La danza de los deseos – Laura Abbot

Había sentido que la vida le estaba jugando una mala pasada. Un bebé arruinaría todo y él no estaba preparado.

Aquello no podía estar pasándole. Libby quería que él compartiera con ella su emoción, pero él no podía deshacerse de la idea de levantarse a media noche para dar de comer al bebé, y cambiar pañales. Era más divertido ir al bar o llamar a los amigos para una partida de póquer.

Sí, no estaba orgulloso de su reacción. Tras el divorcio y el cambio a Billings, había tenido mucho tiempo para reflexionar y para crecer. Entonces conoció a Ashley y, una vez más, tuvo que enfrentarse a la idea de la paternidad. Pero esta vez prometió hacer las cosas de otra manera. Sería un padre cariñoso y responsable.

—Papá, tengo miedo. De mañana.

—¿La lectura?

—No… no se me da bien.

—Pero antes sí.

—Eso fue antes de…

Kylie no tuvo que completar la frase. Antes de que Ashley muriera.

—Sí, pero puedes hacerlo bien otra vez. Especialmente con la ayuda de la señorita Cameron.

—Tal vez.

—Te gusta, ¿verdad?

—Sí —dijo la niña, pero a continuación guardó silencio—. Es maravillosa, papá —añadió, y aquello lo dejó sin palabras.

Trent se preguntó entonces qué habría sido de él si no hubiera nacido Kylie. Nunca habría conocido la abrumadora sensación de acunar a su hija entre sus brazos. Libby tenía todo el derecho a despreciarlo. ¿Cómo podía haber pensado alguna vez que un hijo era un problema, una carga? Su hija había sido lo que lo había ayudado para no caer en la desesperación tras la muerte de Ashley.

Sintió un peso tremendo en el corazón. Acababa de darse cuenta de lo torpe y necia que debía de haberle parecido su disculpa a Libby. Sin embargo, a pesar de los sentimientos que había mostrado hacia él, distantes de ser cordiales, había abrazado con cariño a su hija, le había ofrecido su afecto y la aprobación que tan desesperadamente necesitaba. Libby era una persona más sensible de lo que él había sido.

¿Pero cómo podría perdonarlo?

Después de lo ocurrido en el pasado, era esperar demasiado: pero él seguiría pidiendo perdón, rogando si llegara el caso, porque los ojos enternecedores de Libby, la dulzura que había mostrado con Kylie, la sensación de bienvenida que lo había envuelto en el momento de pisar su casa, todo eso no paraba de dar vueltas en su cabeza. Ella había sido su primer amor y quería que fuera el último.

—¿Ya estamos en casa, papá?

—Aún no, cariño.

Y aún quedaba bastante. No estarían verdaderamente en casa hasta que pudiera demostrarle a Libby que era un hombre nuevo. Un hombre mucho mejor.

* * * * *

Tras una noche inquieta, Libby se despertó tarde. Se vistió a toda prisa con unos pantalones de lana y un jersey rojo de cuello vuelto, un chaleco suelto encima y las botas. Tras recogerse el cabello en una cola de caballo, salió corriendo. A pesar de sus recelos hacia Trent y todas las emociones ocultas que había hecho salir a la superficie, no podía llegar tarde a su tutoría con Kylie.

El sol apenas estaba saliendo por encima de las montañas cuando llegó al aparcamiento del colegio. De pronto, la idea de enfrentarse a un duro día de trabajo con un montón de alumnos de segundo le parecía agotador. Se encogió de hombros.

«Eso es lo que te pasa por dejar que Trent Baker te vuelva la vida del revés».

No sabía qué le había causado el insomnio exactamente: la pena despertada, la rabia por la disculpa tardía de Trent o su loca pero innegable atracción hacia él.

Sus palabras habían despertado unos recuerdos que llevaba años tratando de olvidar. No sólo su matrimonio sino algo mucho más doloroso. Una imagen de su padrastro le hizo apretar los puños. Vernon G. Belton era un político con clase, pero cuando su hijastra cometía un acto que pudiera poner en peligro su imagen, había que tomar medidas desesperadas.

Libby se dirigió al edificio decidida a borrar de su mente todos aquellos pensamientos venenosos. Kylie necesitaba ánimo, no amargura.

Cuando Trent apareció con Kylie, Libby se había tomado ya su primera taza de café, escrito las tareas en la pizarra y preparado el libro que iba a utilizar con Kylie.

—Buenos días, Kylie —dijo Libby con su mejor sonrisa, notando con desesperación que le temblaban los labios cuando miró a Trent que parecía no haber dormido muy bien tampoco—. ¿Has desayunado?

—Cereales.

—Bien. Tenemos que trabajar mucho y no podemos con el estómago vacío, ¿verdad? —dijo señalando hacia la mesa de lectura.

Miró a Trent intencionadamente pero éste parecía no poder moverse ni dejar de mirarla.

—Te agradezco mucho lo que haces, Lib. ¿Cómo puedo pagarte?

—No es necesario. No podemos cobrar por nuestras tutorías, aunque sí podemos ofrecer ayuda extra.

—Oh.

—Adiós, papá.

—Hasta luego, tesoro —dijo Trent agachándose a abrazar a su hija.

Justo antes de girarse para marcharse, tocó con suavidad el hombro de Libby.

—Gracias —añadió con voz bronca.

Libby lo miró alejarse por el pasillo con aquel andar lento y tan sexy suyo.

—Señorita Cameron, ¿está bien?

—Claro, cariño —dijo ella sintiendo que enrojecía.

La niña se sentó en una de las diminutas sillas y Libby acercó su silla. Mordiéndose el labio inferior, Kylie pasó las páginas con nerviosismo.

—Te vas a reír.

—Nunca —dijo Libby tranquilizando a Kylie—. Es una historia maravillosa sobre un oso. ¿Por qué no empezamos ya?

—De acuerdo.

Kylie se trabó un poco al principio pero con los ánimos de Libby pronto comenzó a hacerlo mucho mejor. Cuando terminaron, Libby le dio un abrazo.

—Has sido un gran comienzo. Tienes una forma muy expresiva de leer.

—Eso decía mi mamá.

—Pues tenía razón.

—Lo sé —dijo la niña asintiendo con solemnidad—. ¿Me ayudarás… otro día?

—Claro. ¿Por qué no nos vemos a primera hora de la mañana dos días a la semana hasta que recuperes?

—Podemos decírselo a papá, ¿verdad?

Libby dejó escapar un suspiro. Hablar con papá era lo último que quería hacer.

—Tal vez, cuando venga a recogerte.

—Veo que sois muy madrugadoras —dijo Mary Travers entrando en la clase tras un leve toque en la puerta. Se dirigió a Kylie y le puso una mano en la cabeza—. ¿Te estás adaptando bien?

Kylie se limitó a encoger los hombros Mary sonrió con generosidad.

—Danos una oportunidad, Kylie. En este colegio, adoramos a las niñas como tú —guiñó un ojo a Libby—. ¿No es así, señorita Cameron?

—Claro, y soy afortunada de tener a Kylie en mi clase.

Fuera, Libby escuchó el sonido de los autobuses entrando en el patio. Los demás niños llegarían de un momento a otro y ya no tendría más tiempo para pensar en Trent Baker.

—Que tengáis un buen día —dijo Mary a las dos antes de dirigirse hacia los autobuses.

La presencia de Mary había tenido un efecto calmante, no sólo en Kylie, que ya se dirigía a su mesa y estaba empezando a sacar sus cosas de la mochila, sino también en Libby. Además, sin quererlo, Mary le había recordado el perfecto antídoto contra Trent.

Doug.

* * * * *

Chad Laraby caminaba calle abajo hacia Trent.

—¡Lo conseguimos! —dijo extendiendo la palma de la mano para chocarla con Trent—. Tenemos a los del seguro en el bolsillo.

—Todo gracias a ti —dijo Trent sonriendo. Y era cierto. Trent sostuvo la puerta del Kodiak Café y entró tras él—. Te invito a un café.

—Acepto —dijo Chad frotándose las manos.

Weezer los saludó desde la caja al tiempo que una camarera se acercaba a ellos con una jarra y dos tazas en la mano. Resultaba imposible resistirse al aroma de los bollos de canela especiales típicos de la casa, y los dos pidieron uno.

Chad extendió los brazos a lo largo del respaldo del asiento.

—¿Cómo te sientes de vuelta en Whitefish?

—Fenomenal. Te agradezco de veras esta oportunidad.

—Tú habrías hecho lo mismo por mí. Estamos en el buen camino, amigo.

Trent sólo esperaba que fuera así. El negocio tenía buena pinta en el papel, pero en medio del invierno era difícil atraer turistas en busca de los servicios que ellos ofrecían, especialmente después de los recientes incendios. Tendrían que hacerlo muy bien en el verano, lo que significaría emplear muchas horas los siete días de la semana. Tendría que pensar en algo para Kylie, pero ya se ocuparía de eso más tarde.

—¿Sigues estando en el equipo de salvamento?

—Sí y hablando de eso, tenemos sesión de entrenamiento la próxima semana. ¿Te interesaría unirte a nosotros?

Era una gran tentación. Y estaba ahí mismo. Cuando estaba en la universidad, había participado en el equipo que cubría la zona de Bozeman. Recordarlo hacía que le subiera la adrenalina.

—No me gustaría dejar a Kylie. Tendré que pensarlo.

—Si te interesa, mi hija Lisa cuida niños de vez en cuando. Pero hablando de Kylie, ¿cómo le fue ayer en el colegio?

—Bien, si no hablamos de un sádico de un metro de estatura que se burló de ella porque no sabía esquiar.

—Pero eso tiene fácil solución.

—Eso es lo que le dije. Estoy pensando en llevarla a Big Mountain el sábado.

—Será mejor que el tío Chad os acompañe. Nadie debería tratar de enseñar a esquiar a sus propios hijos. Yo tuve que dejar a los míos con un instructor porque s mí no me hacían caso.

—Tienes razón. Además, quiero que os conozcáis —dijo Trent sonriendo.

—Está bien. Lori llevará a nuestros hijos a Helena este fin de semana a visitar a su familia, así que estoy libre.

Tras discutir los detalles de presentación de su negocio en la feria de actividades al aire libre que iba a celebrarse próximamente en Kalispell, Chad miró hacia la puerta por encima de Trent, y al momento se levantó de la silla saludando con la mano.

—Por aquí, Chuck.

Un hombre de complexión fuerte con una gran sonrisa visible a pesar del bigote rojizo, se acercó a ellos.

—Que me aspen si éste no es Trent Baker —dijo dándole un fuerte apretón de manos y sentándose á su lado—. No te había visto desde aquella acampada en la que nos pillamos una buena tajada. Había oído que estabas trabajando en Billings.

Trent hizo un gesto de dolor al recordar el final de aquel viaje. Habían pillado la madre de las borracheras y después había tenido que escuchar la bronca de Libby por haberla dejado sola el fin de semana. En el instituto, Chad, Chuck y él habían disfrutado de muchas juergas juntos hasta que Trent se casó con Libby y ésta empezó a mostrarse celosa del tiempo que pasaba con ellos.

—He estado viviendo en Billings varios años.

—¿Y qué te ha hecho volver?

Chad le contó la versión corta de su aventura empresarial.

—Sentí mucho lo de tu divorcio de… —Chuck se detuvo un momento a recordar— ¿Libby? Siempre pensé que hacíais una gran pareja.

Chuck parecía no darse cuenta del gesto de advertencia de Chad pero Trent se enfrentó a la verdad.

—Algunas cosas no están destinadas a ocurrir. Me volví a casar, con una chica de Billings. Ella… murió hace un año.

—Vaya, tío. Lo siento.

—Tengo una niña pequeña. No se me ocurría un sitio mejor para criarla que Whitefish.

—A mí tampoco —dijo Chuck apretándole el hombro—. Me alegra que hayas vuelto —y se levantó—. Y ahora, si me disculpáis, he quedado aquí con alguien. Pero ¿qué os parece si nos vemos el lunes por la noche en el bar? Podríamos tomarnos unas Moose Drool —dijo mencionando una cerveza típica de la zona de Montana—. Y contarnos unas mentiras.

Puede que Chuck Patterson fuera un hombre de treinta y cinco que perdía pelo pero tenía el cerebro anclado en los años ochenta.

—Tal vez algún día —respondió Trent vagamente—. Ahora mismo, prefiero quedarme con mi hija. Todo es muy nuevo para ella.

—Claro, lo entiendo. Adiós —dijo Chuck dirigiéndose hacia la parte trasera del café.

Chad lo vio alejarse con una sonrisa divertida en el rostro.

—Nadie diría que nuestro Chuck ha sido campeón de lucha ni que tiene cinco hijos —se inclinó hacia delante—. Pero ni se te ocurra pensar que ha sentado la cabeza. Sigue siendo un salvaje.

—¿Me estoy haciendo viejo o simplemente he madurado más? —dijo Trent dando un sorbo.

Pero antes de que Chad pudiera responder, la camarera regresó con los bollos, cubiertos de algo dulce y gelatinoso por encima. Chad dio un mordisco pero se detuvo antes de masticar para responder a Trent.

—Ahora tienes responsabilidades.

—Sí.

Y de alguna forma, en ese momento, sus responsabilidades le parecieron mucho más pesadas. Aunque tampoco quería estar en un bar lleno de humo, viendo lucha y oyendo al bueno de Chuck hablarle de los viejos tiempos.

Los dos hombres se concentraron en comer. Por fin, Chad se reclinó en el asiento, dándose unas palmaditas satisfechas en el estómago.

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