—No tiene aspecto de ser mal rey —dijo Mort—. ¿Por qué querrán matarlo?
—¿VES AL HOMBRE QUE ESTÁ JUNTO A ÉL? ¿EL DEL BIGOTITO Y LA SONRISA DE LAGARTIJA? —inquirió la Muerte señalando con la guadaña.
—Sí.
—ES SU PRIMO, EL DUQUE DE STO HELIT. NO DESTACA POR SU SIMPATÍA —dijo la Muerte—. MUY DIESTRO CON EL VENENO. EL AÑO PASADO ERA EL QUINTO EN LA LÍNEA DE SUCESIÓN AL TRONO, AHORA ES EL SEGUNDO. PODRÍAMOS DECIR QUE SE TRATA DE TODO UN TREPA. —Hurgó en el interior de su túnica y extrajo un reloj cuya arena negra bajaba entre un enrejado puntiagudo de hierro. Lo sacudió para comprobar el efecto—. AL QUE LE QUEDAN TREINTA O TREINTA Y CINCO AÑOS POR DELANTE —concluyó con un suspiro.
—¿Y va por ahí matando a la gente? —preguntó Mort. Sacudió la cabeza y agregó—: No hay justicia.
La Muerte lanzó un suspiro.
—NO. —Le entregó la copa a un paje, que se sorprendió al descubrir que de repente tenía en la mano un recipiente vacío—. SÓLO ESTOY YO.
Desenvainó la espada, con la misma hoja azul hielo, delgada como una sombra, que la guadaña de rigor, y avanzó.
—Creí que utilizaba la guadaña —susurró Mort.
—A LOS REYES LES CORRESPONDE LA ESPADA —replicó la Muerte—. ES UNA… CÓMO SE DICE… UNA PRERROGATIVA REAL.
Su mano libre extendió los dedos huesudos y se perdió entre los pliegues de la túnica para sacar el reloj del rey Olerve. En la parte superior del artefacto quedaban unos pocos granos de arena amontonados.
—PRESTA MUCHA ATENCIÓN —dijo la Muerte—, TAL VEZ DESPUÉS TE HAGA PREGUNTAS.
—Espere —le pidió Mort, desesperado—. No es justo. ¿No puede impedirlo?
—¿JUSTO? ¿QUIÉN HA HABLADO DE JUSTICIA? —preguntó la Muerte.
—Bueno, si el otro tipo es tan…
—ESCUCHA —dijo la Muerte—, LA JUSTICIA NO TIENE NADA QUE VER CON ESTO. NO SE PUEDE TOMAR PARTIDO. SANTO CIELO. CUANDO TE LLEGA LA HORA, PUES TE HA LLEGADO. NO HAY MÁS QUE DECIR, MUCHACHO.
—Mort —gimió Mort mirando fijamente a la multitud.
Entonces la vio. Un movimiento hecho al azar por la multitud abrió un canal entre Mort y una muchacha delgada y pelirroja que estaba sentada con un grupo de mujeres mayores detrás del rey. No era exactamente hermosa, pues tenía un exceso de pecas y, francamente, tendía más bien a la delgadez. Pero al verla, Mort sufrió una impresión tan grande que le produjo un cortocircuito cerebral que le recorrió el cuerpo hasta llegarle a la boca del estómago y le hizo reír malignamente.
—HA LLEGADO LA HORA —anunció la Muerte dándole un golpecito a Mort con el codo afilado—. SÍGUEME.
La Muerte se dirigió hacia el rey, sopesando la espada en la mano. Mort parpadeó y se dispuso a seguirla. Los ojos de la muchacha se posaron brevemente en los suyos, para apartarse de ellos inmediatamente y… volver a posarse en ellos, al tiempo que giraba la cabeza y comenzaba a abrir la boca para formar un «ooh» aterrado.
A Mort se le heló la sangre. Echó a correr hacia el rey.
—¡Cuidado! —gritó—. ¡Estáis en gran peligro!
Y el mundo se convirtió en melaza. Comenzó a llenarse de sombras azules y purpúreas, como el sueño de alguien que sufre una insolación; el sonido se fue apagando hasta que el rugido de la corte se transformó en algo lejano y disonante, como la música transmitida por los auriculares de otra persona. Mort vio a la Muerte colocarse junto al rey con aire sociable y levantar la vista hacia…
…la galería de los juglares.
Mort vio al arquero, vio el arco, vio la flecha recorrer el aire a la velocidad de un caracol enfermo. Aunque iba lenta, no logró superarla. Tuvo la impresión de que pasaron horas antes de que lograse que sus plúmbeas piernas le obedecieran, pero al final, pudo tocar el suelo con ambos pies a la vez y patear con toda la aceleración aparente de la deriva continental.
Mientras se retorcía lentamente en el aire, la Muerte le dijo sin rencor:
—¿SABES? NO DARÁ RESULTADO. ES NATURAL QUE LO INTENTES, PERO NO DARÁ RESULTADO.
Como en sueños, Mort flotó en un mundo silencioso…
La flecha dio en el blanco. La Muerte blandió la espada empuñándola con ambas manos y con ella segó suavemente el cuello del rey sin dejarle marca alguna. Para Mort, que giraba despacio por el mundo crepuscular, aquello fue como si una silueta fantasmal se hubiera quedado rezagada.
No podía tratarse del rey, porque era evidente que estaba allí de pie, mirando a la Muerte directamente con una expresión sumamente sorprendida. Alrededor de sus pies se veía algo vago, y muy, pero que muy lejos, la gente reaccionaba dando voces y gritos.
—UN TRABAJO LIMPIO —dijo la Muerte—. LA REALEZA SIEMPRE CAUSA PROBLEMAS. TIENDE A AFERRARSE A LA VIDA. PERO LO QUE SON LOS CAMPESINOS CORRIENTES, VAYA, ÉSOS NO VEN LA HORA.
—¿Quién diablos eres? —inquirió el rey—. ¿Qué haces aquí? ¿Eh? ¡Guardias! Exijo que…
El insistente mensaje de sus ojos logró por fin abrirse paso hasta llegar a su cerebro. Mort estaba impresionado. El rey Olerve se había aferrado a su trono durante muchos años e incluso después de muerto, sabía cómo comportarse.
—Ah —dijo el rey—. Ya comprendo. No esperaba verte tan pronto.
—MAJESTAD —dijo la Muerte con una reverencia—, NO SOIS EL ÚNICO A QUIEN LE PARECE QUE LLEGO PRONTO.
El rey miró a su alrededor. Todo estaba a oscuras y en silencio en aquel mundo de sombras, pero afuera había mucho alboroto.
—¿Y ese de ahí abajo soy yo?
—ME TEMO QUE SÍ, MAJESTAD.
—Un trabajo limpio. Ha sido con ballesta, ¿no?
—SÍ. Y AHORA, MAJESTAD, SI NO OS IMPORTA…
—¿Quién lo hizo? —preguntó el rey. La Muerte vaciló.
—UN ASESINO CONTRATADO EN ANKH-MORPORK —respondió.
—Mmm. Hábil. Felicito a Sto Helit. Y yo aquí, atiborrándome de antídotos. No hay antídoto para el frío acero, ¿verdad?
—NO, MAJESTAD, LA VERDAD ES QUE NO.
—El viejo truco de la escalera de cuerda y el caballo veloz junto al puente levadizo, ¿eh?
—ESO PARECE, MAJESTAD —replicó la Muerte tomando delicadamente de la mano a la sombra del rey—. PERO SI OS SIRVE DE CONSUELO, EL CABALLO TIENE QUE SER VELOZ DE VERDAD.
—¿Eh?
La Muerte permitió que su sonrisa gélida se ensanchara un poco.
—TENGO UNA CITA CON SU JINETE MAÑANA EN ANKH —dijo la Muerte—. HA PERMITIDO QUE EL DUQUE LE SUMINISTRARA UNA FIAMBRERA CON EL ALMUERZO.
El rey, cuya eminente aptitud para su puesto implicaba que no era muy veloz para captar al vuelo las sugerencias, reflexionó durante un instante y luego lanzó una breve risotada. Por primera vez se percató de la presencia de Mort.
—¿Y éste quién es? —preguntó—. ¿También está muerto?
—MI APRENDIZ —repuso la Muerte—. AL QUE HABRÁ QUE DARLE UN BUEN SERMÓN ANTES DE QUE SE HAGA MAYOR, EL MUY BRIBÓN.
—Mort —dijo Mort automáticamente.
El sonido de su charla fluyó a su alrededor, pero no lograba quitar los ojos de la escena donde se encontraban. Se sentía real. La Muerte parecía sólida. El rey tenía un aspecto sorprendentemente lozano y saludable para tratarse de alguien que acababa de morir. Pero el resto del mundo era una masa de sombras flotantes. Unas siluetas estaban inclinadas sobre el cuerpo desplomado, y atravesaban a Mort como si no fueran más tangibles que la bruma.
La muchacha estaba arrodillada en el suelo, sollozando.
—Ésa es mi hija —dijo el rey—. Debería sentirme triste. ¿Por qué no es así?
—LAS EMOCIONES SE DEJAN ATRÁS. TODO SE REDUCE A UNA CUESTIÓN DE GLÁNDULAS.
—Ah. Es por eso entonces. No nos puede ver, ¿verdad?
—NO.
—Supongo que no existe la posibilidad de que yo…
—EN ABSOLUTO —dijo la Muerte.
—Pero es que se convertirá en reina y si pudiera advertirle…
—LO SIENTO.
La muchacha levantó la mirada sin ver a Mort. Él observó como el duque se acercaba a la princesa por detrás y posaba una mano reconfortante sobre su hombro. En los labios del hombre se dibujó una leve sonrisa. Era el tipo de sonrisa que yace al acecho entre los bancos de arena a la espera de nadadores incautos.
—No logro que me oigas —dijo Mort—. ¡No te fíes de él!
La princesa miró hacia Mort y entrecerró los ojos. Él tendió la mano y vio como traspasaba la de ella.
—SÍGUENOS, MUCHACHO. NADA DE TONTERÍAS.
Mort notó que la mano de la Muerte le aferraba el hombro de un modo nada hostil. Se alejó a regañadientes, y fue tras ella y el rey.
Salieron atravesando los muros. Había recorrido la mitad de la distancia que los separaba cuando cayó en la cuenta de que eso de atravesar paredes era imposible.
La lógica suicida de aquello casi lo mata. Sintió el frío de la piedra alrededor de las piernas antes de que una voz le dijera al oído:
—MÍRALO DE ESTE MODO. EL MURO NO PUEDE ESTAR AHÍ. DE LO CONTRARIO, TÚ NO ESTARÍAS ATRAVESÁNDOLO. ¿NO ES ASÍ, MUCHACHO?
—Mort —aclaró Mort.
—¿CÓMO?
—Me llamo Mort. O Mortimer —respondió Mort, enfadado, y avanzó. El frío quedó a su espalda.
—YA ESTÁ. NO HA SIDO TAN DIFÍCIL, ¿VERDAD?
Mort miró hacia ambos extremos del pasillo y luego le dio una palmada al muro. Debía de haberlo atravesado, pero la palmada le indicaba que era bastante sólido. Unas partículas de mica lo miraron con todo su brillo.
—¿Cómo lo hace? —preguntó—. ¿Cómo lo hago yo? ¿Es magia?
—ESO ES PRECISAMENTE LO QUE NO ES, MUCHACHO. CUANDO PUEDAS HACERLO TÚ SOLO, YA NO TENDRÉ NADA MÁS QUE ENSEÑARTE.
El rey, que ya estaba considerablemente más difuso, dijo:
—Debo reconocer que es impresionante. Por cierto, creo que me estoy esfumando.
—ES A CAUSA DEL CAMPO MORFOGENÉTICO, SE ESTÁ DEBILITANDO —le explicó la Muerte.
—Conque es eso, ¿eh? —La voz del rey era apenas un suspiro.
—LES OCURRE A TODOS. TRATAD DE DISFRUTARLO.
—¿Cómo? —La voz no era más que una forma en el aire.
—ACTUAD CON NATURALIDAD.
En ese momento, el rey se desplomó y fue empequeñeciendo cada vez más en el aire al tiempo que el campo se concentró hasta quedar reducido a un brillante puntito. Ocurrió tan deprisa que Mort estuvo a punto de perdérselo. De fantasma a mota en medio segundo con un leve suspiro.
La Muerte atrapó delicadamente la brillante cosita y la guardó en alguna parte, debajo de su túnica.
—¿Qué le ha ocurrido? —inquirió Mort.
—SÓLO ÉL LO SABE —respondió la Muerte—. VEN.
—Mi abuela dice que morirse es como quedarse dormido —añadió Mort con un atisbo de esperanza.
—NO SABRÍA DECIRTE. NUNCA HE HECHO NINGUNA DE LAS DOS COSAS.
Mort echó una última mirada al pasillo. Habían abierto de par en par las enormes puertas para que saliera la corte. Dos mujeres entradas en años procuraban consolar a la princesa, pero la muchacha avanzaba delante de ellas a paso veloz, de modo que las señoras la seguían a saltos, como dos globos nerviosos. Desaparecieron al final de otro pasillo.
—TODA UNA REINA YA —dijo la Muerte con tono de aprobación.
A la Muerte le gustaban las cosas con clase.
Llegaron al tejado sin decirse nada más.
—TRATASTE DE AVISARLE —dijo quitándole el morral a Binky.
—Sí, señora. Lo siento.
—NO PUEDES INTERFERIR CON EL DESTINO. ¿QUIÉN ERES TÚ PARA JUZGAR QUIÉN HA DE VIVIR Y QUIÉN HA DE MORIR?
La Muerte estudió atentamente la expresión de Mort.
—SÓLO LOS DIOSES PUEDEN HACERLO —añadió—. JUGAR CON EL DESTINO DE UN SOLO INDIVIDUO PODRÍA DESTRUIR EL MUNDO ENTERO. ¿LO COMPRENDES?
Mort asintió, desalentado.
—¿Me enviará usted a mi casa? —inquirió.
La Muerte tendió las manos y lo subió al caballo.
—¿POR MOSTRAR COMPASIÓN? NO. TAL VEZ LO HABRÍA HECHO SI HUBIERAS MOSTRADO PLACER. PERO HAS DE APRENDER LA COMPASIÓN ADECUADA A TU OFICIO.
—¿Cuál es?
—UN BUEN FILO.
* * *
Pasaron los días, aunque Mort no estaba seguro de cuántos. El sol mortecino del mundo de la Muerte recorre regularmente el cielo, pero las visitas al espacio mortal no parecían seguir un sistema determinado. Además, la Muerte no sólo visitaba a reyes y batallas importantes; gran parte de las visitas personales eran a personas bastante corrientes.
Las comidas las servía Albert, que sonreía mucho para sí y no decía gran cosa. Ysabell se pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación, o cabalgaba en su pony por los páramos negros que había encima de la cabaña. Verla con el cabello al viento habría resultado más impresionante si el pony hubiera sido más grande, o si ella hubiera sido mejor amazona, o si su cabellera hubiera sido de las que flotan naturalmente al viento. Hay cabelleras que tienen esa cualidad y otras que no la tienen. La de ella no la tenía.
Cuando no estaba fuera en eso que la Muerte llamaba DE SERVICIO, Mort ayudaba a Albert, o se buscaba trabajos en el huerto o el establo, o echaba un vistazo a los libros de la nutrida biblioteca de la Muerte, los leía a la velocidad y con la avidez típica de los que descubren por primera vez la magia de la palabra escrita.