Mascarada (Mundodisco, #18) – Terry Pratchett

El coro entero soltó una exclamación al unísono. Después de todo, aquello era la ópera. El espectáculo se había detenido pero la ópera continuaba…

—¡Salzella!

Salzella agarró a Agnes y le tapó la boca con la mano. Su otra mano salió disparada hasta su cinturón y desenvainó la espada.

No era una espada de atrezo. La hoja siseó en el aire mientras Salzella se giraba para mirar al coro.

—¡Oh, cielos, cielos, cielosl —dijo—. Qué extremadamente operístico soy. Y ahora me temo que voy a tener que coger como rehén a esta pobre chica. Es lo más apropiado, ¿verdad?

Miró a su alrededor con expresión triunfal. El público se lo quedó mirando y guardó un silencio fascinado.

—¿Es que nadie va a decir «No te saldrás con la tuya»? —dijo.

—No te saldrás con la tuya —dijo André desde los bastidores.

—Tienes el lugar rodeado, me imagino —dijo Salzella en tono jovial.

—Sí, tenemos el lugar rodeado.

Christine chilló y se desmayó.

Salzella sonrió con aire todavía más jovial.

—¡Ah, eso si que es un comportamiento operístico! —dijo—. Pero ¿sabéis qué? Resulta que sí que me voy a salir con la mía, porque yo no pienso en términos operísticos. Yo y esta joven señorita vamos a bajar a los sótanos donde es posible que yo la deje sin hacerle ningún daño. Dudo mucho que tengáis los sótanos rodeados. Ni siquiera yo conozco todos los lugares a los que llevan, y creedme, mi conocimiento es bastante extenso…

Hizo una pausa. Agnes intentó soltarse, pero él reforzó la presa sobre su cuello.

—Llegado este punto —dijo—, alguien tendría que haber dicho: «Pero ¿por qué, Salzella?». Hay que ver, ¿eh? ¿Es que tengo que hacerlo todo yo?

Balde se dio cuenta de que tenía la boca abierta.

—¡Es justo lo que yo iba a preguntar! —dijo.

—Ah, bien. Bueno, en ese caso, yo debería decir algo estilo: porque quería. Porque me gusta mucho el dinero, sobre todo —respiró hondo—, porque odio de verdad la Ópera. Tampoco quiero emocionarme innecesariamente con esto, pero la ópera, me temo, es lo más espantoso que hay. Y ya me he hartado. Así pues, ahora que tengo el escenario para mí, dejadme deciros que es una forma de arte completamente horrible, narcisista, totalmente carente de realismo y de ningún valor, un desperdicio terrible de buena música, un…

Se oyó un runruneo a un lado del escenario. Las faldas de los vestidos empezaron a inflarse. Se levantó una polvareda.

André miró a su alrededor. A su lado, la máquina de viento se había puesto a funcionar. La manivela estaba girando sola.

Salzella se volvió para ver lo que todo el mundo estaba mirando.

El Fantasma se había dejado caer ágilmente sobre el escenario. Su capa operística ondeaba a su alrededor… operísticamente.

Hizo una pequeña reverencia y desenvainó su espada.

—Pero si estás mué… —empezó a decir Salzella—. ¡Oh, sí! ¡El fantasma de un Fantasma! ¡Totalmente inverosímil y una ofensa al sentido común, en la mejor tradición operística! ¡De verdad que esto es mucho mejor de lo que esperaba!

Apartó a Agnes de un empujón y asintió con expresión feliz.

—Esto es lo que la ópera le hace a uno —dijo—. Pudre el cerebro, fijaos, y dudo que este pobre tuviera mucho cerebro para empezar. Vuelve loca a la gente. ¡¡Loca, escuchadme, loca!! Ejem. Les hace actuar de forma irracional. ¿Acaso creéis que no me he pasado años observándoos? ¡¡Esto es como un invernáculo para la demencia!! ¿Me escucháis? ¡¡Demencia!!

El y el Fantasma empezaron a caminar en círculos el uno alrededor del otro.

—¡¡No podéis imaginaros lo mal que lo he pasado, de verdad, siendo el único hombre cuerdo en este manicomio!! ¡¡Os creéis cualquier cosall ¡¡Preferiríais creer que un fantasma puede estar en dos sitios a la vez antes que admitir que podría simplemente haber dos personas!! ¡¡Hasta a Pounder se le ocurrió que podía chantajearme!! Bueno, por supuesto, tuve que matarlo por su propio bien. ¡¡Este lugar vuelve locos incluso a los cazadores de ratas!! Y Undershaft… bueno, ¿por qué no pdía haberse olvidado las gafas como hacía habitualmente, eh?

Lanzó una estocada. El Fantasma detuvo el golpe.

—Y ahora voy a luchar contra este Fantasma vuestro —dijo avanzando en medio de un revuelo de estocadas—, y os daréis cuenta de que este Fantasma no tiene nociones de esgrima. Porque solamente conoce la esgrima del teatro, mira por dónde… donde lo único que importa, por supuesto, es golpear la espada del oponente haciendo el correspondiente ruido metálico impresionante… para poder morir muy dramáticamente por el mero hecho de que él le ha metido con cuidado la espada debajo del sobaco…

El Fantasma se vio obligado a retroceder ante la arremetida, hasta que tropezó con el cuerpo inconsciente de Christine y cayó de espaldas.

—¿Lo veis? —dijo Salzella—. ¡¡¡Eso es lo que les pasa a quienes creen en la ópera!!!

Se agachó rápidamente y le quitó la máscara de la cara a Walter Plinge.

—¡¡¡De verdad, Walter!!! ¡¡¡Eres un chico malo!!!.

—¡Lo siento señor Salzella!

—¡¡¡Mira cómo te está mirando todo el mundo!!!

—¡Lo siento señor Salzella!

La máscara se deshizo entre los dedos de Salzella. Dejó caer los trozos al suelo. Luego estiró de Walter para ponerlo de pie.

—¿Lo veis todos los de la compañía? ¡¡¡Esta es vuestra suerte!!! ¡¡¡Este es vuestro Fantasma!!! ¡¡¡Sin su máscara no es mas que un idiota que apenas se sabe atar los cordones de los zapatos!!! ¡¡¡¡Jajajaja!!!! Ejem. Todo es culpa tuya, Walter Plinge.

—¡Sí señor Salzella!

—No.

Salzella miró a su alrededor.

—Nadie creería a Walter Plinge. Ni siquiera Walter Plinge tiene claras las cosas que Walter Plinge ve. Hasta su madre tenía miedo de que pudiera haber asesinado a alguien. La gente podría creer casi cualquier cosa de alguien como Walter Plinge.

Se oyó una prolongada serie de golpecitos.

Se abrió la trampilla que Salzella tenía al lado.

Y apareció lentamente un sombrero puntiagudo, seguido del resto de Yaya Ceravieja, con los brazos cruzados. Mientras el suelo se colocaba de vuelta en su sitio con un chasquido, Yaya fulminó a Salzella con la mirada. Su pie dejó de dar golpecitos en los tablones del suelo.

—Vaya, vaya —dijo él—. ¿Lady Esmerelda, eh?

—Ya he dejado de ser una dama, señor Salzella.

Él echó un vistazo al sombrero en punta.

—¿Y ahora es usted una bruja?

—Ciertamente.

—Una bruja malvada, me imagino.

—Peor que eso.

—Pero esto —dijo Salzella— es una espada. Todo el mundo sabe que las brujas no pueden encantar el hierro ni el acero. ¡¡¡Apártese de mi camino!!!

La espada descendió con un siseo.

Yaya levantó la mano. Hubo un borrón de carne y acero y…

… y ella tenía la espada agarrada por el filo.

—Le diré qué haremos, señor Salzella —dijo ella sin levantar la voz—. Tendría que ser Walter Plinge el que terminara esto, ¿no? Es él a quien usted ha hecho daño, además de la gente a la que ha asesinado, claro. Eran cosas que no le hacía falta hacer. Pero llevaba usted máscara, ¿verdad? Las máscaras tienen cierta clase de magia. Las máscaras esconden una cara, pero rebelan otra. La que solamente sale en la oscuridad. Apuesto a que detrás de una máscara podría usted hacer lo que le apeteciera…

Salzella la miró, parpadeando. Tiró de su espada, haciendo toda la fuerza que pudo para soltar una hoja afilada de una mano sin ninguna protección.

Se oyó un gemido procedente de varios miembros del coro.

Yaya sonrió. Se le pusieron los nudillos blancos cuando redobló la presa.

Giró la cabeza hacia Walter Plinge.

—Ponte la máscara, Walter.

Todo el mundo miró la destrozada máscara de cartón que yacía sobre el escenario.

—¡Ya no tengo ninguna señora Ceravieja!

Yaya siguió su mirada.

—Ay, caray —dijo—. Vaya. Parece que vamos a tener que hacer algo al respecto. Mírame, Walter.

Él obedeció. Yaya entrecerró los ojos.

—Tú… confías en Perdita, ¿verdad, Walter?

—¡Sí señora Ceravieja!

—Eso está bien, porque ella tiene una máscara nueva para ti, Walter Plinge. Es mágica. Es como la que tenías, ¿sabes?, pero la llevas debajo de la piel y no hace falta que te la quites, y nadie más que tú tendrá que saber nunca que está ahí. ¿La tienes, Perdita?

—Pero yo… —empezó a decir Agnes.

—¿La tienes?

—Esto… oh, sí. Aquí está. Sí. La tengo en la mano —hizo un gesto vago con la mano vacía.

—¡La estás aguantando del revés, querida!

—Oh. Lo siento.

—¿Y bien? Dásela, pues.

—Esto. Sí.

Agnes se acercó a Walter.

—Ahora cógela, Walter —dijo Yaya, sin soltar la espada.

—Sí señora Ceravieja…

Walter extendió el brazo hacia Agnes. Mientras lo hacia, estuvo segura de notar, solo por un momento, una ligera presión en las yemas de los dedos.

—¿Y bien? ¡Póntela!

Walter pareció dudar.

—Tú crees que hay una máscara ahí, ¿verdad, Walter? —exigió saber Yaya—. Perdita es una chica sensata y reconoce una máscara invisible cuando la ve.

Él asintió lentamente y se llevó las manos a la cara. Y Agnes tuvo la certeza de que Walter se había vuelto más nítido de alguna manera. Estaba casi claro que no había pasado nada que se pudiera medir con ninguna clase de instrumental, del mismo modo que no se podía pesar una idea ni vender la buena suerte a metros. Pero Walter estaba allí erguido, con una leve sonrisa.

—Bien —dijo Yaya. Luego miró a Salzella.

—Creo que ustedes dos deberían luchar otra vez —dijo—. Pero no se dirá que soy injusta. Me imagino que tendrá usted una máscara de Fantasma, ¿no? La señora Ogg le vio a usted con una en la mano. Y no es tan corta de entendederas como parece…

—Gracias —dijo una bailarina gorda.

—… así que pensó: ¿cómo puede la gente decir después que han visto al Fantasma? Porque así es como se reconoce al Fantasma, por su máscara. Así que hay dos máscaras.

Bajo la mirada de Yaya, y diciéndose a sí mismo que podría resistirse en el momento que quisiera, Salzella se metió la mano en la chaqueta y sacó su propia máscara.

—Póngasela, pues. —Ella soltó la espada—. Entonces la persona que es usted puede luchar con la persona que es él.

En el foso, el percusionista se quedó boquiabierto cuando sus baquetas se elevaron solas y emprendieron un redoble de tambores.

—¿Eres tú la que está haciendo eso, Gytha? —dijo Yaya Ceravieja.

—Yo creía que eras tu.

—Entonces es la ópera. El espectáculo debe continuar.

Las espadas chocaron.

Agnes se dio cuenta de que era un combate de teatro. Las espadas chocaban y rechinaban mientras los espadachines danzan de arriba abajo por el escenario. Walter no estaba intentando alcanzar a Salzella. Todas las estocadas eran rechazadas.

Todas las oportunidades de devolver el golpe, mientras el director musical se iba enfureciendo más y más, eran desperdiciadas.

—¡Esto no es combatir! —gritó Salzella, irguiéndose—. Esto es…

Walter lanzó una estocada.

Salzella se alejó trastabillando, hasta ir a topar con Tata Ogg. Dio un bandazo hacia un lado. Luego avanzó tambaleándose, cayó sobre una rodilla, se volvió a poner de pie precariamente y fue haciendo eses hasta el centro del escenario.

—¡¡¡¡Pase lo que pase —dijo jadeando y quitándose la máscara de un tirón—, no puede ser peor que una temporada de ópera!!!! ¡¡¡¡No me importa adonde voy con tal de que no haya hombres gordos que fingen ser chicos delgados, ni canciones interminables que todo el mundo dice que son preciosas solamente porque no entienden de qué demonios tratan en realidad!!!! Ah… Ah-argh…

Se desplomó en el suelo.

—Pero si Walter no ha… —empezó a decir Agnes.

—Cállate —le dijo Tata Ogg con la comisura de la boca.

—Pero si él no ha… —empezó a decir Balde.

—Por cierto, otra cosa que no soporto de la ópera —dijo Salzella, poniéndose de pie y renqueando hacia atrás en dirección a las cortinas— son los argumentos. ¡¡No tienen sentido!! ¡¡¡Y nadie lo menciona nunca!!! ¿Y la calidad de las actuaciones? ¡¡Es inexistente!! Todo el mundo se queda de pie mirando al que canta. Por los dioses, va a ser un alivio no tener que aguantarlo más… ah… argh…

Se desplomó en el suelo.

—¿Ya está? —dijo Tata.

—Yo diría que no —dijo Yaya Ceravieja.

—¡¡¡En cuanto a la gente que va a la ópera —dijo Salzella, luchando por ponerse de pie y tambaleándose de lado a lado creo que tal vez los odio incluso más!!! ¡¡¡Son tan ignorantes!!! ¡¡¡No hay ni uno de ellos que tenga ni la más remota idea de música!!!¡¡¡Hablan de las melodías!!! Se pasan el día entero esforzanse por ser seres humanos sensatos y luego entran aquí y se dejan su inteligencia en el guardarropa…

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