Cogió uno de los lingotes, lo puso en el suelo para quitarle el polvo y se lo dio a Charmain. Pesaba tanto que casi sé le cae.
—Tu llevaráz lazpruebaz —dijo él—. Creo que el Rey va a eztar encantado de verlaz.
Sophie, que parecía haberse calmado un poco, intervino:
—¡Ese ceceo! ¡Me está volviendo loca! ¡Creo que lo odio aún más que los rizos dorados!
—¡Pero pienza en lo útil que ez! —protestó Twinkle—. El horrible Ludovic intentó zecueztrarme a mí y ze olvidó por completo de Morgan —volvió su mirada azul llena de sentimiento hacia Charmain—. Tuve una infancia horrible. Nadie me quería. Creo que tengo derecho a una zegunda oportunidad ziendo máz guapo, ¿no creez?
—No le hagas caso —dijo Sophie—. Está fingiendo. Howl, ¿cómo salimos de aquí? He dejado a Morgan con el Rey, y Ludovic también está abajo. Si no bajamos rápido, el príncipe va a empezar a pensar en coger también a Morgan.
—Y Calcifer me pidió que os dijera que os dieseis prisa —añadió Charmain—. El castillo está esperando en la plaza Real. En realidad, vine a deciros que…
Antes de que pudiese acabar la frase, Twinkle hizo algo que provocó que toda la estancia girara y ellos acabaran de nuevo de pie al lado de la puerta abierta al tejado. Al lado de la puerta, Jamal estaba tumbado bocabajo sobre la punta del tejado, temblando como una hoja, con un brazo estirado intentando agarrar la pata trasera izquierda de su perro. El perro no dejaba de gruñir. Odiaba que le tirasen de la pata y odiaba el tejado, pero le daba demasiado miedo caerse como para moverse.
Sophie dijo:
—Howl, sólo tiene un ojo y no mucho equilibrio.
—Lo sé —contestó Twinkle—, lo sé. ¡Lo sé!
Movió un brazo y Jamal se deslizó hacia la puerta arrastrando al perro gruñón.
—¡Podría haber muerto! —exclamó Jamal cuando ambos aterrizaron uno sobre el otro a los pies de Twinkle—. ¿Por qué no hemos muerto?
—Zólo Dioz lo zabe —dijo Twinkle—. Si noz dizculpa, tenemoz que ver al Rey para hablarle de unaz piezaz de oro.
Se fue dando saltitos por las escaleras. Sophie salió corriendo detrás y Charmain la siguió, tambaleándose bastante por culpa del lingote de oro. Bajaron y bajaron y bajaron corriendo hasta que giraron la esquina del último tramo. Llegaron justo en el momento en que el príncipe Ludovic empujó a un lado a la princesa Hilda, pasó de largo a Sim y arrancó a Morgan de brazos del Rey.
—¡Hombre malo! —exclamó Morgan, y agarró el precioso pelo rizado del príncipe Ludovic para tirar de él. El pelo se cayó, dejando al descubierto una cabeza suave, calva y violeta.
—¡Te lo dije! —chilló Sophie, y pareció que salía volando. Ella y Twinkle bajaron corriendo por las escaleras, uno al lado del otro.
El príncipe levantó la cabeza para mirarlos, la bajó para mirar a Waif, que intentaba morderle el tobillo, e intentó arrancar la peluca de las manos de Morgan. Morgan estaba golpeándole la cara con ella sin dejar de berrear «¡hombre malo!». El hombre gris gritó:
—¡Por aquí, alteza! —y ambos lubbockins salieron corriendo hacia la puerta más cercana.
—¡A la biblioteca, no! —bramaron la princesa y el Rey al unísono.
Lo dijeron con tanta intención y autoridad que el hombre gris se paró, giró y llevó al príncipe en otra dirección. Eso le dio a Twinkle tiempo de atrapar al príncipe Ludovic y colgarse de su manga de seda. Morgan dio un grito de alegría y soltó la peluca sobre la cara de Twinkle, cegándolo en parte. Twinkle fue arrastrado hasta la siguiente puerta con el hombre gris corriendo por delante, Waif persiguiéndolos, ladrando sin cesar, y Sophie tras Waif gritando:
—¡Suéltalo ahora mismo o te mataré!
Tras ella, el Rey y la princesa también los perseguían.
—¡Afirmo que esto ya es demasiado! —exclamó el Rey.
La princesa se limitó a ordenarles que parasen.
El príncipe y el hombre gris intentaron atravesar la puerta con los niños y cerrarla en las narices de Sophie y el Rey. Pero en el momento en que dio el portazo, Waif consiguió de algún modo que la puerta volviese a abrirse y el resto entró corriendo por ella.
Charmain iba la última, con Sim. En aquel momento, le dolían los brazos.
—¿Puedes aguantar esto? —le pidió a Sim—. Es una prueba.
Le dio a Sim el lingote de oro mientras él le contestaba:
—Por supuesto, señorita.
Sus brazos y manos cayeron bajo el peso del lingote. Charmain le dejó haciendo malabarismos y se coló en lo que resultó ser la habitación grande con caballos balancín alineados contra las paredes. El príncipe Ludovic estaba de pie en el centro, con un aspecto muy extraño con la calva violeta al descubierto. Sostenía a Morgan con un brazo rodeándole el cuello y Waif saltaba y daba vueltas a sus pies intentando agarrarlo. La peluca estaba caída en el suelo como un animal muerto.
—Vais a hacer lo que yo diga —estaba diciendo el príncipe— o el niño sufrirá las consecuencias.
Los ojos de Charmain captaron un repentino resplandor azul en la chimenea. Miró y vio a Calcifer, que debía de haber entrado en busca de troncos. Se acomodó entre la madera sin encender con expresión placentera. Cuando vio que Charmain lo miraba, le guiñó uno de sus ojos naranjas.
—¡Sufrirá, he dicho! —amenazó el príncipe Ludovic con dramatismo.
Sophie miró a Morgan, que se debatía en brazos del príncipe y, después, miró a Twinkle, que estaba simplemente allí mirándose los dedos como si nunca antes los hubiera visto. Miró de reojo a Calcifer y pareció que este intentaba contener la risa. Su voz sonó temblorosa cuando dijo:
—Alteza, le advierto que está cometiendo usted un terrible error.
—Ciertamente —asintió el Rey jadeando y con la cara enrojecida a causa de la persecución—. No tenemos en High Norland la costumbre de juzgar a nadie por traición, pero será un placer para nosotros hacer una excepción contigo.
—¿Cómo te atreves? —vociferó el príncipe—. Yo no soy uno de tus subditos, yo soy un lubbockin.
—Entonces, según la ley, no puedes suceder a mi padre como rey —afirmó la princesa Hilda. A diferencia del Rey, estaba muy tranquila y muy digna.
—¿Ah, no? —dijo el príncipe—. Mi padre, el lubbock, dice que yo seré rey, que piensa gobernar el país a través de mí. Me deshice del mago para que nada se interpusiese en nuestro camino. Me tenéis que coronar rey ahora mismo o este niño sufrirá las consecuencias. Aparte de eso, ¿qué he hecho mal?
—¡Les has quitado todo el dinero! —gritó Charmain—. Os vi a los dos, perversos lubbockins, obligar a los kobolds a cargar todo el dinero de los impuestos a Castel Joie. ¡Y vas a soltar a ese niño antes de que lo estrangules!
Para entonces, la cara de Morgan ya estaba de color rojo brillante y se agitaba frenéticamente. «Creo que los lubbockins no tienen sentimientos —pensó Charmain—. ¡Y no entiendo qué es lo que Sophie encuentra tan gracioso!».
—¡Dios mío! —exclamó el Rey—. ¡Así que es allí donde ha ido a parar todo, Hilda! Eso sí que es resolver un enigma. Gracias, querida.
El príncipe Ludovic dijo enfadado:
—¿Por qué estáis tan contentos? ¿Es que no me habéis oído? —se volvió hacia el hombre gris—. Luego nos ofrecerá pastas. Haz tu hechizo. Sácame de aquí.
El hombre gris asintió y alargó sus débiles manos violetas. Pero fue en ese momento cuando apareció Sim con el lingote de oro en brazos. Se dirigió tambaleándose al hombre gris y le soltó el lingote sobre el dedo gordo del pie.
Después de eso, pasaron muchas cosas al mismo tiempo.
Mientras el hombre gris, ahora totalmente violeta a causa del dolor, iba dando saltos y gritando, Morgan pareció llegar al límite de aire. Sus manos se convulsionaban de manera extraña. Y el príncipe Ludovic se encontró agarrando a un hombre alto vestido con un elegante traje de satén azul. Soltó al hombre, que enseguida se dio la vuelta y le dio un puñetazo en la cara al príncipe.
—¡Cómo te atreves! —gritó el príncipe—. ¡A mí nadie me hace eso!
—Mala suerte —replicó el mago Howl, y le dio otro puñetazo. Esta vez, el príncipe Ludovic pisó la peluca y cayó al suelo cuan largo era—. Este es el único idioma que entienden los lubbockins —dijo el mago al Rey—. ¿Has tenido bastante, chico?
Al mismo tiempo, Morgan, que parecía llevar el traje azul de terciopelo de Twinkle, arrugado y demasiado grande para él, fue corriendo hacia el mago diciendo:
—Papi, papi, ¡papi!
«Ya lo entiendo —pensó Charmain—. Se han intercambiado de algún modo. Es un truco muy bueno. Me gustaría aprender a hacerlo». Mientras miraba al mago apartar con cuidado a Morgan del príncipe, se preguntó porque había querido Howl ser más guapo de lo que era. Su aspecto era el que la mayoría de la gente definiría como el de un hombre guapo, aunque, pensó, su pelo era un poco irreal. Le caía sobre los hombros cubiertos de satén azul formando unos inverosímiles rizos rubios.
Pero, también al mismo tiempo, Sim dio un paso atrás mientras el hombre gris daba saltos frente a él e intentaba hacer algún tipo de anuncio oficial. Pero Morgan hacía tanto ruido y Waif ladraba tan fuerte que lo único que oyeron todos fue «alteza» y «Su Majestad».
Mientras Sim hablaba, el mago Howl miró la chimenea y asintió. Entonces, pasó algo entre el mago y Calcifer que no fue exactamente un resplandor de luz y tampoco un resplandor de luz invisible. Mientras Charmain seguía intentando describirlo, el príncipe Ludovic se comprimió sobre sí mismo y desapareció. Lo mismo le ocurrió al hombre gris. En su lugar, aparecieron dos conejos.
El mago Howl los miró primero a ellos y después a Calcifer.
—¿Por qué conejos? —preguntó cogiendo a Morgan en brazos. Morgan dejó de gritar al momento y se hizo el silencio.
—Todos esos saltos —dijo Calcifer— me hicieron pensar en conejos.
El hombre gris seguía saltando, aunque lo que saltaba ahora era un gran conejo blanco con los ojos saltones de color violeta. El príncipe Ludovic, que era de color marrón claro con los ojos violeta aún más grandes, parecía demasiado sorprendido para moverse. Estiró las orejas, agitó la nariz…
Y fue entonces cuando Waif atacó.
Mientras tanto, las visitas que Sim había intentado anunciar ya habían entrado en la habitación. Waif mató al conejo marrón casi bajo las ruedas de la silla pintada por los kobolds y que estaba empujando la bruja de Montalbino. El tío abuelo William, bastante pálido y delgado, pero mucho mejor, estaba sentado en la silla sobre una montaña de cojines azules. Él, la bruja y Timminz, que estaba de pie en los cojines, se asomaron por el lateral de la silla azul de madera para ver a Waif gruñir y agarrar al conejo marrón por un lado del cuello, para después, con otro pequeño gruñido, lanzarlo por encima de su espalda hasta caer con un plof muerto sobre la alfombra.
—¡Madre mía! —dijeron el mago Norland, el Rey, Sophie y Charmain—. ¡Creía que Waif era demasiado pequeña para hacer eso!
La princesa Hilda esperó a que el conejo aterrizase y se dirigió a la silla. Ignoró con desdén la frenética persecución de Waif y el conejo blanco dando vueltas por la habitación.
—¡Mi querida princesa Matilda! —dijo la princesa alargando sus brazos hacia la madre de Peter—, ¡cuánto tiempo sin verte! Espero que vengas a hacernos una larga visita.
—Depende —repuso la bruja, tajante.
—La hija de mi primo segundo —les explicó el Rey a Charmain y a Sophie— prefiere que la llamen bruja de algún sitio. Siempre se enfada cuando alguien la llama princesa Matilda. Y mi hija lo usa, claro. No soporta el esnobismo inverso.
En ese momento, el mago Howl había subido a Morgan sobre sus hombros para que los dos pudiesen ver cómo Waif había acorralado al conejo tras el quinto caballo balancín de la fila. Se oyeron nuevos gruñidos. Al cabo de poco, el cadáver del conejo blanco apareció volando por encima de los caballos, muerto y tieso.
—¡Hurra! —exclamó Morgan, golpeando con sus puños la cabeza rubia de su padre.
Howl bajó a Morgan rápidamente y se lo dio a Sophie.
—¿Les has contado ya lo del oro? —le preguntó.
—Aún no. Las pruebas se han caído sobre el pie de alguien —dijo Sophie cogiendo a Morgan con fuerza.
—Cuéntaselo ahora —dijo Howl—. Hay algo más que no encaja aquí.
Se inclinó y cogió a Waif, que volvía trotando al lado de Charmain. Waif se revolvió, aulló, estiró el cuello e hizo todo lo posible para dejar claro que con quien quería ir era con Charmain.
—Ahora, ahora —dijo Howl, al tiempo que daba vueltas a Waif, confundido. Al final, la llevó a la silla donde el Rey estaba dándole la mano jovialmente al mago Norland mientras Sophie les enseñaba el lingote. La bruja, Timminz y la princesa Hilda rodeaban a Sophie con los ojos como platos y le preguntaban dónde había encontrado el oro.