La danza de los deseos – Laura Abbot

—Entonces dinos una cosa. ¿Por qué persigues a esa mujer? —dijo Gus a las claras.

Trent se frotó las manos antes de hablar.

—Tengo toda una vida por delante. Tengo una hija a la que quiero más que a nada en el mundo y quiero su felicidad. No es bueno llorar la pérdida tanto tiempo. Llega un punto en que tienes que avanzar. Eso no significa que hayamos olvidado a Ashley, sólo significa que no podemos vivir en constante luto. ¿Y por qué Libby Cameron? Lo único que se me ocurre es: ¿por qué no ella?

Con la urgente necesidad de moverse, Trent se puso en pie y se acercó al mueble bar. Se giró para mirarlos.

—Libby es una mujer amable y cariñosa, con un carácter bondadoso. Kylie se sintió atraída por ella antes de saber que habíamos estado casados. Por razones en las que no entraré ahora, la decepcioné mucho en nuestro matrimonio —se detuvo y tuvo que obligarse a no hacer caso al soplido de censura de Georgia—. Éramos muy jóvenes e inseguros. Pero la quería. Ahora tengo una segunda oportunidad y hemos decidido intentar recuperar nuestra relación.

Georgia abrió mucho los ojos pero Gus se puso en pie mirando a su yerno con dolor.

—No tienes idea de lo difícil que es esto para nosotros.

—No, señor, sólo puedo imaginarlo. Pero sí puedo asegurar que recordaremos a Ashley mientras vivamos.

—Es demasiado pronto —consiguió decir Georgia con voz estrangulada por la emoción.

—¿Cuándo consideráis que sería el momento apropiado? —preguntó Trent con suavidad.

Georgia levantó la vista, los ojos llenos de lágrimas, pero sólo pudo encogerse de hombros. Gus se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

—Nos importas hijo. Y estamos locos por Kylie. Una boda lo cambiaría todo.

—Nada ha ocurrido aún —dijo Trent inspirando profundamente—. Pero si ocurre, quiero que vuestra relación con Kylie, con Libby y conmigo sea como vosotros decidáis que sea.

—Eso es pedir demasiado, hijo.

—Lo sé —dijo Trent asintiendo—. Pero aún no la conocéis. Me gustaría que lo hicierais. Puede que os haga cambiar de opinión.

—No me gusta la idea de que mi nieta tenga una madrastra —dijo Georgia.

—¿Prefieres que sólo me tenga a mí? Necesita una familia.

—Tiene una. Nosotros.

Trent se metió las manos en los bolsillos para ocultar los puños apretados.

—¿No vais a conocer a Libby? Por favor.

Cuando Georgia retiró la vista, Trent miró a Gus.

—No tiene por qué ser algo desagradable —añadió. Gus retiró la mano del hombro de su mujer.

—Esta relación con esa Libby, ¿es importante para ti?

—Mucho. Y también para Kylie.

—¿Georgia? —la mujer miraba al techo—. Cariño. Trent no se está apresurando. ¿Qué hay de malo en conocer a la señorita Cameron?

—¿Lo harás por Kylie? —preguntó Trent.

—Si no queda más remedio —dijo la mujer con resignación finalmente.

Aunque la concesión era débil, Trent estaba dispuesto a agarrarse a un clavo ardiendo. Kylie apenas tenía familia y lo último que deseaba era alejar a los Chisholm. Bueno, no realmente. Lo último era renunciar a Libby.

—De acuerdo entonces. Hablaré con ella y le preguntaré cuando podemos vemos. Me gustaría que Kylie también estuviera presente para que comprobéis lo bien que se lleva con Libby.

Georgia permaneció sentada, oculta entre las orejas del sillón. Gus acompañó a Trent a la puerta y allí salió al pasillo entornando la puerta tras él.

—Hijo, todo esto es muy incómodo.

—Siento haberos causado tanta preocupación.

—Es más por ella que por mí. Lo pasó muy mal con la muerte de Ashley. Ahora tiene miedo de perder a Kylie si aparece esta mujer.

—No creo que eso ocurra. Libby sabe el valor que tiene una familia. Nunca querría interponerse entre Kylie y vosotros.

—¿Estás decidido?

—Absolutamente.

—Entonces, adelante. Haré lo que pueda para ser comprensivo pero no puedo prometerte que Georgia lo haga.

—Es justo —dijo Trent extendiendo la mano.

Trent iba reflexionando en el coche de camino a casa. No eran malas personas. Gus era lo más cercano a un padre que había conocido. Agradecía su disposición a darle a Libby una oportunidad, pero no podía evitar pensar si aquel encuentro no sería una carga demasiado pesada para dejar caer sobre Libby y su renovada relación. No sería fácil convencer a Georgia, y él no estaba preparado para tolerar cualquier tipo de brusquedad por su parte. Y en el centro de todo, Kylie.

Lo que iba a ser un cortejo se había convertido en una tregua pactada. Desde luego no era la idea romántica que había albergado.

* * * * *

El sábado amaneció espléndido. Cuando Lois llamó a Libby para preguntarle si quería ir a hacer ejercicio con ella, ésta aceptó rápidamente. Los nervios de la semana anterior la habían dejado anquilosada.

En el gimnasio. Libby estuvo media hora en la bicicleta estática, y luego veinte minutos más en la cinta de correr. Terminó a velocidad de paseo y finalmente se bajó contenta de haber ejercitado el cuerpo al máximo. Cuando terminó, Lois la llevó a la zona de las pesas.

—¿Más?

—Soy una entrenadora dura —dijo ella con una sonrisa.

—¿No me digas? —preguntó Libby con sarcasmo.

—Vamos, Cameron, puedes hacerlo.

Durante quince minutos más, estuvieron levantando pesas hasta que Libby sintió que los brazos eran como espaguetis demasiado cocidos.

—Lo has hecho muy bien, amiga —concedió Lois quitándole las pesas—. Te mereces un premio.

—Al menos.

Estiraron un poco y se pusieron los abrigos. Lois tomó a Libby del brazo y la acompañó a una cafetería cercana.

—Te invito a un capuchino.

—Bien. Quiero uno gigante.

—¿Te vas a vengar por haberte torturado?

—Algo así.

Aparte de en el colegio, Libby se dio cuenta de que apenas había visto a Lois últimamente. Desde el día de la iglesia, no habían hecho nada juntas, solas las dos. Lois regresó de la barra con dos tazas humeantes.

—Aquí tienes —dijo posando la taza de Libby frente a ella—. Considéralo una ofrenda de paz.

—Sinceramente, tengo que decirte que me siento mejor ahora de lo que me he sentido en semanas —dijo Libby con una gran sonrisa—. El ejercicio me ha hecho bien.

—Me alegro. Parecías agotada los últimos tres días.

Tenía que decirle un amigo una amarga verdad.

—¿Por algún motivo en particular?

Libby sabía que podía evitar la pregunta con una broma, pero necesitaba una opinión objetiva de su situación y ¿quién mejor que Lois? Asintió finalmente.

—Varias empezando por el hecho de que he roto con Doug.

—¿De veras? —preguntó verdaderamente sorprendida—. Sabía que las cosas iban a complicarse con tu ex en la ciudad, pero estabas loca por los Travers.

—Así es. Me gustan todos pero al parecer no puedo enamorarme de Doug y Dios sabe que lo he intentado.

—¿Cómo se lo tomó?

—¿De qué otra forma podría? Como el caballero que es. Pero estoy segura de que le he hecho daño —dijo Libby rozando con los labios la espuma de su capuchino.

—Cariño, pero es mejor que descubrir después que has cometido un error.

—Eso es lo que pensé.

Excepto por la música de fondo del local y las conversaciones lejanas de los ocupantes de varias mesas, reinaba la tranquilidad.

—Creo que tengo que hablar de Trent —añadió Libby tras pensarlo un momento.

—Te escucho.

Fue todo lo que dijo Lois pero fue más que suficiente. Sin orden ni concierto, Libby le habló de todas las veces que Trent y ella habían estado juntos y cómo sus sentimientos hacia él se habían reavivado. Le habló también de lo cariñoso que era con Kylie y el padre responsable y dulce en que se había convertido. De lo maduro que lo había encontrado. Pero también le habló de su miedo a decepcionarla de nuevo.

—No soy quién para juzgar, pero nunca me has contado por qué te divorciaste de él.

—¿Incompatibilidad? —el tono de Libby sonó como una pregunta con la esperanza de que fuera suficiente, aunque sabía que tenía que confesarlo todo.

—No me lo creo —dijo Lois—. No cuando veo cómo se te ilumina la mirada cuando mencionas su nombre.

—No puedo evitarlo —dijo Libby sintiendo que se sonrojaba—. Quiero creer que ha cambiado.

—¿Y eso qué significa?

Había llegado el momento de confiarle todo a su amiga.

—Cuando nos casamos, tenía una noción totalmente idealizada de cómo debía de ser un marido. Trent era vivaz y aventurero. Me encantaba. Me parecía muy masculino. Pero también quería tenerlo a mi lado. Me imaginé una casa llena de niños y a nosotros como unos padres abnegados. Así que me encontré rebosante de felicidad cuando descubrí que estaba embarazada —se detuvo, reticente a continuar.

—¿Y Trent?

—Era joven. La paternidad le resultaba abrumadora. No se veía como padre. Aquello me dolió. Toda mi vida había deseado tener hijos. El avión de mi padre se estrelló cuando yo era muy pequeña y mi madre murió cuando tenía seis años. El único padre que he tenido —si es que se lo puede llamar así— ha sido el senador.

Percatándose de la nota de acritud en las palabras de su amiga, Lois levantó una mano.

—Ya me he dado cuenta de que te resulta difícil llamarlo padrastro.

—Me aguantaba nunca me faltó nada, pero no me quería. Ni siquiera estoy segura de que le gustara.

—La responsabilidad para Trent era grande sí. Tenía muchos huecos que llenar.

—¿Qué quieres decir?

—El marido perfecto. El padre perfecto.

Libby miró a su amiga y asintió con tristeza.

—Cuatro palabras te han bastado para llegar a la raíz del problema. Esperé que Trent pudiera hacer realidad todo. Que fuera el marido ideal y también el padre de unos hermosos niños con los que formar la maravillosa familia que soñaba.

—Vamos, que lo que buscabas era un papá.

—Supongo que sí. Unas expectativas demasiado altas para un chico de veintidós años.

—¿Y te falló?

—Eso pensé en aquel momento —Libby no podía de tenerse—. Perdimos a nuestro bebé. Estaba convencida de que el mundo había acabado para mí pero Trent no podía comprender por qué estaba tan triste —vaciló un momento. No estaba segura ya de que los recuerdos que durante tanto tiempo había alimentado reflejaban lo que verdaderamente había ocurrido—. Dijo que siempre podríamos tener otro hijo.

—¿Y no era así?

—Supongo que sí pero la sola idea me pareció muy fría. E insensible. Como si ya hubiera olvidado al bebé que acabábamos de perder.

—¿Qué te hace pensar que ha cambiado?

Libby pasó el dedo por el borde de la taza y se chupó el dedo de espuma antes de responder.

—Kylie.

—Es una niña muy inteligente —admitió Lois.

—Y Trent la adora.

—Así que es un buen padre después de todo.

—Eso espero.

—¿Habéis hablado del hijo que perdisteis?

—Un poco.

—Suena como si la herida no se hubiera cerrado del todo. ¿Habéis pensado en celebrar una misa en su memoria? Algo privado, quiero decir.

—¿Qué? —preguntó Libby levantado la vista sorprendida.

—Durante mucho tiempo, la gente no se ha percatado de la importancia de recordar a los niños perdidos tras un aborto no intencionado. Recientemente, sin embargo la iglesia ha llegado a la conclusión de que toda esa pena acumulada puede prolongarse durante años. Una misa es una forma de reconocer la pérdida y comenzar así a cerrar la herida. Trent y tú podríais considerar la idea en un momento dado.

—Tiene sentido. He llorado su pérdida desde entonces. Y siempre lo haré. Una misa… —se preguntó si serviría de algo—. Lo pensaré.

—Podría ser una manera de preparar el camino para celebrar un nuevo embarazo.

—¡Oye! Eso es ir demasiado rápido aunque sí, me gustaría tener hijos. Una familia —dijo Libby sonriendo.

—Serías una madre maravillosa —dijo Lois tomando la servilleta y la taza, pero antes de levantarse para marchase añadió un comentario final—: Y una madrastra maravillosa —dijo guiñándole un ojo—. Te echo una carrera al aparcamiento.

Y por increíble que pueda parecer eso es lo que hicieron, sin importarles estar haciendo el ridículo. El aire puro azotaba el rostro de Libby y tenía la respiración entrecortada, pero no le importaba. Se sentía libre.

* * * * *

O eso había pensado hasta que llegó a casa y escuchó el mensaje en el contestador. Una fría voz, la de Jeremy Kantor, solicitaba una entrevista con ella. Cerró los ojos con fuerza mientras escuchaba el motivo de la visita: hacer un viaje a su relación pasada y presente con su padrastro.

Se preguntaba lo implacable que podría llegar a ser ese reportero. Desde luego no tenía ningún derecho a husmear en su vida ni a perseguirla para sonsacarle asuntos que estaban mejor ocultos. Aunque Vernon le había advertido en contra de él, había esperado poder evitar la entrevista. Siempre podía negarse pero eso no haría sino aumentar las sospechas sobre Vernon, mientras que si la concedía sería ella la única responsable de una verdad censurada. Una verdad que no quería recordar.

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