La danza de los deseos – Laura Abbot

—Gracias, Gus —dijo Trent aliviado.

—¡Papá! —seguida por Georgia, Kylie entró en el salón con su pijama de franela—. La abuela me ha contado una historia de cuando mamá era pequeña. Participaba en un concurso de baile y llevaba un precioso… ¿Cómo se llama, abuela?

—Tutú.

—Sí, un tutú. La abuela todavía lo tiene y cree que me valdrá. Me lo va a enviar para que yo también esté preciosa.

—Nunca olvidaremos a Ashley. Te lo prometo —Trent miró a su suegra.

Georgia permaneció en silencio como si estuviera digiriendo sus palabras pero no dejó de mirarlo. Tras un indeciso gesto de asentimiento, se dirigió a su marido.

—Estoy cansada, Gus. Será mejor que nos vayamos.

Tras dar un beso de buenas noches a su nieta, salieron de la cabaña y Trent la metió en la cama.

—¿Papá?

—Sí.

—¿Por qué no les gusta a los abuelos la señorita Cameron?

—No es eso —trataba de encontrar la mejor forma de explicárselo—. Están acostumbrados a pensar que nuestra familia la formábamos mamá, tú y yo. Quieren que seamos felices pero es duro para ellos vernos con otra mujer aunque sea maravillosa como Libby. Tendrán que acostumbrarse a la idea y les llevará tiempo.

—Pero lo harán ¿verdad? —el miedo en su voz le partió el corazón.

—Sí, tesoro, lo harán.

—Bien —dijo poniéndose de lado y, enrollando los dedos en el borde de la manta, se la puso debajo de la barbilla—. Buenas noches, papá.

—Buenas noches. Te quiero —dijo él besándola en la mejilla.

—Yo también —susurró ella.

* * * * *

Libby no podía dejar de sonreír. Trent fue a verla después de su reunión con el equipo de rescate al final de la semana.

—No puedo malgastar una canguro —dijo tomándola en sus brazos.

Se sentó en el suelo con la espalda pegada al sofá, montones de recortes de papel rojo entre las piernas. Libby miró su cara de concentración mientras recortaba cuidadosamente corazones para el día de San Valentín. Ella recortaba tiras de lazo blanco.

¿De verdad crees que los niños de segundo pueden estar enamorados a esa edad?

Libby le tiró un trozo de papel rojo.

—Hay que enseñarles desde que son pequeños.

Trent extendió la mano y le acarició el muslo.

—Yo no estoy tan seguro. A mí me gusta que me enseñes ahora que soy mayor.

—Tú nunca fuiste especialmente moldeable —dijo ella tratando de concentrarse con la mirada abrasadora de Trent sobre ella.

—Inténtalo —dijo él dejando las tijeras el suelo y, acercándose a ella, le acarició la mejilla.

Libby notó el cosquilleo del deseo en la nuca. Se puso de rodillas y lo abrazó.

—¿Ves? —murmuró—. A eso me refiero. No usas palabras románticas, ni susurras frases de amor. Vas directo al grano. «Inténtalo» —imitó ella y, tomando el rostro de Trent en sus manos, lo llevó contra su pecho al tiempo que se ponía sobre los talones—. No es suficiente, señor.

—De acuerdo. A ver qué te parece —Trent le tomó las manos—. Dulce dama, ¿te apiadarás de esta pobre alma que te adora y aceptarás ser su Valentín ahora y siempre?

—No está mal para empezar —dijo ella inclinando la cabeza.

—Dama de lindos ojos, estoy indefenso. Soy un pelele enamorado en tus manos.

—No me creo ni una palabra —dijo ella tratando de no reírse.

—¿Qué te parece esto? —Trent se estiró en el suelo y la arrastró hasta ponerla encima de él—. Estoy perdidamente enamorado.

Notar el calor de su cuerpo, firme y musculoso, bajo el suyo, le recordó lo bien que encajaban.

—Uhmm. No está mal —murmuró ella.

Sin dejarla escapar, Trent giró hasta que quedaron de lado los dos. La miró con amor y Libby no pudo evitar un escalofrío de expectación.

—No te rías, Lib. Te amo. Simplemente.

Una chispa bastaría. Tenía que ser responsable. Incorporándose, se estiró y tomó un corazón de papel.

—Toma. Aquí tienes mi corazón. Seré tu Valentín.

Trent se incorporó también, una sonrisa triunfal le iluminaba el rostro.

—¿Lo ves? Soy totalmente moldeable.

—Puede que no quiera que seas «totalmente» moldeable —dijo ella sonriendo.

—Vaya a la chica le gusta el macho después de todo —dijo él con un gemido.

¿Gustarle? El macho que sabía había en aquel hombre la estaba haciendo temblar al pensar en lo que vendría después.

—Puede —dijo ella pasándole las tijeras—. Pero ya has cumplido tu palabra, así que vamos a trabajar.

—Me vuelves loco, ¿lo sabías?

—Definitivamente moldeable —concluyó ella.

Durante unos minutos más, trabajaron sin hablar, la música de Wynton Marsalis por todo acompañamiento.

—Llevaré a Kylie a esquiar el sábado. ¿Quieres venir?

—¿Qué pensarán los Chisholm? No querían que esquiara. Sobre todo conmigo. Estoy segura.

—No puedo preocuparme por lo que puedan pensar. Tenías razón. Los niños de esta zona aprenden a esquiar desde pequeños. No quiero que Kylie se quede atrás. Ha mejorado mucho en poco tiempo. Lo tomaremos con calma pero, antes de que nos demos cuenta, Kylie estará descendiendo colinas.

—No quiero hacer algo que aleje aún más a Georgia y a Gus.

—Escúchame, Lib. No podemos vivir siempre pensando en lo que dirán. Sólo podemos hacer lo que creemos que es mejor para nosotros y para Kylie. ¿Entonces vendrás el sábado?

—De acuerdo —dijo ella pensando que tenía razón.

—Genial. Kylie está muy ilusionada —dijo Trent recogiendo los restos de papel rojo, y se acercó a la papelera. Después ayudó a Libby a ponerse en pie y enlazando los dedos con los suyos, apoyó la frente en la de ella—. Tengo que ir a casa pero se me ha ocurrido una última cosa.

—¿Qué?

—Tal vez Georgia y Gus también sean moldeables.

Libby se quedó sin aliento al darse cuenta de que los dos deseaban lo mismo: la aceptación por parte de los Chisholm.

—Hagamos el esfuerzo —dijo ella levantando la cara y besándolo.

—Hecho —contestó él rodeándola con los brazos y besándola a su vez.

Capítulo 11

Libby se estaba preparando para ir a la nieve cuando el teléfono sonó. Terminó de ponerse el jersey de cuello alto y contestó.

—¿Diga?

—Lib, soy yo —Trent parecía hecho polvo—. Tenemos un problema. Me han llamado para atender una urgencia con el equipo de rescate. Weezer está trabajando. ¿Podría dejar a Kylie en tu casa?

—Claro. Estará disgustada por no poder ir a esquiar.

—Sí, a menos que… quieras ir tú sola con ella.

Al fondo, Libby oía a Kylie decir:

—Por favor, papi, que diga «sí».

Era una gran responsabilidad pero, por otro lado, le daría la oportunidad de relacionarse con Kylie fuera del colegio. Además, Libby no quería decepcionarla.

—Si estás seguro.

—Gracias. Será genial. Llegaremos lo antes posible.

Hacía un día estupendo para esquiar y era horrible que alguien estuviera en apuros y necesitara que lo rescataran. Rezó para que la misión no fuera peligrosa para Trent porque había reconocido el tono decidido en su voz minutos antes en el teléfono al igual que el nerviosismo de antaño por la aventura.

* * * * *

Libby se maravilló al ver lo bien que Kylie se manejaba ya en la pista de principiantes. En unas pocas semanas, Trent había conseguido que su hija dominara las técnicas básicas con la habilidad de una atleta. Después de varios descensos por la suave colina, Kylie se acercó a ella con gesto decidido.

—Esto es cosa de niños —dijo señalando el telesilla—. ¿Por qué no subimos?

—¿Estás segura de que estás preparada?

—Segura. Ya lo he hecho con papá muchas veces —dijo la niña levantando la barbilla.

—De acuerdo, entonces. Vamos —Libby sabía lo importante que era la confianza para un esquiador principiante y la pista intermedia que tenía en mente sería adecuada para Kylie.

Junto a la niña en el telesilla. Libby le pasó el brazo sobre los hombros y se sintió protectora y feliz. Eso era lo que debía de sentirse al tener una hija. Estar orgullosa con sus logros. Compartir momentos especiales con ella.

—Es como si voláramos, ¿verdad? —los ojos de la niña relucían—. Me encanta esquiar, ¿a ti no?

—Por supuesto. ¿Sabías que tu papá y yo trabajamos una vez en una estación de esquí?

—¿De veras? ¿Fue hace mucho tiempo? —preguntó la niña con los ojos muy abiertos.

—Cuando terminarnos el instituto trabajamos en Park City, en Utah, antes de casarnos y mudarnos aquí.

—Entonces esquías tan bien como él.

—Oh no. Yo no esquío ni la mitad de bien que él —dijo Libby viendo que ya llegaban a su parada—. Prepárate para saltar.

—Vale —dijo la niña, que se las arregló para bajar con algo de torpeza.

De pie en la colina, Kylie estudió el terreno.

—Asusta más desde aquí.

Libby se dio cuenta de su titubeo.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

—¡Por supuesto!

Y sin decir más. Kylie plantó los bastones y comenzó el descenso con sumo cuidado aumentando la velocidad según se iba afianzando. No era el descenso más emocionante que Libby había hecho, pero era sin duda el más gratificante.

* * * * *

Trent se sujetó mientras el helicóptero descendía hasta posarse en una antigua zona de acampada. Chad Laraby y Chuck Patterson estaban sentados a ambos lados y los tres estudiaban el mapa que Trent sostenía en las manos. Otros tres miembros del equipo iban sentados en frente. La última vez que habían visto la pequeña avioneta había sido a unos tres kilómetros al norte de la zona de acampada. Aunque aún no habían perdido las esperanzas de que el piloto hubiera logrado aterrizar en algún punto blando por la nieve, no habían mantenido contacto por la radio. Cuando el helicóptero aterrizó, los hombres saltaron y, una vez fuera, sacaron el contenido de sus mochilas, que incluía equipos de primeros auxilios, botas, trineos y equipo de montaña.

Andando de espaldas hasta salir de la influencia de las aspas, Chad se llevó la radio al oído.

—Entendido.

Tras él, Trent se ajustaba las tiras de la mochila.

—¿Qué pasa?

—No tiene buena pinta. Me dicen desde control que en el avión viajaban tres pasajeros, entre ellos un adolescente. Déjame ver el mapa otra vez.

Trent lo desdobló y Chad señaló las nuevas coordinadas.

—Estamos a un kilómetro y medio de distancia pero casi todo el camino es cuesta arriba —dijo moviéndose hacia los otro cuatro miembros del equipo—. Hay otro equipo en camino pero seguramente llegaremos nosotros antes. En marcha y estad atentos a cualquier amenaza de avalancha.

Trent sentía el potente latido de su corazón en medio del frío. Necesitaría toda su fuerza, pericia y experiencia como montañero. No sabía qué se encontrarían cuando llegaran al lugar del accidente pero rezó para que pudieran llegar a tiempo.

—Me alegro de tenerte con nosotros, Baker —dijo Chuck dándole una palmada en la espalda.

Mientras estudiaba la posición del sol en el cielo, Trent calculó mentalmente cuánto tiempo de luz dispondrían y sonrió a su amigo.

—Me alegra poder ayudar.

—¡Moveros! —gritó Chad.

Trent pensó que, al menos, Kylie y Libby estarían disfrutando de un buen día de esquí. Imaginaba a su pequeña sonriendo encantada aprendiendo una nueva técnica. Hacía tiempo que no se había sentido tan satisfecho por algo como ver el amor que su hija sentía por un deporte que él adoraba y que los tres podrían compartir.

Pero sus pensamientos se detuvieron de forma abrupta media hora después cuando alcanzaron una explanada helada en la que fue necesario asegurarse con cuerdas, sacar los piolets y los crampones.

Por un momento, Trent deseó estar en la llana pista de principiantes, pero sólo duró un segundo porque enseguida, una oleada de adrenalina lo golpeó impulsándolo a atravesar la explanada potencialmente mortal.

* * * * *

Kylie dejó en la mesa la hamburguesa a medio comer.

—¿Podemos esquiar un poco más después de comer?

—Creía que estabas cansada ya.

—Todavía no —contestó Kylie—. Un poco más, por favor —suplicó.

—Se está nublando y empieza a bajar la temperatura —dijo Libby mirando por la ventana.

Kylie la miró entonces con los ojos de alguien acostumbrado a regatear.

—Dos veces más sólo.

Libby no pudo evitar recordar situaciones parecidas de ella con papá Belton cuando trataba de convencerlo para que la dejara montar una vez más en el tiovivo o comer un segundo perrito caliente. La experiencia finalmente le había enseñado a no pedir. La respuesta siempre había sido «no».

Apartó los recuerdos del hombre que la había echado de su vida a la edad de dieciocho años y tragó una cucharada más de sopa.

—Vale. Te has salido con la tuya, pequeña.

—¡Bien! —exclamó la niña dando saltos en la silla.

—Pero después, iremos a mi casa a tomar un chocolate caliente y ver una película.

—¿Señorita Cameron? —Kylie arrugó la servilleta de papel—. ¿Crees que papá está bien?

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