La danza de los deseos – Laura Abbot

—Eso también.

—Hola, abuelo.

Trent se levantó para dejar que Gus se acercara a Kylie.

—Hola, cariño. ¿Qué tal te encuentras?

—Me duele la cabeza. Y el brazo un poco.

—Es normal —dijo Gus tomándole la mano.

—¿Dónde está la abuela?

—Viene por el pasillo.

—Quiero verla.

—Aquí estoy, cariño —Georgia entró en la habitación y dejó dos vasos de café en la mesa.

—¿Me has traído una Barbie?

—Eres una sinvergüenza —dijo Georgia riéndose—. Hoy no. Pero mañana, te lo prometo.

—Parece que se está recuperando —dijo Trent con una sonrisa.

—Tu Libby estuvo aquí hace un rato —dijo Gus apoyándose contra el armario, los brazos cruzados.

Trent no lo juraría, pero le pareció captar un tono de aprobación en sus palabras.

—Siento no haberla visto.

—Weezer McCann nos dijo que Libby pasó toda aquí toda la noche con Kylie.

—Así es.

—¿Papá?

—¿Qué, cariño?

—Quiero mucho a la señorita Cameron.

Trent no sabía qué decir. Por el momento, no sabía qué iba a pasar y no lo sabría hasta que hablara con Libby. Gus avanzó hasta su mujer y le rodeó los hombros con un brazo.

—Creo que nuestra nieta lo ha dicho todo, ¿verdad, cariño?

El rostro de Georgia, siempre perfectamente controlado, evidenciaba una fuerte lucha interna.

—Trent, ya sabes que me costó aceptarte como yerno, pero a la larga, sé que hiciste feliz a Ashley. Kylie te adora —se aclaró la garganta—. Mereces ser feliz. Y no seré yo la que te lo impida.

Aquellas palabras sí que fueron verdaderamente inesperadas y Trent temía estar malinterpretando las señales. Los Chisholm parecían estar ofreciéndole una aprobación tácita.

Antes de que pudiera decir nada. Gus tomó la palabra a su mujer.

—Nada es tan importante para nosotros como la felicidad de nuestra Kylie —miró a Trent de frente queriendo decirle algo más que lo que comunicaban sus palabras—. Con todo lo que eso implica.

—Os lo agradezco —dijo por fin Trent sobrecogido por la emoción.

—De acuerdo, entonces —dijo Georgia apartándose de su marido—. ¿Quién quiere café?

—Yo no —dijo Kylie para diversión de todos.

* * * * *

Hacia media tarde, Trent salió de la oficina. Le parecía que había pasado una eternidad desde que saliera con Chad al rescate. Cuando su compañero lo vio, cruzó la habitación y lo abrazó.

—Amigo, lo has debido de pasar fatal. ¿Qué tal está Kylie?

—Nunca había estado tan asustado en la vida —dijo Trent después de contarle cómo se encontraba su hija.

—Te sientes impotente, ¿verdad? Estamos acostumbrados a arreglar las cosas siempre.

—Yo no pude ayudar a Ashley. Si hubiera perdido a Kylie, yo… —se detuvo.

—Pero por lo que cuentas, la situación ahora es bastante esperanzadora.

—Aún no ha pasado el peligro totalmente pero podría haber sido mucho peor. He venido para disculparme por no haber podido venir a trabajar. Puede que sea así durante algunos días.

—Por Dios, Baker, no pensarás que te iba a decir algo. Nada es más importante que la familia. Tranquilo, ya nos arreglaremos aquí —Chad le entregó un cuadro a Trent—. Además, hay buenas noticias. Mira esto. Dos reservas para julio. Colega, creo que el negocio ha despegado.

—Genial. Puede que el día termine mejor de lo que empezó, después de todo.

—No pareces muy convencido. ¿Qué pasa? —preguntó Chad con suspicacia.

—Lib.

—Dios, tío, no le echarás la culpa a ella, ¿verdad?

—No, pero… —no encontraba las palabras—. Ha ocurrido algo —acertó a decir.

—Bueno, sea lo que sea, arréglalo. Cuanto antes mejor. No te beneficia nada tener más estrés.

—Y que lo digas.

—Lo único que te digo es que esa mujer es buena para ti. Así que sea lo que sea que tengas que hacer, no lo estropees.

—Gracias por ser mi amigo —dijo Trent bajándose del mueble en que se había sentado y dándole una palmada a Chad en la espalda.

—Es fácil. Ahora, vete a casa o al hospital o adonde quieras. Pero arregla lo que haya pasado con Libby.

Cuando Trent salió de la oficina, se dirigió al hospital preocupado por las palabras de Chad. «Arréglalo».

* * * * *

Libby apenas probó bocado en la cena. Intuyendo que algo iba mal, Mona se quedó cerca de ella todo el tiempo, frotándose contra sus piernas y subiendo a la mesa en la que Libby estaba corrigiendo. Aunque de nada servía intentar trabajar. No podía dejar de pensar en su solitario último año de instituto cuando su padrastro se pasaba fuera la gran parte del tiempo viajando haciendo campaña en la carrera hacia el senado. Para ella, aquella casa nunca había sido más que un lugar solitario, remoto e imponente.

La primavera llegó también a Oklahoma aquel año con su explosión de colorido floral y también la revolución de sus hormonas enfebrecidas. Como las flores, su joven cuerpo se abrió a las caricias, a los besos húmedos y más tarde a los insistentes arrumacos que culminarían con su iniciación en el rito del amor.

Hacía mucho tiempo que había destruido las fotos de su baile de promoción.

Decidida, intentó trabajar. Acababa de poner la calificación en el trabajo de Rory y una pequeña nota sobre la mejora experimentada cuando llamaron a la puerta. Se quedó petrificada porque sabía que los próximos minutos u horas decidirían su futuro. Todos sus intentos de ensayar una posible explicación habían sido en vano. Por mucho que lo intentara, no podía encontrar las palabras.

Al segundo toque, Libby se levantó y fue a abrir.

—Pasa —dijo sin demasiada convicción en la voz.

—Hola —dijo él frotándole el brazo cariñosamente.

—¿Cómo está Kylie esta noche? Parecía estar mejor cuando pasé por ahí después de clase.

—Cansada pero deseando volver a casa.

Trent se sentó en el sofá y Libby se acomodó en el suelo con la espalda apoyada en el sillón. Mona paseaba tranquilamente por el salón hasta que finalmente se acurrucó en su regazo.

—¿Lib? —preguntó Trent.

Libby levantó lentamente la cabeza y miró a Trent, que estaba inclinado hacia delante con las manos en las rodillas.

—Estoy aquí para escucharte pero, antes de que me cuentes nada, quiero que sepas una cosa. Nada de lo que puedas decir o hacer hará que deje de quererte.

—No estés tan seguro —dijo ella sintiendo un nudo en la garganta.

—Quiero que empieces por el principio.

Libby no estaba muy segura de dónde era eso, ¿El momento en que su madre se casó con Belton o cuando murió? ¿Tal vez el momento en que, deseosa de compañía y amor, le había pedido permiso para salir con Brett Perry?

No, el secreto que había estado ocultando todos esos años se había debido a la insistencia de su padrastro de que no permitiría que un molesto embarazo interfiriera en sus ambiciones políticas.

—Yo… yo no pude decírtelo. No podía decírselo a nadie —silencio.

—¿Qué no podías decirme?

Desesperadamente, evitó el contacto con sus ojos y miró alrededor aunque sabía que no podía posponer el momento indefinidamente.

—Lo de mi otro bebé.

Libby notó que Trent suspiraba profundamente.

—Eso pensaba. ¿Qué ocurrió?

—La primavera de mi último año en el instituto, me quedé embarazada.

—¿Quién era el padre?

—Un chico con el que salía —se detuvo recordando lo desesperada que había estado por sentirse aceptada y amada. Y cómo al enterarse de su embarazo había esperado que, tras la graduación, pudiera haber celebrado una boda sencilla en el jardín y haber tenido a su bebé.

—¿Qué ocurrió con él?

—Brett no quiso saber nada de mí ni del bebé. Tenía grandes planes. La universidad, hacerse abogado. No podía cargar con un bebé ni conmigo.

—Maldita sea —murmuró Trent.

—Pero no acaba ahí la cosa —Libby no podía detener la cascada de palabras—. Mi ambicioso padrastro tampoco quería que su carrera se viera afectada por una mancha en el honor de la familia. ¿Qué habría ocurrido si la prensa se hubiera enterado de lo que me había pasado? Se puede decir que compró a Brett y a su familia y a mí me dio un ultimátum. O abortaba o me olvidaba del dinero para ir a la universidad.

—Lib… —Trent estaba enrojecido.

—Por favor. Déjame terminar. Lo único que he querido ser en esta vida es esposa y madre. Tener hijos que supieran que eran queridos y aceptados. Brett fue un cobarde pero ya lo he superado. Sólo quería a mi bebé. Y juré que haría todo lo posible por protegerlo aunque eso significara oponerme a papá Belton —se atragantó con la palabra—. La pequeña y dulce Libby presentó batalla.

—Pero no tuviste a nadie que te apoyara.

—Estaba desesperada —dijo ella con expresión sarcástica—, pero no era estúpida. Lo amenacé con contarle lo de mi embarazo a la prensa local. Algo así no habría gustado mucho en el distrito conservador en el que vivíamos.

Trent hizo ademán de acercarse a ella pero Libby lo detuvo con un gesto de su mano.

—Hay más —no podía dejar que Trent la reconfortara todavía. Tenía que purgar todo lo que había estado en cerrando en su corazón durante años—. Al final conseguí que me dejara ir a vivir a otra parte para poder tener a mi bebé. Después lo daría en adopción —recordaba la escena en el despacho de su padrastro, hablando de la vida de su hijo como si fuera un acuerdo de negocios—. No podría hablarle a nadie de mi «vergüenza», ni intentar encontrar a mi hijo, o mi padre tomaría represalias —se en cogió de hombros—. No me dio demasiadas opciones. Me mudé a Oregon. Todos mis amigos pensaron que me iba a una escuela de verano.

—¿Y el bebé…?

Hasta el momento no se había dado cuenta de que estaba llorando. Se limpió una lágrima y sacudió la cabeza.

—No sobrevivió.

—¿Qué quieres decir?

Como si se tratara de una película en blanco y negro, el rostro de aquel médico se coló en su cerebro, la sala de partos en un silencio que no presagiaba nada bueno, y el brillo de las herramientas de acero. Sus palabras aún le causaban pesadillas: «Lo siento. Su hijo está muerto».

Perdida en sus pensamientos, no se dio cuenta de que Trent se había acercado a ella hasta que la tuvo en sus brazos.

—Nació prematuramente a los seis meses y medio.

—Dios —su grito de dolor resonó por encima del llanto de Libby.

—Estaba en Oregón sola —dijo, pero se guardó que sólo el movimiento de su vientre y la promesa de una nueva vida la alentaba.

Trent la acunó en sus brazos. Libby no sabía cuánto tiempo estuvieron así, ayudándose en el dolor de cada uno. Le dolía el corazón por la pérdida de dos bebés y sus lágrimas parecían no tener fin. Pero, poco a poco, fue dándose cuenta de que las lágrimas no provenían sólo de sus ojos. Al final, Trent se separó un poco y le tomó el rostro en las manos.

—¿Por qué no me lo contaste?

—Yo… no podía —dijo ella tratando de recordar por qué no lo había hecho—. Cuando estaba en Oregón hice mi elección. A partir de aquel momento, poco o nada tendría que ver con mi padrastro, pero sí iba a dejar que pagara mi educación. Así fue como acabé en Montana. Me juré que empezaría una nueva vida, sin mirar atrás, sin reconocer un pasado de soledad y abandono. Sería una de tantas personas sin preocupaciones. Era la única forma de sobrevivir a aquellos primeros meses tras el aborto. He pasado años guardando el secreto, incluso a mí misma. De otro modo, me habría destrozado.

—Entonces cuando te quedaste embarazada de nuestro bebé…

—Fue como si se me estuviera dando una nueva oportunidad, una nueva vida. Tenía un marido que me amaba y un hijo en camino. Mi sueño de formar una familia se estaba haciendo realidad por fin. No puedes imaginar lo feliz que me sentía.

—No. Fui demasiado insensible para darme cuenta.

—Eras muy joven, Trent. Además, ¿cómo podrías haberlo sabido?

Emocionalmente y físicamente aliviada, se sintió reconfortada entre los brazos de Trent, escuchando el fuerte latido de su corazón.

Al rato se levantó para ir al cuarto de baño y Trent se quedó solo. No podía dejar de pensar en lo estúpido que había sido. Se levantó furioso y comenzó a pasear por el salón pensando en el senador Belton, un hombre egoísta y necio. Su comportamiento había sido inexcusable. También pensó en Kylie y si alguien llegaría a tratarla alguna vez con tanta dureza.

Lo bueno era que allí estaba Libby, una superviviente que, a pesar de lo que había sufrido, era capaz de amar a su hija Kylie incondicionalmente. Y él quería ser el hombre que la amara por completo y estuviera dispuesto a pasar el resto de su vida con ella para demostrarle que, aunque había sido inadecuado para ella en el pasado, era el hombre perfecto para ella ahora.

Cuando Libby entró de nuevo, se había quitado todo el maquillaje y, a pesar de la rojez en sus ojos, consiguió sonreír y se acercó a él.

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