Mascarada (Mundodisco, #18) – Terry Pratchett

—¿André? —dijo Agnes con voz débil. El organista se extrajo a sí mismo del mecanismo. Tenía en la mano una compleja barra de madera con muelles.

—Ah, hola —dijo.

—Ejem… ¿quién es este? —dijo Agnes, apartándose instintivamente del primitivo organista.

—Ah, este es el Bibliotecario. No creo que tenga nombre. Es el Bibliotecario de la Universidad Invisible pero, lo que es mucho más importante, también es su organista, y resulta que nuestro órgano es un Johnson[8], igual que el de ellos. Nos ha dado algunas piezas que le sobraban…

– Ook.

—Perdón, nos ha prestado algunas piezas que le sobraban.

—¿Toca el órgano?

—De una forma asombrosámente prensil, sí.

Agnes se relajó. No parecía que la criatura fuera a atacar.

—Oh —dijo— Bueno… supongo que es natural, porque a menudo venían a nuestro pueblo hombres con organillos y a menudo traían un simpático y pequeño mon…

Se oyó un acorde estruendoso. El orangután levantó la otra mano y levantó un dedo educadamente delante de la cara de Agnes.

—No le gusta que le llamen mono —dijo André—. Y le caes bien.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque normalmente no se anda con advertencias.

Ella retrocedió bruscamernte y agarró el brazo del joven.

—¿Puedo hablar contigo en privado? —dijo.

—Solamente tenemos unas horas y realmente me gustaría arreglar esto…

—Es muy importante.

Él la siguió a los bastidorers. Detrás de ellos, el Bibliotecario pulsó unas cuantas teclas del teclado a medio reparar y luego se agachó por debajo.

—Sé quién es el Fantasma —susurró Agnes.

Él se la quedó mirando. Luego tiró de ella hacia las sombras.

—El fantasma no es nadie —dijo en voz baja—. No seas boba. Es solo el Fantasma.

—Quiero decir que es otra persona cuando se quita la máscara.

—¿Quién?

—¿Tendría que decírselo al señor Balde y al señor Salzella?

—¿Quién? ¿Decirles que es quién?

—Walter Plinge.

Él se la quedó mirando otra vez.

—Si te ríes, te… te daré una patada. —dijo Agnes.

—Yo tampoco lo creía pero él me dijo que había visto al Fantasma en la escuela de ballet y allí las paredes están cubiertas de espejos y si pusiera la espalda recta sería bastante alto y se dedica a deambular por los sótanos…

—Oh, venga ya…

—La otra noche me pareció oírle cantar en el escenario cuando se había ido todo el mundo.

—¿Lo viste?

—Estaba oscuro.

—Estaba oscuro.

—Oh, bueno… —empezó a rechazar aquello André.

—Pero después estoy segura de que lo oí hablar con el gato. Quiero decir hablar normal. O sea. O sea, como una persona normal. Y tienes que admitir que… es extraño. ¿Acaso no es exactamente la clase de persona a la que le gustaría llevar máscara para esconder quién es? —Dejó caer los hombros—. Mira, ya me doy cuenta de que no quieres escuchar…

—¡No! No, yo creo… Bueno…

—Simplemente me pareció que me sentiría mejor si se lo contaba a alguien.

André sonrió en medio de la penumbra.

—Yo no se lo mencionaría a nadie más, sin embargo.

Agnes se miró los pies.

—Supongo que sí que suena un poco descabellado…

André le puso una mano en el brazo. Perdita sintió que Agnes se retraía.

—¿Y te sientes mejor? —dijo él.

—No… lo sé… o sea… No lo sé… es decir, no me lo imagino haciendo daño a nadie… me siento tan estúpida…

—Todo el mundo está de los nervios. No te preocupes.

—Yo… odiaría que pensaras que soy una boba…

—Le echaré un ojo a Walter, si quieres. —Sonrió a Agnes— Pero será mejor que vuelva a mi trabajo —añadió. Le dedico una sonrisa, tan rápida y breve como un relámpago estival.

—Grac…

Pero él ya estaba caminando de vuelta al órgano.

* * *

Aquella tienda era de confección para caballeros.

—No es para mí —dijo Tata Ogg—. Es para un amigo. Mide metro noventa, con las espaldas muy anchas.

—¿Altura de entrepierna?

—Ya lo creo.

Echó un vistazo a la tienda. No veía por qué escatimar. Después de todo, el dinero era de ella.

—Y un abrigo negro, leotardos negros largos, zapatos de esos con hebillas relucientes, uno de esos sombreros de copa, una capa grande con forro de seda roja, una pajarita, un bastón negro que sea muy pijo y tenga un pomo la mar de estirado y… un parche negro para el ojo.

—¿Un parche para el ojo?

—Sí. Tal vez con lentejuelas o algo parecido, ya que es para la ópera.

El sastre lanzó una mirada a Tata.

—Esto es un poco irregular —dijo—. ¿Por qué no viene el caballero en persona?

—Todavía no es exactamente un caballero.

—Pero señora, quiero decir que tenemos que tomarle las medidas como es debido.

Tata Ogg echó un vistazo a la tienda.

—¿Sabe qué le digo? —dijo—. Usted véndame algo que tenga buena pinta y ya lo ajustaremos nosotras para que le siente bien. Disculpe…

Se dio la vuelta recatadamente…

… twingtwangtwong…

…y se volvió a dar la vuelta, alisándose el vestido y sujetando una bolsa de cuero en la mano.

—¿Cuánto va a ser? —dijo.

El sastre miró la bolsa con cara inexpresiva.

—Me temo que no vamos a poder tener todo eso por lo menos hasta el miércoles —dijo.

Tata Ogg suspiró. Tenía la impresión de que se estaba familiarizando con una de las leyes más fundamentales de la física. El tiempo equivalía al oro. Por tanto, el oro equivalía al tiempo.

—Estaba algo así como confiando en tenerlo todo un poco antes —dijo, agitando la bolsa para que tintineara.

El sastre la miró por encima del hombro.

—Somos artesanos, señora. ¿Cuánto tiempo piensa que deberíamos tardar?

—¿Qué tal diez minutos?

Doce minutos más tarde salió de la tienda con un paquete de gran tamaño bajo el brazo, una sombrerera debajo del otro y un bastón de ébano entre los dientes.

Yaya estaba esperando fuera.

—¿Lo tienes todo?

—Sí.

—Yo te llevo el parche, si quieres.

—Necesitamos conseguir una tercera bruja ya —dijo Tata, intentando recolocar los paquetes—. La joven Agnes tiene buenos brazos.

—Ya sabes que si vamos y la sacamos de allí cogiéndola por el pellejo del cogote lo reprochará toda la vida —dijo Yaya— Será bruja cuando lo quiera ser.

Se dirigieron a la entrada de actores de la Ópera.

—Buenas tardes, Les —dijo Tata alegremente cuando entraron—. Ya no te pica, ¿verdad?

—El ungüento que me dio usted es maravilloso, señora Ogg —dijo el vigilante de la entrada, con el bigote doblado en algo que podría haber sido una sonrisa.

—¿La señora de Les está bien? ¿Qué tal la pierna de su hermana?

—Va muy bien, señora Ogg, gracias por preguntar.

—Esta es Esme Ceravieja, que me está ayudando con unas cosillas —dijo Tata.

El portero asintió. Estaba claro que cualquier amiga de la señora Ogg era amiga suya.

—No hay problema, señora Ogg.

Mientras recorrían la red polvorienta de pasillos Yaya pensó, y no por primera vez, que Tata tenía una magia propia y exclusiva.

No era tanto que Tata entrara en los lugares como que se insinuaba en ellos. Había desarrollado inconscientemente un talento natural para que le cayera bien la gente y lo había convertido en una ciencia oculta. Yaya Ceravieja estaba segura de que su amiga ya conocía los nombres, las historias familiares, los cumpleaños y los temas favoritos de conversación de la mitad de gente de allí, y probablemente también la cuña vital que provocaría que se abrieran a ella. Podía ser hablar de sus hijos, de una poción para sus problemas de pies, o bien una de las historias cochinas de Tata, pero Tata siempre conseguía entrar y al cabo de veinticuatro horas ya la conocerían de toda la vida. Y le contarían cosas. Por voluntad propia. Tata se llevaba bien con la gente. Tata podía conseguir que una estatua le llorara en el hombro y le contara lo que pensaba en realidad de las palomas.

Era un don. Yaya nunca había tenido paciencia para adquirirlo. Y solamente de vez en cuando se preguntaba si tal vez habría sido buena idea.

—Se levanta el telón dentro de hora y media —dijo Tata—. Le he prometido a Giselle que le echaría una mano…

—¿Quién es Giselle?

—Lleva el maquillaje.

—Pero ¡si tú no sabes maquillar!

—Pinté el retrete al temple, ¿no? —dijo Tata—. Y pinto caras en los huevos para los chiquillos todos los Martes del Pastel del Alma.

—¿Y tienes alguna otra cosa que hacer después? —preguntó Yaya con sarcasmo—. ¿Levantar el telón? ¿Sustituir a una bailaria que se ha puesto malita?

—Pues la verdad es que dije que ayudaría a servir bebidas en la suagué —dijo Tata, dejando que la ironía se evaporara como agua sobre un fogón al rojo vivo—. Bueno, gran parte del personal se ha largado perdiendo el culo por culpa del Fantasma. Es en el vestíbulo principal dentro de media hora. Supongo que tendrías que asistir, con eso de que eres asistente de la ópera.

—¿Qué es una suagué? —dijo Yaya con aire receloso.

—Es una especie de fiesta pija que hay antes de la ópera.

—¿Qué tengo que hacer?

—Beber jerez y tener conversaciones educadas —dijo Tata—. O conversaciones, al menos. He visto el papeo que están preparando para la ocasión. Hasta tienen cubitos de queso pinchados con palitos clavados a un pomelo, que es lo más pijo que puede haber.

—Gytha Ogg, no habrás preparado ningún… plato especial, ¿verdad?

—No, Esme —dijo Tata Ogg mansamente.

—Es que tienes un diablillo perverso dentro.

—He estado demasiado ocupada para esas cosas —dijo Tata.

Yaya asintió.

—Entonces será mejor que encontremos a Greebo —dijo.

—¿Estás segura de esto, Esme? —dijo Tata.

—Puede que tengamos mucho trabajo esta noche —dijo Yaya—. Tal vez nos venga bien que alguien nos eche una mano.

—Una pata.

—De momento, sí.

* * *

Era Walter. Agnes lo sabía. No era exactamente un conocimiento que tuviera en la mente. Era prácticamente algo que respiraba. Lo notaba igual que los árboles notan el sol.

Todo encajaba. Podía ir a cualquier parte y nadie se fijaba e Walter Plinge. En cierta forma era invisible, porque siempre estaba presente. Y si eras alguien como Walter Plinge, ¿acaso no anhelarías ser un hombre tan bien plantado y gallardo como el Fantasma?

Si eras alguien como Agnes Nitt, ¿acaso no anhelarías una mujer tan oscura y misteriosa como Perdita X Sueño?

El pensamiento traidor se presentó antes de que pudiera sofocarlo. Añadió a toda prisa: pero yo nunca he matado a nadie.

Porque era aquello lo que tendría que pensar, ¿no? Si es el fantasma, entonces ha matado a gente.

De todos modos… tiene un aspecto raro, y habla como si las palabras se le intentaran escapar…

Una mano le tocó el hombro. Ella se giró.

—¡Soy yo! —dijo Christine.

—… Oh.

—¡¿No te parece que este vestido es maravilloso?!.

—¿Qué?

—¡¡Este vestido, boba!!

Agnes la miró de arriba abajo.

—Oh. Sí. Muy bonito —dijo, con el desinterés extendiéndose sobre su voz como la lluvia sobre la acera a medianoche.

—¡¡No pareces muy impresionada!! ¡¡De verdad, Perdita, no hace falta ponerse celosa!!

—No estoy celosa, estaba pensando…

Solamente había visto al Fantasma un momento, pero ciertamente no se movía como Walter Plinge. Walter caminaba como si le estuvieran estirando del cuerpo por la cabeza. Pero ahora la certeza era tan firme como el mármol.

—¡¡Bueno, tengo que decir que no pareces muy impresionada!!

—Me estoy preguntado si Walter Plinge es el Fantasma —dijo Agnes, e inmediatamente se maldijo a sí misma, o por lo menos se dijo jopé. Ya le había avergonzado bastante la reacción de André.

Christine abrió mucho los ojos.

—¡¡Pero si es un payaso!!

—Camina raro y habla raro —dijo Agnes—. Pero si se pusiese derecho…

Christine se rió. Agnes notó su propio enfado.

—¡Y prácticamente me dijo que lo era!

—¡¿Y tú le creíste, verdad?! —Christine chasqueó la lengua de una forma que a Agnes le resultó bastante ofensiva—. ¡¡De verdad, es que vosotras las chicas os tragáis cada cosa!!

—¿A quién te refieres con eso de nosotras las chicas?

—¡Oh, ya sabes! Las bailarinas siempre están diciendo que han visto al Fantasma por todas partes…

—¡Por los dioses! ¿Crees que soy alguna clase de idiota impresionable? ¡Piensa un momento antes de contestar!

—Bueno, claro que no, pero…

—¡Ja!

Agnes se fue dando zancadas a los bastidores, más preocupada por el efecto que por la dirección. Los ruidos de fondo del escenario se fueron apagando detrás de ella mientras entraba en el almacén de decorados. El almacén no daba a ninguna parte más que al mundo de fuera a través de un par de portones. Estaba lleno de trozos de castillos, balcones y celdas de prisiones románticas, todo amontonado de cualquier manera.

Christine la siguió a toda prisa.

—¡De verdad que no quería decir… mira, Walter no… solamente es un tipo muy raro que hace trabajillos para todos!

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