–Buena suerte con eso, querida.
–Gracias, Galadriel.
Carrie colgó y llamó a la puerta de Dezz. Después de un momento contestó, mientras colgaba un teléfono móvil y se lo metía en el bolsillo.
Le habló de las pistas.
–¿Qué se supone que debemos hacer si encontramos a este Granger y al gobierno de Estados Unidos al completo justo detrás de él?
–Correr -dijo Dezz-, rápido y lejos.
–Matarán a Evan. No se merece morir.
–Lo que Evan Casher se merece podría cambiar de un momento a otro. Si se hace público lo que le ocurrió nos jorobaría bien. Tendríamos que cerrar, al menos durante un año, y no podemos permitirnos eso.
–Debe de ser agradable tener tan poca moralidad, te cabría toda en el bolsillo.
Dezz sonrió.
–Y esto lo dice la puta. ¿Necesitas que te preste un poco de conciencia? Tengo para dar y tomar.
–Evan no tiene que morir si puede ayudarnos. A mí me escucharía. No sabe nada, no es una amenaza.
–Eso piensas tú.
–Eso pienso yo.
–Piensas demasiado -dijo Dezz-. Tus neuronas están funcionando todo el rato.
–Como a la mayoría de la gente.
–La mayoría de la gente no, incluida tú. Lo estropeaste al no encontrar esos archivos.
Carrie lo ignoró.
–Dime la verdad, cielo. ¿Conoce Evan a los Deeps?
–No -respondió ella-, no los conoce. Estoy segura de ello.
Podía ver que no le creía. Sirvió café. Jargo salió de su habitación, pálido.
–El hombre calvo -dijo Jargo-. Tenemos una identificación positiva de los elfos sacada de los historiales de teléfono del correo de voz y del documento de identidad. Se llama Joaquín Gabriel. Un ex agente de la CIA. Los elfos están investigando la vida de Gabriel para ver dónde encaja en ella Evan Casher.
–¿Por qué querría Gabriel a Evan? ¿Qué le hizo a la CIA? – preguntó Carrie.
Una ligera sensación de miedo le subió por la espalda.
–La CIA. Estamos jodidísimos -dijo Dezz.
–Lo pusieron de patitas en la calle hace cuatro años -explicó Jargo.
–Quizá lo pusieron de patitas dentro otra vez -comentó Dezz.
–Gabriel arreglaba los enredos y las pifias -dijo Jargo-. Lo que la gente llama un pescatraidores. Encuentra gente de dentro que puede acabar con la CIA.
–¡Mierda! – exclamó Dezz.
–El señor Gabriel tiene una cuenta que saldar conmigo. – El teléfono de Jargo sonó otra vez. Escuchó, asintió y colgó-. El yerno de Gabriel tiene una casa de fin de semana cerca de Austin. En un pueblo llamado Bandera. Puede que Gabriel haya escapado hacia allí. Sólo está a una hora o así.
–Bien -dijo Dezz-. Me estoy aburriendo.
Formó con las manos la figura de una pistola e hizo como si le disparase a Carrie en medio de los ojos.
Capítulo 11
La bala impactó en la pared, unos quince centímetros por encima del cabecero. Gabriel se sacudió y se estremeció, abrió los ojos de par en par.
–Mi madre está muerta. Mi padre ha desaparecido. Última oportunidad -dijo Evan-. ¿Dónde estamos?
–Cerca de Bandera.
A Evan le sonaba, era un pueblo pintoresco de la zona de Texas Hill.
–Es la casa de vacaciones de mi yerno. Mi hija se casó bien.
Gabriel miraba la pistola, no a Evan.
–¿Eres de la CIA o un agente de seguridad privado?
–Privado -dijo después de un momento-, pero estuve en la CIA, y tu madre… me conocía a mí y también conocía mi trabajo. Por eso me llamó. Solía encargarme de seguridad interna. Solía. La agencia me echó porque era un grano en el culo.
–No me digas. Dime cómo contactar con mi padre.
–No sé cómo hacerlo.
Gabriel se aferraba implacablemente a ese aspecto de la historia. Evan decidió hacer la pregunta de otra manera.
–¿Mi padre sabe cómo ponerse en contacto contigo?
–No. Esto fue un acuerdo con tu madre. No tuve contacto con él.
–Estás mintiendo.
–No. Tu madre pensaba que no era necesario que yo lo supiese. – Gabriel esbozó una sonrisa amplia y torcida, un poco de loco-. Tu madre le robó los archivos a Jargo. Éste tiene acceso a tu padre porque tu padre también trabaja para Jargo. Tu padre ha desaparecido. Haz las cuentas.
Evan no había pensado con claridad, dadas las prisas y el caos desordenado de las últimas veinticuatro horas.
–Jargo tiene a mi padre.
–Es bastante probable. Sospecho que estaba en una misión para Jargo cuando tu madre decidió escapar. Jargo lo averiguó y cogió a tu padre para tenerlo bajo control. Probablemente él les dio la contraseña del ordenador de tu madre para que Jargo pudiese buscar los archivos.
–Necesito esos archivos para rescatar a mi padre de Jargo.
Pero los archivos habían desaparecido, se habían evaporado en la nada. El corazón le dio un vuelco. Habían entrado rápidamente en su portátil. Conocían su contraseña. Probablemente por su padre, que realizaba el escaso mantenimiento de que disfrutaba el sistema de Evan.
–Lo único que les interesará ahora es asegurarse de que no sabes lo que había en los archivos, y que no tienes copias de ellos. – Gabriel le dirigió a Evan una sonrisa sarcástica-. Soy tu única esperanza para esconderte de esa gente.
–¿Dónde encaja Carrie en todo esto? Sabía que yo estaba en peligro, intentó advertirme.
–¿Quién es Carrie?
–No importa -dijo Evan después de un momento.
Gabriel cerró los ojos.
–Está claro que me equivoqué en la manera de negociar contigo, Evan. Debí haber confiado en ti.
–¿Tú crees?
–Felicidades, ya te has probado a ti mismo ante mí. Pero no entiendes lo que está en juego. Esos archivos que robó tu madre podrían acabar con Jargo, y es un tipo muuuy malo. Tengo que conseguir esos archivos. Son la prueba que necesito.
–Contra Jargo.
–Sí. Para probar que no debería haber perdido mi carrera todos estos años. Que Jargo cuenta con traidores dentro de la CIA trabajando para él. – Gabriel tosió-. La CIA es, sobretodo, una organización con personas trabajadoras y honestas. Pero una manzana podrida puede hacer que el resto también se pudra, y Jargo conoce a las manzanas podridas. Tu madre vino a mí porque sabía que yo no era una manzana podrida, Evan. Tenía miedo de ir directamente a la agencia porque no quería dar esta información y alertar a Jargo. Él tiene gente a sueldo en la agencia, y también en el FBI. Si se enteran de estos archivos o de dónde estás tendrán tantos motivos para deshacerse de ti como Jargo. No quieren ser descubiertos. – Gabriel se pasó la lengua por los labios-. Evan, apuesto a que si esos archivos eran tan valiosos, tu madre escondió otra copia. ¿Dónde podría estar? Piensa. Si tienes otra copia todavía puedo ayudarte.
–O simplemente podemos llamar a la CIA.
–Evan, ¿crees que la CIA quiere que estas noticias se hagan públicas? ¿Que se sepa qué círculo de espías independientes opera delante de sus narices, entre sus propios muros? – Gabriel se pasó de nuevo la lengua por los labios-. La CIA me echó por sugerir la más mínima posibilidad. Algunas personas de la CIA te matarían antes de dejarte manchar la credibilidad de la agencia. Te están buscando tanto como Jargo.
La CIA. Ese pensamiento hizo que Evan sintiese en la piel unos pinchazos fríos. Jargo era un asesino, pero era sólo un hombre. Pero si esos archivos amenazaban a la CIA, podrían encontrarlo. No se podría esconder de ellos eternamente.
–¿A quién tengo que llamar de la CIA para decirles que paren?
Gabriel se rió, emitió un sonido frío y sarcástico.
–No les dirás una mierda, hijo. No paran. Te persiguen hasta que te encuentran, ven lo que sabes y si sabes demasiado te matan. Yo no iría corriendo a la CIA si fuese tú.
–Así que tanto ellos como Jargo quieren los archivos. ¿Los archivos son listas de traidores dentro de la CIA que ayudan a Jargo, o agentes, o nombres u operaciones que están en movimiento?
–Nombres. ¿Ves como ahora confío en ti?
–¿De agentes? – Gabriel se encogió de hombros-. ¿Qué ibas a hacer cuando mamá te diese esos nombres? – Evan lo apuntó con el arma-. No tengo ninguna razón para creer ni una palabra de lo que has dicho. Podrías haberme mentido desde el primer momento y no creo que me salvaras por ninguna deuda con mi madre ni por ser la compasión personificada. Quieres esos archivos tanto como Jargo, podrías estar mintiendo sobre su contenido y sobre por qué los necesitas.
Gabriel mantuvo la boca cerrada.
–Muy bien, la ley del silencio. Puedes contármelo todo de camino.
–¿De camino adónde?
Evan cogió su portátil y salió de la habitación. Gabriel no se merecía una respuesta. Se sentó en el pasillo oscurecido, puso la cabeza entre las manos y barajó sus opciones. Gabriel sabía toda la verdad, pero no hablaba. Podía ponerle una pistola en la cabeza y amenazarle con matarlo si no hablaba. Pero tanto Gabriel como él sabían que Evan no lo mataría a sangre fría. Gabriel se lo había visto en los ojos.
Así que necesitaba otra táctica, y una mejor que le devolviese a Evan a su padre y detuviese a Jargo, el hombre que estaba tras la muerte de su madre, si Gabriel no estaba mintiendo.
Pero Evan tenía que hacer una llamada. Su teléfono móvil lo tenía la policía de Austin, pero el teléfono de Gabriel estaba en la barra del desayuno.
Lo cogió y marcó el número de Carrie.
Capítulo 12
Habían salido como una bala de Austin hacia el sur por la I-35, y luego desviándose hacia el oeste por la autopista 46, atravesando la vieja ciudad alemana de Boerne. Las colinas estaban cubiertas de robles y de cedros que serpenteaban por sus laderas. El cielo comenzaba a nublarse.
Carrie se sentó delante, Jargo detrás y Dezz conducía. La señal de la autopista decía: «Bandera 16 km».
El teléfono de Carrie zumbó en el silencio. Lo tenía configurado para vibrar, no para sonar, y pensó «¡Dios, no!».
–Oigo un teléfono -dijo Jargo.
–Es el mío. – Las manos de Carrie se empaparon de sudor.
–Evan. ¡Aleluya! – dijo Dezz.
–Contesta. Pero sostén el teléfono de manera que yo pueda oír.
Jargo se inclinó hacia delante, puso la barbilla sobre el asiento y la cabeza cerca de la de ella.
Carrie cogió el teléfono del fondo de su bolso y levantó la tapa.
–¿Diga?
–¿Carrie? – Era Evan.
–¡Dios mío, cariño! ¿Estás bien?
–Estoy bien. ¿Dónde estás?
–Evan, por el amor de Dios, creía que te habían secuestrado. ¿Dónde estás tú?
–Carrie, ¿cómo sabías que estaba en peligro cuando me llamaste?
Jargo se puso rígido junto a ella.
–Había tres hombres en tu casa cuando volví con el desayuno para los dos. Dijeron que eran del FBI, pero pensé… pensé que algo olía a chamusquina. No me gustó su aspecto. – Escogió cuidadosamente las palabras, consciente de que tenía que agradar a dos públicos-. Tenían pinta de matones haciéndose pasar por agentes del gobierno. No les dejé entrar, Evan.
–¿Qué querían?
–Querían hacerte preguntas sobre tu madre. ¿Dónde estás? ¿Qué ocurre?
–La verdad es que no puedo hablar de ello. – Evan pareció suspirar de alivio-. Sólo quería asegurarme de que estás bien.
–Estoy bien, sólo estoy preocupada por ti. Por favor, dime dónde estás e iré, a donde sea.
–No, no quiero que te metas en esto hasta que averigüe lo que está pasando realmente.
–Maldita sea, dime dónde estás cariño. Déjame ayudarte.
Jargo le tocó el hombro a Carrie.
–¿Adónde fuiste ayer por la mañana, Carrie? – preguntó Evan.
–Tú… -cerró los ojos-, me diste mucho que pensar la última noche. Fui a dar un paseo en coche. Luego a buscar nuestro desayuno. Siento no haber estado allí cuando te despertaste. No quería enviarte un mensaje equivocado.
–Deberías irte de Houston. Poner distancia entre tu vida y la mía. No quiero que te hagan daño… quienquiera que me persiga.
–Evan, déjame ayudarte. Por favor, dime dónde estás. – Jargo la acercó más a él y puso la oreja incluso más cerca del teléfono-. Te quiero.
Un momento de silencio.
–Adiós Carrie. Te quiero de verdad, pero no creo que podamos hablar durante un tiempo.
–Evan, no.
Evan colgó.
Jargo la empujó con fuerza contra la ventana.
–¡Maldita sea, estúpida zorra!
Le golpeó con fuerza la cabeza contra el cristal y le clavó el cañón de su Glock en el cuello.
–¿Paro el coche?
–No.
Jargo le arrancó el teléfono a Carrie, leyó el registro de la llamada, marcó el número de Galadriel en su teléfono y le ordenó que siguiera la pista del número. Colgó y miró fijamente a Carrie.
–¿Lo llamaste para advertirlo? Me dijiste que no lo habías llamado.
–No, lo llamé para darle una razón para alejarse del FBI y de la CIA si venían a buscarlo.
–No te dije que hicieses eso -respondió Jargo.
–Quería que no hablase, de nada, hasta que pudiésemos atraparlo. No llegaste a él a tiempo. Dejaste que la policía lo atrapara. Pero no pude seguir, Gabriel atacó el coche patrulla justo cuando lo tenía al teléfono.