Mascarada (Mundodisco, #18) – Terry Pratchett

De no tener la garganta tan árida podría haber sido capaz de gritar.

Ahora notaba la presencia a través de la tela. En cualquier momento alguien iba a abrir la cortina de un tirón.

Agnes saltó, o por lo menos llevó a cabo lo más parecido a un salto que pudo: fue una especie de movimiento vertical pesado, que hizo volar las cortinas a un lado, colisionó con un cuerpo delgado al otro lado y terminó en el suelo en un enredo con extremidades y terciopelo rasgado.

Ella respiró hondo y concentró todo su peso en el bulto que se retorcía debajo de ella.

—¡Voy a gritar! —le dijo—. ¡Y si grito te van a salir los tímpanos por la nariz!

Los torcimientos se detuvieron.

—¡Perdita! —dijo una voz amortiguada.

Encima de ella, la barra de la cortina se soltó por un lado y uno por uno, los aros de metal cayeron girando al suelo.

* * *

Tata regresó a los sacos. Cada uno de ellos estaba atiborrado de formas duras y redondas que tintineaban suavemente bajo el tanteo de su dedo.

—Aquí hay mucho dinero, Walter —dijo con cautela.

—¡Sí señora Ogg!

Tata perdía la cuenta del dinero con gran facilidad, aunque aquello no quería decir que el tema no le interesara: era simplemente que, más allá de cierto punto, se volvía algo parecido a un sueño. Lo único de lo que podía estar segura era de que la cantidad que tenía delante podría hacer que se le cayeran las bragas a cualquiera.

—Supongo —dijo— que si yo te preguntara cómo ha llegado hasta aquí, dirías que lo ha traído el Fantasma, ¿verdad? Igual que las rosas.

—¡Sí señora Ogg!

Ella lo miró con preocupación.

—Vas a estar bien aquí abajo, ¿verdad? —dijo—. ¿Puedes quedarte aquí sentadito? Creo que tengo que hablar con alguna gente.

—¿Dónde está mi madre señora Ogg?

—Está echando una siestecita, Walter.

Walter pareció satisfecho con aquello.

—Te vas a quedar sentadito en tu… en esa sala, ¿verdad?

—¡Sí señora Ogg!

—Buen chico.

Ella volvió a mirar los sacos de dinero. El dinero traía problemas.

* * *

Agnes se echó hacia atrás hasta quedar sentada en el suelo.

André se apoyó en los codos y se apartó la cortina de la cara

—¿Qué demonios estabas haciendo aquí? —dijo.

—Estaba… ¿Cómo que qué estaba haciendo yo aquí? ¡Tú eras quien iba por aquí como un ladrón!

—¡Y tú estabas escondida detrás de la cortina! —dijo André, poniéndose de pie y buscando a tientas las cerillas otra vez—. La próxima vez que apagues una lámpara, acuérdate de que va a seguir caliente.

—Estábamos… tratando unos asuntos importantes…

La lámpara brilló. André se dio la vuelta.

—¿Estábamos? —dijo.

Agnes asintió y miró al sitio donde estaba Yaya. La bruja no se había movido, aunque había que hacer un esfuerzo deliberado para distinguirla entre las formas y las sombras.

André cogió la lámpara y dio un paso adelante.

La sombras se movieron.

—¿Y bien? —dijo.

Agnes cruzó la sala dando zancadas y agitó una mano en el aire. Estaba el respaldo de la silla, estaba el jarrón y estaba… nada más.

—Pero ¡si estaba aquí!

—Un fantasma, ¿eh? —dijo André con sarcasmo.

Agnes retrocedió.

Hay algo raro en la luz de una lámpara sostenida por debajo de la cara de alguien. Las sombras están mal. Caen en lugares desafortunados. Los dientes parecen más prominentes. Agnes comprendió de repente que estaba a solas en una sala en circunstancias sospechosas con un hombre cuya cara resultaba súbitamente mucho más desagradable que antes.

—Te sugiero —dijo él— que vuelvas ahora mismo al escenario, ¿de acuerdo? Sería lo mejor que puedes hacer. Y no te entrometas en cosas que no te interesan. Ya has ido demasiado lejos.

El miedo no había abandonado a Agnes, pero sí había encontrado un espacio donde metamorfosearse en rabia.

—¡No tengo por qué aguantar esto! ¡Por lo que yo sé, tú podrías ser el Fantasma!

—¿De veras? Pues a mí me dijo alguien que Walter Plinge era el Fantasma —dijo André—. ¿A cuánta gente se lo dijiste? ahora resulta que ha muerto…

—¡No ha muerto!

Le salió antes de que pudiera evitarlo. Solamente lo había dicho para borrarle la sonrisa burlona de la cara. Y se la borró. Pero la expresión que vino después no era precisamente una mejora.

Crujió un tablón del suelo.

Los dos se dieron la vuelta.

En el rincón había una percha para sombreros, junto a una librería. De la percha colgaban varios abrigos y bufandas. Lo más probable es que solamente fuera la forma en que se proyectaban las sombras lo que hacía que, desde aquel ángulo, la percha pareciera una anciana. O bien…

—Malditos suelos —dijo Yaya, materializándose en primer plano. Se separó de los abrigos.

Tal como dijo Agnes más tarde: no era que se hubiera vuelto invisible. Simplemente se había vuelto una parte del escenario hasta que volvió a adelantarse. Estaba allí pero sin estar. Sin destacar en absoluto. Pasando tan desapercibida como el mejor de los mayordomos.

—¿Cómo ha entrado usted? —dijo André—. ¡He registrado toda la sala!

—Hay que ver para creer —dijo Yaya en tono tranquilo—. Por supuesto, el problema es que creer es también ver, y últimamente ha habido demasiado de eso por aquí. Ahora veamos: sé que tú no eres el Fantasma… así pues, ¿qué eres tú, que te cuelas a hurtadillas en sitios donde no deberías estar?

—Yo podría hacerle la misma pregunt…

—¿Yo? Soy una bruja, y bastante buena en ello.

—Es, ejem, de Lancre. De donde yo vengo —musitó Agnes, intentando mirarse los pies.

—Ah. ¿No será la que escribió ese libro? —dijo André— Porque he oído a la gente hablar de…

—¡No! Soy mucho peor que esa, ¿lo entiendes?

—Lo es —musitó Agnes.

André se quedó mirando fijamente a Yaya, como si estuviera sopesando sus posibilidades. Debió de decidir que andaban por las nubes.

—Yo… deambulo por los sitios oscuros en busca de problemas —dijo.

—¿Ah, sí? Hay un nombre muy feo para ese tipo de gente —dijo Yaya en tono cortante.

—Sí —dijo André—. Es «policía».

* * *

Tata Ogg salió de los sótanos, frotándose la barbilla con expresión pensativa. Seguía habiendo músicos y cantantes pululando por todas partes, sin que nadie supiera qué iba a suceder a continuación. El Fantasma había tenido la decencia de ser perseguido y matado durante la pausa. En teoría aquello quería decir que no había razón para que no hubiera un tercer acto, tan pronto como herr Problematikus hubiera dado una batida en los pubs cercanos y arrastrado de vuelta a la orquesta. El espectáculo tenía que continuar.

Sí, pensó Tata, tiene que continuar. Es como cuando se prepara una tormenta eléctrica… no… es más bien como hacer el amor. Sí. Aquella era una metáfora mucho más oggiana. Uno pone todas sus energías en ello, así que tarde o temprano llega un punto en que hay que seguir adelante como sea, porque detenerse es inimaginable. El director de escena podía descontarles un par de dólares del salario y aun así ellos continuarían, y todo el mundo lo sabía. Y aun así continuarían.

Llegó a una escalera de mano y subió lentamente hasta las bambalinas.

No había tenido ocasión de asegurarse. Y ahora necesitaba estar segura.

El altillo flotante estaba vacío. Caminó con cuidado por la pasarela hasta estar encima del auditorio. A través del techo que tenía debajo le llegaba el rumor del público, un poco amortiguado.

Salía luz hacia arriba por el punto en que el grueso cable de la lámpara de araña desaparecía en su agujero. Ella caminó hasta la trampilla chirriante y se asomó hacia abajo.

Un calor tremendo estuvo a punto de chamuscarle el pelo. Pocos metros por debajo de ella ardían cientos de velas.

—Menudo horror si todo eso se cayera —dijo en voz baja—. Supongo que todo el lugar ardería como un pajar.

Dejó que su mirada subiera y subiera por el cable hasta el punto, a la altura de la cintura, en que estaba cortado a medias. Era algo que no se veía a menos que uno esperara encontrárselo.

Luego volvió a bajar la vista y la paseó por entre la oscuridad y el polvo hasta descubrir algo medio escondido en el polvo.

Por detrás de ella, una sombra entre las sombras se puso de pie, recuperó el equilibrio con cuidado y echó a correr.

—Conozco a los policías —dijo Yaya—. Tienen cascos enormes y pies enormes y se los ve a un kilómetro de distancia. Hay un par de ellos husmeando en los bastidores. Cualquiera puede ver que ellos son policías. Pero tú no tienes pinta de serlo. —Le dio vueltas y más vueltas a la placa en sus manos—. No me gusta nada la idea de policías secretos —dijo—. ¿Para qué se necesitan policías secretos?

—Porque —dijo André— a veces hay criminales secretos.

Yaya estuvo a punto de sonreír.

—Eso está claro —dijo. Echó un vistazo al pequeño grabado que había en la parte de atrás de la placa—. Aquí dice «Particulares de la calle Cable»…

—No somos muchos —dijo André—. Acabamos de empezar. El comandante Vimes dijo que, como no podemos hacer nada con el Gremio de Ladrones y el Gremio de Asesinos, mejor que busquemos otros crímenes. Crímenes ocultos requieren hombres de la Guardia con… habilidades distintas… yo sé tocar el piano bastante bien…

—¿Qué clase de habilidades tienen ese troll y ese enano? —dijo Yaya—. A mí me parece que lo único que se les da bien es pulular por ahí llamando la atención y con pinta de idiot… ¡Ja! SÍ…

—Exacto. Y ni siquiera necesitaron mucha formación —dijo André—. El comandante Vimes dice que no puede haber otros policías más evidentes. Por cierto, el cabo Nobbs tiene ciertos documentos que demuestran que es un ser humano.

—¿Falsificados?

—Creo que no.

Yaya Ceravieja inclinó la cabeza a un lado.

—Si tu casa estuviera ardiendo, ¿qué es lo primero que sacarías de ella?

—Oh, Yaya… —empezó a decir Agnes.

—Hum. ¿Quién la ha incendiado? —dijo André.

—Eres policía, está claro —Yaya le entregó su placa—. ¿Has venido a detener al pobre Walter? —dijo.

—Sé que no asesinó al doctor Undershaft. Lo tenía bajo vigilancia. Se pasó toda la tarde intentando desatascar los retretes…

—Yo tengo pruebas de que Walter no es el Fantasma —dijo Agnes.

—Estaba casi seguro de que era Salzella —dijo André—. Sé que a veces baja a escondidas a los sótanos y estoy seguro de que está robando dinero. Pero al Fantasma se lo ha visto cuando Salzella estaba a la vista de todos. Así que ahora pienso…

—¿Piensas? ¿Piensas? —dijo Yaya—. ¿Así que por fin hay alguien por aquí que piensa? ¿Cómo se reconoce al Fantasma, señor policía?

—Bueno… lleva una máscara…

—¿De verdad? Ahora dilo otra vez y escucha lo que estás diciendo. ¡Por los dioses! ¿Se lo reconoce porque lleva una máscara? ¿Se lo reconoce porque no se sabe quién es? ¡La vida es tan sencilla! ¿Quién ha dicho que solamente haya un Fantasma?

* * *

La figura atravesó corriendo las sombras del altillo flotante con la capa ondeando a su alrededor. Tata Ogg era un contorno que se recortaba contra el fondo de luz, asomada hacia abajo. Sin volver la cabeza, Tata dijo:

—Hola, señor Fantasma. Ha venido a por su sierra, ¿verdad? Y luego dio la vuelta en un abrir y cerrar de ojos hasta ponerse detrás del cable, contemplando a la sombra.

—¡Hay millones de personas que saben que estoy aquí arriba! Y no le haría daño usted a una ancianita, ¿verdad? Ay, cielos… ¡mi pobre corazón!

Se desplomó hacia atrás, golpeando el suelo lo bastante fuerte como para hacer que el cable se balanceara.

La figura vaciló. Luego se sacó una cuerda fina de un bolsillo y avanzó con cautela hasta la bruja caída. Se arrodilló, se enrolló un extremo de la cuerda en torno a cada mano y se inclinó hacia delante.

Tata lanzó un rodillazo de repente.

—Ya me siento mucho mejor, caballero —dijo, mientras él salía despedido hacia atrás.

Tata se puso de pie esforzadamente y agarró la sierra.

—Venía usted a terminar el trabajo, ¿eh? —dijo ella, blandiendo la herramienta en el aire—. ¡Me pregunto cómo le iba a echar la culpa de esto a Walter! Le haría a usted feliz, ¿verdad?, ver cómo todo esto arde.

Con movimientos torpes, la figura retrocedió mientras ella avanzaba. Luego se dio la vuelta, echó a andar a trompicones por la pasarela bamboleante y desapareció entre las sombras.

Tata lo siguió a buen paso y lo vio bajar por una escalera de mano. Echó un vistazo rápido a su alrededor, agarró una soga para bajar deslizándose en su persecución y oyó que en algun parte empezaba a traquetear una polea.

Descendió con la falda ondeando a su alrededor. Cuando estaba a mitad de camino, un montón de sacos de arena pasaron a su lado subiendo a toda velocidad.

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