La danza de los deseos – Laura Abbot

—Ya conoces a Kylie Baker, del colegio pero no conoces a su padre. Trent, ésta es Lois Jeter, la profesora de gimnasia.

—Encantado —dijo él extendiendo la mano.

—Igualmente —dijo Lois sonriendo.

Libby evitó mirarlo y en su lugar le prestó toda su atención a la niña.

—¿Tenemos tutoría mañana?

—Sí —dijo ella mirándose los pies antes de levantar la vista finalmente—. Todavía estoy un poco asustada.

—Lo sé, pero pronto no tendrás motivo —dijo Libby dándole unos cariñosos golpecitos a Kylie en el hombro.

—Vamos, Kylie, tenemos que buscar una mesa.

—Vale, pero primero tengo algo que decirle a la señorita Cameron —dijo la niña inclinándose y bajando la voz—. Ayer la vi besando a ese hombre. ¿Es su novio?

Por el rabillo del ojo, vio que Trent se mordía el labio.

—Eso es un secreto mío, ¿no crees?

—Sí, pero espero que sea así, porque es muy guapa y necesita un novio —dijo la niña mirando a su padre y después a Libby—. Bueno, adiós. Tenemos que comer porque nos vamos a esquiar después.

Libby los vio alejarse y sentarse un poco más allá. Con cuidado, se colocó la servilleta en el regazo y trató de hacer aparecer el rostro de Doug en su mente.

—¿Lib? —dijo Lois chasqueando los dedos en el aire—. Hola.

—Lo siento.

—Se acabaron los juegos. Eres tan transparente como el cristal. ¿Quién es ese Trent Baker?

Cualquier rastro de apetito, desapareció. Con su sola presencia, Trent había conseguido hacer que el pulso se le acelerase.

—Un hombre.

—Pero no uno cualquiera.

—No. Fue mi marido.

Lois consiguió no quedarse con la boca abierta. En vez de ello, asintió como si sus sospechas se hubieran confirmado.

—Y no lo has olvidado del todo, ¿verdad?

—Parece que no —dijo Libby tragando con dificultad. Había tratado de evitarlo pero era cierto.

—¿Y Doug?

—Ojalá lo supiera, Lois —dijo Libby confesándole todo lo que había en su interior. Su afecto hacia Doug, su necesidad de una familia y sin entrar en más detalle, le habló del pasado en el cual Trent no se había hecho cargo de ella ni de sus necesidades y cómo ahora le pedía una segunda oportunidad. Cuando terminó, se reclinó en el asiento, exhausta. Justo cuando llegó la camarera con las ensaladas. Libby levantó el tenedor y tomó un trozo de tomate.

—Lois, no sé qué hacer —resumió.

—Date tiempo, cariño. Un día lo sabrás. Te lo prometo.

Libby tenía la esperanza de que su amiga estuviera en lo cierto pero era plenamente consciente de que alcanzar ese punto implicaría tomar dolorosas decisiones.

* * * * *

Kylie llegó diez minutos tarde a su tutoría. Libby estaba escribiendo en la pizarra las actividades del día pero ni siquiera eso lograba detener las mariposas que sentía revoloteando en el estómago. Había sido difícil ver a Trent en el Kodiak pero allí, en la quietud de su clase… Cuanto más se esforzaba por no pensar en el beso, más recurría la imagen en su mente. ¿Y qué pasaría con Doug? Tal vez su madre le hubiera hablado de Trent pero era una cobardía esperar que se enterara por Mary. Tenía que ser honesta con él. Como su anterior matrimonio era un tema que solía evitar, no habían hablado mucho de ello. Y él se había mostrado paciente con ella. Suspiró. Una más de sus cualidades.

—¿Tengo que hacerlo?

Libby miró hacia la puerta. Le parecía la voz de Kylie. Y estaba lloriqueando.

—Kylie a ti te gusta la señorita Cameron. Te está ayudando.

—Sigo siendo más tonta que los otros niños.

Libby salió al pasillo y se arrodilló junto a Kylie que se negaba a levantar la mirada.

—Kylie, cariño, eso no es cierto. ¿Alguien te ha dicho eso?

—Sí.

Libby la sujetó con ternura por los brazos.

—¿Por qué crees que alguien te diría eso?

—Porque me odian.

—No. Probablemente sea porque están celosos.

Kylie levantó la cabeza y miró a Libby con unos escépticos ojos azules.

—Eso es una tontería.

—En absoluto. Lo estás haciendo muy bien, mucho mejor que muchos alumnos nuevos cuando se mudaron aquí. Piensa en ello. Ya estás aprendiendo a esquiar, y si sigues trabajando con la lectura, muy pronto no necesitarás ayuda extra.

—¿De verdad? —preguntó la niña esperanzada.

—De verdad —dijo Libby levantándose—. Ahora, entra en clase y prepara tu libro.

Cuando Kylie se marchó, Libby se alejó un poco y miró a Trent.

—¿Qué ha ocurrido?

—No lo sé —dijo él encogiéndose de hombros y frunciendo el ceño—. Supongo que era demasiado bonito pensar que se había curado de su fobia al colegio. Empezó con que le dolía el estómago, las quejas y todo lo demás esta mañana.

—El cambio le está costando. Tienes que estar preparado para estos altibajos. Pero con el tiempo…

—Con el tiempo —repitió él y entonces la miró dejándole ver que estaba eligiendo cuidadosamente las palabras con doble significado—, con el tiempo, todo es posible.

—No esperes milagros —dijo ella devolviéndole la mirada, decidida a no dejarse intimidar.

—Pues lo hago. Con Kylie… y contigo.

Libby no podría haber desviado la vista aunque hubiera querido. No había duda del fervor presente en sus palabras y en sus ojos así como la ola de pánico la invadió.

—Concentrémonos en Kylie en estos momentos.

—Me parece justo. ¿Puedo ayudar de alguna manera?

—Podrías practicar con ella en casa, por ejemplo.

—Lo intentaré.

—Los niños tienen una excursión al campo la próxima semana y necesitaremos padres para ayudarnos a cuidar de todos. ¿Querrías venir? —preguntó ella sin poder comprender por qué. Sería beneficioso para Kylie, pero para ella…

—Comprobaré la agenda con Chad pero, sí, me gustaría.

—Tal vez si conoces a algunos de los compañeros de Kylie y muestras interés por lo que hacemos en el colegio…

—No hace falta que digas más. Iré. Dime cuándo y dónde.

—Está bien —dijo ella mirando hacia la clase—. Será mejor que entre ahora. Y, Trent…

—¿Sí?

—No te preocupes. Se le pasará.

Sin embargo cuando entró en la clase, no estaba tan segura. Kylie estaba cabizbaja en la mesa de lectura. Cuando Libby se acercó y le puso la mano en el hombro ni se movió.

—¿Estás triste esta mañana?

—Sí —susurró la niña—. A veces, me pongo a recordar.

—¿Qué, tesoro?

—El invierno pasado. Cuando mamá estaba tan enferma —una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla—. Recé y recé para que se pusiera buena pero no pasó.

—A veces, por mucho que lo deseemos, no podemos evitar que las cosas ocurran —dijo Libby que, sin darse cuenta, se había puesto la mano sobre el abdomen en actitud protectora—. Creo que sé cómo te sientes. Mi madre murió cuando yo tenía tu edad.

—¿De verdad? —dijo Kylie mirándola.

Rodeándola con el brazo. Libby continuó.

—Como tu mamá, la mía también estaba enferma. La eché mucho de menos. Es normal que eches de menos a tu mamá, ¿sabes?

—Na-nadie la conoce aquí.

—Necesitas hablar de ella, ¿verdad? —preguntó Libby y Kylie se limpió las lágrimas de las mejillas y asintió—. Te comprendo. Estoy segura de que tu papá también la echa de menos. ¿No puedes hablar de tu mamá con él?

—En realidad no.

—¿Por qué no, cariño?

—Se pone triste y… deja de sonreír.

—¿Y Weezer?

—Es muy buena pero no la conozco mucho todavía.

—¿Qué dirías si pudieras hablar de tu mamá con alguien?

—Que tenía el pelo muy suave, como una estrella de cine. Me dejaba cepillarlo a veces. Y nos gustaba ir a comprar ropa de chicas. Hacía unas galletas de arroz muy ricas y…

Después de cómo Kylie estaba desnudándole su alma, no hubo sesión de lectura pero a Libby tampoco le importó. La niña estaba sufriendo una catarsis como le había ocurrido también a ella. Recordó la tristeza y la sensación de pérdida durante su niñez en Oklahoma y cómo había tratado de paliarla envolviéndose en su mantita escuchando en silencio los ecos de aquella enorme casa y preguntándose qué iba a ocurrirle, quién la querría después de aquello.

Finalmente, Kylie deslizó su pequeña manita en la de Libby.

—Te lo he contado.

—Sí. Y siempre que quieras hablar, te escucharé.

—Eso es porque no eres sólo mi profesora. Eres mi amiga.

Sin querer que Kylie viera las lágrimas que se arremolinaban en sus ojos, abrazó a la niña y apoyó la barbilla en la cabeza rubia, inspirando el aroma a limón de su champú.

¿Cómo había ocurrido aquello? Ya le resultaba bastante difícil mantener la guardia frente a Trent. Pero con Kylie era, sencillamente, imposible.

Capítulo 6

Aunque ocupada con las tareas del día de clase, Libby estuvo preocupada. No podía dejar de pensar en cómo había cambiado drásticamente su ordenada nueva vida. Sintió un gran alivio cuando los niños salieron hacia la clase de informática. Tendría treinta minutos de adorable paz.

Regó las plantas que crecían en el rincón dedicado a la ciencia y después se sentó en su silla. En Navidad, su futuro parecía sencillo y asegurado. Doug había ido intensificando su cortejo desde entonces y su creciente afecto hacia él acabaría desembocando en matrimonio. Estabilidad. Una familia.

Esos sueños aún podían hacerse realidad pero Doug merecía compromiso y eso no ocurriría hasta que pudiera aclarar sus sentimientos hacia Trent. Tal vez debería verlo de nuevo y comprobar qué sentía.

Enterró las manos en el pelo con gesto frustrado ante el dilema que se le planteaba. Tenía que hablarle a Doug de Trent pero ¿qué le iba a decir exactamente?

Tomó un lápiz rojo y empezó a corregir los ejercicios de aritmética. Bart había hecho mal más de la mitad de los problemas y Rory había dejado en blanco varios aunque había rellenado los márgenes con dibujos de aviones de combate. La satisfacción llegó con el ejercicio de Kylie, sin un solo fallo.

—¿Libby?

Sorprendida, miró hacia la puerta. La secretaria la miraba con gesto perplejo.

—Tienes una llamada en la oficina. Un tal senador Belton.

Mala suerte. El mal día que llevaba aún podía empeorar más. Se levantó y se dirigió a la oficina.

—Puedes hablar desde ése —indicó la secretaria.

—Diga. Libby Cameron.

—¿Señorita Cameron? —dijo una voz seria y disciplinada—. Espere un momento. Le paso al senador Belton.

Su padrastro nunca la había llamado al colegio antes. De hecho, aparte de su breve conversación durante las vacaciones de Navidad, no había hablado con él desde principios de otoño. ¿Qué podía ser tan urgente como para llamarla en horario de trabajo?

—¿Libby? —preguntó tras unos minutos de espera—. Lamento haberte hecho esperar.

Libby oía el murmullo de un presentador de las noticias en la televisión del despacho del senador.

—No puedo estar fuera de clase mucho tiempo —dijo ella.

—Lo entiendo —se detuvo y Libby lo imaginó hojeando papeles y haciendo gestos a alguno de sus ayudantes—. ¿Ha contactado contigo algún periodista?

—No directamente pero alguien llamó al colegio para verificar que trabajaba aquí.

—Esperemos que eso sea todo.

—¿Qué quieres decir?

—Un joven reportero, Jeremy Kantor, que parece decidido a convertirse en el próximo Bob Woodward. Está escribiendo un artículo en profundidad sobre las vidas personales de algunos personajes en la cumbre.

—¿Y qué podría interesarle de mí?

—Bueno, eres la única familia que tengo y como ambos sabemos, podría hacerte algunas preguntas embarazosas.

—Puede preguntar todo lo que quiera. Nada de lo que yo pudiera decirle tiene interés alguno para él —dijo Libby tragando el nudo que se le había formado en la garganta—. Y tampoco creo que pudiera comprometer tu posición en modo alguno.

—Buena chica. Eso es lo que quería oír —dijo él aclarándose la garganta—. En cuanto a lo demás, ¿todo bien por ahí?

—Estoy bien —dijo ella. Con tono cortante.

—Tienes que pensar en venir por Washington.

—¿Por qué habría de querer?

—Para hacer un poco de turismo y presentarte a algunas personas.

Ahora ya sí era una mujer respetable. Pero demasiado tarde.

—Lo pensaré.

—Espera un minuto, Sarah. Ya voy —dijo él y Libby no pudo evitar mirar hacia el techo. Cosas importantes, sin duda—. Lo siento, Libby, pero tengo que irme.

—No importa.

—Adiós.

Y colgó antes de que ella pudiera decirle adiós. Libby colgó y caminó inquieta por el despacho. Un periodista estaba hurgando en la basura. Rezó para que sus pesquisas respecto a ella terminaran en su vida laboral. Toda relación con el senador había quedado rota hacía años. Eso era lo único que tenía que decir.

La puerta se abrió y la secretaria la miró con preocupación.

—Libby, ¿va todo bien? ¿Necesitas que cuide tu clase?

Libby sacudió la cabeza en un esfuerzo por apartar de la mente recuerdos demasiado dolorosos.

—No, ya voy yo. Gracias.

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