, pero no dejó identificaciones. Es de suponer que no planeaste que los Casher volasen desde Florida con sus propios nombres. Necesito saber las identidades de los documentos que hiciste para Evan.
Gabriel cerró los ojos, como si se armase de valor para responder.
Jargo le dio un sorbo al whisky, se acercó a Gabriel y le escupió en la profunda herida del rostro.
Gabriel le devolvió el escupitajo.
Jargo se limpió el hilo de saliva que le colgaba de la mejilla con el reverso de la mano.
–Me darás todos los nombres que aparecen en los documentos de Evan y luego iremos…
«A ningún sitio.» Gabriel movió la cabeza hacia abajo y luego a la derecha. Jargo aún tenía en la mano el largo filo de plata del cuchillo y Gabriel se clavó la punta con un solo movimiento y conteniendo la respiración.