—¿Y usted se rebeló?
—¿Podría usted culparme? —sonrió—. Necesitaba huir. Lejos —ni siquiera estaba mintiendo—. Pensamos que era lo mejor. Él me dio dinero para mi educación, para que pudiera conseguir mis sueños, y así él quedaba libre de toda responsabilidad sobre mí. Podría ser yo misma sin la presión de ser la hija de un político.
—Pero no me cabe duda de que debe de sentir algo de resentimiento por una infancia que no parece ideal.
—¿Ideal? Señor Kantor, estoy segura de que no es usted tan ingenuo para creer que existe la familia ideal. Mi infancia fue como fue, y moldeó a la mujer que ahora soy. No podemos elegir a nuestras familias —se maravillaba de estar repitiendo las palabras de Georgia—, pero tenemos la oportunidad de crear la nuestra. Desafortunadamente, el senador y yo no lo conseguimos. Espero que pueda perdonarme porque hasta hace bien poco no había sido capaz de perdonarlo.
—¿Quiere decir con eso que realmente espera poder cerrar la herida abierta entre ustedes?
—Tengo en mente intentarlo. Pero eso es algo entre él y yo y no es de interés público.
Kantor extendió el brazo para apagar la grabadora, pero Libby lo detuvo.
—Tengo algo más que decir.
—Adelante.
—El senador ha sido una persona pública seria y responsable durante su mandato. La política requiere el cuerpo y el alma de aquéllos que se dedican a ella. Tal vez, se quedara sin nada más que ofrecer. Espero que mis palabras lo hayan ayudado a tener una opinión favorable de ambos. No tengo nada más que decir.
—Gracias, señorita Cameron —dijo el periodista levantándose—. Ha sido usted de gran ayuda.
—Lo acompaño a la puerta.
Cuando regresó al salón, Trent estaba junto a la chimenea y parecía tan cómodo que el corazón se le llenó de alegría.
—¿Has dicho en serio todas esas cosas?
—Totalmente en serio —dijo ella acercándose a él—. La vida es demasiado corta para vivirla con amargura y resentimiento, especialmente por cosas que no puedes cambiar.
—Ven aquí, preciosa —dijo él abriendo los brazos, y Libby se sintió más libre de lo que recordaba haberse sentido en mucho tiempo.
—¿Has hablado con Georgia?
—Ese es uno de los motivos por los que estoy aquí. Esa mujer me dijo que si no te daba un anillo pronto, cambiaría de opinión acerca de mí.
Se metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña caja de terciopelo algo gastada.
—Este anillo no es como el primero que te regalé y necesitará algún ajuste —dijo mirando la caja—. Libby, te prometo que esta vez seremos una familia.
Libby no podía dejar de sonreír.
—Ábrela —dijo.
En su interior, en una cama de satén de color crema, había una exquisita esmeralda engarzada en plata vieja. Libby lo miró desconcertada.
—Georgia me lo ha dado. Perteneció a su madre. Hizo que una vecina se lo enviara anoche. Quiere que lo tengas tú. Y yo también.
—¿Trent? Soy muy feliz. Al fin somos una familia.
* * * * *
Weezer llegó pronto y tomó asiento en las primeras filas en la iglesia. Miró a su alrededor, serena en el silencio del templo apenas iluminado por los rayos de sol que se filtraban por las vidrieras. Olía a madera encerada, flores y cera de las velas.
La familia comenzó a llegar. Cerró los ojos y dio las gracias porque el invierno que había cubierto el alma de aquéllos a los que amaba pasara pronto. Cuando Trent le contó lo del aborto y su inmadura reacción años atrás, el alma se le encogió ante el dolor de su chico. Bendijo a los dos por haber cargado con esa pena durante tanto tiempo.
Oyó un ruido detrás y vio a Lila. Weezer le hizo una señal. Lila había pedido vacaciones en el casino para ir a Whitefish y ocuparse de Kylie cuando los Chisholm se fueron. Weezer agradecía que Lila hubiera podido llegar para estar con Trent y Libby en ese día.
El cura entró y encendió las velas del altar. Del órgano salieron las primeras notas de Canción de cuna, de Brahms. Lila tomó la mano de Weezer.
La puerta de la iglesia se abrió y entraron los Chisholm seguidos por Trent, Kylie y Libby, que llevaba un libro debajo del brazo. A medio camino del pasillo, Libby extendió el brazo, tomó la mano de Trent y éste sonrió con tanta ternura que Weezer, que rara vez lloraba, sintió una molesta picazón en los ojos. Se sentaron todos juntos en el primer banco.
Entre los asistentes también estaba la amiga de Libby, Lois. Cuando todos estuvieron sentados, el reverendo Jeter salió de la sacristía. Durante un momento permaneció en silencio, la cabeza inclinada. Finalmente, la levantó y miró a Trent y a Libby.
—Nos hemos reunido aquí hoy para recordar y rendir homenaje al momento en que, Libby, recibiste la noticia, llena de esperanza, de que ibas a tener un hijo y para llorar la pérdida de su vida. No podemos saber la respuesta a la pregunta «¿por qué?». Pero sí podemos estar seguros de la bondad infinita de Dios. Sabemos que comprende vuestra pena y comparte vuestras lágrimas, al igual que promete reconfortaros y sanar la herida.
Weezer vio que Libby tenía un nudo en la garganta. Trent permanecía con la cabeza inclinada. El reverendo leyó entonces:
—Mensaje de Isaías. «El Señor cuidará de su rebaño como un pastor, mantendrá juntas a sus ovejas y las alimentará» —se detuvo y añadió—: Oremos. Padre nuestro, tu hijo tomó a dos pequeños en sus brazos y los bendijo. Danos ahora el mensaje de que esos pequeños no nacidos están dentro de tu abrazo amoroso. Libby y Trent han venido hoy aquí para encomendar a… —vaciló un momento.
—Scooter —dijo Trent con voz estrangulada. Libby le pasó el brazo por el suyo y lo acercó a sí mientras el reverendo sonreía para darles ánimos.
—Para encomendar a Scooter a tu amor y cuidado infinitos, junto con…
Libby lo miró con lágrimas en los ojos y sacudió la cabeza con tristeza.
—Junto con el bebé que nació muerto anteriormente. Encomendamos estos dos bebés a tu abrazo amoroso y compasivo porque sabemos que allí encontrarán la paz y el cuidado.
Weezer nunca se había sentido tan orgullosa de Trent. Había admitido su insensibilidad pasada. Al mirarlo ahora no tenía duda alguna del futuro que la aguardaba.
—¿Lobby? —el cura la llamó al levantarse—. ¿Trent?
La pareja se levantó y permaneció frente a él.
—Libby, en tus manos tienes el libro con los recuerdos de aquellos primeros meses de tu embarazo. ¿Qué has decidido hacer con él?
Libby miró a Trent, que se acercó más a ella y le rodeó la cintura con un brazo.
—Se lo confío a usted, padre, como símbolo de mi cura y mi deseo de abrazar todo aquello que mi futuro me depare.
Weezer vio las letras escritas en la tapa del libro que Libby le dio al cura. Mi libro de bebé.
—Trent, ¿qué más habéis traído Libby y tú en señal de ofrenda?
—En memoria de estos dos bebés no nacidos, queremos ceder a la iglesia este cheque en contribución a la redecoración de la guardería.
—Dios todopoderoso, te ofrecemos este regalo para los pequeños. Que sus vidas sean bendecidas con este detalle de amor.
Cuando Libby regresó a su banco, le pasó el brazo por encima de los hombros a Kylie y la besó en la frente. Georgia estaba tocándose los ojos con un pañuelo y Gus se aclaró la garganta.
—A todos los que se han reunido hoy aquí, les pedimos su apoyo para Libby, Trent y Kylie en su camino para enfrentarse a los misterios de la vida y la muerte y para que se fortalezcan los lazos de su familia. Oremos.
Perdida en sus recuerdos del niño que montaba en bici, saltaba verjas y reía de felicidad cuando consiguió su primer salto sobre los esquís, Weezer no escuchó mucho más. En su lugar, pidió su propio deseo: «Que tengan la oportunidad de traer al mundo una nueva vida».
Epílogo
Mayo
—¡Papá, no! No puedes entrar —Kylie, vestida con vestido de tafetán rosa, se apoyó contra la puerta de la habitación que había junto a la sacristía.
—Por favor —Trent imploró a su hija.
Georgia y Libby intercambiaron sonrisas divertidas.
—No está permitido —dijo Kylie con exasperación—. No puedes ver a la novia antes de la boda.
—¿Puedes darle un mensaje entonces?
—Vale —dijo la niña con los brazos en jarras.
—Dile que la quiero y que estoy impaciente.
—Dile que yo también —dijo Libby guiñándole un ojo a Kylie con gesto cómplice.
—¡Ella también! Y ahora vete.
Libby se miró en el espejo y reconoció que por mucho que una mujer tuviera que esperar, verse vestida de novia era como ver a una preciosa nueva mujer. Apenas podía reconocerse.
—Estás preciosa, querida —dijo Georgia con el velo en las manos—. ¿Me dejas?
—Será un honor —dijo Libby inclinando la cabeza para que la otra mujer pudiera fijarlo con unas peinetas. Cuando terminó, se miró en el espejo otra vez. Su primera boda años atrás había consistido en un viaje apresurado a Las Vegas, unas rápidas palabras y una apresurada salida de la capilla. En ese momento, se veía como una novia de verdad, afortunada de poder casarse con Trent Baker por segunda vez.
—¿Cuánto queda? —preguntó la niña balanceándose impaciente.
—Poco —dijo Georgia poniendo el brazo por encima de los hombros de su nieta.
—Pareces una Barbie novia —dijo Kylie extasiada.
—Gracias a las dos por todo. Por aceptarme. Por quererme.
—Es fácil —dijo Kylie.
—Es verdad —dijo Georgia con sonrisa cómplice.
—Gracias también por comprender que necesitara que la boda se celebrara precisamente en este día.
—El Día de la Madre —dijo Kylie con orgullo.
—Toda mi vida, el Día de la Madre había sido triste, en soledad.
—Me lo imagino —murmuró Georgia.
Y Libby sabía que era cierto. Después de todo, ella había perdido a su hija.
—Deseaba mucho una razón para celebrar este día y a partir de hoy, Kylie y yo tendremos una madre y tú, querida Georgia, tendrás una hija. Todo eso y además, un aniversario de boda —dijo sonriente.
—No quiero estropearte el vestido pero quiero abrazarte y decirte lo mucho que te quiero —dijo Georgia sin poder contenerse.
—Tú eres más importante que un vestido —dijo Libby a punto de llorar—. Yo también te quiero.
—Y yo también —dijo Kylie.
Y llegó la hora. Libby no pudo evitar echar un vistazo a la iglesia. Estaba abarrotada. Cuatro bancos ocupados por sus alumnos y sus padres. Se alegró de ver a Mary y, junto a ella, a Doug acompañado de la nueva profesora de primaria. Georgia fue a sentarse a su banco y, Kylie, que debía acompañar a Libby, esperó impaciente a que sonara la marcha nupcial.
Un minuto antes de que diera comienzo la ceremonia, Libby vio una grandiosa limusina aparcada en la puerta. El conductor salió y se apresuró a abrir la puerta. Libby contuvo un grito al ver quién era: el senador.
Este subió los escalones y se detuvo para quitarse el abrigo y el sombrero. Después se acercó a Libby, las mejillas sonrojadas por el esfuerzo.
—No me lo he perdido.
—No —dijo ella aún sorprendida de verlo.
—Supongo que no querrás que te acompañe al altar —dijo mirando hacia el interior de la iglesia.
—Lo sabes muy bien. Criaste a una mujer independiente. Nadie puede hacer eso sino yo misma.
—Lo sabía —dijo él—. Pero antes de entrar, quiero decirte que eres la novia más hermosa que he visto, y he visto muchas —y se inclinó para besarla—. Te deseo toda la felicidad.
—Gracias. Estoy encantada de que hayas podido venir —dijo Libby. Al mirarlo, vio un brillo húmedo en los ojos del senador y se dio cuenta de que aún podían mejorar las cosas.
—Pensándolo mejor, será un honor que me acompañes al altar.
El órgano sonó y el hombre le ofreció el brazo. Aunque apenas era consciente de las sonrisas y los gestos de aprobación de los invitados, sus ojos no perdieron de vista en ningún momento al apuesto hombre que esperaba junto a Chad. El hombre que había esperado toda su vida. El hombre que le había dado una hija y le prometía nuevos bebés de los dos.
Y al mirarlo a los ojos pletóricos de amor por ella, se sintió impaciente por empezar a intentarlo.
Fin