La danza de los deseos – Laura Abbot

Libby notó en la expresión esperanzada de la niña que estaba asustada. Libby suspiró.

—Tiene mucha experiencia y es cuidadoso, cariño. El equipo está perfectamente entrenado para no aceptar riesgos innecesarios —contestó aunque por su gesto, sabía que no había convencido a Kylie. Decidió distraerla—. Preparemos esos esquís.

Libby pagó en caja y Kylie le tomó tímidamente la mano.

—Me alegra que me hayas traído a esquiar, aunque no esté papá. Esquiar es mi deporte favorito y ya lo hago muy bien. Gracias.

Tomaron entonces los esquís y se dirigieron al telesilla.

—Creo que serás una nueva mamá maravillosa —añadió Kylie tras pensarlo un rato.

Aquellas palabras de aprobación sonaron reconfortantes para Libby mientras se dirigían a un rampa intermedia sin montículos en los que los jóvenes ensayaban sus saltos. Con el sol de la mañana, la nieve de algunos puntos se había derretido. Pero, con las nubes sobre sus cabezas, los charcos estaban volviendo a congelarse. Tomó entre sus manos enguantadas el rostro de la niña.

—¿Estás cansada? No tenemos que bajar una vez más si no quieres.

—Me lo has prometido —dijo la niña mirándola con los ojos entornados.

—Lo sé, pero siempre podemos cambiar de opinión.

—Nada de eso —dijo la niña acercándose al telesilla. Libby sacudió la cabeza. Trent no era el único Baker que había heredado los genes de la cabezonería.

Arriba, Libby escuchó las voces de algunos niños que gritaban llenos de excitación.

—Señorita Cameron, señorita Cameron. Kylie.

Arriba vio a algunos de sus alumnos de segundo. Bart Ames, con las mejillas rojas por el frío, se acercó a ellas.

—Es mi cumpleaños. Lo estamos pasando muy bien.

—Felicidades.

—Sí —dijo Kylie sin entusiasmo.

Un hombre con barba se separó del resto de los niños y se acercó.

—¿Señorita Cameron? Jeff Ames. Me alegro de verla.

Libby se giró para saludar al padre de Bart pero antes de poder decir una palabra, vio que Kylie tomaba impulso con los bastones y comenzaba el descenso. El tiempo se detuvo. Libby hizo un rápido giro para evitar a otros esquiadores y se inclinó sobre los esquís, sujetando tras ella los bastones. Ya estaba alcanzando a Kylie.

Pero ésta también iba aumentando la velocidad, de modo que se iba acercando cada vez más a un montículo potencialmente peligroso que se levantaba frente a ella.

En el último minuto, Kylie miró por encima del hombro como queriendo asegurarse de que los demás veían cómo desafiaba al peligro. Entonces saltó.

Libby miró impotente cómo la pequeña abría las piernas, su silueta recortada contra el cielo, luchando por recuperar el control, y finalmente tomaba tierra al final de la pendiente. Libby siguió tras ella mientras escuchaba el grito triunfal de Kylie.

—¡Lo he conseguido!

Aunque no quería robarle el momento de satisfacción por el logro, tras felicitarla, Libby la riñó por haberse arriesgado y propuso ir a casa. Bart y su padre, seguidos de los otros niños, las alcanzaron en el aparcamiento.

—Señorita Cameron, ¿puedo hablar con usted un momento? —Jeff Ames la tomó a un lado.

Libby era consciente de que Bart y Kylie estaban discutiendo acaloradamente. No podía oír muy bien lo que decían porque el padre de Bart le estaba preguntando sobre el comportamiento de su hijo en clase. Miró por encima del hombro, y se sintió aliviada al ver que Bart se alejaba de Kylie. Pero justo entonces, la voz del niño se elevó por encima de los demás retándola con desprecio.

—Eres una niña tonta. Sólo porque puedas saltar no eres la mejor.

—Sí lo soy.

—Seguro que yo corro más rápido que tú.

—Seguro que no. Eres un ignorante —respondió Kylie y, sin prestar atención a los coches, Kylie echó a correr hacia el extremo más alejado del aparcamiento, seguida de cerca por Bart.

—¡Kylie, ven aquí! —Libby salió tras ella gritando.

Bart estaba cada vez más cerca de Kylie que, en un desesperado intento, se estiraba para tocar la verja que bordeaba el aparcamiento. En ese momento. Libby observó horrorizada que la niña perdía pie y caía.

Libby corrió aún más, rezando por que no le hubiera pasado nada.

Pero era demasiado tarde. Kylie fue a caer sobre un traicionero charco helado y resbaló hasta golpearse con la cabeza contra un poste de metal. Su pequeño cuerpecito quedó tirado sobre el hielo, inconsciente.

—¡Nooo! —se oyó gritar a sí misma.

Al llegar al cuerpo de la niña, sobre ellas no había sino un clamoroso silencio. Kylie tenía los ojos cernidos y un hilillo de sangre salía de su gorro, tiñendo de roja la nieve que había bajo el cuerpo. Sin hacer caso del frío, Libby se arrodilló junto a Kylie y puso el oído contra la boca de la niña. Angustiada se quitó los guantes y le puso dos dedos en el cuello en busca de pulso.

—Déjeme —se ofreció una mujer a su espalda, apartándola—. Soy enfermera.

Un joven se arrodilló junto a Libby, y le puso el brazo sobre los hombros.

—Hemos llamado a la patrulla de socorro. Llegarán en un momento.

Libby escuchó entonces la voz de Bart.

—Yo no quería hacerlo, de verdad. No quería.

La enfermera, una mujer de ojos bondadosos, se giró hacia Libby.

—Respira. Le pondré una compresa en la herida. Pero será mejor no moverla mientras esperamos a la patrulla. ¿Es usted su madre?

El mundo empezó a girar a su alrededor en un caleidoscopio multicolor, y las lágrimas se arremolinaron en sus ojos. Sacudió la cabeza y dijo que no. ¿Una madre?

A duras penas consiguió contener una risa histérica llena de amargura. Una madre nunca habría dejado que algo así ocurriera. Trent no habría dejado que ocurriera.

—Dios mío, Trent.

—¿Cómo dice? —preguntó la mujer acercándose más a ella.

—El padre de la niña —dijo Libby con la boca seca—. Hay que decírselo.

—La patrulla se ocupará. Dígame, ¿se encuentra bien?

Nunca volvería a encontrarse bien. Recordó las acusaciones que siempre le había lanzado a Tren sobre su irresponsabilidad. ¿Qué pasaría si Kylie había resultado herida de gravedad? Si…

No podía perder a otro niño, y mucho menos a la hija de Trent. Aquella preciosa niña que quería con todo su corazón. Libby se separó del joven y vomitó sobre un banco de nieve.

Mareada y temblorosa, se limpió la boca y miró a Kylie. Tan bonita. Tan serena. Tan quieta.

Tras ella, notó que los presentes abrían paso y, para su alivio, dos miembros de la patrulla de socorro reemplazaron a la enfermera y empezaron a tomar los signos vitales de Kylie.

Ante el insistente golpeteo en el hombro, Libby se dio la vuelta. Era Bart, de la mano de su padre.

—Lo siento, señorita Cameron. Fue una carrera estúpida. ¿Está bien Kylie?

—Ha sido un accidente —dijo el padre del niño con voz queda.

—No quise hacerle daño —dijo Bart limpiándose la nariz con la mano enguantada.

Al ver el rostro surcado de lágrimas del niño, su primer impulso fue el de gritarle, pero entonces captó sus ojos enrojecidos.

—Tal vez no. Espero que hayas aprendido que no hay que burlarse los demás —dijo finalmente. Temiendo no poder contenerse mucho más, intentó levantarse apoyándose en uno de los presentes.

—Deje que la ayude a sentarse en ese banco.

Uno de los socorristas aventuró el cuadro clínico.

—Parece una conmoción con laceraciones en la cabeza y posible rotura de un brazo.

—Pero no está consciente —dijo Libby con voz asustada.

—Todavía. Nos ocuparemos de ella y ya hemos llamado a una ambulancia. Le sugiero que vaya al hospital y espere en la sala de urgencias.

—Su padre… tenemos que contactar con él.

—¿Dónde está? —preguntó el otro miembro de la patrulla.

—Forma parte del equipo de rescate y están fuera en una misión —dijo Libby tragando con dificultad.

Ambos socorristas intercambiaron una mirada cauta, como si supieran algo del intento de rescate.

—Haremos lo posible para contactar con él por radio. ¿Cómo se llama?

—Trent Baker.

—Lo conozco. Es un buen tipo —dijo el socorrista que estaba estabilizando la cabeza y el cuello de Kylie.

Libby cerró los ojos. Un buen tipo. ¿Pero lo suficientemente bueno para perdonar su terrible descuido? No lo creía.

* * * * *

Jeff Ames y el hombre que había ayudado a Libby la acompañaron hasta su coche. Se ofrecieron a llevarla al hospital, pero ella negó con la cabeza.

—Estoy bien —les aseguró mientras buscaba las llaves. Sólo necesitaba un momento a solas, para rezar por que la situación se solucionara. La ambulancia llegó y salió del aparcamiento, pero ella seguía teniendo la misma sensación de mal cuerpo. Kylie seguía inconsciente.

Mientras su coche se calentaba, llamó por teléfono a Weezer que le prometió ir al hospital también. Tenían que conseguir contactar con Trent. Y con los Chisholm.

Sin saber cómo, llegó al hospital y corrió a la entrada de urgencias. Weezer se levantó al verla.

—¿Cómo está? —preguntó Libby.

—No han dicho nada aún —dijo Weezer con gesto preocupado.

—¿Y Trent?

—Los socorristas notificaron el accidente por radio. Están tratando de localizarlo —Weezer la acompañó a un asiento—. Pero tardará un poco en llegar. Tendrá que ser evacuado en helicóptero.

Libby se sujetó el estómago mientras se balanceaba hacia delante y hacia atrás, como si no pudiera respirar. Una enfermera se arrodilló delante de ella con una taza de café y, por segunda vez en el día, le preguntaron si era la madre de la niña.

—No, soy su profesora… y su amiga.

—Tome —dijo la enfermera poniéndole en la mano el vaso de papel—. Se ha llevado un gran susto.

—Por favor ¿cómo está Kylie? —preguntó tras un sorbo.

—El médico saldrá en un momento —dijo la mujer poniéndose en pie—. No hemos conseguido hablar con el padre aún. ¿Algún otro familiar al que avisar?

Libby miró a Weezer con una sensación agria en el estómago.

—¿Sabes dónde podemos encontrar a los abuelos de Kylie?

—Trent me lo dijo en caso de alguna emergencia —Weezer metió la mano en el bolso y le dio a la enfermera una tarjeta.

—Gracias —dijo la mujer encaminándose a la sala de tratamientos.

Weezer acarició con dulzura la espalda de Libby y ésta finalmente dejó que las lágrimas salieran.

—Pobre pequeña —susurró Weezer—. Lo sé, lo sé —continuó la anciana, con una cadencia serena y calmante—. Es duro, demasiado duro.

Libby dejó caer la cabeza en el regazo de Weezer mientras escuchaba sus palabras reconfortantes, acompañadas por la ligera presión de los dedos de la mujer, que describía círculos en su espalda.

—Te culpas por lo que ha pasado. Y no debes hacerlo. Ha sido un accidente. No sirve de nada mortificaste. Lo único que podemos hacer es rezar y amar.

Libby no había hecho sino rezar desde que vio a Kylie golpearse en la cabeza. Y en cuanto al amor, el corazón se le estaba rompiendo. Libby se sentó y apoyó la cabeza contra la pared con un gran suspiro.

—Weezer, tiene que ponerse bien.

—Lo hará —respondió la mujer tomándole la mano y apretándola para infundirle optimismo.

* * * * *

Eran casi las dos cuando el equipo llegó al lugar del accidente. Un ala rota del avión señalaba al cielo mientras el morro aparecía hundido en la nieve. Milagrosamente, el fuselaje parecía estas de una pieza. Algunas ramas de árboles rotas y largas marcas en la nieve contaban lo que había ocurrido. El avión parecía haber sobrevolado las copas de los árboles antes de aterrizas en la nieve. El copiloto del avión estaba muerto pero el piloto, aunque inconsciente, seguía con vida. Acurrucado en el asiento trasero había un adolescente en estado de shock, los labios azules por el frío y un corte profundo en un hombro.

El equipo se ocupó en primer lugar de los supervivientes. Chad habló por la radio con el segundo equipo y los informó de la situación. Ya había pedido un helicóptero con servicio médico.

—Demonios —murmuró Chuck mientras ayudaba a estabilizar el avión para poder sacar a los pasajeros.

—Espero que hayamos llegado a tiempo —replicó Trent entre dientes.

Al cabo de veinte minutos el helicóptero llegó pero no podía aterrizar. Con sumo cuidado, colocaron en camillas provisionales bien asegurados con cintas, primero al adulto y después al chico, y los subieron al helicóptero. A salvo en la nave, el piloto los saludó y se elevó.

Mientras los equipos esperaban a que el helicóptero regresara a por el cuerpo sin vida del copiloto, intentaron asegurar el avión para que luego pudiera llevarse a cabo la investigación. Hacia media tarde, estaban listos para descender hasta el punto donde los recogería un segundo helicóptero. Estaban agotados.

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