La danza de los deseos – Laura Abbot

—Esa otra persona es Libby Cameron, una mujer adulta perfectamente responsable. Y por tu forma de hablar parece que se trate de una frívola. Por todos los santos, según las noticias, estaba ayudando a rescatar a dos personas heridas.

Georgia miraba al frente ajena a la interminable aparición de negocios franquicias que se alineaban a ambos lados de la autopista. Tan sólo deseaba que el hospital apareciera. El miedo le atenazaba la garganta. Si al menos Gus no fuera un hombre tan razonable. ¿Nunca le daría el placer de alzar la voz para maldecir a Trent y a esa mujer?

—Di lo que quieras, pero si algo le pasa a nuestra Kylie, que Dios me ayude…

—¿Qué? ¿Le echarás la culpa a Trent?

—Sí. Pesará sobre sus hombros.

—¿Igual que con Ashley?

—¿Qué se supone que quieres decir con eso? —preguntó mirándolo.

—Nunca aceptaste a Trent. Me pregunto si, de alguna manera, lo has culpado todo el tiempo por la muerte de Ashley.

Georgia sujetó con dedos rígidos el bolso.

—¿Estás loco? —dijo dejando escapar una débil risa—. Como si Trent pudiera controlar la leucemia.

—Quiero decir que, en tu cabeza, pensabas que todo habría salido bien si se hubiera casado con un hombre diferente.

Era irracional y Georgia lo sabía pero no podía dejar de hacerse esas inútiles preguntas. ¿Qué habría pasado si Ashley se hubiera casado con Browning Lafferty y se hubieran mudado a Denver? ¿No habría sido alguna sustancia tóxica de las paredes de la casa en que vivía con Trent? Y ahora no podía evitar preguntarse si Kylie no estaría en el hospital de no haberse mudado a Whitefish.

Cerró los ojos y con ello encerró la rabia en su corazón. Aunque no le gustaba lo que su marido acababa de sugerir, una terrible verdad pesaba en aquella situación. No era una persona horrible… ¿O sí?

Gus condujo en silencio. Al fondo, Georgia vio una señal que indicaba la dirección al hospital. El corazón dejó de latirle en el pecho.

—Trent no necesita nuestra ira ni nuestro juicio. Lo ha debido de pasar muy mal.

La imagen de su preciosa Kylie sonriendo llenaba la mente de Georgia. Se centró en un pensamiento en particular. El rostro radiante de Ashley el día que le dijo que estaba embarazada del «único hombre que había amado en su vida».

Una lágrima descendió por la mejilla de Georgia y el sabor salado se coló entre sus labios. Sólo entonces Gus la miró, como movido por una intuición.

—Lo que necesitan, cariño, es nuestro amor.

—Lo sé —murmuró, preguntándose por qué habrían ocurrido todas esas cosas malas.

—Tú tienes mucho para dar, y éste es un buen lugar para empezar —dijo Gus dándole unos golpecitos cariñosos en el muslo.

Entraron en el aparcamiento del hospital y, por razones que no sabría explicar, Georgia se sintió más tranquila y más serena de lo que se había sentido en mucho tiempo.

* * * * *

Libby se acurrucó en la cama acariciada por los rayos del sol, y el cuerpo cálido de Mona a su lado. La ducha que se había dado no había conseguido aliviar el dolor de su cuerpo y no había bálsamo alguno para su alma, excepto el hecho de que Kylie se encontraba mejor. Temblando, se cubrió con las mantas y ajustó la almohada por quinta o sexta vez ya. No conseguía sentirse cómoda.

Se puso de espaldas y cruzó las manos sobre el vientre. Ahora que sabía que al haber estado engañándose había dejado atrás la rabia que sentía hacia el senador y su propia culpa. ¿Acaso había creído realmente que había pagado ya por todos sus pecados; que una vida dedicada a enseñar a los pequeños serviría?

¿Y qué pasaba con Trent? Se acurrucó en posición fetal. Se había mostrado tan altiva y poderosa, tan segura de que tenía razón, que lo había juzgado inútil para ser padre. Si la situación no fuera tan trágica, se reiría de sí misma.

Pensó en el libro de bebé oculto en su baúl de cedro, en los sueños rotos de la ingenua chica que había sido a los dieciocho años, en su padrastro y su arrogante suposición de que sabía lo que era mejor para ella.

Y en lo único que la había salvado de todo: Trent. El hombre que había apartado de sí por su errónea idea de lo que estaba bien.

Aunque no la culpara por el accidente con Kylie, necesitaba que la perdonara por muchas otras cosas. Era pedirle demasiado al hombre que ella había acusado de egoísta. El padre que había visto junto a la cama de Kylie esa noche le había demostrado lo diferente que era.

Tomó un pañuelo y lloró sobre la almohada. Al menos las lágrimas servirían de alivio físico porque no podían hacer nada por aliviar la carga que llevaba en su alma.

Finalmente, exhausta y sin lágrimas, cerró los ojos y fue quedándose agradablemente dormida. Al principio, cuando sonó el teléfono, se incorporó segura de que era el timbre del colegio. Pero entonces se dio cuenta de que no había niños allí pero el timbre seguía sonando…

Entonces, se percató de que estaba en su habitación que no hacía más de tres horas que se había metido en la cama y alguien llamaba por teléfono. Descolgó pensando que podía ser una llamada del hospital.

—¿Diga?

—¿Señorita Cameron? —la voz le sonaba vagamente familiar pero no la reconocía.

—Soy yo —dijo ella.

—Le habla Jeremy Kantor. Hablamos hace unos días de una posible entrevista.

Libby cerró los ojos, sin poder creerlo. No podía ocuparse de ese hombre en ese preciso instante.

—Lo recuerdo.

—Estoy en Oklahoma City terminando mi investigación. Si todo sale según lo planeado, me gustaría hablar con usted el martes o el miércoles.

—¿Esta semana?

—Sí. Tengo planeado ir a Missoula y alquilar allí un coche. Podríamos acordar un momento que nos venga bien a los dos.

Su primera intención fue la de posponer el encuentro. Claro que, como no pensaba contarle nada especialmente significativo, podría quitárselo de encima cuanto antes.

—Martes, después de clase, en mi casa. ¿Tiene mi dirección?

—Sí. ¿Le parece bien a las cuatro y media?

—Allí estaré.

Colgó el teléfono y volvió a la cama. El honorable Vernon G. Belton tenía suerte de que la entrevista no tuviera lugar en ese preciso momento porque se sentía tentada de contar toda la verdad.

Capítulo 13

El sol casi se había puesto cuando Trent se despertó de un profundo sueño. La cabaña estaba oscura y vacía sin Kylie. Adormilado, se sentó y descolgó las piernas a un lado de la cama. Los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas giraban sin cesar en su cerebro. Aunque reticente, había salido del hospital después de que la doctora Coker le dijera, para su alivio, que Kylie se recuperaría por completo y sólo porque ya habían llegado Georgia y Gus.

Se puso en pie y sacudió la cabeza sin poder creerlo. Había esperado que Georgia lo hubiera criticado por haber dejado a Kylie con Libby. Sin embargo y para su asombro, había entrado en la habitación, se había acercado a Kylie directamente y al mirarlo a continuación sus palabras habían sido dulces, no acusadoras.

—Lo siento, Trent. Debes de haberlo pasado muy mal.

Entonces, Gus le había puesto una mano en el hombro y le había dicho:

—Hijo, todo va a salir bien.

—Estamos aquí para ayudar en todo lo que necesites —había añadido Georgia y Trent recordó haber sentido un gran alivio a pesar de la confusión ante la inusual generosidad de la mujer.

Al salir del hospital con Weezer ésta le había preguntado si le había ocurrido algo con Libby, a lo que él sólo había podido responder con un asentimiento de cabeza.

—Estás cansado. Descansa un poco, pero no tardes mucho en verla. Os necesitáis mucho el uno al otro ahora —le había dicho.

Sus palabras lo habían acompañado en su camino a casa y durante la ducha. Sabía que tenía razón pero temía averiguar algo desagradable cuando hablara con Libby. Pensaba que tal vez el aborto no hubiera sido el único fallo de su matrimonio, que tal vez éste se hubiera basado sólo en medias verdades y no sabía si sería posible empezar de nuevo.

Bajo el agua de la ducha, se había dado cuenta de que si Libby le había ocultado algo, debía de tener sus razones. A juzgar por la mirada que había visto en sus ojos, algo la estaba destrozando por dentro. Si él la amaba, cosa que era cierta, tendría que escuchar a su corazón. Algo que no había hecho el día del aborto del hijo de ambos.

* * * * *

Tras la llamada de Jeremy Kantor, Libby sabía que no serviría de nada volver a la cama. En lugar de eso, llamó a Mary para contarle el accidente de Kylie. Aunque ésta le dijo que se quedara en casa y no fuera al colegio al día siguiente, Libby sabía que no podía aceptar la oferta. Su única escapatoria posible de los dolorosos re cuerdos que la perseguían era estar con sus niños.

Se duchó, se lavó el pelo, se vistió y salió hacia el hospital, consciente de que no podría funcionar adecuadamente si no veía a Kylie y se aseguraba de que estaba bien. No podía pensar ni siquiera en Trent.

Era un soleado día de invierno. Fuera del hospital, Libby inspiró profundamente el frío aire de Montana y se preparó para lo que fuera que la esperaba en el interior. Trent tal vez, o los Chisholm, o a lo peor, malas noticias.

A través de la puerta entornada de la habitación, vio a Gus Chisholm sentado en el sillón del rincón con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados. Georgia estaba junto a la cama, cantándole una nana.

Las lágrimas se arremolinaron en los ojos de Libby. Ver el rostro lleno de amor de Georgia y escuchar la canción que su madre solía cantarle a ella, la llenó de emoción.

Al terminar la canción, Georgia se giró hacia la puerta lentamente y la saludó.

—Hola, Libby —dijo suavemente.

—¿Cómo está? —preguntó Libby acercándose un poco más.

Para asombro de Libby, Georgia extendió el brazo por encima de la cama y le tomó la mano.

—Se pondrá bien —dijo con una sonrisa esperanzadora.

—Gracias a Dios —dijo Libby exhalando aliviada, incapaz de contener las lágrimas—. Lo siento muchísimo —dijo secándose las mejillas y mirando a la mujer.

Georgia soltó la mano de Libby y recolocó las sábanas sobre los hombros de la niña.

—Al principio, te eché la culpa —dijo Georgia mirando fijamente a su nieta.

—Lo entiendo —dijo Libby luchando por controlar sus emociones.

—Pero cuando escuché lo que había pasado, dudo mucho que ni siquiera Trent hubiera podido evitar que sucediera.

—Fue un accidente —dijo Gus desde el rincón de la habitación.

—Tras la muerte de Ashley, sentía la desesperada necesidad de proteger a Kylie, y protegerme así a mí misma para que no volvieran a hacerme daño. Ahora sé que eso es imposible —se detuvo para recuperar el control y sonrió débilmente—. Kylie ha estado preguntando por ti.

—¿De veras?

—Sí. Es evidente que eres muy importante para ella —Georgia vaciló antes de continuar—. Y si eres importante para ella, eres importante para nosotros.

Libby no podía creer lo que estaba oyendo. La estaban perdonando. Lo único que pudo decir fue lo que sentía en su corazón.

—La quiero mucho.

—Joven, creo que hablo por los dos cuando digo que estamos deseando que entres a formar parte de la vida de nuestra nieta.

Antes, algo así le habría parecido imposible. Una vez, aquellas palabras la habrían llenado de gozo. ¿Pero en ese momento? Todo dependía de Trent.

—Gracias —fue lo único que consiguió decir. Y acercándose a la cama, le rozó a Kylie la mejilla—. Cuídate, tesoro. Haz lo que la doctora te diga. Todos te echaremos de menos en clase —dijo atragantándose por la emoción—. Yo particularmente —y se dio la vuelta, hizo un gesto de asentimiento a los Chisholm y salió de la habitación presa de los nervios, el arrepentimiento y la pena.

* * * * *

No había nadie en la habitación cuando Trent llegó, pero Kylie estaba despierta y le hizo todo tipo de preguntas. No recordaba el accidente en sí, sólo a Bart Ames retándola a una carrera.

—Casi le gané, papá. La próxima vez, le ganaré.

Oír «la próxima vez» lo llenó de alivio pero también de miedo.

—Pero tardarás tiempo en volver a esquiar y a correr.

—Lo sé. Mi brazo —dijo la niña frotándoselo con la mano buena—. ¿Pero después? —levantó la mirada esperanzada—. Hice un salto con los esquís, ¿sabes?

—Está bien. Cuando te pongas bien, intentaremos esquiar de nuevo.

—De tal palo tal astilla.

Trent se dio la vuelta. Gus estaba en la puerta con una gran sonrisa en el rostro.

—Debes de haber heredado el gusto por tentar al peligro —añadió.

—Algunos lo llaman cabezonería.

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