La danza de los deseos – Laura Abbot

El resto del día lo pasó inmersa en el barullo que levantaban sus alumnos de segundo deseando poder seguir viviendo en el inocente y protegido mundo de sus niños de siete años.

* * * * *

Para no pensar en Libby, Trent se mantuvo ocupado haciendo el inventario del material y viendo si era necesario reparar algo. La semana próxima. Chad y él comenzarían la remodelación de la zona de la oficina pero por el momento la prioridad era tener el equipo operativo.

—Parece que necesitamos algunos botiquines de primeros auxilios.

Chad levantó la vista de los nuevos folletos promocionales recibidos de la imprenta.

—Algo que no podemos omitir. Pídelos de inmediato.

Trent lo apuntó y a continuación se puso a examinar un remo de kayak.

—¿Cómo organizaremos la selección de guías?

—Ya tengo un par de ellos para entrevistar en Bozeman y Missoula dentro de un par de semanas.

—¿Cuándo crees que empezaremos a hacer las primeras reservas?

—Los antiguos dueños me dijeron que los clientes empiezan a llegar a primeros de abril.

Trent hizo un cálculo mental. No podía seguir aprovechándose de la generosidad de Weezer mucho más de esa fecha. Le pagaba el alquiler, claro, pero durante mucho tiempo, clientes habituales le alquilaban la cabaña cada año en el verano. Eso le daba unos dos meses para encontrar casa. No quería pensar en todas las cosas que tenía que organizar antes. Su hija necesitaba la seguridad de un hogar, no un montón de canguros.

De nuevo, sus pensamientos le hicieron llegar a Libby, aquello que estaba tratando de evitar. Por una parte, le gustaría no haber visto su casa y a Kylie sentada en su mecedora feliz con el gato de Libby en su regazo. Por mucho que lo intentara no podía pensar en un futuro sin ella.

Aunque estaba prácticamente seguro de que lo había arruinado todo yendo a verla el sábado por la noche. No tenía que haber aparecido allí a esas horas de la noche y mucho menos haberla obligado prácticamente a besarlo. Pero Libby tuvo un gesto esperanzador para él. Había respondido con entusiasmo al beso. Al menos al principio. Y también estaba el hecho de que no había podido mirarlo a la cara cuando le había preguntado si Doug la excitaba. Y se había dado cuenta de su nerviosismo el día anterior cuando se encontraron en el Kodiak Café a la hora de comer. Si no sentía nada por él ¿por qué parecía ponerse tan nerviosa en su presencia?

Sin embargo, tenía que comportarse con sumo cuidado. No quería que Kylie se diera cuenta de sus intenciones. Estaba loca por Libby y no quería darle esperanzas antes de lo debido. Chad le golpeó el brazo en ese instante con uno de los folletos.

—¿Te vas a quedar mirando el remo todo el día?

—Lo siento. Tengo muchas cosas en la cabeza.

—¿Kylie o Libby?

—Las dos —dijo él dejando el remo y tomando otro.

—¿Qué tal va en el colegio?

—Tenemos días buenos y días malos. Sé que en gran parte es porque Kylie echa de menos a Ashley y Billings pero parece sentirse a gusto con Libby.

—Eso suena bien —dijo Chad con fingida despreocupación aunque a Trent no se le escapó el tono inquisitivo en sus palabras.

—Soy moderadamente optimista.

—¿De veras?

—Tengo que seguir intentándolo. O consigo recuperarla o echarla por completo de mi vida.

—¿Pero?

—No quiero interferir si realmente está enamorada de Doug Travers.

—Deja que sea ella quien decida. Doug ya es mayor. Y tú también. Uno de los dos ganará y otro perderá. Es así de sencillo.

—Es fácil decirlo.

—Te conozco desde hace tiempo amigo, y tengo que decir que lo tienes mal —dijo Chad riéndose.

—Sí —dijo Trent con una sonrisa torcida mientras tomaba uno de los folletos y leía el titular—: «Especialistas en Turismo de Aventura». El amor sí que es una aventura que no esperaba encontrar.

—¿Y qué hombre lo espera?

—Tienes razón. Supongo que lo único que puedo hacer es esperar tener un poco de buena suerte.

Chad se puso la parka y, tomando un montón de folletos, se dirigió a la puerta. Pero antes de salir, se volvió hacia Trent con una expresión comprensiva en el rostro.

—Tengo la sensación de que todo te saldrá bien. Espero recuperar a mi socio si tengo razón.

Trent percibió comprensión y amistad en las palabras de Chad pero también una súplica. La preocupación por Libby estaba alejándole del negocio. Tarde o temprano tenía que arreglar las cosas y eso significaba tener que hablar abiertamente del aborto y la culpa que había tenido él apartándola de sí.

* * * * *

¿Qué le había hecho creer que aquello era buena idea? Libby, que esperaba junto a la ventana, vio que Doug se acercaba con una bolsa de comida preparada debajo del brazo. Podía haber esperado al fin de semana pero una sensación extraña se había apoderado de ella convenciéndola de la necesidad de no retrasarlo más y lo invitó a casa.

—Hola. Me alegro de que no te haya importado venir habiéndote avisado con tan poco tiempo.

—¿Importarme? —dijo él inclinándose para besarla—. Estoy encantado. Si fuera por mí, te vería todas las noches de la semana —y le entregó la bolsa con la comida mientras se quitaba el abrigo, que dejó sobre el sofá—. Espero que tengas hambre.

¿Hambre? Ni el delicioso aroma que desprendía la comida china consiguió estimular su apetito. Su estómago parecía haberse cerrado.

—Podemos cenar entonces.

Doug la siguió hasta la cocina y jugó con Mona mientas Libby sacaba los platos y servía la comida en ellos.

—¿Ha ocurrido algo excitante en el colegio hoy?

Una de las cosas que le gustaban de Doug era su sincero interés por su trabajo. No supo qué contestar. ¿Debería decirle que Kylie se había abierto a ella y le había hablado de su madre? ¿O que el senador había llamado?

—Lo normal. Tres niños han faltado a clase por la gripe y tuve que enviar a dos niños al despacho de la directora después de una pelea en el patio.

—Se han tenido que enfrentar a la señora Travers —dijo Doug con una sonrisa.

—Lo creas o no, es formidable.

—No tengo la menor duda. Era una madre muy firme.

—Es una maravillosa directora, Doug. Deberías estar orgulloso de ella.

—Lo estoy —dijo él mientras comía—. Y le gustas mucho, ¿sabes?

Sus palabras le hicieron recordar la mirada sorprendida de Mary cuando se enteró de que Trent había sido su marido. Libby miró el pollo agridulce que se había servido y se preguntó si podría comer algo. ¿Cómo decírselo?

—Tenemos una buena relación profesional.

—Le gustaría que fuera algo más que eso —dijo Doug dejando el plato en la encimera y dándose la vuelta para mirarla—. Y yo también.

No había duda de que hablaba en serio. La calidez que había en sus ojos y la amable sonrisa pretendían dar le ánimos pero Libby tuvo que esforzarse para no tratar de huir como hacían sus niños cuando los pillaban mintiendo. Se aclaró la garganta antes de hablar.

—¿Qué te apetece beber?

Doug la miró para comprobar si estaba intentando cambiar la conversación. La sonrisa se borró de sus labios.

—Agua, por favor.

Libby dejó el plato en la mesa y fue a preparar unos vasos con agua. Cuando regresó. Doug la hizo sentarse y él hizo lo mismo, pero no tocó los cubiertos, sino que apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos debajo de la barbilla.

—¿Qué pasa, Libby?

—¿Qué quieres decir?

—Está claro que no te entendí bien cuando me dijiste que quedáramos hoy. El ambiente está tenso.

—No he sido totalmente sincera contigo —dijo Libby apartando su plato.

—Está bien —dijo él tratando de procesar la idea.

—Mi ex marido ha vuelto a Whitefish.

—¿Y eso importa porque…? —dijo él encogiéndose de hombros.

—¿Recuerdas a la niña que nos vio besándonos el sábado en Big Mountain?

—¿Tu alumna?

—Es Kylie Baker. La hija de mi ex.

—¿Y se puede saber cuál es el problema? —preguntó él sin comprender.

—Estoy empezando a tenerle mucho cariño.

—Bueno, no me sorprende. Adoras a los niños. Es uno de los motivos por los que eres una excelente profesora.

¿Cómo podría estar considerando una vida sin Doug? ¿Quién más la animaba tanto?

—Eso no es todo. Trent, mi ex marido… —se detuvo a escoger las palabras.

—Quiere que vuelvas con él —dijo Doug y al cabo sacudió la cabeza al notar que Libby no lo negaba—. Estupendo. Genial.

—No lo ha dicho así exactamente.

—¿Y qué ha dicho «exactamente»? —dijo Doug deliberadamente irónico.

—Tengo la impresión de que quiere ver si todavía siento algo por él.

—¿Y lo sientes?

Allí estaba la gran pregunta. Libby agachó la cabeza.

—No lo sé —dijo con voz queda. En el silencio que sobrevino, el reloj de cuco dio las siete. Libby esperó conteniendo el aliento hasta que se detuvo—. Me hizo mucho daño una vez.

—¿Y quieres que lo vuelva a hacer? —dijo Doug levantándose y dando vueltas por la habitación—. No si yo tengo algo que decir —dijo haciéndola levantarse y, sujetándola por los brazos, buscó su rostro.

Los ojos de Libby se llenaron de lágrimas. Nunca había tenido intención de hacer daño a Doug.

—Estoy confundida. Yo… necesito tiempo.

—¿Cuánto?

—No lo sé —dijo ella encogiéndose de hombros.

—No voy a fingir que la situación no me disgusta, Lib, pero me importas demasiado. Creo que podríamos tener una buena vida juntos, así que si necesitas tiempo para llegar a la misma conclusión, supongo que no puedo hacer otra cosa que dártelo.

Libby no podía creerlo. Deseó que no fuera una persona tan justa deseó que le hubiera puesto un ultimátum porque deseaba tan desesperadamente la vida que Doug le ofrecía que probablemente habría acabado aceptándolo.

—Eres un buen hombre, Doug Travers.

—Maldita sea —dijo abrazándola—. No quiero ser un buen hombre. Quiero ser el hombre que buscas —y tomándole el rostro en las manos, la besó profundamente, posesivamente, como si quisiera dejar en ella su marca. Sus labios se movían buscando y ella intentó responder con el mismo entusiasmo. Cuando se separó de ella, le recorrió los brazos con sus manos—. ¿Sabes? No tengo hambre. Creo que será mejor que me vaya.

Lo siguió al salón y miró impotente cómo se ponía el abrigo.

—¿No quieres llevarte un poco de comida a casa?

—Sólo hay una cosa que quiero llevarme a casa —dijo él con los ojos llenos de dolor—. A ti.

El aire frío se coló en la casa cuando abrió la puerta de la calle. Estaba muy avergonzada y lamentaba lo que acababa de hacer.

«Me haces arder de deseo. ¿Hace eso Doug?».

Lamentablemente, la respuesta era «no». Pero lo que también era cierto era que el amor era algo más que sexo apasionado.

* * * * *

Trent no podía recordar la última vez que se había subido a un autobús escolar. Pero lo que si estaba claro era que seguían siendo igual de incómodos y los escolares que subían en ellos eran igual de ruidosos que entonces.

Se sentó al fondo del tercer autobús del convoy rumbo a la universidad de Missoula para ver la exposición de los Indios Nativos americanos. Kylie se había mostrado inusualmente alegre cuando supo que no sólo iba a ser uno de los padres que los acompañarían, sino que sería el único papá, ya que todos los demás eran mamás. Sin embargo, había preferido sentarse con una niña pelirroja llamada Lacey. A Trent le pareció bien. Su hija parecía estar adaptándose.

Junto a él iba un chico delgado con el flequillo oscuro tapándole los ojos. Iba mirando por la ventana sin decir nada. Los frenos chirriaron cuando el autobús se detuvo en un cruce tras lo cual echó a andar de nuevo con un sonido gutural.

—Hola amiguito, ¿cómo te llamas? —preguntó Trent.

El niño se apartó un poco de él antes de contestar.

—Rory.

—¿De veras? Uno de mis actores favoritos de películas de vaqueros de siempre se llamaba Rory. ¿Has oído hablar de él? ¿Rory Calhoun?

—No —dijo el niño mirándolo subrepticiamente.

—Pues te lo estás perdiendo. Era un tipo muy guay. Seguro que podrías sacar alguna peli suya en el videoclub.

Silencio.

—¿No te gustan los vaqueros?

—Supongo que sí —dijo el niño encogiendo los hombros.

—Solía participar en rodeos cuando era más joven.

—¿Te hiciste daño muchas veces? —preguntó el niño mostrando una chispa de interés por fin.

—Bueno, no mucho aunque a veces las caídas pueden ser muy dolorosas. Claro que quien algo quiere algo le cuesta. Pasa lo mismo con la escalada o con el descenso de rápidos. Lo que ocurre es que con la emoción se te olvida el dolor.

—Mi mamá no me dejaría hacer algo así. Especialmente si puedo hacerme daño. Y no tengo papá.

El rostro del niño lo decía todo. Un niño sobreprotegido que llamaba a voces una influencia masculina en su vida. Su madre estaba convirtiéndolo en un niño de mamá.

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