Mascarada (Mundodisco, #18) – Terry Pratchett

—¿Quién haría algo así? —dijo—. Sinceramente, Salzella, ¿qué diferencia hay entre la ópera y la locura?

—¿Es una pregunta con truco?

—¡No!

—Entonces yo diría: mejores decorados. Ah… ya me lo imaginaba…

Salzella hurgó entre la destrucción y se incorporó con una carta en la mano.

—¿Quiere que la abra? —dijo—. Va dirigida a usted. —Balde cerró los ojos.

—Adelante —dijo—. No se moleste en leer los detalles. Claramente dígame, ¿cuántos signos de exclamación?

—Cinco.

—Oh.

Salzella le pasó la hoja de papel.

Balde leyó:

Querido balde

¡Uuuuups!

¡¡¡¡¡Jajajajaja!!!!!

Saludos.

El Fantasma de la Ópera

—¿Qué podemos hacer? —dijo—. ¡Unas veces escribe notitas educadas y otras pierde la chaveta por escrito!

—Herr Problematikus ha mandado a todo el mundo a buscar instrumentos nuevos —dijo Salzella.

—¿Los violines son más caros que las zapatillas de ballet?

—Hay pocas cosas en el mundo más caras que las zapatillas de ballet. Resulta que los violines son una de ellas —dijo Salzella.

—¡Más gastos!

—Eso parece, sí.

—¡Pero yo creía que al Fantasma le gustaba la música! ¡¡¡Herr Problematikus me ha dicho que el órgano ya es irreparable!!!

Se detuvo. Era consciente de que había exclamado un poco menos racionalmente de lo que corresponde a un hombre cuerdo.

—Oh, bueno —continuó Balde en tono cansino—. Suponga que el espectáculo debe continuar.

—Sí, claro —dijo Salzella.

Balde negó con la cabeza.

—¿Cómo va todo de cara a esta noche?

—Creo que funcionará, si es eso lo que me pregunta. Perdita parece dominar muy bien su papel.

—¿Y Christine?

—Domina extraordinariamente bien la habilidad de ponerse un vestido. Entre las dos componen una prima donna.

El orgulloso propietario de la Ópera se puso de pie lentamente.

—Todo parecía tan simple —gimió—. Yo pensaba: la ópera no puede ser muy difícil. Canciones. Chicas guapas bailando. Decorados bonitos. Un montón de gente soltando dinero. Tiene que ser mejor que el brutal mundo de los yogures, pensaba yo. Y ahora allí donde miro hay…

Algo crujió debajo de su zapato. Recogió del suelo los restos de unas gafas en forma de media luna.

—Son del doctor Undershaft, ¿verdad? —dijo—. ¿Qué están haciendo aquí?

Sus ojos hallaron la mirada firme de Salzella.

—Oh, no —gimió.

Salzella se giró a medias y se quedó mirando con cara pensativa un enorme estuche de contrabajo que había apoyado en la pared. Enarcó las cejas.

—Oh, no -volvió a decir Balde—. Adelante. Ábralo. Yo tengo las manos todas sudorosas…

Salzella caminó con pasos suaves hasta el estuche y agarró la tapa.

—¿Listo?

Balde asintió cansado. El estuche fue abierto de golpe.

—¡Oh, no!

Salzella asomó la cabeza para mirar.

—Ah, sí —dijo—. El cuello está roto y el cuerpo ha recibído un buen montón de patadas. Va a costar un buen pellizco repararlo, de eso no hay duda.

—¡Y todas las cuerdas están arrancadas! ¿Los contrabajos son más caros de reparar que los violines?

—Me temo que resulta increíblemente caro reparar cualquier instrumento musical, con la posible excepción del triángulo —dijo Salzella—. De todos modos, podría haber sido peor, ¿no?

—¿Qué?

—Bueno, podría haber sido el doctor Undershaft el que estuviera ahí dentro, ¿no?

Balde se lo quedó mirando boquiabierto y luego cerró la boca.

—Oh. Sí. Claro. Oh, sí. Eso habría sido peor. Sí. Hemos tenido un poco de suerte, supongo. Sí. Hum.

* * *

—Así que eso es una ópera, ¿eh? —Dijo Yaya—. Parece que alguien haya construido una caja enorme y luego le haya pegado la arquitectura encima.

Tosió y pareció que estaba esperando algo.

—¿Podemos echarle un vistazo? —dijo Tata obedientemente, consciente de que la curiosidad de Yaya solamente era comparable con su deseo de no mostrarla.

—Supongo que no puede hacer ningún daño —dijo Yaya, como si estuviera concediendo un gran favor—. Ya que no tenemos nada mejor que hacer ahora mismo.

El edificio de la Ópera era, ciertamente, el más eficientemente multifuncional de los diseños arquitectónicos. Era un cubo. Pero tal como había señalado Yaya, el arquitecto se había dado cuenta a última hora de que no podía dejarlo sin ninguna decoración, y la había añadido a toda prisa en un revuelo de frisos, pilares, coribantes y florituras. Las gárgolas habían colonizado los puntos más elevados. Vista desde delante, la fachada transmitía la impresión de ser una enorme pared de piedra torturada.

En la parte trasera, por supuesto, había el habitual desorden insulso de ventanas, tuberías y paredes de piedra húmeda. Una de las reglas de cierta clase de arquitectura pública es que solamente ocurre por delante.

Yaya se detuvo debajo de una ventana.

—Hay alguien cantando —dijo—. Escucha.

—La-la-la-la-la-LAA —trinó alguien—. Do-re-mi-fa-sol-la-si-doo…

—Es ópera, está claro —dijo Yaya—. Me suena extranjero.

Tata tenía un don inesperado para los idiomas. Podía ser comprensiblemente incompetente en un nuevo idioma al cabo de un par de horas. Lo que hablaba estaba a un paso del galimatías pero era un galimatías auténticamente extranjero. Y sabía que Yaya Ceravieja, fueran cuales fuesen sus otras cualidades, tenía todavía peor oído para los idiomas que para la música.

—Ejem. Puede ser —dijo—. Siempre están haciendo cosas ahí dentro, eso lo sé. Mi Nev me contó que a veces hacen varias operaciones por noche.

—¿Cómo lo descubrió? —dijo Yaya.

—Bueno, había mucho plomo. Cuesta bastante moverlo. Me contó que a él le gustaban las operaciones ruidosas. Podía tararear la música y además nadie oía los martillazos.

Las brujas se acercaron paseando.

—¿Te has dado cuenta de que la joven Agnes casi choca con nosotras hace un rato? —dijo Yaya.

—Sí. Tuve que controlarme para no girarme —dijo Tata.

—No estaba muy contenta de vernos, ¿verdad? Prácticamente le oí ahogar un grito.

—Eso es muy sospechoso, pienso yo —dijo Tata—. O sea, si ve dos caras amigas del sitio de donde viene, lo normal sería que viniera corriendo…

—Somos viejas amigas, al fin y al cabo. Viejas amigas de su abuela y de su madre, en todo caso, que viene a ser lo mismo.

—¿Recuerdas aquellos ojos de la taza de té? —Dijo Tata-¡Podría estar bajo la influencia de alguna extraña fuerza oculta! Debemos tener cuidado. La gente puede ser muy engañosa cuando están en manos de una extraña fuerza oculta. ¿Te acuerdas del señor Escrúpulo de Tajada?

—Aquello no era una extraña fuerza oculta. Era acidez de estómago.

—Bueno, pues durante un tiempo sí que pareció algo extraño y oculto. Sobre todo cuando las ventanas estaban cerradas.

Su trayecto las había llevado a la entrada para actores de la Ópera.

Yaya contempló una hilera de carteles.

– La Triviata -leyó en voz alta—. ¿El Anillo de los Niyelunguingungos…?

—Bueno, básicamente hay dos tipos de ópera —dijo Tata, que también tenía la habilidad genuina de toda bruja para ser segura y experta en las cosas sin apoyarse en ninguna experiencia en absoluto—. Está la ópera pesada, donde básicamente la gente canta en extranjero y va un poco así: «Oh oh oh me muero, oh me muero, oh oh oh lo digo en serio», y luego está la ópera ligera, donde cantan en extranjero y vienen a decir: «¡Cerveza! ¡Cerveza! ¡Cerveza! ¡Me gusta beber mucha cerveza!», aunque a veces beben champán en vez de cerveza. Y así viene a ser toda la ópera en realidad.

—¿Cómo? ¿O morirse o beber cerveza?

—Básicamente, sí —dijo Tata, apañándoselas para sugerir que aquello cubría todo el espectro de la experiencia humana.

—¿Y eso es la ópera?

—Bueeeno… Puede haber alguna otra cosilla. Pero básicamente es birra o apuñalamientos.

Yaya fue consciente de una presencia.

Se dio la vuelta.

De la entrada para actores acababa de salir alguien que cargaba con un cartel, un cubo de cola y una escoba.

Era una figura extraña, una especie de pulcro espantapájaros a quien la ropa le venía un poco pequeña, aunque, para ser fieles a la verdad, probablemente no había ninguna ropa que le hubiera sentado bien a aquel cuerpo. Sus tobillos y muñecas parecían ser infinitamente extensibles y obedecer a impulsos independientes.

El hombre se encontró con las dos brujas de pie frente al molón de carteles y se detuvo cortésmente. Ellas pudieron ver como la frase se iba aglutinando detrás de aquellos ojos desenfocados.

—¡Perdonen señoras! ¡El espectáculo debe continuar!

Las palabras estaban todas presentes y tenían sentido, pero cada frase salía disparada al mundo como una unidad.

Yaya apartó a Tata a un lado.

—¡Gracias!

Se quedaron mirando en silencio cómo el hombre, con gran cuidado y meticulosidad, aplicaba cola a un rectángulo bien delimitado y luego pegaba el cartel, alisando metódicamente cada arruga.

—¿Cómo te llamas, joven? —preguntó Yaya.

—¡Walter!

—Llevas una boina muy bonita.

—¡Me la compró mi madre!

Walter dio caza a la última burbuja de aire hasta el borde del papel y retrocedió. Luego, haciendo caso omiso de las brujas de tan concentrado que estaba en su tarea, recogió el bote de cola y regresó al interior.

Las brujas miraron el nuevo cartel en silencio.

—¿Sabes? No me importaría ver una operación —dijo Tata, al cabo de un rato—. El siñore Basílica nos dio entradas.

—Oh, ya me conoces —dijo Yaya—. Yo no soporto esa clase de cosas.

Tata la miró de reojo y sonrió para sí misma. Aquel era un primer verso habitual en Esme Ceravieja. Significaba: claro que quiero, pero me tienes que convencer.

—Tienes razón, claro —dijo—. Son cosas para la gente que va en carruajes elegantes. No son para gente como nosotras.

Yaya pareció vacilar un momento.

—Supongo que estamos apuntando demasiado alto —continuó Tata—. Supongo que si entráramos nos dirían: largaos de aquí, viejas asquerosas…

—¿Ah, sí? ¿Eso harían?

—No creo que quieran que la chusma vulgar como nosotras se mezcle con toda esa gente elegante y estirada —dijo Tata.

—¿Conque no? ¿Conque esas tenemos? ¡Pues ven conmigo!

Yaya dobló furiosamente el recodo hasta la parte delantera del edificio, donde la gente ya se estaba bajando de sus carruajes. Subió abriéndose paso a empujones por la escalera y fue repartiendo codazos hasta las taquillas.

Se inclinó hacia delante. El hombre que estaba detrás de la rejilla retrocedió.

—¿Conque viejas asquerosas, eh? —le espetó.

—¿Disculpe…?

—¡No pienso hacerlo todavía! Mira esto, tenemos entradas para… —Miró las cartulinas que tenía en la mano y tiró de Tata Ogg— Aquí dice Patio. ¿Qué demonios es eso? ¿Patio? ¿Nosotras? —Se volvió hacia el vendedor de entradas—. Mira, el Patio no es lo bastante bueno para nosotras, queremos entradas en… —Levantó la vista hacia la pizarra que había cerca de la ventanilla de las entradas-… El Paraíso. Sí, eso me suena mejor.

—¿Perdone? ¿Tiene entradas de Patio y quiere cambiarlas por asientos en el Paraíso?

—¡Sí, y no esperes que paguemos más dinero!

—No iba a pedirle que…

—¡Pues mejor! —dijo Yaya, con una sonrisa triunfal. Miró sus nuevas entradas con aprobación—. Ven, Gytha.

—Ejem, disculpe —dijo el hombre cuando Tata Ogg se dio la vuelta—, pero ¿qué es eso que lleva sobre los hombros?

—Es… una estola de piel —dijo Tata.

—Perdone, pero acabo de ver cómo mueve la cola.

—Sí. Es que resulta que yo creo en la belleza sin crueldad.

* * *

Agnes era consciente de que estaba pasando algo en los bastidores. Varios grupitos de hombres se iban formando y luego disgregándose mientras diversos individuos partían a toda prisa para llevar a cabo sus misteriosas tareas.

En la parte de delante la orquesta ya estaba afinando. El coro estaba desfilando y preparándose para ser Una Plaza de Mercado Abarrotada, en la que varios malabaristas, gitanos, tragasables y palurdos vestidos de fiesta no se sorprenderían en absoluto de ver cómo un barítono aparentemente borracho llegaba paseando para cantarle un montón de guión a un tenor que pasaba por allí.

Vio que el señor Balde y el señor Salzella estaban enfrascados en una acalorada discusión con el director de escena.

—¿Cómo vamos a registrar el edificio entero? ¡Este lugar es un laberinto!

—A lo mejor simplemente se ha perdido por ahí…

—Sin esas gafas está más ciego que un murciélago.

—Pero no podemos estar seguros de que le haya pasado algo.

—¿Ah, no? No decía usted eso cuando abrimos el estuche del contrabajo. Estaba usted seguro de que lo íbamos a encontrar dentro. Admítalo.

—Yo… no esperaba encontrarme un simple contrabajo destrozado, es verdad. Pero es que en aquel momento me sentía un poco agobiado.

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