A medio camino de descenso de la montaña, Trent se dio cuenta de que estaba en peor forma de lo que había pensado. Cuando llegaron a la base, se quitó la mochila, las botas de nieve, y se sentó en una roca, extenuado. Estuvo así varios minutos hasta que notó una mano en el hombro. Al levantar el rostro, vio la cara angustiada de Chad y tuvo el terrible presentimiento de que algo horrible había ocurrido.
—¿Qué pasa?
—Acabamos de escuchas algo por radio. Es Kylie.
Fue como si un volcán entrara en erupción en su cabeza. Las lágrimas lo quemaban en los ojos.
—¿Qué ha ocurrido?
—Un accidente. Está en el hospital. Estamos intentando que te lleven a la base.
—¿Se pondrá bien? —gritó angustiado tomando a Chad por la solapa de su parka, los ojos enrojecidos.
—No lo sé. Dios, espero que sí. Voy a llamar —dijo su amigo—. Equipo uno a base. Corto.
* * * * *
Weezer permanecía sentada con los ojos cerrados rezando a todo espíritu misericordioso que conocía. En primer lugar por Kylie y porque sanara rápido. Después por Trent, el padre que tanto quería a su hija. Y finalmente por la joven que tenía a su lado, doblada en dos por el miedo y la culpa, que amaba sin límite tanto al padre como a la hija.
Llevaban casi dos horas esperando y no les habían dicho nada. Otros pacientes y familias llegaban y se marchaban. La televisión que nadie miraba zumbaba incesantemente. Un nuevo turno de enfermeras llegó. Weezer se acercó al vestíbulo de urgencias para utilizar el control remoto con la patrulla de rescate, pero las noticias no resultaron demasiado optimistas. Los hombres no podrían bajar de la montaña hasta la tarde, si las condiciones atmosféricas eran favorables. Y a juzgar por el viento que se había levantado y el cielo cubierto, no parecía muy probable.
En medio de sollozos, Libby había conseguido relatarle el accidente. En otras circunstancias, Weezer habría sonreído al comprobar que la hija respondía igual que el padre ante un desafío.
Al notar una presencia a su lado, Weezer abrió los ojos. Una enfermera se acercaba.
—Señorita McCann, señorita Cameron, ¿podrían venir conmigo? El doctor quiere hablar con ustedes.
Ambas se levantaron. La enfermera las condujo hasta una pequeña habitación tras unas puertas abatibles. A los pocos minutos, una mujer con el pelo corto y entrecano, y gafas, se presentó como la doctora Coker.
—He hablado con el padre de la niña y me ha dado permiso para informarlos del estado de Kylie —se encogió de hombros con gesto comprensivo—. La intimidad del paciente, ya saben.
—¿Se pondrá bien? —preguntó Libby.
—Eso esperamos. Nos hemos ocupado del brazo roto. Afortunadamente ha sido una rotura limpia y le hemos cosido el corte de la cabeza. Nuestra mayor preocupación ahora es la conmoción. No ha recobrado el cono —cimiento. No es extraño pero estamos haciendo un escáner para comprobar que no hay daño cerebral.
—Oh, Dios —dijo Libby dejándose caer en una silla.
—Somos optimistas. Los niños sobrellevan un golpe así mucho mejor que un adulto. Esperemos a los resultados del escáner. Mientras tanto, podría despertar en cualquier momento. Le dolerá mucho la cabeza y tendremos que mantenerla en observación varios días, pero se recuperará.
—¿Pero que ocurrirá si el escáner muestra algún daño? —dijo Libby con ojos torturados por la culpa.
—Entonces, tendremos que considerar en tomar otras medidas, pero no pensemos en eso todavía —dijo la doctora poniéndole la mano en el hombro.
—¿Podemos verla? —preguntó Weezer.
—Tan pronto como la traigan del laboratorio, haré que una enfermera las lleve. De hecho, sería una buena idea que hubiera alguien con ella para cuando despierte —sonrió tratando de animarlas—. Ver caras familiares la reconfortará. Las mantendremos informadas de cualquier cambio.
Las dos mujeres le dieron las gracias a la doctora y volvieron a la sala de espera, donde la recepcionista tenía un mensaje para Weezer. Lo leyó rápidamente y se lo pasó a Libby, que lo leyó y. al levantar la vista, sus ojos estaban llenos de lágrimas una vez más.
—No puedo pensar qué les voy a decir a los Chisholm.
Weezer abrazó a Libby con cariño mientras le susurraba al oído:
—Lo que te dicte tu corazón, pequeña.
* * * * *
Maldiciéndose por haber cometido la imprudencia de haber dejado a Kylie con Libby, Trent saltó de su coche y corrió por el aparcamiento, sin hacer caso a los visitantes que salían del hospital y las luces rojas de una ambulancia que entraba en el acceso de urgencias.
Se detuvo en la puerta y observó la sala de espera. Allí no estaba ni Weezer ni Libby. Nadie que conociera. Se acarició la tez áspera por la incipiente barba y se giró hacia el mostrador vacío de la recepción deseando gritar el nombre de su hija. Aunque lo habían eximido de redactar el informe de lo ocurrido, y le habían permitido bajar en un helicóptero, hacía más de una hora y media que lo habían informado del accidente. Y había sido la hora y media más larga de su vida.
—¿Señor? —una mujer con un uniforme de color ciruela y una chapa identificativa del hospital se aproximó a la recepción—. ¿Puedo ayudarlo?
—Soy el padre de Kylie Baker. ¿Dónde está? ¿Cómo está?
—Sígame, por favor. Está descansando. Ha recobrado los signos vitales —la mujer abrió las puertas que dividían la zona de tratamiento de las otras—. Acaban de subirla del laboratorio del escáner.
—¿Escáner? —preguntó con el estómago atenazado.
—Ha sufrido una conmoción —dijo la enfermera mirándolo—. El escáner determinará si ha habido daño cerebral.
—¿Daño cerebral? —durante un momento creyó que iba a desmayase.
—Señor Baker, su hija está en coma, pero no es algo extraño en estos casos. Pronto despertará. El escáner no es más que otra herramienta más de diagnóstico.
Coma. Daño cerebral. Conmoción. Las palabras resonaban en sus oídos.
—Tengo que ver al médico.
—Le diré que está en la habitación de su hija. Lo pondrá al día de la situación —dijo la enfermera conduciéndole por un pasillo bien iluminado—. Aquí es. No se preocupe demasiado por su apariencia. Se ha hecho algunas heridas y también se ha roto un brazo.
¿Un brazo roto? ¿No iban a acabar nunca las malas noticias?
Inspiró profundamente y entró. Las luces eran tenues, por lo que al principio no vio la pequeña forma tumbada bajo las mantas en la cama, con la mitad de la cabeza afeitada y cubierta por un vendaje, y el brazo escayolado. Dejó escapar un sollozo involuntario.
—¿Kylie? ¿Tesoro? —dijo acercándose a la cama y tomando la manita de su hija en la suya. Se inclinó entonces y le dio un beso—. Kylie, papá está aquí.
Cuando notó una mano en su brazo, se dio cuenta por primera vez de que había alguien más en la habitación.
—Trent, lo siento.
Lentamente, miró a Libby, sus emociones en violento conflicto interior. «Lo siento» eran las palabras más torpes que podían existir en cualquier idioma.
La expresión angustiada de Libby, las ojeras, la mirada lo asustaron. Sabía que tenía que decir algo. ¿Pero qué? Decirle que no pasaba nada. No era así. ¿Aceptar la culpa, toda suya, por haber enviado a su hija a la montaña con otra persona? ¿Golpearla?
En vez de todo eso, volvió su atención a la cama, sin dejar de mirar a su hija. Trató de hablar pero no pudo. Tras aclararse la garganta, logró preguntar:
—¿Cómo ocurrió?
La imagen visual que causaron en él las palabras de Libby estaba llena de viveza. Apenas podía escuchar la repetida petición de disculpas.
—Lo siento.
Lógicamente, él sabía que había sido un accidente. Nadie había tenido la culpa pero la lógica servía de poco consuelo cuando la preocupación y la rabia se habían apoderado de su cerebro. Miró por encima del hombro a Libby, que esperaba con la cabeza inclinada su veredicto.
—Hablaremos más tarde —fue lo único que pudo decir.
Libby asintió con los ojos llenos de dolor infinito.
—¿Puedo quedarme con ella? —preguntó con voz trémula.
Trent no sabía lo que sentía por ella en ese momento. Lo único que sabía era que no podía quedarse solo.
—Como quieras.
—Entonces me quedaré —dijo con voz queda.
Trent acercó una silla a la cama y se dejó caer en ella, apoyando a continuación la cabeza en el borde de la cama. Estaba exhausto pero ahora la extenuación estaba lejos de deberse tan sólo al esfuerzo físico.
Capítulo 12
Sentada entre las sombras, Libby no dejaba de mirar a Trent pero con cuidado de no hacerlo a los ojos de éste para no ver el brillo acusador que había en ellos. Lo único que importaba era que Kylie saliera del coma sin problemas. Así que se mantuvo allí sentada, inmóvil, absorta en sus oraciones.
La voz de Trent abrupta en medio del silencio, la sobresaltó.
—Pensé que Weezer estaría aquí.
—Estaba. Se fue a dar de comer a Scout y a Mona.
—Ya —dijo él frotando el brazo sano de Kylie con cariño.
—Una enfermera llamó a los Chisholm. Llegarán mañana —dijo Libby y Trent hizo un gesto de asentimiento.
Trent aún llevaba puesta la ropa de montaña y la camisa se ceñía a su espalda cada vez que se inclinaba sobre la cama. Los ojos enrojecidos y la cara sin afeitar no hacían sino acentuar el sufrimiento de Libby. Un hombre al borde de la desesperación. Y todo por su culpa. Debería haber vigilado con más cuidado a Kylie. Deseaba poder deshacer el pasado, regresar al momento en que Jeff Ames le pidió un momento para hablar de su hijo.
Se echó a temblar aterrorizada. Las palabras de Kylie diciéndole que iba a ser una buena mamá para ella retumbaban en sus oídos.
Con el estómago en un puño, Libby se dobló hacia delante y se tapó la cara con las manos. No podría ser una madre nunca, ni para Kylie ni para nadie.
—¿Señor Baker? —la doctora Coker estaba en la puerta.
—¿Sí?
—Soy Mel Coker, la doctora que atiende a Kylie —dijo estrechándole la mano y, colocándose detrás de la cama, estudió el cuadro clínico—. Tenemos motivos, actualmente, para esperar una evolución favorable. La rotura del brazo fue limpia y curará bien. El pulso, la respiración y la tensión arterial parecen normales. Tuvimos que darle algunos puntos en la cabeza pero también curarán rápidamente. Es la conmoción lo que me preocupa.
Libby esperó a que continuara sin poder contener el latido acelerado de su corazón. Trent sacudió la cabeza.
—Tiene que ponerse bien.
—El escáner está bien. No parece que haya ninguna mancha de sangre en el cerebro. Se dio un fuerte golpe pero tenemos muchas esperanzas de que recuperará la consciencia en las próximas veinticuatro horas. Tendrá dolor de cabeza, incluso la visión un poco borrosa durante algún tiempo. La tendremos en observación por si se da algún ataque.
—¿Ataque? —Trent palideció.
—A veces se presentan ataques como efecto secundario tras sufrir una conmoción. Es sólo por precaución —dijo llevándose el cuadro clínico—. ¿Alguna otra pregunta?
Trent parecía mareado. Por fin consiguió sacudir la cabeza.
—Intente descansar algo —sugirió antes de salir de la habitación—. Si está cansado, no le hará ningún bien a su hija.
Trent asintió y miró a Kylie. Libby apenas pudo entender lo que le dijo a Kylie.
—¿Lo has oído, cariño? Todo va a salir bien. Vuelve con nosotros, donde sea que estés. Te necesitamos.
Y entonces su voz se rompió y apoyando la frente en las sábanas, sus hombros comenzaron a temblar en medio de sollozos ahogados.
Libby deseaba acercarse a él, reconfortarlo, pero ya no había sitio para ella junto a él. En silencio salió de puntillas de la habitación.
* * * * *
Trent no sabía cuánto tiempo había estado intentando dormir junto a la cama de Kylie, atento a cualquier movimiento, un parpadeo el temblor de un dedo. Cuando la puerta se abrió, levantó la vista. Era Weezer, mirándolo desde la puerta con su arrugado rostro lleno de compasión.
—¿Algún cambio?
—Aún no.
La mujer se acercó y le puso las fuertes manos sobre los hombros.
—Son más de las nueve. Necesitas un descanso.
—No.
—Hijo, todo va a salir bien.
Sus palabras y sus manos parecieron tranquilizarlo, infundirle alguna paz, como si aquella sabia mujer india realmente tuviera el poder de sanar. Esperó un poco dejando que su mensaje penetrase en él.
—Pero tú no lo estarás si no comes algo.
—Pero…
—Libby se quedará con ella —dijo Weezer ayudándolo a levantarse—. Vamos, hijo.
Miró a Kylie largo y tendido y salió. Libby, triste, esperaba en el pasillo. Incapaz de encontrar las palabras, Trent le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, y después se dirigió a la cafetería con Weezer a comer algo. Weezer le sacó un café mientras esperaba a que comiera algo. El sándwich de pollo no sabía a nada. Y tampoco el plátano consiguió insuflarle fuerzas en aquella noche aciaga.