Lores y damas (Mundodisco, #14) – Terry Pratchett

Shawn intentó no gritar. Luces púrpura destellaron delante de sus ojos. Se preguntó qué ocurriría si perdía el sentido.

Ojalá su mamá estuviera allí.

—Mi señora —dijo el elfo—, si no…

—Está bien —dijo Magrat desde algún lugar en la oscuridad—. Voy a salir, pero debes prometerme que no me harás daño.

—Oh, mi señora, pues claro que os lo prometo.

—Y soltaréis a Shawn.

—Sí.

Los elfos apostados a los lados de la puerta intercambiaron un rápido gesto con la cabeza.

—¿Por favor? —suplicó Magrat.

—Sí.

Shawn gimió. Si hubieran sido mamá o la señora Ceravieja, habrían luchado hasta la muerte. Mamá tenía razón: Magrat siempre había sido demasiado blanda y sentimental…

… y acababa de disparar una ballesta a través del ojo de una cerradura.

Algún octavo sentido hizo que Shawn desplazara su peso de un pie al otro. Si el elfo aflojaba su presa por un instante, Shawn estaba dispuesto a salir tambaleándose.

Magrat apareció en el umbral. Traía consigo una vieja caja de madera con la palabra «Velas», ya medio borrada, pintada en un lado.

Shawn contempló el pasillo con ojos esperanzados.

Magrat le sonrió alegremente al elfo que había junto a él.

—Esto es para ti —dijo, tendiéndole la caja. El elfo la tomó automáticamente—. Pero no debes abrirla. Y recuerda que prometiste no hacerme daño.

Los elfos cerraron filas detrás de Magrat. Uno de ellos levantó la mano con que empuñaba un cuchillo de piedra.

—¿Mi señora? —dijo el elfo que sostenía la caja, la cual se mecía suavemente en sus manos.

—¿Sí? —preguntó Magrat.

—Te he mentido.

El cuchillo se precipitó sobre su espalda. Y se hizo añicos.

El elfo contempló la expresión inocente de Magrat, y abrió la caja.

Greebo había pasado un par de minutos muy irritantes dentro de aquella caja. Técnicamente, un gato encerrado en una caja puede estar vivo o puede estar muerto. No lo sabes hasta que echas una mirada. De hecho, el mero acto de abrir la caja determinará el estado del gato, aunque en este caso había tres estados determinados en los que podía hallarse el gato: Vivo, Muerto o Condenadamente Furioso.

Shawn dio un brinco mientras Greebo estallaba como una mina Claymore.

—No te preocupes por él —dijo Magrat plácidamente, mientras el elfo manoteaba tratando de quitarse de encima al gato enloquecido—. En el fondo es un viejo sentimental.

Luego extrajo un cuchillo de entre los pliegues de su vestido, se volvió y apuñaló al elfo que había detrás de ella. El golpe no fue muy preciso, pero no tenía por qué serlo. No con una hoja de hierro.

Magrat completó el movimiento subiéndose elegantemente el borde del vestido y pateando al tercer elfo justo debajo de la rodilla.

Shawn entrevió un destello metálico antes de que su pie volviera a desaparecer debajo de la seda.

Después Magrat apartó de un codazo al elfo que gritaba, fue hacia la puerta y volvió con una ballesta.

—¿Cuál te hizo daño, Shawn? —preguntó.

—Todos ellos —dijo Shawn con un hilo de voz—. Pero el que está peleando con Greebo apuñaló a Diamanda.

El elfo se quitó de la cara a Greebo. Sangre verdeazulada chorreaba de una docena de heridas, y Greebo se aferró a los brazos del elfo mientras este lo estrellaba contra la pared.

—Basta —dijo Magrat.

El elfo bajó la mirada hacia la ballesta y se quedó inmóvil.

—No suplicaré clemencia —dijo.

—Me alegro —dijo Magrat, y disparó.

Eso dejó a un elfo que giraba sobre las losas agarrándose la rodilla con las manos.

Magrat pasó grácilmente por encima del cuerpo de otro elfo, desapareció un momento en el interior de la armería y regresó con un hacha.

El elfo dejó de moverse y concentró su atención en Magrat.

—Y ahora —dijo ella en un afable tono de conversación—, no voy a mentirte acerca de tus probabilidades, porque no tienes ninguna. Voy a hacerte unas preguntas. Pero en primer lugar me aseguraré de que me prestas atención.

El elfo lo estaba esperando, y consiguió apartarse hacia un lado antes de que el hacha astillara las piedras.

—¿Señorita? —murmuró Shawn mientras Magrat volvía a levantar el hacha.

—¿Sí?

—Mamá dice que no sienten dolor, señorita.

—¿No? Bueno, pero estoy segura de que aun así se les puede hacer pasar un mal rato —dijo, y bajó el hacha—. Claro que siempre están las armaduras —añadió—. Podríamos meter a este dentro de una. ¿Qué te parece?

—¡No!

El elfo trató de huir a rastras.

—¿Por qué no? —quiso saber Magrat—. Siempre sería mejor que las hachas, ¿verdad?

—¡No!

—¿Por qué no?

—Es como ser enterrado vivo —siseó el elfo—. ¡No hay ojos, no hay boca, no hay orejas!

—Una cota de malla, entonces —dijo Magrat.

—¡No!

—¿Dónde está el rey? ¿Dónde está todo el mundo?

—¡No lo diré!

—Muy bien.

Magrat volvió a la armería, y salió de ella arrastrando una cota de malla.

El elfo trató de huir.

—No podrá ponérsela —dijo Shawn desde donde yacía— Nunca podrá pasársela por los brazos…

Magrat cogió el hacha.

—Oh, no —dijo Shawn—. ¡Señorita!

—Nunca lo recuperarás —dijo el elfo—. Ella lo tiene en su poder.

—Eso ya lo veremos —dijo Magrat—. Muy bien, Shawn. ¿Qué vamos a hacer con él?

Al final lo llevaron a un almacén contiguo a la mazmorra y lo sujetaron con grilletes a los barrotes de la ventana. La criatura todavía gemía debido al contacto con el hierro cuando Magrat cerró de un portazo.

Shawn trataba de mantenerse a una respetuosa distancia de ella, más que nada por la manera en que Magrat no cesaba de sonreír.

—Y ahora echaremos un vistazo a ese brazo tuyo —dijo.

—Estoy bien —dijo Shawn—, pero apuñalaron a Diamanda en la cocina.

—¿Fue a ella a la que oí gritar?

—Uh. En parte. Uh. —Shawn contempló con fascinación a los elfos muertos mientras Magrat pasaba por encima de ellos—. Los ha matado —dijo.

—¿Hice mal?

—Hum. No —dijo Shawn cautelosamente—. No, hizo… Bueno, en realidad lo hizo muy bien.

—Y hay uno dentro del pozo. Supongo que sabes a qué pozo me refiero, ¿verdad? ¿Qué día es hoy?

—Martes.

—¿Y tú lo limpias los…?

—Miércoles. Solo que el miércoles pasado me lo salté porque tuve que…

—Entonces probablemente no es necesario que nos preocupemos por él. ¿Queda alguno más?

—No lo creo. Huh. ¿Señorita reina?

—¿Sí, Shawn?

—¿Podría bajar el hacha, por favor? Me sentiría mejor si bajara el hacha. El hacha, señorita reina. No para de moverla de un lado a otro. Podría dispararse en cualquier momento.

—¿Qué hacha?

—La que tiene en la mano.

—Oh, esta. —Magrat pareció fijarse en ella por primera vez—. Ese brazo tiene mal aspecto. Bajemos a la cocina y te lo entablillare. Y esos dedos tampoco tienen buena pinta. ¿Mataron a Diamanda?

—No lo sé. Y no sé por qué. Quiero decir que, bueno, ella los estaba ayudando.

—Sí. Espera un momento. —Magrat entró una vez más en la armería, y volvió trayendo un saco—. Vamos. ¡Greebo!

Greebo la miró con suspicacia y dejó de acicalarse.

—¿Sabes qué es lo más curioso de Lancre? —preguntó Magrat mientras iban escalera abajo.

—No, señorita.

—Nunca tiramos nada. ¿Y sabes otra cosa?

—No, señorita.

—No pueden haberla tenido delante mientras pintaban. Quiero decir que por aquel entonces la gente no pintaba retratos. Pero la armadura… ¡Ja! Para eso lo único que tenían que hacer era mirar alrededor. ¿Y sabes qué?

De pronto Shawn empezó a sentirse asustado. Antes había tenido miedo, pero de una manera inmediata y física. Pero Magrat, tal como estaba ahora, lo asustaba más que los elfos. Era como ser atacado por una oveja.

—No, señorita —dijo.

—Que nadie me había hablado de ella. ¡Cualquiera habría pensado que todo se reduce a bordar tapices y lucir vestidos muy largos!

—¿A qué se refiere, señorita?

Magrat barrió expresivamente el aire con un brazo.

—¡A todo esto!

—¡Señorita! —dijo Shawn a la altura de sus rodillas.

Magrat miró hacia abajo.

—¿Qué?

—¡Baje el hacha, por favor!

—Oh. Perdona.

Hodgesaargh pasaba sus noches en un pequeño cobertizo adyacente a las jaulas de las aves. Él también había recibido una invitación a la boda, pero le había sido arrebatada de la mano y devorada por Lady Jane, una vieja gerifalte de muy mal temperamento que la había confundido con uno de sus dedos. Así que Hodgesaargh había pasado por su habitual rutina nocturna, lavándose las heridas, cenando pan un poco pasado y queso viejo y acostándose temprano para sangrar lentamente a la luz de la vela en compañía de un ejemplar de Picos y garras.

Un ruido procedente de las jaulas hizo que levantara la vista, cogiera la palmatoria y saliera del cobertizo.

Un elfo estaba contemplando a las aves. Tenía a Lady Jane posada en un brazo.

Hodgesaargh, al igual que el señor Brooks, nunca se interesaba demasiado por los acontecimientos situados más allá de su pasión inmediata. Era consciente de que el castillo estaba lleno de visitantes y, en lo que a él concernía, cualquiera que viniese a ver los halcones era otro entusiasta de la cetrería.

Lady Jane es mi mejor pájaro —dijo orgullosamente—. Ya casi la tengo adiestrada. Es un ave magnífica. La estoy adiestrando. Es muy inteligente. Conoce once órdenes.

El elfo asintió solemnemente. A continuación le quitó la capucha al pájaro y señaló a Hodgesaargh con un gesto de la cabeza.

—Mata —ordenó.

Los ojos de Lady Jane destellaron a la luz de la antorcha. Luego saltó, y dos juegos de garras y un pico dieron de lleno en el cuello del elfo.

—Conmigo también lo hace —dijo Hodgesaargh—. Vaya, lo siento. Es muy inteligente.

Diamanda yacía en el suelo de la cocina, en medio de un charco de sangre. Magrat se arrodilló junto a ella.

—Aún vive. Por poco. —Agarró el borde de su traje y trató de rasgarlo—. Condenado armatoste. Ayúdame, Shawn.

—¿Señorita?

—¡Necesitamos vendas!

—Pero…

—¡Oh, deja de mirarme con esa cara!

La falda se rasgó. Una docena de rosas de encaje se deshicieron.

Shawn nunca había sabido qué llevaban las reinas debajo de la ropa, pero incluso partiendo de ciertas observaciones concernientes a Millie Chillum, nunca había tomado en consideración la posibilidad de que usaran ropa interior metálica.

Magrat se golpeó el peto con el puño.

—Me queda estupendamente —dijo, desafiando a Shawn a que hiciera la observación de que en ciertas zonas había montones de aire entre el metal y el cuerpo—. ¿No crees que me sienta bien?

—Oh, sí —dijo Shawn—. Uh. No cabe duda de que el hierro labrado es lo suyo, señorita reina.

—¿De verdad lo crees?

—Oh, sí —dijo Shawn, mintiendo como un descosido—. Tiene la figura ideal para lucirlo.

Magrat le atendió la fractura y le entablilló el brazo y los dedos, trabajando metódicamente y empleando tiras de seda como vendas. Diamanda fue más complicada. Magrat limpió, cosió y vendó, mientras Shawn la miraba tratando de ignorar el insistente dolor entre helado y abrasador de su brazo.

No paraba de repetir:

—Se rieron y la apuñalaron. Y ella ni siquiera intentó escapar. Era como si estuvieran jugando.

Por alguna razón Magrat miró a Greebo, quien tuvo la decencia de parecer avergonzado.

—Orejas puntiagudas y un pelaje que quieres acariciar —dijo vagamente—. Y pueden fascinarte. Y cuando están contentos hacen un ruido muy agradable.

—¿Qué?

—Oh, solo estaba pensando en voz alta. —Magrat se incorporó—. Bien. Avivaré el fuego y te traeré un par de ballestas y las dejaré cargadas. Mantén la puerta cerrada y no dejes entrar a nadie, ¿me has oído? Y si no regreso… intenta llegar a algún sitio donde haya gente. Reúne a los enanos de la montaña. O a los trolls.

—¿Qué va a hacer?

—Voy a averiguar qué le ha ocurrido a todo el mundo.

Magrat abrió el saco que había traído de la armería. Dentro había un casco. El casco tenía alas, y a Shawn le pareció que no sería nada práctico.[33] También había un par de guantes de malla y un surtido de armamento oxidado.

—¡Pero probablemente hay más de esas cosas ahí fuera!

—Mejor ahí fuera que aquí dentro.

—¿Sabe luchar?

—No lo sé. Nunca lo he intentado —dijo Magrat.

—Pero si esperamos aquí, tarde o temprano tendrá que venir alguien.

—Sí. Me temo que vendrán.

—¡Lo que quiero decir es que no tiene por qué hacer esto!

—Sí que he de hacerlo. Mañana me voy a casar. De una manera o de otra.

—Pero…

—¡Cállate!

La van a matar, pensó Shawn. No basta con poder empuñar una espada. Tienes que saber qué extremo de ella hay que clavar en el enemigo. Se supone que yo he de montar guardia, y ella va a conseguir que la maten…

Pero…

Pero…

Le metió un dardo de ballesta en el ojo a uno, disparándolo a través del agujero de la cerradura. Yo no habría podido hacer eso. Antes hubiese dicho algo como «¡Manos arriba!». Pero ellos estaban en medio y ella… los quitó de en medio.

Autore(a)s: