Charmain estaba de pie en mitad de la sala sintiéndose olvidada. «Sé que no estoy siendo razonable —pensó—. Sólo soy la misma de siempre. Pero quiero que me devuelvan a Waif. Quiero llevármela cuando me manden de vuelta a casa con madre». Le pareció evidente que iba a ser la madre de Peter quien iba a cuidar del mago de ahora en adelante, y eso ¿dónde dejaba a Charmain?
Hubo un ruido terrible.
La pared se tambaleó, lo que provocó que Calcifer saliera a toda prisa de la chimenea y se posara sobre la cabeza de Charmain. Después, a cámara lenta, un enorme agujero se abrió en la pared al lado de la chimenea. Primero se rompió el papel pintado, después el yeso de debajo. Entonces, las piedras oscuras de debajo del yeso se rompieron y desaparecieron, hasta que no quedó nada, excepto un espacio oscuro. Finalmente, ya no a cámara lenta, Peter salió disparado del agujero y aterrizó delante de Charmain.
—¡Agujero! —exclamó Morgan señalando.
—Creo que sí —asintió Calcifer.
Peter no parecía nada sorprendido. Miró a Calcifer y dijo:
—Así que no has muerto. Sabía que ella se estaba preocupando por nada. No es muy sensata.
—¡Muchas gracias, Peter! —contestó Charmain—. Y ¿cuándo has sido tú sensato? ¿Cuándo?
—Ciertamente —afirmó la bruja de Montalbino—. Yo también quiero saberlo.
Empujó la silla hasta Peter de modo que el tío abuelo William y Timminz pudieran mirar a Peter al igual que el resto, excepto la princesa Hilda, que estaba mirando con lástima el agujero de la pared.
Peter no parecía preocupado. Se sentó.
—Hola, mamá —dijo alegremente—. ¿Por qué no estás en Ingary?
—Porque el mago Howl está aquí —respondió su madre—. ¿Y tú?
—He estado en el taller del mago Norland —dijo Peter—. Fui allí en cuanto le di esquinazo a Charmain —agitó sus manos con el arco iris de cintas en los dedos para explicar cómo había llegado. Pero miró al mago Norland muy asustado—. He tenido mucho cuidado, señor. De verdad.
—¿En serio? —dijo el tío abuelo William mirando el agujero de la pared. Parecía que se estaba arreglando poco a poco. Las piedras negras se estaban cerrando con cuidado y el yeso estaba creciendo sobre las piedras—. ¿Y qué has estado haciendo allí todo un día con su noche, si es que puedo preguntar?
—Hechizos de adivinación —explicó Peter—. Tardan mucho. Tuve suerte de que tuviese usted todos aquellos hechizos de comida, señor, o a estas horas estaría muerto de hambre. Y he usado su cama turca. Espero que no le importe —por la cara que puso el tío abuelo William, estaba claro que sí que le importaba. Peter añadió enseguida—: Pero el hechizo funcionó, señor. El tesoro real tiene que estar aquí, donde están todos, porque le dije al hechizo que me llevase dondequiera que estuviese el tesoro.
—Y así es —corroboró su madre—. El mago Howl ya lo ha encontrado.
—Oh —dijo Peter. Parecía muy entristecido, pero enseguida se alegró—. Entonces, ¡he hecho un hechizo y ha funcionado!
Todo el mundo miró el agujero que se estaba cerrando poco a poco. El papel pintado se estaba moviendo con cuidado sobre el yeso, pero era obvio que la pared ya nunca sería la misma. Tendría un aspecto húmedo y arrugado.
—Estoy segura de que eso es un gran alivio para usted, jovencito —dijo la princesa Hilda amargamente. Peter la miró inexpresivo y se preguntó quién era.
Su madre suspiró.
—Peter, esta es su alteza la princesa Hilda de High Norland. Tal vez podrías ser lo suficientemente bueno como para levantarte e inclinarte ante ella y ante su padre el Rey. Después de todo, son casi familia nuestra.
—¿Ah sí? —preguntó Peter. Pero se puso de pie y se inclinó muy educadamente.
—Mi hijo, Peter —dijo la bruja—, quien ahora es seguramente heredero a su trono, alteza.
—Encantado de conocerte, chico —contestó el Rey—. Todo esto es muy confuso. ¿Puede alguien explicármelo?
—Yo lo haré, Majestad —dijo la bruja.
—Tal vez deberíamos sentarnos todos —propuso la princesa—. Sim, sé tan amable de retirar esos dos… esto… conejos muertos, por favor.
—Ahora mismo, señora —dijo Sim. Atravesó la habitación a toda prisa y recogió los dos cadáveres. Estaba claramente tan ansioso por oír lo que fuese que iba a contar la bruja que Charmain estaba convencida de que se había limitado a abrir la puerta y tirarlos fuera. Cuando volvió a entrar a toda prisa, todos estaban sentados en los sofás descoloridos, excepto el tío abuelo William, que estaba recostado en los cojines con aspecto maltrecho y cansado, y Timminz, que se sentó en un cojín al lado de la oreja del tío abuelo William. Calcifer volvió a ir a tostarse al hueco de la chimenea. Sophie sentó a Morgan en sus rodillas, donde Morgan se puso a chuparse el dedo gordo y se durmió. Y finalmente, el mago Howl le devolvió a Waif a Charmain. Lo hizo con tal sonrisa de disculpa que Charmain se puso nerviosa.
«Me gusta más como hombre —pensó—. ¡Ahora entiendo porque a Sophie le molestaba tanto Twinkle!». Mientras tanto, Waif se estiró y puso las patas sobre las gafas colgantes de Charmain para lamerle la barbilla. Charmain le frotó las orejas y le acarició el pelo de la cabeza mientras escuchaba lo que la madre de Peter tenía que decir.
—Como ya sabéis —comenzó la bruja—, me casé con mi primo Hans Nicholas, que en aquel momento era el tercero en la línea de sucesión al trono de High Norland. Yo era quinta, aunque, en realidad, las mujeres no contábamos y, además, lo único que yo quería en el mundo era ser bruja profesional. Hans tampoco estaba interesado en ser rey. Su pasión era escalar montañas y descubrir cuevas y nuevos pasos en los glaciares. Nos alegró bastante saber que nuestro primo Ludovic sería el heredero al trono. A ninguno de los dos nos caía bien y Hans siempre decía que Ludovic era la persona más egoísta y falta de sentimientos que conocía, pero los dos pensamos que, si nos íbamos y no mostrábamos interés alguno en el trono, no nos molestaría.
»Así que nos mudamos a Montalbino, donde monté mi oficina de bruja y Hans se convirtió en guía de montaña, y fuimos muy felices hasta poco después de nacer Peter, cuando se hizo terriblemente evidente que nuestros primos estaban cayendo como moscas. Y no sólo morían, sino que también se decía que eran perversos y que morían a causa de su maldad. Cuando mi prima Isolla Matilda, que era una niña encantadora y adorable, fue asesinada mientras supuestamente intentaba, a su vez, matar a alguien, Hans no tuvo dudas de que quien lo estaba haciendo todo era Ludovic. «Está matando sistemáticamente a todo el resto de herederos al trono —dijo—. Y, al hacerlo, está también manchando nuestro buen nombre».
»Empecé a temer por Hans y Peter. En aquel momento, Hans era, tras Ludovic, el siguiente en la línea sucesoria, y Peter iba después. Así que agarré mi escoba voladora, me até a Peter a la espalda y volé hasta Ingary para hablar con la señora Pentstemmon, quien me había enseñado las artes para ser bruja. Creo —dijo la bruja mirando a Howl— que también te enseñó a ti, mago Howl.
Howl le obsequió con una de sus deslumbrantes sonrisas.
—Eso fue mucho después; yo fui su último alumno.
—Entonces sabrás que ella era la mejor —dijo la bruja de Montalbino—. ¿Estamos de acuerdo?
Howl asintió.
—Podías creer cualquier cosa que ella dijese —siguió la bruja—. Siempre tenía razón —Sophie asintió a eso, un poco arrepentida—. Pero cuando le pregunté —dijo la bruja—, no estaba segura de que pudiese hacer otra cosa que coger a Peter e irme muy lejos. A Inhico, me propuso. Yo le dije: «¿Y Hans?». Y ella coincidió conmigo en que tenía motivos para preocuparme. «Dame medio día para encontrar la respuesta —me pidió, y se encerró en su taller. Menos de medio día después, salió casi con un ataque de pánico. Jamás la había visto tan contrariada—. Querida —me dijo—, tu primo Ludovic es una criatura malvada llamada lubbockin, descendiente de un lubbock que merodea por las colinas que separan High Norland de Montalbino, y está haciendo exactamente lo que tu Hans sospechaba, sin duda con la ayuda del lubbock. ¡Tienes que irte corriendo a tu casa de Montalbino! Recemos para que llegues a tiempo. Y bajo ningún concepto le cuentes a nadie quién es tu pequeñín, no se lo digas ni a él ni a nadie, o el lubbock intentará matarlo a él también».
—Ah, ¿por eso no me lo habías contado nunca? —preguntó Peter—. Deberías haberlo hecho. Yo sé cuidar de mí mismo.
—Eso es exactamente lo que el pobre Hans pensaba —replicó su madre—. Debería haberle obligado a venir a Ingary con nosotros. Y no interrumpas, Peter. Casi me haces olvidar lo último que me dijo la señora Pentstemmon, que era: «Hay una salida, querida. En tu tierra natal hay, o había, una cosa llamada regalo élfico que pertenece a la familia real y que tiene el poder de mantener a salvo al rey y al país entero con él. Ve a pedirle al rey de High Norland que le preste a Peter el regalo élfico. Eso lo protegerá». Así que le di las gracias, volví a colgarme a Peter a la espalda y volé todo lo deprisa que pude de vuelta a Montalbino. Quería pedirle a Hans que me acompañase a High Norland a pedir el regalo élfico, pero cuando llegué a casa me dijeron que Hans había subido a Gurtterhorns con un equipo de rescate de montaña. En aquel momento tuve una terrible premonición. Salí volando directamente a las montañas con Peter aún a la espalda. Para entonces, él lloraba de hambre, pero no me atrevía a parar. Y llegué justo a tiempo de ver al lubbock provocar la avalancha que mató a Hans.
La bruja paró en ese punto como si no pudiese seguir. Todo el mundo esperó respetuosamente a que tragase saliva y se secase los ojos con un pañuelo de colores. Después, bajó los hombros con eficiencia y continuó:
—Rodeé a Peter de protecciones mágicas lo más fuertes posible. Le dejé crecer en el mayor de los secretismos y ni siquiera me importó cuando Ludovic empezó a contarle a todo el mundo que me habían encerrado por loca en los calabozos de Castel Joie. Eso quería decir que nadie sabía de la existencia de Peter. Y al día siguiente de la avalancha, dejé a Peter con una vecina y vine a High Norland. Seguramente, tú te acuerdas, ¿verdad? —le preguntó al Rey.
—Sí, me acuerdo —asintió el Rey—. Pero no me contaste nada de Peter o de Hans y no tenía ni idea de que el tema fuese tan triste y urgente. Y, por supuesto, no tenía el regalo élfico. Ni siquiera sabía qué aspecto tenía. Lo único que hiciste fue provocar que junto con mi buen amigo el mago Norland, aquí presente, empezásemos a buscar el regalo élfico. Llevamos ya trece años buscándolo. Y no hemos llegado demasiado lejos, ¿verdad, William?
—En realidad, no hemos llegado a ningún sitio —coincidió el tío abuelo William desde su silla y rio entre dientes—. Pero la gente sigue pensando que yo soy un experto en regalos élficos. Algunos, incluso, dicen que el regalo élfico soy yo y que yo protejo al Rey. Y yo protejo al Rey, por supuesto, pero no del mismo modo en que lo haría un regalo élfico.
—Ese es uno de los motivos por los que te mandé a Peter —dijo la bruja—. Siempre cabía la posibilidad de que los rumores fuesen ciertos. Y yo sabía que, en cualquier caso, tú podrías cuidar de Peter. Yo misma he estado buscando el regalo élfico durante años porque pensaba que seguramente podría librarnos de Ludovic. Beatrice de Strangia me dijo que el mago Howl, de Ingary, era el mejor adivinador del mundo, así que fui a Ingary a pedirle que lo encontrara.
El mago Howl echó hacia atrás su rubia cabeza y se echó a reír.
—¡Y tienes que admitir que lo he encontrado! —dijo—. Contra todo pronóstico, ahí está, sentado en las rodillas de la señorita Charming.
—¿Qué…? ¿Waif? —preguntó Charmain. Waif meneaba la cola con expresión tímida.
Howl asintió.
—Exactamente. Tu pequeña perra mágica —se volvió hacia el Rey—. ¿No mencionan sus archivos un perro por ningún lado?
—Muy a menudo —contestó el Rey—. Pero no tenía ni idea… Mi bisabuelo le hizo un funeral de estado a su perro cuando murió y yo me limité a preguntarme a qué venía tanto revuelo.
La princesa Hilda carraspeó levemente.
—Por supuesto, la mayoría de nuestros cuadros han sido vendidos —dijo—, pero yo recuerdo que muchos de los reyes anteriores habían sido retratados con perros a su lado. Aunque en general tenían un aspecto más… esto… noble que Waif.