La danza de los deseos – Laura Abbot

—Seguro que no teníais de éstos en Billings.

—No había ninguna Weezer allí, eso seguro —dijo Trent con una sonrisa.

Su amigo se inclinó hacia delante, con los codos en la mesa, la expresión seria.

—¿La has visto?

—¿A Weezer? —preguntó Trent fingiendo no entender.

—No. A Libby.

Vaya si la había visto. Y cuánto bien le había hecho.

—Sí.

—¿Y bien? —Chad inclinó la cabeza—. ¿Me lo vas a contar?

—No hay mucho que decir. Es la profesora de Kylie.

—Estás de broma.

—No. ¿Cuántas posibilidades había de que ocurriera?

—¿Y?

—Kylie está loca por ella.

—¿Y tú? —dijo Chad fijando sus ojos oscuros en él.

—¿Yo?

—¿Sientes lo mismo que en el pasado?

Oh, sí. Se había pasado la noche entera despierto, caliente como un adolescente con su primera revista porno. Recordando sus pechos erguidos, el vaivén de sus caderas, el aroma de su pelo. Y la forma en que le había dado las buenas noches.

—¿Y qué si es así? ¿Qué bien me haría?

—Tú no eres de los que se rinden, Baker. Si la quieres ve a por ella —dijo Chad mirándolo fijamente.

—Hice algunas cosas imperdonables.

—Hace doce años de eso. Y por si no te habías dado cuenta, no se ha vuelto a casar. ¿No te dice eso algo?

—Ya veremos —dijo Trent levantándose.

Chad también se levantó y rodeó a Trent con un brazo.

—Decidas lo que decidas, amigo, estoy contigo. Pero si la quieres, no esperes demasiado.

Fuera, tomaron caminos separados. Trent estaba a medio camino cuando se detuvo en seco, las palabras de Chad resonando en sus oídos: «No esperes demasiado». ¿Acaso sabía Chad algo que no le había contado?

Se bajó la visera de la gorra, maldiciendo. Se preguntaba si habría alguien. Era una posibilidad que no se le había ocurrido pensar, pero podía ser. Libby era una mujer muy especial atractiva, divertida, bondadosa y muy sexy.

Frunció el ceño y echó a andar de nuevo. Se había comportado como un imbécil. ¿Por qué iba a darle una nueva oportunidad?

* * * * *

Georgia esperaba impaciente a que Gus saliera de la ducha. Había aprendido que, en vez de forzar las discusiones, era mucho mejor buscar la oportunidad perfecta para hablar. Gus trabajaba muchas horas para poder llevar el relajado ritmo de vida que llevaban, por lo que ella le estaba agradecida, pero a veces era un bobo. Como en ese momento. ¿Cómo podía estar tan tranquilo a pesar de que los habían separado de su nieta?

Al fin, Gus apareció y se detuvo junto al minibar.

—¿Quieres algo? —preguntó levantando un vaso.

—Uno suave para mí, por favor —dijo ella. «No le metas prisas».

—Una de las chicas de tu club de tenis me habló del proyecto que tiene para una casa.

—¿Sí?

—Lora Neff —contestó Gus sirviéndose un whisky solo para él y uno con soda y hielo para ella—. Quiere tirar tabiques y unir a la cocina una habitación —dijo pasándole el vaso, reclinándose a continuación en su sillón de cuero y levantando los pies—. No sé si podré hacerle un hueco.

—Salud, querido —dijo Georgia conteniéndose las ganas de gritar.

Brindaron y finalmente le hizo la pregunta que había estado esperando.

—¿Qué tal has pasado el día?

Normalmente, Gus fingía prestar atención a lo que su mujer le contaba, a sus aburridos recitales, partidos de golf y sus compras.

—He hablado con Kylie esta tarde. Sinceramente, había pensado que Trent nos iba a llamar antes.

—Acaban de mudarse, cariño. Necesitan tiempo para adaptarse.

—Ya lo sé —dijo Georgia sin comprender por qué su marido se mostraba tan razonable—, pero tenía ganas de saber qué tal le había ido en los dos primeros días de colegio.

—¿Y que dijo?

—Lo que me temía —se detuvo para dar un efecto dramático—. No es feliz.

—¿Podrías especificar un poco más? —preguntó su marido arqueando una ceja.

—No le gustan los niños de su clase.

—Tampoco le gustaba el colegio aquí, no es nada nuevo —dijo él balanceando el vaso—. Estoy seguro de que tendrá cosas buenas que contarnos.

—Me dijo algo de un perro y un gato —dijo con desprecio—. Lo próximo será una reacción alérgica.

—¿Qué te ha dicho de su nueva casa? ¿De su profesora?

—Oh, Gus. ¿Te lo imaginas? Viven en una cabaña de madera, como Laura y Mary Ingalls, dijo Kylie. Vaya idea. Le gusta su profesora. Al menos Whitefish tiene algo bueno. ¿No podías haberle ofrecido a Trent más dinero para que se quedara?

—Lo hice —dijo Gus dejando el vaso en la mesa y al hacerlo el sillón volvió a su posición erguida—. Georgia, cariño, era algo que Trent tenía que hacer.

—¿Qué? ¿Romper nuestros corazones? —dijo ella y cuando su marido le puso la mano en el hombro, ella giró la cara.

—Hacer realidad su sueño. Construir un futuro para su hija. No puedes culparlo por ello.

—Pero la echo mucho de menos —dijo Georgia pestañeando furiosamente.

—No se trata de ti, ni de mí —dijo Gus—. Tenemos que hacer lo posible por apoyarlos en esta nueva aventura.

Georgia se levantó dejando su vaso en la mesa.

—Te juro, Gus, que por mucho tiempo que llevemos casados, no te comprendo. ¡No puedo soportarlo! —y diciendo esto, salió de la habitación con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas.

* * * * *

Libby se apoltronó en su silla de trabajo y suspiró aliviada. Otra semana que acababa. Bart se había enredado en una pelea en el patio de recreo, Rory seguía levantando la mano para tomar parte en alguna discusión, y Kylie… Bueno, era difícil saber lo que pensaba. Aparentemente, estaba contenta después de las dos tutorías de lectura pero cuando estaba con los demás niños, se cerraba, su lenguaje corporal indicaba que estaba a la defensiva.

Trent le había dicho esa misma tarde al ir a recoger a Kylie que, en adelante, iría en el autobús del colegio excepto los días de tutoría. A Libby se le había partido el corazón al ver la mirada llena de dolor de Kylie hacia su padre. Aunque pensaba que el autobús podía ser una buena idea. No le quedaría más remedio que relacionarse con los demás niños.

Y así, ella podría evitar tener que relacionarse con Trent.

Libby estaba llenando su bolsa con trabajo para el fin de semana cuando notó que alguien la miraba desde la puerta.

—Libby, hola —Doug sonrió y a continuación se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla—. Acabo de salir de la oficina de Great Falls y tenía ganas de verte.

—¡Doug, qué sorpresa! —exclamó ella, poniéndose en pie repentinamente sonrojada. El maquillaje de la mañana no estaba en su mejor momento y llevaba el jersey más viejo que tenía.

—Estás preciosa —dijo él.

—Más bien parezco Mary Poppins después de un duro día con los niños de los Banks —dijo ella mirándolo con incredulidad.

—No hagas eso —dijo él tomándola de las manos.

—¿Qué?

—Subestimarte. Cuando un hombre te dice que estás preciosa, tienes que creerlo.

—Sí, señor —dijo ella soltando las manos y haciendo un saludo marcial tratando de restarle intensidad al momento.

—Espero que estés libre este fin de semana. Tengo grandes planes.

Su plan de fin de semana incluía limpiar la cocina y llamar a los padres de Bart y Rory. Excitante. Pero aun así, no pudo evitar la irritación que le causó el hecho de que Doug hubiera asumido que estaría libre para… lo que fuera.

—¿Qué tienes en mente?

—Para empezar, ¿te apetece comida mexicana esta noche? Después podríamos ir a ver el partido de baloncesto del instituto o ver una película en casa. Tú eliges. ¿Y mañana? He oído en la radio que la nieve de Big Mountain está genial. Había pensado que podríamos ir a esquiar. ¿Cuándo has esquiado por última vez?

—Antes de Navidad y desde luego ir a esquiar tiene mucha mejor pinta que lo que yo tenía en mente —dijo ella pensando que ya trabajaría el domingo.

—Estupendo. Te recogeré a las seis para cenar —dijo besándola de nuevo y salió.

Libby se encontró con Mary cuando salía del edificio.

—¿Podría hablar contigo un minuto?

—Claro —y la siguió a su despacho.

—¿Conoces a Jeremy Kantor?

—¿Debería? —preguntó Libby frunciendo el ceño.

—No necesariamente. Es un reportero de una revista nacional.

—¿Tiene algo que ver con mi padrastro? —preguntó Libby con una sensación desagradable. Se había esforzado por distanciarse del senador y él y su gente habían acordado dejarla fuera del foco de atención.

—Dijo que estaba recabando información sobre el senador Belton y me pidió que verificara que trabajabas aquí. No he podido negarme.

—¿Era eso lo único que quería?

—Aparentemente —dijo Mary rodeando la mesa y tomando a Libby de la mano—. Estás pálida. ¿Te encuentras bien?

—Sí. Es sólo que… mi padrastro y yo nunca hemos estado muy unidos y me desagrada que te hayan puesto en esta situación. Tal vez no sea nada pero no me da buena impresión todo esto —dijo Libby. Tendría que hablar con Vernon y preguntarle qué estaba ocurriendo.

Mary la observó preocupada.

—Dime si puedo ayudarte o si Doug puede.

—Te lo agradezco pero no es necesario que te impliques. En el futuro, di al señor Kantor que hable conmigo.

—¿Estás segura?

—Totalmente —dijo Libby—. Gracias.

—Recuerda, Libby, que no tienes que enfrentarte a nada tú sola. Nos tienes a todos nosotros.

Incapaz de hablar, Libby abrazó a Mary y salió del despacho. No se le ocurría una suegra más cariñosa que Mary. Suegra. ¿De dónde había salido esa idea? Aunque lo cierto era que ahí era exactamente a lo que conducía su relación con Doug. Después de todo, prácticamente le había dicho que la quería.

Prácticamente, pero no se lo había dicho en realidad.

* * * * *

El sábado por la mañana, Trent estaba preparando tortitas en la cocina de la cabaña. Había comprado sirope de arándanos, el favorito de Kylie. Miró por la ventana. Bajo la luz del sol de invierno, la nieve que lo cubría todo, parecía azúcar cristalizada.

—Papá —Kylie entró en la cocina vestida con el pijama frotándose los ojos.

—Buenos días. ¿Lista para pasar un gran día?

Kylie no respondió. En su lugar, tomó la colcha de ganchillo del sofá y se acurrucó bajo ella. Debía de estar aún dormida. Trent silbaba mientras vertía la masa en la sartén y ésta silbaba al contacto.

—Kylie, ¿pones la mesa? El desayuno está listo.

—No tengo hambre —dijo la niña sin moverse.

—¿Por qué no? —preguntó Trent, suspicaz.

—Estoy enferma.

Trent dejó la espátula y se dirigió hacia el sofá.

—¿Qué te duele? —preguntó arrodillándose junto a la niña.

—La tripa.

—No tienes fiebre —dijo Trent tras palparle la frente.

—Me da igual. Estoy enferma.

—Pero si vamos a pasarlo muy bien. Te gustará mucho esquiar. El tío Chad es un profesor estupendo.

—No voy a ir —dijo la niña frotándose el estómago—. Podría vomitar.

Frustrado, Trent se preguntó cómo debería tomarse las quejas de su hija. Nunca sabía cuando estaba fingiendo. Tal vez no quisiera ir a esquiar.

—¿No quieres aprender a esquiar?

La niña sacudió la cabeza bruscamente.

—¿Por qué no?

—Parecerá que soy tonta. Además, mamá no esquiaba.

Tenía razón en eso. Ashley disfrutaba con otros deportes como el golf o el tenis. Pensó en algo que decir para incentivarla.

—La señorita Cameron sí esquía.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó la niña incorporándose. Aquél no era el momento de sacar a relucir su antigua relación.

—¿No te fijaste en la baca que llevaba en el coche la noche que fuimos a su casa?

—Oh.

—Te perderás lo mejor del día si te quedas en casa.

—¿Crees que podríamos encontrárnosla hoy?

Trent no tenía la menor idea. Las posibilidades no eran muy grandes.

—No lo sé. Tendremos que ir para averiguarlo ¿no crees?

—¿Me enseñará el tío Chad?

—En menos que canta un gallo hará que esquíes por la pista de principiantes.

—Vale.

—Esta es mi chica —dijo Trent dando un suspiro aliviado y levantándose.

—Papá, ¿qué es ese terrible olor?

Trent se dio la vuelta y notó el humo que provenía de la sartén. Sólo esperaba que las tortitas quemadas no fuera un mal augurio.

* * * * *

Kylie permanecía en silencio mientras le ajustaban las botas, pero cuando por fin se puso de pie sobre la nieve, le sonrió a Trent.

—Mira papá, tengo píes de monstruo.

Chad la hizo reír con su imitación del hombre de las nieves y a continuación se arrodilló junto a ella y empezó a señalar las técnicas básicas en otros esquiadores. Ella atendía en silencio cuando Chad le explicó cómo girar para detenerse en una colina suave y, colocándose con sus esquís por fuera de los de ella, comenzaron a deslizarse.

Cuando llegaron al final, Chad miró a Trent.

—Piérdete un rato, papá, ¿quieres? Esta pequeña y yo tenemos una lección de esquí pendiente.

—Sí, papá. Vete. Cuando vuelvas, seguro que te vas a llevar una sorpresa porque sabré esquiar.

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