La danza de los deseos – Laura Abbot

—No soy ninguna salvadora, sólo una narradora de historias —dijo Weezer dirigiéndose hacia la pared del fondo de la clase para examinar las figuras en forma de Santa Claus hechas con papel—. ¿Irás a casa en Muskogee para Navidad?

—No. Mi padrastro se queda en D.C. y no me apetece nada la idea de presentarme allí y hacer fotos.

Weezer se giró para mirarla pero no dijo nada. Libby sabía que la gente no comprendía por qué evitaba a su padrastro, el Honorable Vernon G. Belton, senador de Estados Unidos por el estado de Oklahoma. Pero hacía mucho tiempo que no sentía que Washington D.C., ni Muskogee, Oklahoma, fueran su hogar. Y «papá» Belton, como había insistido en que lo llamara desde que se casó con su madre, siempre había estado más interesado en la política que en su hijastra.

—Celebraremos una cena de Navidad en el café. Puedes unirte a nosotros si quieres.

—Gracias, pero me han invitado a casa de los Travers —contestó Libby reconfortada con la idea. Había pasado Acción de Gracias con ellos también, rodeada de toda la familia de Doug.

—Me alegro. Así no estarás sola.

Weezer no tuvo que terminar la frase. «Como lo estuviste aquellas horribles Navidades hace doce años». Libby arrojó de su mente el doloroso recuerdo y se puso una mano en el oído en forma de altavoz.

—¿Oyes el sonido de piececitos golpeando el suelo?

Los alumnos de segundo entraron en tromba del recreo y en segundos la clase se llenó de conversaciones nerviosas y el olor a guantes húmedos de nieve.

—Weezer, ¿nos contarás la historia del Hermano Alce?

—No, yo quiero oír la historia del Lobo de Invierno.

Los niños se quitaron los abrigos y las botas a toda prisa y se sentaron alrededor de la anciana que les hizo guardar silencio con un suave gesto de una mano.

—Una vez, hace muchas lunas, el Hombre hizo…

Libby se sentó en su silla y se dejó llevar por la dulce cadencia de la voz de Weezer introduciéndola en la leyenda, ayudada por la expresividad de sus manos. Envidiaba las raíces y las tradiciones en las que se fundamentaba la vida de aquella mujer.

¿Cuáles eran sus legados? Libby cerró los ojos sintiéndose de pronto terriblemente cansada. No podía soportar pensar en ello.

* * * * *

Trent se levantó de la cama extraña y se acercó a la ventana a hurtadillas. Miró a la otra cama en la que dormía Kylie con una mano debajo de la barbilla y la otra abrazada a un oso polar de peluche que llevaba puesto una bufanda de cuadros. Aunque aún era de noche, la luz de una farola de la calle lo había despertado de un sueño inquieto.

Los Chisholm los habían invitado a pasar la Nochebuena insistiendo en que las vacaciones eran para la familia. Trent no había podido rechazar la invitación. Conforme se acercaba el momento de marchar hacia Whitefish, sus suegros habían empezado a mostrarse muy protectores con Kylie y mientras que Gus mantenía un gesto rígido, Georgia lo miraba con gesto acusador. No podía culparlos. Desde la muerte de Ashley los dos se habían sentido muy unidos a la niña y ella a ellos. No podía esperar que miraran con entusiasmo el hecho de que fuera a separarla de ellos.

La cena había sido muy formal, incluso algo pretenciosa, con vajilla de porcelana fina, cristalería y cubertería completa. El vacío en el sitio de Ashley era evidente y la conversación entre los tres adultos resultaba forzada. Gus habló de negocios y después pasó a hablar de deportes hasta que Georgia lo miró con cara de reproche. Kylie se mantuvo en silencio toda la cena, comiendo su comida y mirando con preocupación a su abuela de cuando en cuando.

Trent regresó a la cama y se quedó tumbado boca arriba con las palmas debajo de la cabeza. Gus era un hombre justo pero Georgia había mostrado su desaprobación desde el principio. Él era el hombre que había dejado embarazada a su hija sin estar casados. A su modo de ver, no era merecedor de Ashley y no había perdido el tiempo en decirle que su hija había sido educada para casarse con un ejecutivo de éxito y no con un chapuzas hombre-para-todo con un futuro incierto. Ni siquiera el nacimiento de Kylie había conseguido dulcificarla al principio, como si la niña simbolizara sus esperanzas truncadas. Pero pronto la niña se había ganado a la mujer y desde ese momento el verdadero reto había sido conseguir que Georgia no le consintiera demasiado.

Trent se puso de lado en la cama, y observó la respiración tranquila de su hija. Necesitaba una abuela cariñosa que oliera a canela y a flores y le contara cuentos.

Y su propia madre… Lila hacía lo que podía en sus raras visitas desde Las Vegas donde trabajaba como cajera en un casino. Estaba siempre tan ocupada ganándose la vida que no había tenido muchas oportunidades de poner en práctica sus instintos maternales. Era una superviviente pero no la veía tejiendo vestidos para las muñecas o haciendo galletas.

¿Sería por eso por lo que no dejaba de pensar en Libby, la persona más generosa y dulce que había conocido? Ella sí sería buena para Kylie.

Se obligó a no pensar en ello. Ella nunca le daría una segunda oportunidad después de lo que había pasado.

Tumbándose boca arriba de nuevo, intentó pensar en Santa Claus y en renos pero lo único que tenía en la mente era Lib y en que en ese momento no sólo sería una buena influencia para Kylie sino también para él.

* * * * *

Eran unas Navidades de cuento. Libby miró a su alrededor en el salón de los Travers. Desde los ventanales se podía admirar una increíble vista del lago Whitefish. En un rincón, había un enorme abeto decorado con adornos que Doug y sus hermanos habían hecho a lo largo de los años. De la cocina llegaban aromas sabrosos y apetecibles. Doug estaba en el suelo ayudando a su hermano y a su sobrino a montar un tren eléctrico mientras Libby leía el cuento El Grinch, que robó las Navidades a las gemelas de Melanie, la hermana de Doug, acurrucadas a su lado.

Vestida con unas mallas verdes y un enorme jersey rojo, Mary Travers entró en el salón con una sopera llena de ponche de huevo. Miró a Libby con una sonrisa.

—Estás muy natural.

—Tengo mucha práctica.

Mary sacudió la cabeza sonriendo con más énfasis.

—No me refiero a eso. Pareces una madre.

—Tal vez algún día —consiguió decir.

—Ya me ocuparé yo —dijo Mary mirando a Doug y guiñándole un ojo—. Pero mientras tanto, cuando termines ese viejo cuento de El Grinch y el espíritu navideño, ven a tomar un poco de ponche de huevo.

—¿Vas a beber huevos? —preguntó Margot mirando a Libby.

—Huevos no, ponche —dijo su hermana Maddy, la más seria de las dos, con mirada triunfante. Pero finalmente, se puso de rodillas y le susurró al oído a Libby:

—¿Qué es ponche?

—Es lo que le hace recordar al Grinch lo mucho que le gustan las Navidades —dijo Libby abrazándola cariñosamente.

Desde el otro lado de la habitación, Doug la miró con una sonrisa.

—Formáis un bonito cuadro las tres.

Tratando de no pensar en las implicaciones del comentario, Libby se apresuró a terminar el cuento y se acercó a la mesa donde estaba el ponche. Doug se acercó a ella y la rodeó con un brazo.

—¿Lo estás pasando bien?

—Sí —dijo ella y era verdad. La armonía que había en aquella familia y la cariñosa bienvenida que le habían dado, especialmente su madre Mary y su adorable marido, resultaba embriagador para una mujer acostumbrada a vivir sola con su gato.

—¿Te apetece dar un paseo antes de comer? —preguntó Doug.

—¿No pasará nada si nos escabullimos?

—¿Pasar algo? Yo creo que es lo que todos esperan —dijo él sin soltarle la cintura.

—Vamos entonces.

Fuera, el aire era frío y el sol de invierno lucía sobre los árboles cubiertos de polvo de nieve. Doug tomó el brazo de Libby y echaron a andar por la calle.

—Me alegro de que estés aquí. Es el mejor regalo que podías hacerme.

—Tu familia es maravillosa.

—Están encantados contigo.

Sonrojada, Libby se detuvo y fingió arreglarse la bufanda.

—Yo… a mí también me gustan. Tu hermana Melanie es muy divertida y tu hermano siempre me hace reír.

—Y no olvides a Izzy.

Isabelle, la otra hermana de Doug, se había pasado todo el día cocinando. La chef de un afamado restaurante de Seattle, estaba preparando la comida de Navidad.

—¿Cómo podría olvidarla? —dijo Libby frotándose el estómago—. He engordado un par de kilos sólo con el olor de lo que está preparando.

Doug la tomó entonces por las solapas del abrigo y la miró con expresión repentinamente seria.

—¿Y yo?

—¿Tú?

—Sí. ¿Soy tan bueno como mis hermanos?

Libby dudó un poco y la voz le tembló pero trató de dar una respuesta vivaz.

—Bueno, eres tan divertido como Melanie y tu hermano, pero en lo de cocinar…

—No me refiero a eso —dijo él apoyando la frente en la de ella—. Supongo que lo que quiero saber es… ¿Podrás amarme alguna vez, Lib?

Sus ojos estaban muy cerca de los suyos, de un tono tan oscuro que la dejaron sin aliento. Se preguntaba también ella si alguna vez podría amarlo. Y de pronto, pensó que tal vez sí podría.

—Creo que sí, Doug.

—Bien —murmuró él sacando algo del bolsillo.

Libby no sabía lo que esperaba pero desde luego no la rama de muérdago que Doug tenía en la mano sobre sus cabezas.

—Feliz Navidad, cariño —susurró Doug sacudiendo el muérdago en el aire y besándola con toda la ternura imaginable.

* * * * *

Más tarde, ya en casa, Libby se sentó pensativa en la mecedora que había llevado consigo desde Oklahoma. Era la silla en la que su madre solía acunarla antes de dormir. Tenía sobre el regazo a Mona, su gatita gris con una máscara blanca en forma de diamante, que ronroneaba de placer. Reinaba el silencio roto sólo por el ruido de la madera del suelo ajustándose o el pasar del tiempo en el reloj de cuco.

Las Navidades perfectas.

Compañía agradable, deliciosa comida, risas y muchos besos y abrazos. Eran las Navidades con las que siempre había soñado. Las que había echado de menos desde la muerte de su madre. Los regalos no habían faltado, eso no. Todo lo que quería, se le proporcionaba. Esa era la palabra, «proporcionar» no «regalar».

En aquel tiempo, papá Belton había sido elegido por Oklahoma. Su secretaria compraba y envolvía todos los regalos de Libby. En Muskogee, las Navidades se habían celebrado siempre con una fiesta a la que acudían los aliados políticos y otras personas influyentes. El día de Navidad, los dos abrían sus regalos, papá hacía las llamadas de rigor y después comían en el viejo salón. Libby pasaba las tardes sola en su habitación.

Durante su adolescencia, había soñado con formar una familia de verdad, con un amante marido y muchos niños. La vida, sin embargo, le había enseñado la inutilidad de los sueños.

Acarició el lomo arqueado de Mona mientras pensaba en lo perfecto y a la vez preocupante que había sido el día. La asustaba pensar lo mucho que deseaba formar parte de una familia como los Travers. Por la tarde, había tenido la sensación de que Doug había estado a punto de ofrecerle el futuro que tanto deseaba.

«¿Podrás amarme algún día?», le había preguntado. La pregunta tan directa la había sorprendido. Un matrimonio sin amor estaría vacío. ¿Acaso se habría comprometido demasiado al decirle que tal vez? Le parecía una respuesta muy cobarde.

* * * * *

Weezer se frotó las manos huesudas con expectación. Estaba oscuro y aún no había señales de ellos. Comprobó la hora. No tenía sentido esperar junto a la ventana. Se acercó a la lumbre y removió los troncos con el atizador levantando una espiral chisporroteante. Trent sabía cómo conducir con ese tiempo. Tendría cuidado. Sin embargo…

A pesar de la ansiedad de Trent por volver a Whitefish, Weezer sabía que no era eso lo que la preocupaba. La aversión de Kylie al colegio. La separación de sus abuelos y de un ambiente conocido. Además, la niña seguía llorando la pérdida de su madre y luchando, probablemente, por superar el dolor.

Trent debía de saber todo eso. Por propia experiencia. Desde el día que aquel indigno vaquero llamado Charlie Baker abandonó a Lila y a él, el niño se había comportado como sin nada le importara, tentando a los dioses para que lo llevaran consigo ya fuera sobre un monopatín, una bicicleta o una tabla de snowboard. Más tarde, lo siguió haciendo navegando los rápidos en una canoa o escalando. Siempre que Lila o Weezer le habían preguntado si se consideraba invencible contestaba que un chico tenía que divertirse.

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