La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Giraron a la derecha en la puerta. Charmain estaba demasiado preocupada para decir en voz alta que ella creía que habían tomado el camino de la sala de reuniones. Estaba recordando lo rápido que habían desaparecido los kobolds y cómo el mismo Rollo se había hundido en la tierra del prado. Pensó que era sólo cuestión de tiempo que Rollo se escabullera por el fondo de la bolsa bordada. Ella tenía una de las manos allí, pero estaba segura de que no era suficiente. Con leche chorreándole por entre los dedos, se le ocurrió mantener a Rollo dentro con un hechizo. El problema era que no tenía ni idea de cómo hacerlo. Lo único que se le ocurría era hacer lo mismo que había hecho para solucionar el problema de Peter con las tuberías agujereadas. «¡Quédate dentro! ¡Quédate dentro!», pensó dirigiéndose a Rollo y masajeando el fondo de la bolsa. Cada movimiento de la mano producía un nuevo grito, lo que le hizo estar más segura que nunca de que Rollo estaba intentando salir. Así que se limitó a seguir a Peter cada vez que él giraba por uno u otro sitio y no llegó a ser consciente de cómo habían llegado a casa de los kobolds. Sólo se dio cuenta cuando pararon.

Estaban fuera de una gran cueva bien iluminada, llena de personillas azules y atareadas. Era difícil ver qué estaba haciendo la mayoría de ellos porque la entrada estaba parcialmente bloqueada por un objeto muy extraño. El objeto parecía uno de esos trineos tirados por caballos que usa la gente de High Norland cuando nieva en invierno y es imposible usar los carros y los carruajes, aunque aquella cosa no tenía dónde atar un caballo. En cambio, tenía un asa grande y arqueada detrás y cosas curvadas por todas partes. Docenas de kobolds estaban trabajando en ella, subiendo por un lado y por otro mientras trabajaban. Algunos estaban forrando el interior con espuma y piel de oveja, otros estaban martilleando y tallando; el resto estaba pintando el exterior con flores azules sobre fondo dorado. Iba a ser muy hermosa cuando la acabasen.

Peter le dijo a Charmain:

—¿Puedo confiar en que esta vez serás educada? ¿O al menos intentarás tener tacto?

—Puedo intentarlo —vaciló Charmain—. Depende.

—Entonces, déjame hablar a mí —le dijo Peter, y golpeó en el hombro al kobold más cercano—. Perdone, ¿puede usted indicarme dónde puedo encontrar a Timminz, por favor?

—En la mitad de la cueva —contestó la kobold con voz aflautada y señalando con su pincel—. Trabaja en el reloj de cuco. ¿Por qué lo busca?

—Tenemos algo muy importante que decirle —dijo Peter.

Eso atrajo la atención de la mayoría de kobolds que estaban trabajando. Algunos se dieron la vuelta y miraron con aprensión a Waif, que a su vez puso una expresión tímida y adorable. El resto miraba a Charmain y la bolsa bordada saltarina.

—¿A quién tienes ahí? —le preguntó uno de ellos a Charmain.

—A Rollo —respondió Charmain.

La mayoría asintió, sin expresar sorpresa. Cuando Peter preguntó:

—¿Es correcto que vayamos a hablar con Timminz?

Todos asintieron y le dijeron:

—Id.

Charmain tuvo la sensación de que Rollo no le caía bien a nadie. Él parecía saberlo, porque dejó de moverse y hacer ruido cuando Peter encabezó el camino una vez superado el extraño objeto, con Charmain tras él con la bolsa a un lado para evitar que se manchase de pintura.

—¿Qué estáis haciendo? —le preguntó al kobold más cercano al pasar.

—Es un encargo de los elfos —contestó uno de ellos.

Otro añadió:

—Les va a salir muy caro.

Y un tercero dijo:

—Los elfos pagan bien.

Charmain entró en la cueva con la sensación de que no había sacado nada en claro. La cueva era enorme, y había niños kobold mezclados con los atareados adultos. La mayoría de niños gritaba y salía corriendo al ver a Waif. Sus padres se desplazaban con prudencia a la parte trasera de lo que fuese en lo que estaban trabajando y seguían pintando, puliendo o tallando. Peter iba al frente mientras pasaban por delante de caballos balancín, casas de muñecas, tronas, relojes de madera, bancos de madera y muñecas de madera de cuerda, hasta llegar al reloj de cuco. Era inconfundible. Enorme. Su estructura de madera llegaba hasta el techo iluminado mágicamente, su enorme reloj estaba apoyado a un lado y ocupaba la mayor parte de la pared junto a la estructura, y el cuco, que un ejército de kobolds estaba recubriendo de plumas, era bastante más grande que Charmain y Peter juntos. Charmain se preguntó quién querría un reloj de cuco tan grande.

Timminz estaba subido en el enorme mecanismo del reloj con una pequeña llave inglesa.

—Ahí está —dijo Peter, que lo reconoció por su nariz. Peter se acercó al enorme mecanismo y carraspeó—. Perdone, ejem, perdone.

Timminz se deslizó por un enorme muelle metálico y los miró.

—Ah, sois vosotros —miró la bolsa—. ¿Ahora secuestráis gente?

Rollo debió de oír la voz de Timminz y supo que estaba entre amigos.

—¡Solllllpooooolllrro! ¡Solllllpoorro! —chillaba la bolsa.

—Ese es Rollo —dijo Timminz con incriminación.

—Correcto —asintió Peter—. Le hemos traído para que confiese. El lubbock de la montaña le pagó para sembrar la cizaña entre ustedes y el mago Norland.

—¡Solllcollllrro, alllllyullldalll! —gritó la bolsa.

Pero Timminz se había puesto azul plateado del susto.

—¿El lubbock? —repitió.

—Así es —dijo Peter—. Le vimos ayer pidiéndole al lubbock su recompensa. Y el lubbock le dio la olla de oro del final del arco iris.

—¡Melllllltillllala! —negó la bolsa sonoramente—. ¡Alllyullldaaa!

—Los dos lo vimos —afirmó Peter.

—Sacadlo de ahí —ordenó Timminz—. Dejad que hable.

Peter dijo que sí con la cabeza a Charmain. Ella quitó la mano del fondo de la bolsa y dejó de hacer lo que ella esperaba que fuese un hechizo. Al momento, Rollo atravesó la bolsa hasta el suelo, donde se sentó escupiendo remates de hilo del bordado llenos de leche y migas viejas y mirando a Peter.

«¡He hecho magia de verdad! ¡Le he mantenido dentro!», pensó Charmain.

—¿Has visto cómo son? —exclamó Rollo enfadado—. ¡Meter a alguien en una bolsa y llenarle la boca con migas revenidas para que no pueda contestar mientras cuentan mentiras sobre él!

—Puedes contestar ahora —repuso Timminz—. ¿Te ha dado el lubbock una olla de oro a cambio de hacernos enfadar con el mago?

—¿Cómo podría haberlo hecho? —dijo Rollo con inocencia—. Ningún kobold hablaría, ni muerto, con un lubbock. ¡Todos lo sabéis! —para entonces se había reunido ya un buen grupo de kobolds, a cierta distancia de Waif, y Rollo gesticulaba teatralmente—. ¡Decídselo! —exigió—. ¡Soy víctima de un montón de mentiras!

—Id unos cuantos a buscar en su cueva —ordenó Timminz.

Algunos kobolds se levantaron enseguida. Rollo se puso en pie.

—¡Voy con vosotros! —gritó—. ¡Demostraré que ahí no hay nada!

Rollo había dado tres pasos cuando Waif lo agarró de la parte de atrás de su chaqueta azul y lo lanzó de nuevo al suelo. Se quedó allí, con los dientes agarrando la chaqueta, moviendo la cola histéricamente, señalando con una oreja a Charmain como queriendo decir: «¿He hecho bien?».

—Has hecho muy bien —aseveró Charmain—. Perra buena.

Rollo gritó:

—¡Dile que pare! ¡Me está haciendo daño en la espalda!

—No. Estáte ahí hasta que vuelvan de registrar tu cueva —dijo Charmain.

Rollo se cruzó de brazos y se sentó tieso y enfadado. Charmain se volvió hacia Timminz.

—¿Puedo preguntarle quién necesita un reloj tan grande? Mientras esperamos —explicó al ver que Peter negaba con la cabeza en su dirección.

—El príncipe heredero Ludovic —contestó él no sin orgullo—. Quería algo enorme para Castel Joie —la tristeza se tragó su orgullo—. Aún no nos ha pagado ni un céntimo. Nunca paga. Cuando piensas en lo rico que es…

Le interrumpieron los kobolds que volvían corriendo.

—¡Aquí está! —gritaban—. ¿Es esto? ¡Estaba debajo de su cama!

El kobold que iba delante cargaba con la olla en brazos. Parecía la típica olla de barro que se usa para hacer estofado, excepto porque estaba rodeada de un halo con los colores del arco iris.

—Eso es —asintió Peter.

—Entonces, ¿qué es lo que ha hecho con el oro? —preguntó el kobold.

—¿Qué quieres decir con qué he hecho con el oro? —inquirió Rollo—. Esa olla estaba llena… —paró al darse cuenta de que se estaba descubriendo.

—Ya no. Mira si no me crees —respondió el otro kobold. Soltó la olla entre las piernas cruzadas de Rollo—. Así es como nos la hemos encontrado.

Rollo se inclinó para mirar dentro de la olla. Reprimió un lamento. Metió la mano y sacó un puñado de hojas amarillas, secas. Después sacó otro puñado y otro, hasta acabar con ambas manos dentro de una olla vacía y rodeado de hojas secas.

—¡Ha desaparecido! —lloriqueó—. ¡Se ha convertido en hojas secas! ¡El lubbock me ha engañado!

—Así que admites que el lubbock te pagó para crear problemas —dijo Timminz.

Rollo lo miró de reojo.

—No admito nada, excepto que me han robado.

Peter tosió.

—Ejem. Me temo que el lubbock aún le engañó más. En cuanto Rollo se dio la vuelta, puso sus huevos en él.

Todo el mundo se sobresaltó. Las caras de grandes narices de los kobolds miraron a Rollo, pálidas de miedo, incluidas las narices, y después se volvieron hacia Peter.

—Es verdad. Los dos lo vimos —afirmó Peter.

Charmain asintió cuando la miraron a ella.

—Es verdad —dijo.

—¡Es mentira! —bramó Rollo—. ¡Me estáis tomando el pelo!

—No, no te estamos tomando el pelo —repuso Charmain—. El lubbock sacó sus extremidades de poner huevos y te dio en la espalda justo antes de que te hundieras en la tierra. ¿No acabas de decir que te duele la espalda?

Los ojos de Rollo se salían de las órbitas en dirección a Charmain. La creía. Abrió la boca. Waif se alejó a toda prisa en cuanto empezó a gritar. Lanzó la olla lejos, pataleó en una tormenta de hojas secas y chilló hasta ponerse azul marino.

—¡Estoy condenado! —balbuceó—. Soy un muerto viviente. Hay cosas creciendo en mi interior. ¡Socorro! Oh, por favor, que alguien me ayude.

Nadie le ayudó. Todos los kobolds se apartaron, mirándole horrorizados. Peter los miró molesto. Una kobold exclamó:

—¡Esto es un ejemplo inaceptable! —y eso le pareció tan injusto a Charmain que no pudo evitar sentir lástima por Rollo.

—Los elfos pueden ayudarle —le dijo a Timminz.

—¿Qué has dicho? —Timminz chasqueó los dedos. Se hizo el silencio. Aunque Rollo seguía pataleando y abriendo y cerrando la boca, no se le oía—. ¿Qué has dicho? —le repitió Timminz a Charmain.

—Los elfos —dijo Charmain— saben sacar huevos de lubbock de las personas.

—Sí que saben —coincidió Peter—. El mago Norland tenía huevos de lubbock en su cuerpo. Por eso se lo llevaron para curarlo. Ayer vino un elfo con los huevos que le habían sacado.

—Los elfos son caros —dijo un kobold que estaba al lado de la rodilla derecha de Charmain con voz sorprendida.

—Chis —Timminz había arrugado la frente hasta la nariz. Suspiró—. Supongo —musitó— que podríamos darles a los elfos su silla a cambio de que curen a Rollo ¡Maldición! ¡Ya van dos encargos que no nos van a pagar! Que alguien meta a Rollo en la cama y yo hablaré con los elfos. Y vuelvo a avisaros a todos que no os acerquéis a ese prado.

—Oh, bueno, ahora ya no pasa nada —dijo Peter alegremente—. El lubbock ha muerto. Un demonio de fuego lo ha matado.

—¿Qué? —gritó el resto de kobolds—. ¿Muerto? —exclamaron—. ¿De verdad? ¿Te refieres al demonio de fuego que está de visita en la mansión real? ¿De verdad lo ha matado?

—Sí, ¡de verdad! —gritó Peter entre todo el ruido—. Mató al lubbock y después destruyó los huevos que trajo el elfo.

—Y creemos que también se destruyó a sí mismo —añadió Charmain. Estaba casi segura de que ningún kobold la había oído. Estaban demasiado ocupados bailando, vitoreando y lanzando sus pequeños sombreros azules al aire.

Cuando se calmó un poco el griterío y cuatro kobolds forzudos se habían llevado a Rollo, aún dando patadas y quejándose en silencio, Timminz le dijo muy serio a Peter:

—Aquel lubbock nos tenía aterrorizados; como es el padre del príncipe heredero y todo eso… ¿Qué crees que podemos darle al demonio de fuego como muestra de nuestro agradecimiento?

—Devolvedle los grifos al mago Norland —contestó Peter enseguida.

—Eso por descontado —prometió Timminz—. Los quitamos por culpa de Rollo. Me refiero a ¿qué podemos hacer nosotros, simples kobolds, que no pueda hacer por sí mismo un demonio de fuego?