Mascarada (Mundodisco, #18) – Terry Pratchett

—… Y ahora hay gente cayendo como moscas de las bambalinas… Dicen que es él, pero yo sé que él nunca quiso hacerle daño a nadie…

—Claro que no —dijo Tata, con voz tranquilizadora.

—…Y muchas veces los he visto levantar la vista y mirar su palco. Siempre se sentían mejor si lo podían ver… y luego al pobre señor Pounder lo estrangularon. Miré y encontré su sombrero, así tal cual…

—Es terrible cuando pasa eso —dijo Tata Ogg—. ¿Cómo se llama, querida?

—Señora Plinge —dijo la señora Plinge sorbiéndose las narices— Me cayó justo delante. Lo habría reconocido en cualquier parte…

—Creo que sería buena idea que la lleváramos a casa, señora Plinge —dijo Yaya.

—¡Oh, querida, tengo a todas estas señoras y caballeros a los que atender! Y además es peligroso irse a casa a estas horas de la noche… Walter me acompaña siempre a casa pero hoy se tiene que quedar hasta tarde… oh, cielos…

—Suénese otra vez, ¿quiere? —dijo Tata—. Encuentre un trozo que no esté demasiado mojado.

Hubo una serie de chasquidos. Yaya Ceravieja había entrelazado los dedos y extendido los brazos para hacer crujir los nudillos.

—Peligroso, ¿eh? —dijo—. Bueno, no podemos dejar que se quede así de alterada. Yo la acompañaré a casa y la señora Ogg se encargará de todo esto.

—… Pero tengo que atender a los palcos… Tengo todas estas bebidas que servir… Juraría que las tenía hace un momento…

—La señora Ogg es una experta en bebidas —dijo Yaya, fulminando con la mirada a su amiga.

—No hay nada que yo no sepa sobre bebidas. —Tata se mostró de acuerdo, vaciando sin vergüenza el último vaso—. Especialmente, sobre estas.

—… ¿Y qué pasa con mi Walter? Se morirá de preocupación…

—¿Walter es su hijo? —preguntó Yaya—. ¿Lleva boina? La anciana asintió.

—Es que siempre vuelvo a recogerlo si trabaja hasta tarde… —empezó a decir.

—¿Usted vuelve a recogerlo… pero él la acompaña a casa? dijo Yaya.

—Yo… él es… es… —La señora Punge recuperó la compostura—. Es un buen chico —dijo en tono desafiante.

—Estoy segura de que sí, señora Plinge —dijo Yaya.

Le quitó con cuidado la cofia blanca de la cabeza a la señora Plinge para dársela a Tata, que se la puso, y después le quitó el delantal blanco. Aquello era lo bueno del color negro. Si una iba vestida de negro podía ser prácticamente cualquier cosa. Madre superiora o madama de burdel, no era más que una cuestión de estilo. Dependía simplemente de los detalles.

Se oyó un chasquido. Se acababa de pasar el pestillo del Palco Ocho. Luego se oyó el chirrido débil de una silla al ser arrastrada y encajada bajo el pomo de la puerta.

Yaya sonrió y cogió a la señora Plinge del brazo.

—Volveré enseguida que pueda —dijo.

Tata asintió y miró cómo se marchaban.

Al final del pasillo había un armarito. Dentro había un taburete bajo, las costuras de la señora Plinge y un bar pequeño pero muy bien aprovisionado. También había, sobre un tablón barnizado de caoba, una serie de campanillas colgando de enormes muelles en espiral.

Varias de ellas estaban subiendo y bajando furiosamente.

Tata se puso un gin-ginebra con un chorrito de ginebra exprimida y examinó las hileras de botellas con interés considerable.

Se puso a sonar otra campanilla.

Había un frasco enorme lleno de aceitunas rellenas. Tata se sirvió un puñado y le quitó el polvo de un soplido a una botella de oporto.

Una campanilla se cayó de su muelle.

En alguna parte del pasillo se abrió una puerta y la voz de un hombre joven vociferó:

—¡Dónde están esas bebidas, mujer!

Tata probó el oporto.

Tata Ogg estaba acostumbrada a la idea del servicio domestico. De chica, había sido doncella en el Castillo de Lancre, donde el rey sentía cierta inclinación a presionar al servicio y cualquier otra cosa de que pudiera echar mano. La joven Gytha Ogg ya había perdido la inocencia[7], pero tenía ideas bastante claras acerca de las presiones no deseadas, y cuando el rey se le tiró encima en el fregadero ella cometió lo que técnicamente era alta traición con una pierna enorme de cordero blandida con las dos manos. Aquello acabó con su vida de escaleras abajo y dificultó considerablemente las actividades del rey de escaleras arriba.

De aquella breve experiencia había salido con ciertas opiniones que no eran lo bastante definidas como para ser políticas pero que sí eran firmemente oggianas. Y la señora Plinge tenía pinta de no comer muy bien y de no dormir muy bien tampoco. Tenía las manos flacas y rojas. Tata nunca escatimaba su tiempo para los Plinge del mundo.

¿Combinaba bien el oporto con el jerez? Oh, bueno, no pasaba nada por probarlo…

Ahora estaban sonando todas las campanillas. Debía de estar llegando el intermedio.

Luego, mientras más gente empezaba a asomar la cabeza por las puertas y a hacer demandas airadas, fue al estante del champán y cogió un par de botellas mágnum. Las agitó a base de bien, se puso una debajo de cada brazo con los pulgares sobre los corchos y salió al pasillo.

La filosofía vital de Tata consistía en hacer lo que le pareciera que era buena idea a cada momento, y hacerlo tan fuerte como pudiera. El sistema no le había fallado nunca.

* * *

Cayó el telón. El público seguía de pie, aplaudiendo.

—¿Qué pasa ahora? —le susurró Agnes al gitano de al lado. El gitano se quitó el pañuelo que llevaba anudado en la cabeza.

—Bueno, cariño, por lo general hacemos una escapadita a… ¡Oh, no, piden que salgamos al escenario a saludar!

El telón volvió a subir. Las luces iluminaron a Christine, que hizo una reverencia y saludó con la mano y resplandeció.

Su compañero gitano le dio un codazo a Agnes.

—Mira a lady Timpani —dijo—. A eso le llamo yo una pelusona.

Agnes miró a la prima donna.

—Está sonriendo —dijo.

—También sonríen los tigres, querida.

El telón bajó una vez más, con una rotundidad que venía a decir que el director de escena iba a desmontar el decorado y que le pegaría un grito a cualquiera que se atreviera a volver a tocar aquellas cuerdas…

Agnes se marchó corriendo con los demás. En el siguiente acto no había gran cosa que hacer. Había intentado memorizar el argumento de antemano, aunque los demás miembros del coro habían hecho lo posible para disuadirla, basándose en que los versos se pueden cantar o se pueden entender, pero no ambas cosas.

Con todo, Agnes era una chica aplicada:

—… Entonces Peccadillo (ten.), hijo del duque de Tagliatella (bajo), se ha disfrazado secretamente de porquero para cortejar a Crucigramella, sin saber que el doctor Mozzarella (bar.) le ha vendido el elixir a Ludi el sirviente, sin darse cuenta de que en realidad él es la doncella Mercromina (sop.) disfrazada de chico porque el conde Artaud (bar.) afirma que…

Un ayudante del director de escena tiró de ella para apartarla de en medio e hizo una señal con la mano a alguien que estaba en los bastidores.

—Suelta la campiña, Ron.

Hubo una serie de silbidos fuera del escenario, seguidos de otro procedente de lo alto.

Se levantó el telón de fondo. De la oscuridad de encima del escenario empezaron a descender los sacos de arena que hacían de contrapeso.

—…Entonces Artaud revela, esto, que Zibelina se tiene que casar con Fideli, quiero decir, con Fiabe, sin saber, esto, que la fortuna familiar…

Los sacos de arena descendieron. Por lo menos a un lado del escenario. Al otro lado, Agnes vio su tarea imposible interrumpida por los gritos y al levantar la vista se encontró con las facciones del revés y en no en muy buen estado del difunto doctor Undershaft.

* * *

Tata se coló de un brinco por una puerta cercana, la cerró a su espalda y se apoyó en ella. Al cabo de unos momentos el ruido de pies que corrían pasó de largo.

Bueno, había sido divertido.

Se quito la cofia de encaje y el delantal y, dado que Tata tenía cierta honradez básica, se los metió en un bolsillo para devolvérselos más tarde a la señora Plinge. Luego sacó algo negro, redondo y plano y lo golpeó contra su brazo. La punta salió. Después de unos cuantos ajustes su sombrero oficial estaba como nuevo.

Miró el sitio donde estaba. Cierta ausencia de luz y de moqueta, junto con una presencia abundante de polvo, sugerían que aquella era una parte del lugar que el público no debería ver.

Oh, mierda. Supuso que lo mejor sería encontrar otra puerta. Por supuesto, eso quería decir que tenía que abandonar a Greebo, estuviera donde estuviese, pero ya aparecería. Siempre aparecía cuando quería que le dieran comida.

Había un tramo de escalera que descendía. Lo bajó hasta un pasillo que estaba un poco mejor iluminado y lo recorrió durante bastante rato. Y luego lo único que tuvo que hacer fue seguir los gritos.

Emergió entre los bastidores y el desorden de objetos de atrezo que había tras el escenario.

Nadie reparó en ella. La aparición de una anciana menuda y amistosa no era algo que fuera a causar comentario alguno en aquellos momentos.

La gente corría de un lado para otro, gritando. La gente más impresionable permanecía inmóvil de pie y gritaba. Una mujer corpulenta estaba despatarrada sobre dos sillas teniendo un ataque de histeria mientras unos tramoyistas distraídos intentaban abanicarla con un guión.

Tata Ogg no estaba segura de si acababa de pasar algo importante o bien si aquello era solo una continuación de la ópera por otras vías.

—Yo le aflojaría el corsé si fuera vosotros —dijo cuando pasó tranquilamente a su lado.

—¡Por todos los dioses, señora, ya hay bastante pánico tal como están las cosas!

Tata se acercó a una interesante multitud de gitanos, nobles y tramoyistas.

Las brujas son curiosas por definición e inquisitivas por naturaleza. Ella se mezcló con el grupo.

—Déjenme pasar, soy una persona fisgona —dijo, usando ambos codos. Funcionó, tal como suele pasar con esa clase de métodos.

Había alguien muerto en el suelo. Tata había visto la muerte en muchas de sus modalidades, y ciertamente reconocía el estrangulamiento cuando lo tenía delante. No era el final más agradable, aunque podía tener bastante colorido.

—Oh, cielos —dijo—. Pobre hombre. ¿Qué le ha pasado?

—El señor Balde dice que se debe de haber quedado atrapado en… —empezó a decir alguien.

—¡No se ha quedado atrapado en nada! ¡Esto es obra del Fantasma! —dijo otra persona—. ¡Puede que siga ahí arriba. Todas las miradas se volvieron hacia arriba. —El señor Salzella ha enviado a algunos tramoyistas para que lo hagan salir.

—¿Llevan antorchas llameantes? —preguntó Tata. Varios de ellos la observaron como preguntándose, por primera vez, quién era aquella mujer.

—¿Cómo?

—Hay que llevar antorchas llameantes cuando se está persiguiendo a monstruos malignos —dijo Tata—. Lo sabe todo el mundo.

Hubo un momento de silencio mientras aquella información era asimilada, y luego:

—Es verdad.

—Pues tiene razón.

—Lo sabe todo el mundo, querida.

—¿Y llevaban antorchas llameantes?

—Creo que no. Linternas normales.

—Oh, no sirven —dijo Tata—. Las linternas son para los contrabandistas. Para los monstruos malignos hacen falta antorchas…

—¡Disculpad, chicos y chicas!

El director de escena se había subido a una caja.

—Muy bien —dijo, con la cara un poco pálida—. Sé que todos estáis familiarizados con la expresión «el espectáculo debe continuar»…

Hubo un coro de gemidos procedente del coro.

—Es muy difícil cantar una alegre tonadilla sobre comer puercoespines cuando estás esperando a que te pase un accidente -gritó un rey gitano.

—Es curioso, ya que hablamos de canciones sobre puercoespines, yo… —empezó a decir Tata, pero nadie le estaba prestando atención.

—Vamos a ver, no sabemos qué ha pasado en realidad…

—¿Ah, no? ¿A que lo adivinamos? —dijo un gitano.

—… pero tenemos hombres ahora mismo en el altillo colgante…

—¿Ah, sí? ¿En caso de que haya más accidentes?…

—Y el señor Balde me ha autorizado para deciros que habrá una gratificación adicional de dos dólares en reconocimiento de vuestra valiente decisión de continuar con el espectáculo…

—¿Dinero? ¿Después de un susto así? ¿Dinero? ¿Se cree que puede ofrecernos un par de dólares y nosotros aceptaremos quedarnos en este escenario maldito?

—¡Qué vergüenza!

—¡No tiene corazón!

—¡Impensable!

—¡Por lo menos tendría que pagar cuatro!

—¡Eso, eso!

—¡Qué vergüenza, amigos! Hablar de un puñado de dólares cuando hay un hombre muerto ahí mismo… ¿No tenéis respeto por su memoria?

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