—Está todo bajo control —aseguró Chad.
Aunque reticente, Trent se dirigió hacia el telesilla. Había albergado la esperanza de poder enseñarle él mismo a esquiar a su pequeña, pero se alegraba de que pareciera llevarse tan bien con Chad y de que éste hubiera conseguido quitarle el miedo a hacerlo mal.
La vista desde el telesilla era espectacular. Los deslumbrantes picos helados de Glacier Park recortados contra el cielo azul sin nubes y los lagos relucientes como espejos. Trent inspiró profundamente el aire de la montaña y se relajó en su asiento. Había echado mucho de menos el norte de Montana: más de lo que había imaginado. Con el tiempo, Kylie también amaría aquel lugar.
Para poder vivir en Whitefish durante los años de formación de Trent, su madre había trabajado en numerosos sitios: agente de reservas de Glacier Park, conductora del autobús del colegio, cajera y finalmente camarera en el Kodiak Café. Allí fue donde Weezer y ella se hicieron grandes amigas. Trent se rió. Si a una de las dos se le escapaba que él estaba haciendo alguna fechoría, la otra lo controlaba. Sus escapadas las había tenido a las dos en constante vigilancia.
Y eso era lo que quería para Kylie una comunidad con buena gente en la que apoyarse. El telesilla llegó a un alto y Trent se dejó caer. A pesar del sol y de las condiciones excelentes de la nieve, había pocos esquiadores en aquella sección. Se ajustó las gafas, plantó los bastones y se dio impulso. La sensación de la velocidad le resultaba estimulante. Cuando plantó los bastones en la nieve al final de la bajada no puso reprimir una amplia sonrisa de satisfacción.
Subió y bajó de nuevo antes de regresar con Chad y la niña. Se quitó los esquís, se los colocó sobre el hombro y se dirigió hacia la zona de principiantes. Para su asombro. Kylie ya esquiaba sola, las cejas fruncidas en gesto de concentración. Entonces se detuvo, miró a Chad y se echó a reír satisfecha.
—¡Lo he conseguido, tío Chad lo he conseguido!
—Ya lo creo —dijo él chocando los cinco con la niña—. Tienes cualidades innatas.
Al mirar por encima del hombro de Chad vio a Trent.
—¡Papá, papá! ¡Ya sé esquiar!
—Nunca lo dudé —dijo Trent acercándose y dándole un abrazo.
—Así aprenderá ese estúpido de Bart Ames. ¿Cuándo volvemos otro día?
—¿Mañana?
—¡Sí! —contestó la niña con las mejillas sonrosadas por el frío y una mirada danzarina en los ojos.
—¿A quién le apetece un chocolate? Así el tío Chad podrá esquiar un poco también.
—Me encanta el chocolate.
—Gracias amigo —dijo Trent extendiendo la mano hacia Chad—. Te debo una.
—No me debes nada. Kylie y yo lo hemos pasado muy bien, ¿verdad, pequeña?
Trent la ayudó a quitarse los esquís y se dirigieron a la cafetería. De pronto, Kylie se detuvo y entornó los ojos para ver a lo lejos.
—Papá, mira allí. ¿Ves a ese hombre que besa a una mujer con un gorro rojo? Creo que es la señorita Cameron.
No quería mirar pero sus ojos se dirigieron a la pareja como si fueran un imán.
—¿Por qué la está besando?
Bajo el frío de la montaña, Trent sintió que la sangre le hervía en las venas.
—No lo sé. A lo mejor no es la señorita Cameron.
—Sí lo es. ¿No lo ves? Se ha dado la vuelta. El hombre le rodeaba la cintura con un brazo. Estaban charlando y riendo, ajenos a todo.
Kylie empezó a dar saltos agitando las manos en guantadas.
—Señorita Cameron, ¡hola!
Trent deseó que se levantara una horrible ventisca, lo que fuera antes que enfrentarse a la confirmación de que Libby estaba con un hombre. Alguien que evidentemente, la adoraba.
—Hola, Kylie. ¿Estás aprendiendo a esquiar? —preguntó Libby saludando con la mano.
—¡Lo hago muy bien! —respondió Kylie con tono triunfal.
—¡Estupendo!
Trent también la saludó aunque sin mucho entusiasmo y vio cómo Libby y su hombre se dirigían al telesilla.
—Vamos, Kylie —dijo Trent alejando a Kylie de allí. Pero por muy dulce y cremoso, el chocolate no pudo quitar el amargor que se formó en su boca cuando vio cómo aquel hombre besaba a Libby.
Capítulo 5
—¿Alumna tuya? —preguntó Doug a su lado.
Libby asintió con la cabeza mientras subía en la silla y abajo quedaban las figuras de un hombre y una niña. No era fácil quitárselos de la mente. La alegría de Kylie cuando la saludó. El dolor en el rostro de Trent, como si ella siguiera siendo suya. Bastante era tener que relacionarse con él porque era parte de su trabajo pero no daría opción a que se repitiera lo de la cena de la primera noche.
—¿Estás bien? —preguntó Doug poniéndole el brazo por encima del hombro.
—Sí. ¿Por qué?
—Estás muy lejos de aquí. ¿Te he agotado con tanto esquí?
—Estoy un poco cansada. ¿Te parece que sea ésta la última bajada?
—Me parece bien. Te llevaré a casa para que puedas revivir un poco con un buen baño antes de salir esta noche.
—¿Esta noche? ¿Qué hay esta noche?
—He reservado en Big Fork.
El día había sido divertido. Habían hecho deporte, Doug se había mostrado muy complaciente y había hecho muy buen tiempo, ¿Pero entonces por qué la perspectiva de una cena le parecía más una obligación que un final romántico para un día perfecto? Tratando de mostrar un entusiasmo que no sentía, murmuró:
—Estupendo.
Pero Libby no podía concentrarse en el descenso. ¿Cómo había logrado Trent con sólo una mirada arruinar su buen humor? No podía permitir que la afectara tanto. Ahora vivía en Whitefish. Eso quería decir que se lo iba a encontrar muchas veces y no quería que Trent Baker ni nadie amenazara la frágil paz que había conseguido hacer con el pasado.
A su lado, Doug se detuvo.
—Vamos preciosa ¿preparada para ir a casa?
—Ese baño sueña muy apetecible.
Doug la besó, ligeramente al principio y luego más profundamente. Cuando se apartó le acarició la nariz con un dedo.
—¿Quieres que te frote la espalda?
Instintivamente, Libby se retiró aunque era consciente de que Doug tenía todo el derecho a preguntar algo así. No podía retenerlo indefinidamente, no después de haberle dicho que creía que sí podría amarlo algún día.
—Hoy no, gracias —dijo sonriendo con gesto de cansancio.
Más tarde, cuando caminaban por el aparcamiento hacia el coche, Doug le tomó la mano.
—Lo he pasado muy bien.
—Yo también.
—¿Harás algo por mí esta noche?
—Claro.
—Ponte ese vestido rojo tan sexy. Ya sabes, ése con los tirantes finos.
Libby notó que el estómago le daba un vuelco. ¿Acaso tendría algo en mente? Era posible, claro. Hacía semanas que venía conteniéndolo.
—De acuerdo.
Charlaron de camino a casa y cuando Doug se marchó, sus palabras de despedida seguían resonando en su mente, haciéndola sentir incómoda.
—Ha sido un día muy especial, Libby. Quiero que esta noche sea aún más especial.
Se preparó un baño caliente perfumado con aceite de lavanda y se metió en el agua. Cuando se tumbó y apoyó la cabeza en la porcelana de la bañera, dejó escapar un profundo suspiro. Tenía que tomar una decisión y si no era esa noche, tendría que hacerlo muy pronto.
El problema no era Doug, el problema era ella misma.
* * * * *
—Tal vez ese idiota de Bart ya no se burle más de mí —dijo Kylie a Trent de camino a casa, exultante con su nueva habilidad.
—Esa lengua.
—¿No se puede decir idiota? Es que lo es.
—¿Qué te parece si lo dejamos en ignorante?
—¿Qué significa?
—Alguien realmente estúpido.
—Ig-no-ran-te —repitió la niña con cuidado y sonrió mirándose al espejo retrovisor—. Me gusta. Es tan ig-no-ran-te que ni si siquiera sabrá lo que significa la palabra —rió.
La palabra se adaptaba perfectamente a él también. Una virulenta oleada de celos lo había inundado al ver a ese hombre besar a Libby. No tenía sentido. ¡Hacía más de diez años que no la veía y no tenía control alguno sobre sus reacciones hacia ella! Reacciones casi todas relacionadas con sensaciones físicas que creía haber enterrado al conocer a Ashley. Chad había intentado avisarlo. Weezer, con sus ojos amables y su corazón intuitivo, le había preguntado. ¿Qué ocurriría si seguía sintiendo algo por Libby?
Después de cenar, Trent invitó a Weezer a la cabaña. Vieron la tele y después Weezer contó a Kylie una historia pasa dormir, Scout se tumbó en la puerta de su habitación como si estuviera protegiéndola. Cuando Weezer regresó, Trent le sirvió un vaso de sidra y sirvió otro pasa él. Weezer se sentó en el sofá con las piernas cruzadas y Trent se relajó en un sillón cercano.
—¿Y bien? —preguntó Weezer finalmente tras un largo silencio.
—Hay un hombre —se limitó a decir Trent consciente de que no necesitaba dar más explicaciones.
Weezer no dijo nada y esperó a que Trent continuara.
—Los vimos en Big Mountain. La besó —decirlo le resultaba tan doloroso como el hecho en sí. Dejó el vaso en la mesa sin probarlo—. ¿Por qué no me lo habías dicho?
—No me lo preguntaste —contestó ella con expresión suavizada.
—¿Quién es?
—Doug Travers. Él y su familia se mudaron aquí poco después de que te fueras. Es agente de seguros. Su padre administra el hospital y su madre es la directora del colegio en el que enseña Libby.
—Claro. La señora Travers —gimió él. Todo tenía sentido. Libby pegaba bien con gente como los Travers. Ciudadanos respetables. ¿En qué estaba pensando? No podía esperar llegar allí y retomarlo donde lo habían dejado y arruinar así la nueva vida de Libby.
—¿Van en serio?
—Se han estado viendo de forma intermitente durante los últimos seis meses —dijo Weezer encogiendo los hombros—. Es un bueno hombre —dijo a modo de advertencia.
Debería haberse alegrado de oírlo, aliviado de que no se tratara de un imbécil supino, pero por algún motivo aquello no hizo que se sintiera mejor.
—Pero tú también lo eres, hijo.
Trent trató de imaginar a Libby casada con un hombre con un buen trabajo, unos padres amables y probablemente mucho dinero. Una familia ideal. Y no un marido egoísta y cretino que había salido huyendo de sus responsabilidades. Apoyó la cabeza en las manos y miró el fuego, consciente sólo de su caos mental y de la respiración tranquila de Weezer a su lado.
—¿Es demasiado tarde? —preguntó finalmente.
—No he visto un anillo en su dedo.
—¿Qué crees que debería hacer?
—No es a mí a quien le corresponde decidirlo. Tu cabeza y tu mente están luchando. Puedes seguir siendo un infeliz o puedes actuar. Los riesgos en este juego son altos.
Trent se levantó y fue hacia la ventana. Antes de que ese tal Doug entrara en escena, había acariciado la esperanza de intentarlo de nuevo con Libby, pero después de verlos juntos, se preguntaba si tenía algún derecho a interferir. Miró a Weezer.
—No quiero que te sientas obligada pero ¿podrías quedarte con Kylie un rato?
—Puedo —dijo ella mirándolo.
—No sé cuándo regresaré —dijo él tomando la parka.
—Tómate todo el tiempo que necesites.
Trent atravesó el salón y le puso la mano en la cabeza plateada de Weezer.
—Gracias.
—Actúa con conocimiento, hijo.
Cuando salió a la calle, inspiró profundamente y miró a las estrellas. «Ashley, si estás ahí, perdóname, pero no quiero estar solo. Nunca más». Libby podía rechazarlo pero no antes de dejarle bien claro algo. Una parte de él siempre la había amado. Y seguía haciéndolo.
* * * * *
Debería haberlo sabido. Un moderno todoterreno Suburban estaba aparcado a la puerta de la casa de Libby.
La luz del porche lanzaba un brillo cálido sobre el patio delantero y, en el interior, una pequeña lámpara iluminaba el salón. Trent apretó los dientes. No podía controlar su imaginación desbordada: música suave, fuego encendido en la chimenea y unas copas de coñac para desinhibir. La visión de los ojos azules de Libby relucientes de pasión, hablando entre susurros y la respiración entrecortada. Al pensar en ello, casi podía oler su aroma peculiar.
Se reclinó en el asiento avergonzado de sus pensamientos y de la situación, en medio de la oscuridad, dentro de un coche como el peor de los mirones. ¿Pero qué había esperado? Se había comportado como un pésimo marido. Infantil. ¿Cómo iba a convencerla de que había cambiado? No tenía la respuesta, sólo el convencimiento de que tenía que intentarlo.
Entonces, se abrió la puerta de la casa y salió Doug Travers. Trent vio que Doug se daba la vuelta y tomaba el rostro de Libby entre sus manos antes de besarla. No podía verla a ella porque el cuerpo del hombre la tapaba. Cuando éste se movió un poco, pudo verla. Iba vestida con un sensacional vestido rojo que acentuaba cada curva de su precioso cuerpo.