Lores y damas (Mundodisco, #14) – Terry Pratchett

—¿Oook?

—Hum. Probablemente no.

Magrat desmontó. El caballo, aligerado del peso del hierro, partió al galope. Cosa de unos dos metros.

—Oook.

El caballo estaba tratando de volver a ponerse en pie.

Magrat parpadeó.

—Hum, me temo que en estos momentos está algo enfadado —dijo Ponder—. Uno de los… elfos… le disparó una flecha.

—¡Pero ellos hacen eso para controlar a las personas!

—Hum. Él no es una persona.

—¡Oook!

—Genéticamente, quiero decir.

Magrat ya había conocido a unos cuantos magos. De vez en cuando alguno visitaba Lancre, aunque nunca se quedaban mucho tiempo. Había algo en la presencia de Yaya Ceravieja que les hacía seguir su camino.

Aquellos magos no se parecían en nada a Ponder Stibbons. Él había perdido la mayor parte de su túnica, y de su sombrero ahora solo quedaba el ala. Casi toda su cara estaba cubierta de barro, y tenía un hematoma multicolor encima de un ojo.

—¿Ellos te hicieron eso?

—Bueno, el barro y la ropa destrozada solo son de, ya sabe, el bosque. Y nos hemos tropezado con…

—Ook.

—… hemos pasado por encima de los elfos unas cuantas veces. Pero esto es de cuando el Bibliotecario me dio un puñetazo.

—Oook.

—Por suerte —añadió Ponder—. Me dejó inconsciente. De no haber sido por eso, ahora estaría como los otros.

El presentimiento de una conversación que aún no había tenido lugar se adueñó de Magrat.

—¿Qué otros? —preguntó secamente.

—¿Está sola?

—¿Qué otros?

—¿Tiene alguna idea de lo que ha estado ocurriendo?

Magrat pensó en el castillo, y en el pueblo.

—Creo que podría aventurar una conjetura —dijo.

Ponder meneó la cabeza.

—Se trata de algo peor que eso —dijo.

—¿Qué otros? —volvió a preguntar Magrat.

—Me parece que no cabe duda de que se ha abierto una brecha entre los continuos, y estoy seguro de que hay una diferencia en los niveles de energía.

—Pero ¿qué otros? —insistió Magrat.

Ponder Stibbons contempló nerviosamente el bosque que los rodeaba.

—Salgamos del sendero. Por ahí atrás hay muchos elfos.

Ponder desapareció en la maleza. Magrat lo siguió, y encontró a un segundo mago apoyado contra un árbol tan rígidamente como si fuera una escalera. Una ancha sonrisa le arrugaba los rasgos.

—Es el tesorero —dijo Ponder—. Me parece que quizá se nos haya ido un poquito la mano con la dosis de píldoras de extracto de rana. —Levantó la voz—. ¿Cómo… va… todo… señor?

—Bueno, pues para mí la comadreja asada, si es usted tan amable —dijo el tesorero, sonriéndole bobamente a la nada.

—¿Por qué se ha puesto tan tieso? —preguntó Magrat.

—Pensamos que es alguna clase de efecto secundario —dijo Ponder.

—¿No puedes hacer nada al respecto?

—¿Cómo, y no tener nada para atravesar los torrentes?

—¡Vuelva mañana y tendremos uno con mucha corteza, panadero! —dijo el tesorero.

—Y además se lo ve muy feliz —dijo Ponder—. ¿Es usted una guerrera, señorita?

—¿Qué? —dijo Magrat.

—Bueno, lo decía por la armadura y todo lo demás.

Magrat bajó la vista. Todavía empuñaba la espada. El casco no cesaba de caérsele encima de los ojos, pero lo había rellenado un poco con una tira del vestido de novia.

—Yo… esto… sí. Sí, eso es. Eso es lo que soy —dijo—. Por supuesto. Sí.

—Y supongo que estará aquí por la boda. Igual que nosotros.

—Eso es. Sí, sin duda estoy aquí por la boda. Es verdad. —Se cambió de mano la espada—. Y ahora cuéntame qué ha sucedido —dijo—. Prestando particular atención a lo que les ocurrió a los otros.

—Bueno… —Ponder cogió distraídamente una esquina de su túnica desgarrada y empezó a retorcerla entre los dedos—. Todos habíamos ido a ver ese Entretenimiento, ¿comprende? Una obra. Ya sabe, actuar. Y, y era muy graciosa. Había un grupo de patanes con unas botas enormes, pelucas de paja y todo eso, que iban de un lado a otro fingiendo ser lores y damas y todo eso, y siempre estaban metiendo la pata. Era muy gracioso. El tesorero no paraba de reír. Ojo, la verdad es que también se ha estado riendo de los árboles y las rocas. Pero todo el mundo lo estaba pasando en grande. Y entonces., y entonces…

—Quiero saberlo todo —dijo Magrat.

—Bueno… bueno… entonces vino esa parte que en realidad no consigo recordar. Tuvo algo que ver con la interpretación, creo. Quiero decir que de pronto… de pronto todo pareció real. ¿Sabe a qué me refiero?

—No.

—Había un tipo con la nariz roja y las piernas arqueadas y estaba interpretando a la reina de las hadas o algo por el estilo, y de pronto seguía siendo él, pero… entonces todo pareció… Todo a mi alrededor se desvaneció, solo quedaron los actores… y había aquella colina… Quiero decir que tenían que ser muy buenos, porque realmente me lo creí… Me parece recordar que en un momento dado alguien nos pidió que siguiéramos el compás batiendo palmas… y todo el mundo ponía unas caras muy raras, y había una especie de cánticos y todo era maravilloso y… y…

—Oook.

—Y entonces el Bibliotecario me dio un puñetazo —añadió Ponder.

—¿Por qué?

—Será mejor que se lo cuente él con sus propias palabras —dijo Ponder.

—Oook ook eek. ¡Ook! ¡Ook!

—¡Tose, Julia! ¡Se te ha ido por el otro lado! —dijo el tesorero.

—No he entendido lo que ha dicho el Bibliotecario —dijo Magrat.

—Hum —dijo Ponder—. Todos estuvimos presentes en un desgarro interdimensional causado por la creencia. La obra fue la gota que colmó el vaso, porque supongo que ya hacía falta muy poco para abrirlo. Tiene que haber habido un área muy delicada de inestabilidad bastante cerca. Es difícil de describir, pero si me prestara una lámina de goma y unos cuantos pesos de plomo podría hacerle una demostración práctica…

—¿Estás intentando decirme que esas… cosas existen porque la gente cree en ellas?

—Oh, no. Supongo que existen de todas maneras. Lo que sucede es que ahora están aquí porque la gente cree en ellas aquí.

—Ook.

—El Bibliotecario huyó con nosotros. Le dispararon una flecha.

—Eeek.

—Pero solo le dio picores.

—Oook.

—Normalmente es manso como un cordero. De veras.

—Oook.

—Pero no soporta a los elfos. Dice que no huelen como es debido.

El Bibliotecario soltó un bufido.

Magrat no entendía mucho de junglas, pero pensó en simios subidos a los árboles percibiendo el rancio olor del tigre. Los simios nunca admiraban el brillo del pelaje y el resplandor de los ojos, porque eran demasiado conscientes de los dientes de las fauces.

—Sí —dijo—, supongo que era de esperar. Los enanos y los trolls también los odian. Pero no tanto como yo.

—No podrá con todos —dijo Ponder—. Ahí arriba hay más elfos que abejas en un enjambre. Y además algunos de ellos vuelan. El Bibliotecario dice que hicieron que la gente cogiera árboles caídos y todo lo que tenían a mano y derribaran esas, ya sabe, esas piedras. En lo alto de la colina había unas cuantas piedras. Las atacaron. No sé por qué.

—¿Visteis alguna bruja en el Entretenimiento? —preguntó Magrat.

—Brujas, brujas… —murmuró Ponder.

—Si hubieran estado allí seguro que las habrías visto —dijo Magrat—. Habría habido una delgada que miraba a todo el mundo con cara de pocos amigos, y otra bajita y gorda que cascaba nueces y se reía mucho. Y habrían hablado entre ellas a voz en cuello, y llevarían unos enormes sombreros puntiagudos.

—Pues no puedo asegurar que las viera —dijo Ponder.

—Entonces no han estado allí —dijo Magrat—. Ser bruja consiste en hacer notar tu presencia. —Se disponía a añadir que eso era algo que nunca se le había dado muy bien, pero no lo hizo. Lo que dijo fue—: Voy a subir allí.

—Necesitará un ejército, señorita. Quiero decir que, bueno, hace unos momentos se habría metido en un buen lío si el Bibliotecario no hubiese estado en los árboles.

—Pero no tengo un ejército. Así que tendré que intentarlo sola, ¿no crees?

Esta vez Magrat consiguió espolear al caballo hasta ponerlo al galope.

Ponder la vio alejarse.

—Sabes, algún día las canciones folklóricas tendrán que responder de muchas cosas —le dijo al aire nocturno.

—Oook.

—Va a conseguir que la maten bien muerta.

—Oook.

—Hola, señor Maceta, dos pintas de anguilas si tiene la amabilidad.

—Claro que podría ser su destino, o algo así.

—Oook.

—Mano de milenio y gamba.

Ponder Stibbons no sabía qué cara poner.

—¿Alguien quiere seguirla?

—Oook.

—Ooops, allá va él con su gran reloj.

—¿Eso ha sido un «sí»?

—Oook.

—No me refería a usted sino a él.

—Temblorín temblorán, aquí viene nuestro flan.

—Probablemente se podría considerar un «sí» —admitió Ponder de mala gana.

—¿Oook?

—Tengo una preciosa chaqueta nueva.

—Pero tengan en cuenta —dijo Ponder— que los cementerios están llenos de gente que fue más valiente que sensata.

—Ook.

—¿Qué ha dicho? —preguntó el tesorero, haciendo una fugaz escala en la realidad mientras iba de camino a algún otro sitio.

—Creo que ha dicho «Tarde o temprano los cementerios están llenos de todo el mundo» —dijo Ponder—. Oh, maldición. Vamos.

—Pues claro que sí-dijo el tesorero—. ¡Arriba esos mitones, contramaestre!

—Oh, cállese.

Magrat desmontó y dejó marchar al caballo.

Sabía que ya estaba muy cerca de los Danzarines. Luces multicolores destellaban en el cielo.

Deseó poder irse a casa.

Allí el aire era más frío, demasiado para una noche de mediados de verano. Mientras echaba a andar, los copos de nieve danzaron en la brisa y se convirtieron en nieve.

Ridcully se materializó dentro del castillo, y tuvo que sujetarse de una columna para no caer hasta recuperar el aliento. La trasmigración siempre hacía aparecer manchitas azules delante de sus ojos.

Nadie se fijó en él. El castillo se hallaba en plena conmoción.

No todo el mundo había buscado refugio en su casa. Los ejércitos habían marchado a través de Lancre muchas veces durante los últimos miles de años, y el recuerdo de que los gruesos muros del castillo ofrecían protección estaba prácticamente grabado en la memoria popular. Corred al castillo. Y ahora contenía a la mayoría de la población del pequeño país.

Ridcully parpadeó. La gente formaba pequeños grupos que estaban siendo arengados por un muchacho con un brazo en cabestrillo y una cota de malla que le quedaba demasiado grande, el cual parecía la única persona con cierta idea de lo que estaba pasando.

Cuando estuvo seguro de que podría andar sin hacer eses, Ridcully fue hacia él.

—¿Qué está ocurriendo, mi jo…? —Pero no llegó a terminar la pregunta. Shawn volvió la cabeza hacia él—. ¡Condenada bruja taimada! —exclamó Ridcully, dirigiéndose al aire en general—. ¡«Oh, en ese caso ve a cogerla y vuelve», dijo, y yo me lo tragué! ¡Aun suponiendo que pudiera volver a hacerlo, no sé dónde estábamos!

—¿Señor? —dijo Shawn.

Ridcully trató de calmarse.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó.

—¡No lo sé! —dijo Shawn, que se encontraba al borde del llanto—. ¡Creo que estamos siendo atacados por elfos! ¡Nada de lo que me están diciendo tiene sentido! ¡No sé cómo, pero llegaron durante el Entretenimiento! ¡O algo así!

Ridcully paseó la mirada por aquellos rostros confusos y asustados.

—¡Y la señorita Magrat ha ido a enfrentarse con ellos sola!

Ridcully puso cara de perplejidad.

—¿Quién es la señorita Magrat?

—¡Va a ser reina! ¡La novia! Ya sabe, ¿no? Magrat Ajos-tiernos.

La mente de Ridcully solo podía digerir un hecho por vez.

—¿Y por qué ha hecho eso?

—¡Han capturado al rey!

—¿Sabías que también tienen a Esme Ceravieja?

—¿Cómo, a Yaya Ceravieja?

—He vuelto para rescatarla —dijo Ridcully, y al punto se dio cuenta de que aquello sonaba a disparate o a cobardía.

Shawn estaba demasiado alterado para reparar en ello.

—Espero que no estén coleccionando brujas —dijo—. Porque en ese caso necesitarán a nuestra mamá para tener el juego completo.

—Pues no me tienen —dijo Tata Ogg detrás de él.

—¡Mamá! ¿Cómo has entrado?

—Vía escoba. Será mejor que pongas algunos hombres con arcos en el tejado. He venido por ahí, así que otros también pueden hacerlo.

—¿Qué vamos a hacer, mamá?

—Hay bandas de elfos por todas partes —dijo Tata—, y se divisa un intenso resplandor encima de los Danzarines…

—¡Debemos atacarlos! —gritó Casavieja—. ¡Que prueben el frío acero!

—¡Ese enano es todo un hombre! —dijo Ridcully—. ¡Eso es! ¡Voy por mi ballesta!

—Hay demasiados —dijo Tata secamente.

—Yaya y la señorita Magrat están ahí fuera, mamá —dijo Shawn—. ¡La señorita Magrat primero se puso muy rara, y luego se embutió en una armadura y salió a enfrentarse con todos ellos!

—Pero las colinas están infestadas de elfos —dijo Tata—. Es una ración doble de infierno con diablos extra. Una muerte segura.

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