Lores y damas (Mundodisco, #14) – Terry Pratchett

—¿Qué sucedió cuando estábamos haciendo el entrete…? —comenzó Carpintero.

—Esa no es la pregunta que voy a hacer —dijo Jason—. La pregunta que voy a hacer es: ¿cómo volvemos a casa esta noche?

—¡Ella nos estará esperando! —gimoteó Carretero.

Algo tintineó en la oscuridad.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó Jason.

—Es el saco del equipo —dijo Carretero—. ¡Dijiste que mi trabajo consistía en cuidar del saco del equipo!

—¿Y has subido hasta aquí cargado con todo eso?

—¡No quería tener todavía más problemas por haber perdido el saco del equipo!

Carretero empezó a temblar.

—Si logramos volver a casa —dijo Jason—, hablaré con nuestra mamá para que te consiga algunas de esas nuevas píldoras de extracto de rana.

Cogió el saco y deshizo el nudo que lo cerraba.

—Aquí dentro están nuestras campanillas —dijo—, y los palos. ¿Y quién te dijo que cogieras el acordeón?

—Pensé que a lo mejor queríamos hacer la Danza del Palo y…

—Nadie volverá a hacer jamás la Danza del Palo y…

Hubo una carcajada, lejos en la colina empapada por la lluvia, y un crujido entre los heléchos. De pronto Jason se sintió el centro de la atención.

—¡Están ahí! —gritó Carretero.

—Y no tenemos ninguna arma —dijo Calderero.

Un juego de pesadas campanillas de latón le dio en el pecho.

—Calla y ponte las campanillas —dijo Jason—. ¿Carretero?

—¡Nos están esperando!

—Solo lo diré una vez —replicó Jason—: después de esta noche nadie volverá a hablar jamás de la Danza del Palo y el Cubo. ¿De acuerdo?

Los bailarines tradicionales de Lancre se miraron unos a otros mientras la lluvia les pegaba las ropas al cuerpo.

Carretero, lágrimas de terror mezclándose con el maquillaje y la lluvia, estrujó el acordeón. Hubo el acorde largamente prolongado que la ley estipula que debe preceder a toda la música tradicional para que los inocentes que pasan casualmente por allí tengan tiempo de alejarse.

Jason levantó la mano y contó sus dedos.

—Uno, dos… —La frente se le llenó de arrugas—. Uno, dos, tres…

—… cuatro… —siseó Calderero.

—… cuatro —repitió Jason—. ¡Bailad, muchachos! Seis gruesos palos de fresno se encontraron en el aire. —… uno, dos, adelante, uno, atrás, girar… Poco a poco, a medida que los gemebundos compases de El inquilino de la señora Widgery se entrelazaban con la neblina, los bailarines saltaron y chapotearon en un lento progreso a través de la noche…

—… dos, atrás, saltar…

Los palos volvieron a entrechocar.

—¡Nos están vigilando! —jadeó Sastre mientras sus saltos lo llevaban hacia Jason—. ¡Puedo verlos!

—… uno… dos… ¡No harán nada hasta que pare la música! Atrás, dos, girar ¡Adoran la música! Adelante, salto, girar… uno y seis, aplastar escarabajos… salto, atrás, girar…

—¡Están saliendo de los heléchos! —advirtió Carpintero mientras los palos volvían a encontrarse.

—Los veo… dos, tres, adelante, girar… Carretero… atrás, girar… ahora haces un doble… dos, atrás… posadero vagabundo por el medio…

—¡Estoy perdiendo el compás, Jason!

—¡Toca! Dos, tres, girar…

—¡Nos tienen rodeados!

—¡Bailad!

—¡Nos están mirando! ¡Cada vez los tenemos más cerca!

—… girar, atrás… salto… ya casi hemos llegado al camino…

—¡Jason!

—¿Os acordáis de cuando… tres, vuelta… ganamos la copa contra los Impasibles de Ohulan? Girar…

Los palos se encontraron con un sordo retumbar de madera contra madera. Terrones de suelo húmedo fueron pateados hacia la noche.

—Jason, no querrás decir…

—… atrás, dos… hacedlo…

—Carretero se está quedando… uno, dos… sin respiración…

—… dos, girar…

—Jason, el acordeón se está derritiendo —lloriqueó Carretero.

—… uno, dos, adelante… ¡A limpiar las judías!

El acordeón jadeaba. Los elfos estaban cada vez más cerca. Mirando con el rabillo del ojo, Jason vio una docena de rostros sonrientes y fascinados.

—¡Jason!

—… uno, dos… Carretero al centro… uno, dos, girar…

Siete pares de botas golpearon el suelo.

—¡Jason!

—… uno, dos… girar… listos… uno, dos… atrás… atrás… uno, dos… girar… MATAR… y atrás, uno, dos…

La posada era una ruina. Los elfos la habían despojado de todo lo comestible y sacado fuera cada barril, aunque un par de quesos rebeldes habían resistido heroicamente en el sótano.

La mesa se había derrumbado. Pinzas de langosta y cabos de vela estaban desperdigados entre los restos del banquete.

Nada se movía.

Entonces alguien estornudó y un poco de hollín cayó sobre el hogar vacío, seguido por Tata Ogg y, pasados unos momentos, por la pequeña, negra y muy airada figura de Casavieja.

—Qué asco —dijo Tata contemplando los restos—. Ahora sí se acabó la fiesta.

—¡Tendrías que haber dejado que me enfrentara a ellos!

—Eran demasiados, muchacho.

Casavieja arrojó su espada al suelo con una mueca de disgusto.

—¡Empezábamos a conocernos mutuamente como es debido, y de pronto cincuenta elfos irrumpen en el reservado! ¡Maldición! ¡Esta clase de cosas me ocurren de continuo!

—Lo bueno que tiene el negro es que apenas se nota el hollín —dijo Tata Ogg mientras se sacudía el polvo—. Así que al final lo consiguieron, ¿eh? Esme tenía razón. Me pregunto dónde estará. Oh, bueno. Vamos.

—¿Adonde? —preguntó el enano.

—A mi cabaña.

—¡Ah!

—A coger mi escoba —dijo Tata Ogg con firmeza—. No voy a tolerar que la Reina de las Hadas gobierne a mis niños, así que será mejor que busquemos un poco de ayuda. Esto ha ido demasiado lejos.

—Podríamos subir a las montañas —propuso Casavieja mientras bajaban por la escalera—. Ahí arriba hay miles de enanos.

—No —dijo Tata Ogg—. Esme no me lo va a agradecer, pero yo soy la que agita la bolsa de caramelos cuando ella se mete en un lío… y estoy pensando en alguien que odia de verdad a la reina.

—No encontrarás a nadie que la odie más que los enanos —dijo Casavieja.

—Oh, ya verás como sí —repuso Tata Ogg—. Basta con saber dónde mirar.

Los elfos también habían estado en la cabaña de Tata Ogg. No había dos muebles enteros.

—Lo que no se llevan lo hacen pedazos —dijo Tata Ogg.

Removió los restos con el pie y hubo un tintineo de cristales.

—Ese jarrón fue un regalo de Esme —dijo al implacable mundo en general—. Nunca me gustó demasiado.

—¿Por qué lo hacen? —preguntó Casavieja, mirando alrededor.

—Oh, destruirían el mundo si creyeran que haría un ruido bonito al romperse —dijo Tata. Salió de la cabaña, buscó a tientas debajo de los aleros del tejado y acabó extrayendo su escoba con un pequeño gruñido de triunfo—. Siempre la meto ahí arriba —explicó—, porque si no los críos la cogen para ir a dar un paseo. Tú irás detrás, aunque no estoy segura de que no sea una imprudencia por mi parte.

Casavieja se estremeció. Los enanos suelen temer las alturas, dado que no disponen de muchas oportunidades de acostumbrarse a ellas.

Tata se rascó el mentón, produciendo un ruidito de papel de lija.

—Y necesitaremos una palanqueta —dijo—. En la fragua de Jason habrá una. Sube, muchacho.

—La verdad es que no me esperaba esto —dijo Casavieja, subiéndose a la escoba con los ojos cerrados—. Había pensado en una velada festiva, solos tú y yo.

—Solo estamos tú y yo.

—Sí, pero no había previsto que también participaría una escoba.

La escoba despegó muy despacio. Casavieja se aferró a la paja.

—¿Adonde vamos? —preguntó con un hilo de voz.

—A un sitio que conozco, arriba en las colinas —dijo Tata— Hace siglos que no voy por esos parajes. Esme se niega a poner los pies allí, y Magrat todavía es demasiado joven para hablarle de él. Pero antes yo solía ir mucho por allí. Cuando era una muchacha. Las chicas solían ir allí arriba si querían que… Oh, maldición…

—¿Qué?

—Algo ha pasado volando por delante de la luna, y estoy segura de que no era Esme.

Casavieja trató de mirar alrededor sin abrir los ojos.

—Los elfos no pueden volar —murmuró.

—Eso te crees tú —dijo Tata—. Montan en tallos de artemisa.

—¿Tallos de artemisa?

—Aja. En una ocasión lo intenté. Puedes sacarles un poco de impulso ascendente, pero son una auténtica tortura para los empalmes. Yo prefiero un buen manojo de paja. Y en todo caso —le dio un suave codazo a Casavieja—, ahora deberías sentirte como en casa. Magrat dice que una escoba es una metáfora sexual.[35]

Casavieja había abierto un ojo lo suficiente para ver cómo un tejado pasaba silenciosamente por debajo de ellos. Empezaba a sentirse mareado.

—Con la diferencia de que una escoba se mantiene arriba mucho más tiempo —dijo Tata Ogg—. Y además puedes utilizarla para limpiar la casa, lo cual es bastante más de lo que se puede decir de… ¿Te encuentras bien?

—Esto no me gusta nada, señora Ogg.

—Solo intentaba levantarle los ánimos, señor Casavieja.

—Nunca digo que no a eso, señora Ogg —replicó el enano—, pero ¿no podríamos evitar los excesos de altitud?

—No tardaremos en bajar.

—Eso sí me gustará.

Las botas de Tata Ogg arañaron el duro barro del patio de la herrería.

—Solo será un momento, así que dejaré encendida la magia —dijo. Ignorando los balidos de socorro del enano, saltó de la escoba y desapareció por la puerta de atrás.

Los elfos no habían estado allí. Demasiado hierro. Tata cogió una palanqueta del banco de las herramientas y salió a toda prisa.

—Ten, coge esto —le dijo a Casavieja, y luego titubeó—.

Nunca se puede tener demasiada suerte, ¿verdad? —añadió, y regresó corriendo a la fragua. Esta vez tardó menos en volver a salir, metiéndose algo en el bolsillo.

» ¿Listo?

—No.

—Entonces vamos. Y vigila bien. Con los ojos abiertos.

—¿He de buscar elfos? —preguntó Casavieja mientras la escoba ascendía hacia la luna.

—Podría ser. No era Esme, y aparte de ella el único que vuela por aquí es el señor Ixolite el banshee, y él siempre se asegura de pasarnos una nota por debajo de la puerta cuando sale a dar un paseo. Para no liar al control del tráfico aéreo, ¿sabes?

La mayor parte del pueblo estaba a oscuras. La luna desplegaba un damero negro y plata a través de los campos. Pasado un rato, Casavieja tuvo una visión menos tenebrosa de la situación. De hecho, el movimiento de la escoba era muy relajante.

—Has transportado a muchos pasajeros, ¿verdad? —preguntó.

—De vez en cuando, sí —dijo Tata.

Casavieja pareció reflexionar en ciertas cosas. Y de pronto dijo, con una voz que rezumaba interés científico:

—Dime, ¿sabes si alguien ha intentado en alguna ocasión…?

—No —dijo Tata Ogg—. Te caerías.

—No sabes qué iba a preguntar.

—¿Te apuestas medio dólar?

Volaron en silencio un par de minutos, hasta que Casavieja le puso la mano en el hombro.

—¡Elfos a las tres en punto! —anunció.

—Ah, entonces tranquilo. Todavía faltan varias horas para las tres.

—¡Quiero decir que están por ahí!

Tata escrutó las estrellas. Algo se movía a través de la noche.

—Oh, maldición.

—¿Puedes dejarlos atrás?

—No. Son capaces de dar la vuelta al mundo en cuarenta minutos.

—¿Y por qué iban a querer hacer eso? ¿Se han cansado de verlo de este lado? —preguntó Casavieja, al que le empezaban a apetecer unas cuantas píldoras de extracto de rana.

—Lo que quiero decir es que son muy rápidos. No podríamos dejarlos atrás ni aunque perdiéramos lastre.

—Me parece que ya estoy perdiendo una pizca —dijo Casa-vieja mientras la escoba iniciaba un vertiginoso picado hacia los árboles.

Las hojas arañaron las botas de Tata Ogg. La luz de la luna destelló sobre unos cabellos rubio ceniza, bastante lejos a su izquierda.

—Mierda, mierda, mierda.

Tres elfos se mantenían pegados a la escoba. Eso era lo peor de los elfos. Te perseguían hasta que te caías, hasta que tu sangre se agriaba de puro terror. Si un enano te quería muerto, se limitaba a cortarte en dos con su hacha a la primera oportunidad, porque los enanos eran más buena gente que los elfos.

—¡Se están acercando! —dijo Casavieja.

—¿Tienes la palanqueta?

—¡Sí!

—De acuerdo…

La escoba zigzagueó por encima del bosque silencioso. Uno de los elfos desenvainó su espada y descendió sobre ellos. Para hacer que se estrellaran contra los árboles, manteniéndolos con vida el mayor tiempo posible…

La escoba puso la marcha atrás. La cabeza y las piernas de Tata Ogg se desplazaron hacia adelante, con lo que se encontró parcialmente sentada encima de las manos pero mayormente encima de la nada. El elfo se precipitó sobre ella, riendo…

Casavieja descargó la palanqueta.

Hubo un ruido muy parecido a doioinng.

La escoba volvió a salir disparada hacia adelante, lanzando a Tata Ogg al regazo de Casavieja.

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