Lores y damas (Mundodisco, #14) – Terry Pratchett

—¿Oook?

—Pero ya veo que no habrá manera de hacerle cambiar de parecer. Bueno, en ese caso me voy. Adiós.

Ridcully esperó delante de la puerta de la Biblioteca y empezó a contar en silencio, Había llegado al tres cuando el Bibliotecario cruzó el umbral galopando sobre los nudillos, atraído por los incunables.

—Entonces serán cuatro billetes, ¿no? —dijo Ridcully.

Yaya Ceravieja se dispuso a averiguar qué había estado ocurriendo en los alrededores de las piedras a su propia e inimitable manera.

La gente subestima a las abejas.

Yaya Ceravieja no lo hacía. Tenía media docena de colmenas y sabía, por ejemplo, que la abeja individual sencillamente no existe. Pero sí que hay una criatura llamada enjambre, compuesta por unas células provistas de una movilidad ligeramente mayor que las de, digamos, la almeja común. Los enjambres lo ven todo y perciben mucho más, y pueden recordar cosas durante años, aunque su memoria tiende a ser externa y estar hecha de cera. Un panal es la memoria de una colmena: la disposición de las celdillas-huevos, las celdillas-polen, las celdillas-reina, las celdillas-miel y los distintos tipos de miel forman parte del complejo de la memoria.

Y luego están los enormes y gordos zánganos. La gente piensa que lo único que hacen es pasar el año entero ganduleando dentro de la colmena, esperando esos breves minutos durante los que la reina se digna a tomar nota de su existencia, pero eso no explica el porqué los zánganos tienen más órganos sensoriales que el tejado del edificio de la CÍA.

En realidad, Yaya no criaba abejas para obtener un rendimiento material de ellas. Cada año recogía algo de cera para hacer velas, y en ocasiones se llevaba a casa un poco de miel cuando a las colmenas les parecía que podían prescindir de ella, pero básicamente tenía abejas con el objeto de disponer de alguien con quien hablar.

Por primera vez desde que había vuelto a casa, fue a las colmenas.

Y miró.

Las abejas salían disparadas de las entradas. El monótono zumbido de sus alas llenaba el tranquilo rincón de campo que había detrás de los arbustos de moras. Cuerpos marrones surcaban el aire como una granizada horizontal.

A Yaya le habría gustado saber por qué.

Las abejas eran su único fracaso. No había una sola mente en Lancre que Yaya no pudiera tomar en Préstamo. Incluso podía ver el mundo a través de los ojos de las lombrices.[8] Pero un enjambre, una mente formada por miles de partes móviles, le resultaba inalcanzable. Era la prueba más dura. Yaya había intentado una y otra vez montar en una, ver el mundo a través de diez mil pares de ojos multifacetados, pero lo único que sacó de ello fue una migraña y una tendencia a hacerle el amor a las flores.

Pero aun así podías llegar a descubrir muchas cosas con solo observarlas. La actividad, la dirección, la manera en que se comportaban las abejas guardianas…

Se estaban comportando con extrema preocupación.

Así que fue a acostarse un rato, de la manera en que solo Yaya Ceravieja sabía hacerlo.

Tata Ogg recurrió a un sistema distinto, el cual no tenía mucho que ver con la brujería pero sí muchísimo que ver con su oggidad general.

Pasó un rato sentada en su impoluta cocina, bebiendo ron, fumando su apestosa pipa y contemplando los cuadros de la pared. Habían sido pintados por el más pequeño de sus nietos en una docena de tonalidades del barro, y la mayoría de ellos consistía en figuras de palotes con la palabra ABUELA temblorosamente escrita debajo con temblorosas letras de barro.

Greebo, muy contento de volver a estar en casa, estaba acostado de espaldas enfrente de ella con las cuatro patas dirigidas hacia el techo, concentrado en su muy elogiada imitación felina de algo-encontrado-en-la-cuneta.

Finalmente Tata se levantó y, con expresión seria y pensativa, bajó a la herrería de Jason Ogg.

Una herrería siempre ocupaba una posición importante en las aldeas, cumpliendo la función de ayuntamiento, sala de reuniones y centro general de distribución de los cotilleos. En aquellos momentos acogía a varios hombres que mataban el tiempo durante una pausa en las ocupaciones masculinas habituales de Lancre, o sea la caza furtiva y contemplar cómo las mujeres hacían el trabajo.

—Quiero hablar contigo, Jason Ogg.

La herrería se vació como por arte de magia. Probablemente había algo en el tono de Tata Ogg. Pero Tata extendió la mano y agarró del brazo a un hombre cuando este trataba de pasar junto a ella con una especie de sigiloso tambalearse.

—Me alegro de haberme tropezado con usted, señor Quarney —dijo—. No tenga tanta prisa. La tienda va bien, ¿verdad?

El único tendero de Lancre le dirigió la clase de mirada que un ratón de tres patas dirige a un gato particularmente atlético. Aun así, lo intentó.

—Oh, en estos momentos el negocio va terriblemente mal, señora Ogg.

—O sea que todo va como de costumbre, ¿eh?

La expresión del señor Quarney se había vuelto suplicante. Sabía que no lograría salir de allí sin haber perdido algo, y solo quería saber en qué consistiría ese algo.

—Bueno, bueno —dijo Tata—. ¿Conoce a la viuda Scrope, la que vive un poco más arriba de Tajada?

La boca de Quarney se abrió.

—No es viuda —dijo—. Está…

—¿Se apuesta medio dólar? —repuso Tata.

La boca de Quarney seguía abierta, y el resto de su cara se recompuso alrededor de ella en una expresión de fascinado terror.

—Así que habrá que darle crédito, claro, hasta que se haya acostumbrado a llevar la granja —dijo Tata en el silencio subsiguiente. Quarney asintió sin decir nada.

»Y eso también va por los que están escuchando al otro lado de la puerta —prosiguió Tata, levantando la voz—. No estaría de más que alguien dejara un cuarto de carne delante de su puerta una vez a la semana, ¿eh? Y probablemente ella querrá que le echen una mano cuando llegue el momento de recoger la cosecha. Sé que puedo contar con todos ustedes. Bueno, ya pueden irse…

Salieron corriendo, dejando a Tata Ogg triunfalmente plantada en la puerta.

Jason Ogg la miró con desesperación, un hombre de cien kilos de pronto reducido a un niño de cuatro años.

—¿Jason?

—He de terminar un soporte para el viejo…

—Bueno —dijo Tata, fingiendo que no lo había oído—, ¿y qué novedades ha habido por aquí mientras yo estaba fuera, muchacho?

Jason removió el fuego con una barra de hierro.

—Oh, bueno, la Noche de la Vigilia de los Puercos tuvimos un vendaval terrible, y una de las gallinas de la comadre Peason puso el mismo huevo tres veces, y la vaca del viejo Poorchick dio a luz a una serpiente de siete cabezas, y allá por Tajada llovieron ranas…

—Más o menos lo de siempre, vamos —dijo Tata Ogg, volviendo a llenar su pipa como si tal cosa pero de una manera muy significativa.

—Sí, la verdad es que todo ha estado muy tranquilo —confirmó Jason. Sacó la barra del fuego, la puso encima del yunque y alzó el martillo.

—Ya sabes que me enteraré tarde o temprano —dijo Tata Ogg.

Jason no volvió la cabeza, pero el martillo quedó suspendido en el aire.

—Ya sabes que siempre acabo enterándome —insistió Tata Ogg.

El hierro se fue enfriando, pasando del color de la paja nueva a un intenso rojo.

—Y ya sabes que contárselo a tu vieja madre siempre hace que te sientas mejor —dijo Tata Ogg.

El hierro se enfrió del rojo al negro. Pero Jason, acostumbrado a pasar el día soportando el asfixiante calor de una fragua, parecía sentirse acalorado.

—Yo empezaría a batirlo antes de que se enfríe —dijo Tata Ogg.

—¡No ha sido culpa mía, mamá! ¿Cómo iba a detenerlas?

Tata se repantigó en su asiento, sonriendo.

—¿De quiénes estamos hablando, hijo mío?

—De la joven Diamanda y de Perdita y de esa chica pelirroja que vive en Culo de Mal Asiento y de unas cuantas más. Se lo dije al viejo Peason, le dije que tú tendrías algo que decir al respecto, les dije que la señora Ceravieja se subiría por las pare… se mostraría sarcástica en cuanto se enterara —dijo Jason—. Pero ellas se echaron a reír y no me hicieron caso. Dijeron que podían ser sus propias maestras y aprender brujería por su cuenta.

Tata asintió. En realidad tenían razón. Podías ser tu propia maestra y aprender brujería por tu cuenta. Pero tanto la maestra como la alumna tenían que ser la clase apropiada de persona.

—¿Diamanda? —dijo—. No me acuerdo del apellido.

—Se llama Lucy Tockley —dijo Jason—. Ella dice que Diamanda suena más… más brujeril.

—Ah. ¿Te refieres a la que lleva ese enorme sombrero de fieltro?

—Sí, mamá.

—¿Y además se pinta las uñas de negro?

—Sí, mamá.

—El viejo Tockley la envió a la escuela, ¿no?

—Sí, mamá. Volvió mientras tú estabas fuera.

—Ah.

Tata Ogg encendió su pipa en la fragua. Un sombrero de fieltro, uñas negras y educación. Oh, cielos.

—¿Cuántas de esas chicas hay, entonces? —preguntó.

—Una media docena. Pero se les da bastante bien, mamá.

—¿Sí?

—Y no es como si hubieran estado haciendo nada malo.

Tata Ogg contempló con expresión pensativa el resplandor de la fragua.

Los silencios de Tata Ogg siempre poseían cierta cualidad insondable. Y también cierto componente direccional. Jason enseguida tuvo muy claro que aquel silencio apuntaba hacia él.

Jason siempre mordía el anzuelo, por supuesto. Siempre trataba de llenarlo.

—Y la tal Diamanda ha sido educada como es debido —dijo—. Se sabe algunas palabras preciosas.

Silencio.

—Y yo sé que tú siempre has dicho que hoy en día no había suficientes chicas interesadas en aprender brujería —dijo Jason. Sacó la barra de hierro del fuego y le atizó unos martillazos, más para disimular que por otra razón.

Más silencio fluyó hacia él.

—Cada luna llena van a bailar a lo alto de la montaña.

Tata Ogg se sacó la pipa de la boca y examinó la cazoleta.

—La gente dice —agregó Jason, bajando la voz— que bailan en la más completa…

—¿En la más completa qué? —preguntó Tata Ogg.

—Ya sabes, mamá. En la más completa desnudez.

—Caramba. Bueno, eso siempre impresiona. ¿Alguien ha visto adonde van?

—No. Tejedor el techador dice que siempre consiguen despistarlo.

—¿Jason?

—¿Sí, mamá?

—Han estado bailando alrededor de las piedras.

Jason se pilló el pulgar con el martillo.

En las montañas y los bosques de Lancre había muchos dioses. Uno de ellos era conocido como Herne el Cazado. Era un dios de la persecución y la cacería. Más o menos.

La mayoría de los dioses son creados y sustentados por la fe y la esperanza. Los cazadores bailaban ataviados con pieles de animales y creaban dioses de la cacería, los cuales tendían a ser ruidosamente joviales y a tener menos tacto que un maremoto. Pero esos no son los únicos dioses de la cacería. La presa también tiene una voz oculta, cuando la sangre palpita en las venas y los sabuesos ladran. Herne era el dios de los acosados, de los cazados y de todos los animalillos destinados a convertirse en un chillido húmedo bruscamente interrumpido.

No llegaba al metro de altura, y tenía largas orejas de conejo y unos cuernecitos minúsculos. Pero era un corredor soberbio, y en aquel momento estaba recurriendo a todas sus reservas de velocidad para atravesar el bosque como una exhalación.

—¡Ya vienen! ¡Ya vienen! ¡Están a punto de regresar!

—¿Quiénes son? —preguntó Jason Ogg, con el pulgar metido en la artesa del agua. Tata Ogg suspiró.

—Ellos —dijo—. Ya sabes. Ellos. No estamos seguras, pero…

—¿Quiénes son Ellos?

Tata titubeó. Había ciertas cosas de las que sencillamente no se hablaba con las personas corrientes. Por otra parte, Jason era un herrero, lo cual significaba que no era corriente. Los herreros tenían que guardar secretos. Y era de la familia: Tata Ogg había tenido una juventud bastante aventurera y no era muy buena contando, pero estaba prácticamente segura de que Jason era hijo suyo.

—Verás —dijo agitando las manos—, esas piedras… los Danzarines… Verás, en los viejos tiempos… Verás, érase una vez… —Se calló, y luego volvió a tratar de explicar la naturaleza esencialmente fractal de la realidad—. Es como si… Ciertos sitios son más delgados que otros, allí donde solían estar las viejas puertas, bueno, no son puertas, la verdad es que nunca lo he entendido del todo, en realidad no son lo que nosotros llamamos puertas, sino más bien lugares donde el mundo es más delgado… Bien, el caso es que los Danzarines… son una especie de valla… Y nosotras, bueno, cuando digo «nosotras» quiero decir hace millares de años… Verás, en realidad son algo más que piedras, son una especie de hierro del rayo, pero… Hay cosas como las mareas, solo que no con agua, y ocurren cuando los mundos llegan a aproximarse tanto que casi puedes saltar de uno a otro… En fin, que alguien ha estado haciendo el tonto alrededor de las piedras, y… y si no tenemos cuidado, entonces Ellos regresarán.

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