Lores y damas (Mundodisco, #14) – Terry Pratchett

—¿Por qué dices eso? No lo creo. Los bufones no tienen mucha vida privada y, naturalmente, desde que es rey ha estado muy ocupado. Es un poco tímido con las chicas.

Tata se rindió.

—De acuerdo —dijo—. Estoy segura de que ya te irás haciendo una idea a medida que…

Yaya y el rey entraron en el comedor.

—¿Cómo está la chica? —preguntó Yaya.

—Bueno, al menos hemos sacado la flecha y limpiado la herida —dijo Magrat—. Pero no se despierta. Sería mejor que se quedara aquí.

—¿Estás segura? —preguntó Yaya—. No se le puede perder de vista ni un instante. Tengo un dormitorio libre.

—No deberíamos moverla —dijo Magrat con bastante sequedad.

—Han puesto su marca sobre ella —dijo Yaya—. ¿Estás segura de que sabes lo que hay que hacer?

—Sé que es una herida bastante grave —dijo Magrat con bastante sequedad.

—No estaba pensando exactamente en la herida —dijo Yaya—. Lo que quiero decir es que ellos la han tocado. Está…

—Te aseguro que sé cómo hay que tratar a una persona enferma —dijo Magrat—. No soy estúpida del todo, sabes.

—No hay que dejarla sola —insistió Yaya.

—Habrá mucha gente —dijo Verence—. Mañana empezarán a llegar los invitados.

—Estar sola no es lo mismo que no haya nadie cerca de ti —dijo Yaya.

—Esto es un castillo, Yaya.

—Claro. Sí. Bueno, entonces no te entretendremos más —dijo Yaya—. Vamos, Gytha.

Tata Ogg sacó una costilla de cordero de debajo de una de las tapaderas de plata, y la agitó delante de la pareja real.

—A pasarlo bien —dijo—. En la medida de lo posible, claro.

—¡Gytha!

—Voy.

Los elfos son prodigiosos. Provocan prodigios.

Los elfos son maravillosos. Causan maravillas.

Los elfos son fantásticos. Crean fantasías.

Los elfos son fascinantes. Proyectan fascinación.

Los elfos son encantadores. Urden encantamientos.

Los elfos son terroríficos. Engendran terror.

Lo que tienen las palabras es que los significados pueden retorcerse como una serpiente, y si quieres encontrar serpientes, entonces búscalas detrás de palabras que han cambiado de significado.

Nadie ha dicho nunca que los elfos sean buenos.

Los elfos son malos.

—Bueno, ya está —dijo Tata Ogg mientras las brujas cruzaban el puente levadizo del castillo—. Bravo, Esme.

—No se ha acabado —dijo Yaya.

—Hace un rato dijiste que ya no pueden atravesar la barrera. Nadie más de por aquí va a tratar de hacer ninguna clase de magia en las piedras, de eso podemos estar seguras.

—Sí, pero todavía será tiempo del círculo durante un par de días. Podría ocurrir cualquier cosa.

—La pequeña Diamanda está fuera de combate, y a las otras les has quitado las ganas de seguir jugando —dijo. Tata Ogg, tirando el hueso de cordero al foso seco—. Y lo que sí sé es que nadie más va a llamarlos.

—Sigue estando el de la mazmorra.

—¿Quieres librarte de él? —dijo Tata—. Si quieres enviaré a nuestro Shawn para que hable con el rey Fundidordehierroson en lo alto de la montaña. O yo misma podría subir a la vieja escoba para hacerle una visita al Rey de la Montaña. Los enanos y los trolls nos lo quitarían de las manos en un abrir y cerrar de ojos. Se acabó el problema.

Yaya fingió no haberla oído.

—Hay algo más —dijo—. Algo en lo que no hemos pensado. Ella seguirá buscando alguna manera.

Ya habían llegado a la plaza del pueblo. Yaya la recorrió con la mirada. Naturalmente, Verence era rey y así era como tenía que ser, y aquel era su reino y también tenía que ser así. Pero en un sentido más profundo el reino le pertenecía a ella. Y a Gytha Ogg, por supuesto. El poder de Verence solo abarcaba las obras de la humanidad; ni siquiera los enanos y los trolls lo reconocían como rey, aunque eran muy corteses al respecto. Pero en lo que hacía referencia a los árboles, las rocas y el suelo, Yaya Ceravieja los veía como suyos. Era muy sensible a sus estados de ánimo.

Y todo aquello aún estaba siendo observado. Yaya podía sentir la vigilancia. Un examen suficientemente atento cambia las cosas observadas, y lo que estaba siendo observado era la totalidad del reino. Todo Lancre estaba siendo objeto de un extraño ataque, y aquí estaba ella, con la mente cada vez más descosida…

—Lo más curioso —dijo Tata Ogg a nadie en particular— es que cuando estaba sentada allí arriba esta mañana, en los Danzarines, se me ocurrió pensar en cosas muy raras…

—¿Se puede saber de qué estás hablando?

—Me acuerdo de que cuando era joven había una chica como Diamanda. Tenía muy mal genio y mucho talento, enseguida perdía la paciencia con los demás y siempre les estaba haciendo la vida imposible a las viejas brujas. No sé si te acordarás de ella, por casualidad.

Pasaron por delante de la fragua de Jason, que resonaba con el estrépito de su martillo.

—Nunca la he olvidado —murmuró Yaya.

—Es curioso, ¿verdad? Tarde o temprano, todo vuelve a suceder…

—No —dijo Yaya Ceravieja con firmeza—. Yo no era como ella. Y ya sabes cómo eran las viejas brujas de por aquí. Se habían acostumbrado a hacer las cosas a su manera, pero no eran más que una pandilla de viejas que curaban verrugas. Y nunca les falté al respeto. Solo fui… firme. No me anduve con rodeos. Defendí aquello en lo que creía. Parte de ser una bruja es defender aquello que eres, porque… Estás sonriendo.

—Solo era el viento.

—Con ella es muy distinto. Nadie ha podido decir jamás que yo no esté abierta a las nuevas ideas.

—Eres famosa por lo abierta que estás a las nuevas ideas, desde luego —dijo Tata Ogg—. Es lo que digo siempre: esa Esme Ceravieja, hay que ver lo abierta que está a las nuevas ideas.

—Exacto.

Yaya Ceravieja levantó la vista hacia las colinas cubiertas de bosque que rodeaban el pueblo, y frunció el entrecejo.

—Lo malo es que estas chicas de hoy en día no saben pensar con la cabeza —dijo—. Tienes que pensar con claridad y no dejarte distraer por nada. Eso es lo que le sucede a Magrat, que siempre se está dejando distraer por cualquier cosa. Eso te impide hacer lo que debes hacer. —Hizo una pausa—. Puedo sentirla, Gytha. La Reina de las Hadas. Puede proyectar su mente más allá de las piedras. ¡Condenada muchacha! Ha encontrado una grieta. Está en todas partes. Mire donde mire con mi mente, puedo percibirla.

—Todo se arreglará —dijo Tata palmeándole el hombro—. Ya lo verás.

—Está buscando una manera —repitió Yaya.

—Buenos días tengáis, compadres. ¿Hacia dónde encaminaremos nuestros pasos esta mayúscula mañana? —dijo Carretero el panadero.

El resto de la cuadrilla de baile tradicional de Lancre lo miró en silencio.

—¿Estás tomando alguna medicación o qué? —preguntó Tejedor el techador.

—Solo intentaba participar en el espíritu del asunto —dijo Carretero—. Así es como hablan los rústicos trabajadores.

—¿Quiénes son esos rústicos trabajadores? —quiso saber Panadero el tejedor.

—Supongo que serán lo mismo que los Cómicos Artesanos —dijo Carretero el panadero.

—Le he preguntado a mi madre qué son los artesanos —dijo Jason.

—¿Sí? ¿Y qué ha dicho?

—Que somos nosotros.

—¿Y también somos Rústicos Trabajadores? —dijo Panadero el tejedor.

—Supongo.

—¡Trasero!

—Bueno, pues está claro que no hablamos como esos desgraciados de la obra —dijo Carretero el panadero—. Yo no he dicho «ro-za-gante» ni una sola vez en mi vida. Y no consigo entender ninguno de los chistes.

—No se supone que debas entenderlos. Es una obra —dijo Jason.

—¡Calzones! —dijo Panadero el tejedor.

—Oh, cállate. Y empuja la carreta.

—No veo por qué no podemos hacer la Danza del Palo y el Cubo… —masculló Sastre, el otro tejedor.

—¡No vamos a hacer la danza del Palo y el Cubo! ¡No quiero volver a oír hablar de la danza del Palo y el Cubo! ¡Todavía noto pinchazos en la rodilla! ¡Así que dejad de hablar de la danza del Palo y el Cubo!

—¡Vientre! —gritó Panadero, al que le costaba sacarse una idea de la cabeza.

Jason tenía que admitir que los bailes tradicionales eran más fáciles que actuar. La gente no aparecía de repente para quedarse mirando y soltar risitas. Los niños no te perseguían gritando y riendo. Tejedor y Techador ya estaban al borde de la rebelión declarada, y procuraban equivocarse el mayor número de veces al recitar sus frases. Las noches se estaban convirtiendo en una constante búsqueda de algún sitio donde ensayar.

Ni siquiera el bosque era lo bastante privado, dada la asombrosa cantidad de gente que pasaba casualmente por allí.

Tejedor dejó de empujar y se secó la frente.

—Cualquiera habría pensado que el Roble Fulminado sería un lugar seguro —dijo—. A una legua del camino más próximo, y que me cuelguen si pasados cinco minutos ya no podías dar un paso con todos esos ermitaños, amantes de los árboles, tramperos cazadores, trolls, porquerizos, pajareros, recolectores de juncos, carboneros, buscadores de trufas, enanos, pelmazos y mamones con aspecto sospechoso y gabardinas enormes. Me sorprende que todavía quedara sitio en el bosque para los malditos árboles. ¿Adonde vamos ahora?

Habían llegado a una encrucijada, suponiendo que se la pudiera llamar así.

—No me acuerdo de esta —dijo Carpintero el cazador furtivo—. Creía conocer todos los senderos de por aquí.

—Eso es porque solo los ves por la noche —dijo Jason.

—Sí, todo el mundo sabe que eso es lo que te encanta hacer en una noche de luna llena —dijo Techador el carretero.

—Eso es lo que le encanta hacer cada noche —dijo Jason.

—Eh —dijo Panadero el tejedor—, estamos empezando a dominar todo ese mecanismo del ser toscos y catetos, ¿verdad que sí?

—Vayamos hacia la derecha —dijo Jason.

—No, por ahí todo son zarzas y matorrales espinosos.

—De acuerdo, entonces vayamos hacia la izquierda.

—No hay más que curvas —dijo Tejedor.

—¿Qué os parece el camino del medio? —preguntó Carretero.

Jason miró al frente.

Había un camino del medio, poco más que una vereda para animales, que se alejaba serpenteando bajo la sombra de los árboles. Grandes matas de helechos crecían abundantemente a ambos lados de él. Había una vaga impresión general de oscuro y fértil verdor, la misma sugerida por la palabra «boscoso».[19]

Sus sentidos de herrero despertaron y gritaron:

—¡No, por ahí no!

—Ah, venga —dijo Tejedor—. ¿Qué tiene de malo ese camino?

—Ese camino asciende poco a poco hasta terminar en los Danzarines —dijo Jason—. Mi madre me dijo que nadie tenía que subir a los Danzarines debido a esas jóvenes que bailan desnudas alrededor de las piedras.

—Sí, pero ya se han asegurado de que no vuelvan a hacerlo —repuso Techador—. La vieja Yaya les dio una buena lección y las ha obligado a taparse el trasero.

—Y ahora ya nunca van ahí —dijo Carretero—. Así que sería un sitio tranquilo e ideal para ensayar.

—Mi madre dijo que nadie debía subir ahí —insistió Jason con una sombra de titubeo en la voz.

—Sí, pero probablemente se refería a… ya sabes… a subir ahí con intenciones mágicas —dijo Carretero—. No veo qué puede haber de mágico en exhibir tus dotes interpretativas llevando peluca y todo lo demás.

—Claro —dijo Techador—. Y sería un lugar realmente privado.

—Y —dijo Tejedor— si a alguna jovencita se le ocurre subir allí para bailar bajo las estrellas con el trasero al aire, seguro que la veríamos.

Hubo un momento de introspectivo silencio.

—Supongo que se lo debemos a la comunidad —dijo Techador, exponiendo en voz alta las opiniones no expresadas de casi todos ellos.

—Bueeeeno —dijo Jason—, mi madre dijo que…

—De todas maneras, tu madre no es la persona más adecuada para hablar de eso —dijo Tejedor—. Mi padre me contó que cuando él era joven, tu madre apenas llevaba…

—Oh, de acuerdo —dijo Jason, superado en número—. No veo qué daño puede hacer eso. Solo estaremos actuando. Es como… como el fingir. No es como si hubiera algo real. Pero nadie podrá bailar. Especialmente, y quiero que todos lo tengáis muy claro, la danza del Palo y el Cubo.

—Oh, solo interpretaremos —dijo Tejedor—. Y también mantendremos los ojos bien abiertos, claro.

—Es nuestro deber para con la comunidad —dijo Techador, una vez más.

—Fingir no puede hacer ningún daño —dijo Jason, no muy convencido.

Clang boinng clang ding…

El estrépito resonó por todo Lancre.

Hombres hechos y derechos que estaban cavando en sus huertos tiraron sus palas y corrieron a buscar refugio en sus cabañas…

Clang boinnng goinng ding….

Las mujeres salieron a sus puertas y gritaron a sus niños que volvieran sin perder un instante…

BANG mierda dong boinng…

Los postigos se cerraron ruidosamente. Algunos hombres, observados por sus asustadas familias, echaron agua al fuego y trataron de embutir sacos en la chimenea…

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