Los Martillos De Ulric – Dan Abnett

—¡Damas y caballeros! -bramaba la voz, como una salmodia-. No se queden ahí con la boca abierta: ¡Metan las manos en los bolsillos para aprovechar esta oportunidad única en la vida!

Un par de manos se agitaron por encima de la cabeza desgreñada, y Lenya vio una enorme sonrisa de actor. La multitud se echó a reír. Después callaron y algunos comenzaron a marcharse. Lenya sonrió para sí y empujó para ver mejor.

Sintió un movimiento a su espalda más que lo oyó, y se sorprendió sólo ligeramente al sentir que una mano le rozaba un lado de la cintura. Había estado esperando que el sigiloso Drakken le diese alcance antes o después, aunque ella le había advertido que no se le acercara por sorpresa. Peor para él. No lo pensó dos veces: asestó un potente codazo hacia atrás, al que siguió un puño apretado al final del brazo extendido. Eso no le habría hecho daño a Drakken, no a un duro templario, grande y ataviado con armadura. Pero en lugar de impactar contra el sólido y ancho torso del Lobo Blanco, el codo de Lenya y, luego, su puño golpearon algo blando y huesudo que no le resultó familiar.

—¡Uuuuuffff! -dijo detrás de ella una voz estrangulada, y oyó que un cuerpo ligero se desplomaba en el suelo.

La multitud que la rodeaba guardó silencio y comenzó a volverse en dirección al sonido. Lenya sintió una docena de ojos fijos en su persona cuando se volvió para mirar qué o a quién había golpeado.

Sentado en el suelo, a sus espaldas, había un joven desgarbado, que se aferraba el estómago y tenía las piernas estiradas a ambos lados. Iba vestido con pulcritud y tenía un lacio cabello negro. Al rostro asomaba una expresión herida. Era todo brazos y piernas, y Lenya tuvo que pasar por encima de una abultada rodilla para mirarlo bien.

—¡Por todo lo sagrado! -exclamó la joven-. ¿Qué he hecho?

La multitud volvió a mirar al vendedor que había comenzado a vocear otra vez, e hicieron caso omiso de una escena que veían cada día en la ciudad. El muchacho del suelo le echó una mirada cómica a Lenya, y luego estalló en atronadoras carcajadas.

—¡Lo siento enormemente, señor! -jadeó una Lenya pasmada al mismo tiempo que cogía al joven por un codo y lo ayudaba a levantarse.

Él volvió a reír.

—No te preocupes -respondió-. La verdad es que ya esperaba que me sacudieran en cualquier momento. Sólo me has pillado desprevenido, eso es todo.

Volvió a aferrarse el estómago al intentar reír a despecho del dolor que Lenya había generado con su apretado puño. El buen humor del muchacho era contagioso, y Lenya se unió a sus carcajadas, aunque no sabía de qué reía él; pero disfrutaba de la libertad, pues no había reído a carcajadas durante semanas.

Ya de pie, el joven cogió con delicadeza un brazo de Lenya y la condujo hasta una estrecha escalera serpenteante que tenía muros altos a ambos lados. Ella no experimentó aprensión ninguna. Cuando se hallaron a solas, él comenzó a hablarle.

—Bueno, ¿y qué hace una muchacha de campo como tú caminando por aquí con galas de ciudad?

—¿Y qué hace un muchacho de ciudad como tú poniendo sus manos sobre las jóvenes damas en un sitio público?

—Tocado -respondió el joven a la vez que profería otra de sus asombrosas carcajadas.

Ambos se sentaron sobre los escalones de piedra, conscientes sólo de la compañía del otro y del murmullo de la muchedumbre que pasaba por encima de los muros que los flanqueaban. Por segunda vez, un joven oportunista había considerado a Lenya como un objetivo fácil, aunque en esa ocasión iba tras su bolsa.

El desgarbado muchacho de pelo lacio se presentó como Arkady, villano de poca monta, carterista y pillo en general. No tenía motivos para no mostrarse sincero. Tal vez no fuese del todo lo que aparentaba, pero lo mismo sucedía con aquella ordeñadora ataviada con todas las galas de la corte. Había esperado hallar una bolsa bien provista en una bobalicona que ni siquiera se daría cuenta de que había desaparecido hasta que intentara pagar algo, y que probablemente se desmayaría al descubrir que le habían robado. En cambio, había recibido un codazo en el estómago y un puñetazo en el plexo solar, lo cual le estaba bien empleado.

Lenya acabó hablándole de la granja cercana a Linz donde había crecido, de sus hermanos y de cómo había llegado a Middenheim. Le habló del repugnante paje y de la habitación oscura y húmeda en que se veía obligada a vivir. Habló del palacio, aunque no de cómo había llegado a la libertad en el Gran Parque. A fin de cuentas, estaba hablando con un delincuente, y no quería confundir las cosas mencionando a su Lobo Blanco. Tenía otro asunto del que hablar: su secreto.

—Mi hermano vino aquí -explicó por fin-. Debe hacer ya un año de eso. Vino a hacer fortuna. Nunca pensé que yo llegaría a Middenheim, pero ahora que estoy aquí quiero encontrarlo.

—¿En una ciudad de este tamaño?

Arkady volvió a reír, y luego dejó de hacerlo al ver que aquello no era divertido para la muchacha campesina, cándida pero beligerante.

—Mira, si vino del campo -comenzó-, lo más probable es que ya haya regresado al campo.

—¿Y si no? -preguntó Lenya.

Arkady se miró los desgastados zapatos. No deseaba herir a la muchacha, pero era necesario que conociera la realidad de la vida en la ciudad.

—Si aún está aquí, es probable que se haya unido a uno de los gremios menos… reconocidos. Puede ser que uno de los señores del mundo clandestino lo haya reclutado para hacer recados.

Lenya pareció consternada.

—¡Mi hermano es honrado! ¡Habrá encontrado un trabajo honrado!

—En Middenheim no hay trabajo honrado para los forasteros -respondió Arkady con un bufido-. Las calles no están pavimentadas con oro, y los gremios son más cerrados que la bragueta de un mayordomo. Es todo enchufe e inmovilidad. ¿Por qué piensas que hay tanta libre empresa en Middenheim? Ese vendedor que estaba encima de la carretilla, el charlatán con pelo de paja, hace entrar y salir carros de la ciudad cada semana. La mayoría son atracados en algún lugar del otro lado de las murallas… -La voz de Arkady se apagó.

—¿Así que mi hermano es un delincuente? -preguntó una indignada Lenya.

«O está muerto», pensó Arkady.

—Es probable que ya haya regresado al campo -fué lo que dijo, en cambio.

Lenya pensó durante un momento, y luego realizo una profunda inspiración.

—Si está aquí, quiero encontrarlo a pesar de todo -concluyó con determinación-. ¿Dónde puedo hallar a uno de esos señores para hablar con él? Alguien debe saber dónde está mi hermano.

Arkady tenía dudas. La muchacha no había estado en ningún otro sitio, aparte del palacio, y ésa era su primera visita a la ciudad. Aún no sabía nada de la suciedad, la inmundicia y la pobreza, por no mencionar la implacabilidad de la gente que poblaba los barrios más pobres de la ciudad. Por otro lado, lo había derribado ella sola con un codo y un pequeño puño cuando ni siquiera debería haberlo oído.

—¡Vas a llevarme hasta uno de esos sabios caballeros! -declaró la muchacha con tono feroz al ver la renuencia que afloraba a su rostro.

—¡Eh! ¡Ni hablar! Mira, hay métodos mejores. Conozco a alguien, un tunante pero con buen corazón. Yo soy insignificante, muchacha… no tengo contacto con ninguno de los Bajos Reyes. Sería demasiado peligroso para un pez pequeño como yo. Pero él, sí. Tiene un poco más de influencia. Y con él estarás segura. Cuidará de ti y puede ser que tenga la posibilidad de averiguar algo sobre ese hermano perdido tuyo. -Arkady se dispuso a partir-. Reúnete conmigo aquí pasado mañana. ¿Podrás volver a encontrar este sitio?

—Creo que sí -respondió Lenya-. Pero ¿no puedes llevarme ahora?

Arkady miró por encima del muro. El cielo estaba oscureciéndose hasta el conocido matiz púrpura, y el Gran Parque comenzaba a quedar silencioso. El estaba bastante a salvo, pero Lenya no lo estaría por mucho tiempo en aquel sitio y a aquella hora del día.

—Es tarde. Podrían echarte en falta. Vete a casa, muchacha; vete directamente a casa. Vuelve para reunirte conmigo pasado mañana.

Dicho eso, comenzó a bajar los escalones de dos en dos. Al cabo de media docena de pasos, había girado en un recodo. Lenya observó cómo su cabeza aparecía y desaparecía por encima del muro y, pasados unos segundos, se desvanecía del todo. Se puso de pie y miró en torno. Estaba oscureciendo, pero podría encontrar el camino de regreso. Entonces, se acordó de Drakken.

—¡Sigmar! ¡Krieg! -exclamó con un susurro.

Subió los escalones y rodeó el muro. Sólo tendría que hallar el modo de volver al amado templo de Ulric, donde esperaba encontrarlo.

***

La noche caía con rapidez en Middenheim, y para cuando Lenya regresó al gran templo de Ulric, ya había oscurecido y estaban encendiendo las farolas callejeras. Enfadada consigo misma y con Drakken, se paseó por el exterior del templo durante unos minutos, y estaba dispuesta a encontrar ella sola el camino de regreso al palacio cuando se dio cuenta de lo difícil que podría resultar eso.

A Lenya no la conocían en el palacio, al menos nadie externo al séquito o la servidumbre del Margrave. Los guardias la mandarían a paseo si intentaba entrar a cualquier hora del día, y mucho más al anochecer. El día de aventura estaba acabando con rapidez, y entonces debía encontrar a Drakken si quería regresar esa noche al palacio. No tenía un gran deseo de volver a las fétidas habitaciones que debía llamar hogar, al menos no en ese momento, pero tampoco le quedaba otra alternativa. Arkady se había marchado y se encontraba sola en una ciudad que, aunque la fascinaba, comenzaba a parecer siniestra a la escasa luz de las farolas. Las siluetas de los edificios que la rodeaban se encumbraban, negras, duras y puntiagudas contra el cielo. Las manchas de luz amarilla le conferían a la piedra un aspecto enfermizo. Las piedras mismas parecían absorber la luz a través de su superficie y reducirla a pequeños charcos oscuros. Las sombras eran largas e imponentes, y parecían no guardar relación alguna con sus dueños. La oscuridad disimulaba el suelo irregular que pisaba Lenya, lo cual hacía que los escalones y las pendientes resultasen aún más traicioneros que durante el día.

«¡No te dejes ganar por el pánico! -se dijo Lenya-. Este es el hogar de Drakken; tiene que estar aquí. Y si él no está, habrá alguien más.»

Lenya estaba dispuesta a golpear la gran puerta del templo, e incluso a abrirla en caso necesario. Echó los hombros atrás y alzó un puño. Tras poner en sus labios lo que esperaba que fuese una sonrisa confiada, llamó a la puerta. No hubo respuesta.

Lenya volvió a avanzar belicosamente hacia la puerta, pero dio un tremendo salto de susto al oír una voz a sus espaldas.

—¿Puedo ayudarte, mi señora? -preguntó la voz.

Se trataba de una voz llena de confianza, mezclada de modo natural con autoridad y poder. Lenya se volvió con lentitud y fijó los ojos en el hombre que tenía detrás, pero sólo llegó a ver hasta la altura de su esbelto pecho poderoso. No necesitaba responder.

—¿Qué estás haciendo fuera del recinto del palacio? -preguntó Gruber al reconocer a la valiente granjera del séquito del Margrave-. Esto no está bien. Te escoltaré de vuelta. Si el joven Drakken supiera que has desaparecido, enviaría una partida a buscarte.

Lenya alzó los ojos con lentitud para encontrarse con la mirada de preocupación del soldado veterano. Drakken sabía que ella había desaparecido. Nunca más volvería a sacarla de paseo. Tuvo ganas de llorar de enojo y frustración. Desde ese momento, quedaría encerrada para siempre en el palacio.

***

Una vez que hubo vuelto a la seguridad relativa del palacio, Lenya pasó un día y una noche planeando lo que haría. Pensó en la siguiente cita con Arkady mientras se bañaba con el agua fría de la jofaina que por la noche se oxidaba. Pensó en ello mientras atendía a su pálida y asustada señora en la inclinada habitación sin ventanas de la que nunca salía, y continuó pensando en el asunto mientras comía las sobras frías con grasa solidificada sobre platos sucios, que se habían transformado en la parte principal de su dieta.

Se sentía agradecida porque Drakken hubiese decidido mantenerse alejado. No volvería a sacarla de paseo y no quería que le contara lo preocupado que estaba y lo mucho que se había angustiado por la seguridad de ella. Sabía cuidar de sí misma, y no estaba dispuesta a aceptar que nadie sugiriese lo contrario.

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