Lores y damas (Mundodisco, #14) – Terry Pratchett

Un martín pescador surgió de una ladera de la cañada, descendió sobre el agua con apenas una ondulación y se elevó en dirección contraria con algo plateado retorciéndose en su pico.

—No paraba de repetir que todo está ocurriendo al mismo tiempo —prosiguió Ridcully con voz malhumorada—. Como si el elegir no existiera, ya sabes. Lo único que haces es decidir hacia qué pernera vas. Stibbons asegura que tú y yo llegamos a casarnos, ¿entiendes? Así que ahí fuera hay millares de yoes que nunca llegaron a ser magos, de la misma manera que hay millares de túes que, oh, respondieron a las cartas. ¡Ja! Para ellos, nosotros somos algo que pudo haber sido. No sé qué opinarás tú, pero creo que un chico en edad de crecer no debería pensar esas cosas. Cuando empecé a estudiar magia, el viejo Alaridos Spold era archicanciller, y si alguno de los magos jóvenes se hubiera atrevido aunque solo fuese a sugerir semejantes tonterías, habría sentido un cayado a través de su trasero. ¡Ja!

En algún lugar muy por debajo de ellos, una rana se lanzó al río desde lo alto de una piedra.

—Claro que supongo que todos hemos pasado muchas aguas desde entonces.

Ridcully se dio cuenta de que el diálogo se había convertido en un monólogo. Se volvió hacia Yaya, que contemplaba el río con los ojos tan abiertos como si nunca hubiera visto agua antes.

—Idiota, idiota, idiota —dijo.

—Perdona, pero yo solo estaba…

—No me refería a ti. No hablaba contigo. ¡Idiota! Qué idiota he sido. ¡Pero no me he estado volviendo lela! ¡Ja! ¡Y pensar que creía estar perdiendo la memoria! Y en realidad la había perdido, claro. Mi memoria se encontraba muy ocupada yendo de caza por ahí.

—¿Cómo?

—¡Empezaba a asustarme! ¡Yo! ¡Y a no pensar con claridad! ¡Aunque en realidad no podía estar pensando más claro!

—¡Cómo!

—¡Olvídalo! Bueno, no voy a negar que esto ha sido bastante… agradable —dijo Yaya—. Pero ahora he de regresar. Vuelve a hacer esa cosa con los dedos. Y deprisa.

Ridcully se desinfló un poco.

—No puedo —dijo.

—Acabas de hacerlo.

—Precisamente por eso. Cuando dije que no podía volver a hacerlo no estaba bromeando. La trasmigración siempre te deja bastante agotado, ¿sabes?

—Que yo recuerde, antes podías hacerlo sin tener que pararte a descansar —dijo Yaya. Se atrevió a sonreír—. Nuestros pies apenas tocaban el suelo.

—Entonces era más joven. Ahora, con una vez es suficiente.

Las botas de Yaya crujieron cuando se dio la vuelta y echó a andar rápidamente hacia el pueblo. Ridcully la siguió con andares pesados.

—¿A qué viene tanta prisa?

—Tengo cosas importantes que hacer —dijo Yaya sin volverse—. Últimamente no he estado cumpliendo con nadie.

—Algunas personas podrían decir que esto es importante.

—No. Solo es personal. Personal no es lo mismo que importante, aunque la gente piensa que sí lo es.

—¡Ya estás volviendo a hacerlo!

—¿El qué?

—No sé cómo habría sido el otro futuro —dijo Ridcully—, pero te aseguro que me habría gustado intentarlo.

Yaya se detuvo. Su mente empezaba a crujir de puro alivio. Se preguntó si debía hablarle de los recuerdos y abrió la boca para hacerlo, pero se lo pensó mejor. No. Ridcully se pondría espantosamente sentimental.

—Me hubiera enfadado por cualquier cosa y siempre habría estado de mal humor —optó por decir.

—Por supuesto.

—¡Ja! ¿Y qué me dices de ti? Habría tenido que aguantar tus borracheras y el que siempre estuvieras corriendo detrás de las primeras faldas que se cruzaran en tu camino, ¿verdad?

Ridcully puso cara de perplejidad.

—¿Para qué iba a correr detrás de unas faldas?

—Estamos hablando de lo que habría podido ser.

—¡Pero soy un mago! Casi nunca nos relacionamos con mujeres. Hay leyes al respecto. Bueno… digamos que hay reglas. Pautas básicas, en todo caso.

—Pero entonces nunca habrías llegado a ser mago.

—Y casi nunca estoy borracho.

—Si hubieras estado casado conmigo, habrías ido de borrachera en borrachera.

Ridcully por fin logró alcanzarla.

—Ni siquiera el joven Ponder piensa así —dijo—. Has llegado a la conclusión de que habría sido espantoso, ¿verdad?

—Sí.

—¿Por qué?

—¿Tú qué crees?

—¡Te lo he preguntado a ti!

—Estoy demasiado ocupada para seguir perdiendo el tiempo con esto —repuso Yaya—. Como ya he dicho, personal no es lo mismo que importante. Sirva usted de algo, señor Mago. Ya sabes que estamos pasando por un tiempo del círculo, ¿verdad?

Ridcully se llevó la mano al ala del sombrero.

—Oh, sí.

—¿Y sabes qué significa eso?

—Me han dicho que significa que los muros que separan unas realidades de otras se debilitan. Los círculos son… ¿cuál es la palabra que emplea Stibbons? Isoresones. Conectan niveles de, oh, alguna de esas estupideces suyas… niveles similares de realidad, eso. Lo cual es condenadamente estúpido. En ese caso podrías ir andando de un universo a otro.

—¿Lo has intentado alguna vez?

—¡No!

—Un círculo es una puerta a medio abrir. No se necesita gran cosa para abrirla del todo. La mera creencia acabará por abrirla. Por eso pusieron los Danzarines ahí arriba, hace años. Pedimos a los enanos que se encargaran de ello. Hierro del rayo, eso es lo que son esas piedras. Hay algo especial en ellas. Tienen el amor al hierro. No me preguntes cómo funciona. Los elfos lo odian todavía más que al hierro corriente. Trastorna… sus sentidos, o algo por el estilo. Pero las mentes pueden atravesar la barrera…

—¿Elfos? Todo el mundo sabe que los elfos ya no existen. No los elfos de verdad, al menos. Quiero decir que, bueno, ciertas personas afirman que son elfos…

—Oh, sí. Linaje élfico. Los elfos y los humanos pueden aparearse, como si eso fuera algo para estar orgulloso. Pero lo único que consigues es una raza de tipos flacuchos con las orejas puntiagudas y una tendencia a reírse por nada y que se queman apenas les toca el sol. No estoy hablando de ellos. Son inofensivos. Estoy hablando de auténticos elfos salvajes, algo que no vemos por aquí desde…

El camino que llevaba del puente al pueblo describía una curva entre dos elevaciones del terreno, con el bosque volviéndose más frondoso a cada lado y, en algunos lugares, incluso encontrándose por encima del camino. Gruesos helechos, que ya se estaban curvando como rompientes verdes, cubrían las orillas arcillosas.

Los helechos se agitaron y crujieron.

El unicornio saltó al camino.

Miles de universos enredándose entre sí como una cuerda trenzada a partir de muchas hebras…

Tiene que haber filtraciones, una especie de equivalente mental de esas mezclas de canales típicas en los equipos de alta fidelidad baratos que te obsequian con las noticias en sueco durante los silencios en la música. Especialmente si llevas toda la vida usando tu mente como un receptor.

Captar los pensamientos de otro ser humano cuesta muchísimo, porque no hay dos mentes que estén en la misma, eh, longitud de onda.

Pero en algún lugar ahí fuera, en el punto donde se confunden los universos paralelos, hay un millón de mentes exactamente como la tuya. Por una razón muy obvia.

Yaya Ceravieja sonrió.

Millie Chillum, el rey y un par de mirones estaban esperando delante de la puerta de Magrat cuando llegó Tata Ogg.

—¿Qué sucede?

—Sé que está ahí dentro —dijo Verence, con las manos sosteniendo su corona de monarca de Lancre en la famosa posición Ay-Señor-Bandidos-Mexicanos-Han-Asaltado-Nuestra-Aldea—. Millie la oyó gritarle que se fuera y creo que tiró algo contra la puerta.

Tata Ogg asintió sabiamente.

—Nervios de boda —dijo—. Tenía que pasar.

—Pero todos vamos a asistir al Entretenimiento —dijo Verence—. Magrat debería asistir al Entretenimiento.

—Bueno, no sé —dijo Tata—. Ver a nuestro Jason y a los demás haciendo el memo con pelucas de paja… Quiero decir que ya sé que lo hacen con buena intención, pero no es algo que una chica tan joven tenga que ver la noche previa a sus nupcias. ¿Le has pedido que abriera la puerta?

—Hice algo mejor que eso —dijo Verence—. Le di instrucciones de abrirla. Hice bien, ¿verdad? Si ni siquiera Magrat va a obedecerme, entonces no tengo mucho futuro como rey.

—Ah —dijo Tata tras unos momentos de cautelosa reflexión—. Me parece que no has pasado mucho tiempo en compañía de mujeres, ¿verdad? En el sentido generalizado del término, quiero decir.

—Bueno, yo…

La corona giraba entre los nerviosos dedos de Verence. Los bandidos no solo habían invadido la aldea, sino que además los Siete Magníficos habían decidido que aquella era la noche ideal para ir a jugar a los bolos.

—Te diré lo que vamos a hacer —dijo Tata, dándole una palmadita en la espalda—. Tú te vas a presidir el Entretenimiento y a codearte noblemente con los otros nobles. Yo me ocuparé de Magrat, no te preocupes. He sido novia tres veces, y eso solo incluye la puntuación oficial.

—Sí, pero ella debería…

—Creo que si no abusamos de los «debería» —dijo Tata— todos conseguiremos estar presentes en la boda. Y ahora, marchaos todos.

—Alguien debería quedarse aquí —dijo Verence—. Shawn estará de guardia, pero…

—No irá a invadirnos nadie, ¿verdad? —dijo Tata—. Deja que yo me ocupe de esto.

—Bueno… si está segura…

—¡Vete!

Tata Ogg esperó hasta que los oyó bajar por la escalera principal. Pasado un rato, un estrépito de carruajes acompañado por un griterío general sugirió que los asistentes a la boda se habían ido, excepto la futura novia.

Tata contó hasta cien, sin hacer ningún ruido.

Luego:

—¿Magrat?

—¡Vete!

—Oye, ya sé cómo son estas cosas —dijo Tata—. La noche antes de mi boda yo también estaba un poco preocupada. —Se abstuvo de añadir: porque había cierta posibilidad de que Jason apareciera de pronto en calidad de invitado extra.

—¡No estoy preocupada! ¡Estoy furiosa!

—¿Por qué?

—¡Ya lo sabes!

Tata se quitó el sombrero y se rascó la cabeza.

—Ahora sí que me has pillado —dijo.

—Y él lo sabía. Sé que él lo sabía, y sé quién se lo dijo —dijo la voz ahogada desde el otro lado de la puerta—. Todo estaba arreglado. ¡Cómo debéis de haberos reído todos!

Tata dirigió un fruncimiento de ceño a la impasible madera.

—Nanay —dijo—. Por aquí seguimos sin verlo claro.

—Bueno, pues yo no pienso decir nada más.

—Todo el mundo ha ido al Entretenimiento —dijo Tata Ogg. No hubo respuesta—. Y luego regresarán.

Un nuevo silencio.

—Y después habrá mucha jarana y malabaristas y tipos que se meten comadrejas en los pantalones —dijo Tata.

Silencio.

—Y después será mañana, ¿y entonces qué harás?

Silencio.

—Siempre puedes volver a tu cabaña. Nadie la ha ocupado. O puedes quedarte una temporada conmigo si quieres… Pero tendrás que tomar una decisión, sabes, porque no puedes quedarte encerrada ahí dentro.

Tata se apoyó contra la pared.

—Recuerdo que hace años mi abuelita me hablaba de la reina Amonia, bueno, digo reina, pero la verdad es que nunca fue reina salvo durante unas tres horas debido a lo que me dispongo a contarte, porque después de la boda, en la fiesta a los invitados se les ocurrió jugar al escondite y ella se escondió dentro de un enorme arcón que se habían dejado olvidado en no sé qué desván, y la tapa se cerró de golpe y nadie la encontró hasta siete meses después, momento en que podías decir sin temor a equivocarte que el pastel de bodas ya estaba un poquito pasado.

Silencio.

—Bueno, si no quieres contármelo, no puedo pasarme toda la noche aquí —dijo Tata—. Todo irá mejor por la mañana, ya lo verás.

Silencio.

—¿Por qué no te acuestas temprano? —sugirió Tata—. Nuestro Shawn te traerá una bebida caliente si lo llamas con la campanilla. Aquí fuera hace un poco de frío, la verdad. Es curioso, pero estos castillos tan viejos siempre conservan el frío.

Silencio.

—Bueno, pues en ese caso me voy —le dijo Tata al inflexible silencio—. Ya veo que mi presencia no ha servido de mucho. ¿Estás segura de que no quieres hablar?

Silencio.

—Preséntate ante tu dios, inclínate ante tu rey y arrodíllate ante tu hombre. Esa es la receta para una vida feliz —le dijo Tata al mundo en general—. Bueno, me voy. Oye, ¿qué te parece si vuelvo mañana a primera hora para echarte una mano con los preparativos y todas esas cosas? ¿Qué me dices?

Silencio.

—Bueno, entonces ya está todo aclarado —dijo Tata—. Buenas noches.

Esperó un minuto entero. Por lógica, por los mecanismos humanos de situaciones como aquella, los pestillos tendrían que haber sido descorridos y Magrat tendría que haber asomado la cabeza al pasillo, o incluso haberla llamado. No lo hizo.

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