—A lubbock asado, espero.
Entonces vieron a Calcifer flotar sobre el recuadro quemado. El demonio de fuego se convirtió en una línea azul en movimiento que empezó a ir de lado a lado de la zona oscura hasta revisar cada milímetro.
Volvió flotando con sus ojos finalmente del color naranja habitual.
—Ya está —anunció con alegría—. Muerto.
«Igual que un montón de flores», pensó Charmain, pero no parecía educado decirlo en voz alta. Lo importante es que el lubbock ya no estaba, había desaparecido de verdad.
—Las flores volverán a crecer el año que viene —aseguró Calcifer—. ¿Por qué habías venido a buscarme? ¿Por este lubbock?
—No, por sus huevos —dijeron Peter y Charmain al mismo tiempo. Le contaron lo del elfo y lo que les había dicho.
—Enseñádmelos —pidió Calcifer.
Fueron a la cocina, todos excepto Waif, que gimió y se negó a entrar. Allí Charmain pudo ver claramente el patio bajo el sol a través de la ventana. Estaba lleno de colada rosa, blanca y roja chorreando aún en las cuerdas. Estaba claro que Peter no se había molestado en recogerla. Se preguntó a qué se había dedicado.
La caja de cristal seguía en la mesa, con los huevos dentro, pero, de alguna manera, se había hundido en la madera y sólo se veía la mitad superior.
—¿Cómo ha podido pasar? —preguntó Charmain—. ¿Ha sido la magia de los huevos?
Peter la miró un poco avergonzado.
—No exactamente —dijo—. Lo que pasa es que le lancé un hechizo de protección. Cuando fui al estudio a buscar otro fue cuando vi a Rollo hablando con el lubbock.
«¡Típico! —pensó Charmain—. ¡Este idiota siempre cree que él sabe más que los demás!».
—Los hechizos de los elfos son más que suficiente —dijo Calcifer flotando sobre la caja de cristal encajada en la mesa.
—¡Pero él dijo que era peligrosa! —protestó Peter.
—Y tú ahora la has hecho aún más peligrosa —replicó Calcifer—. No os acerquéis más ninguno de los dos. ¿Conocéis algún sitio con una buena superficie de piedra donde pueda ir a destruir estos huevos?
Peter intentó no parecer arrepentido. Charmain recordó la caída desde el acantilado y cómo casi había aterrizado sobre unas rocas justo antes de empezar a volar. Hizo todo lo posible por describir a Calcifer dónde estaban las piedras.
—Bajo el acantilado, entiendo —dijo Calcifer—. Que uno de los dos abra la puerta trasera y después se aparte.
Peter fue corriendo a abrirla. Charmain vio que estaba bastante arrepentido por lo que había hecho con la caja. «Pero eso no va a evitar que haga alguna otra tontería en cualquier otro momento —pensó—. ¡Ojalá aprendiese!».
Calcifer flotó sobre la caja de cristal un momento y, entonces, se acercó a la puerta abierta. A medio camino, se estiró temblando y dio un tirón, doblándose sobre sí mismo como si fuese un gran renacuajo azul, y, estirándose de nuevo, salió disparado por entre la colorida colada. La caja de cristal se soltó con el tirón y sonó como si alguien estuviese lanzando trozos de madera a su alrededor. Salió disparada tras él. Cruzó el patio volando, con los huevos dentro, siguiendo a la pequeña gota azul que era Calcifer. Peter y Charmain fueron a la puerta y vieron la caja de cristal brillar mientras subía por el camino hacia el prado del lubbock y después se perdía de vista.
—¡Vaya! —dijo Charmain—. ¡Se me ha olvidado decirle que el príncipe Ludovic es un lubbockin!
—¿De verdad? —dijo Peter mientras cerraba la puerta—. Eso explica porque mi madre abandonó este país.
A Charmain nunca le había interesado mucho la madre de Peter. Dio media vuelta con impaciencia y vio que la mesa volvía a ser plana, lo que fue un alivio. Se había estado preguntando qué se puede hacer con una mesa que tiene una abolladura cuadrada en el centro.
—¿Qué hechizo de protección usaste? —preguntó.
—Te lo enseñaré —prometió Peter—. Igualmente, quiero volver a echarle una ojeada al castillo. ¿Tú crees que podemos abrir la ventana y bajar por ella para acercarnos?
—No —dijo Charmain.
—Pero no hay duda de que el lubbock está muerto —protestó Peter—. No pasa nada.
Charmain tuvo el fuerte presentimiento de que Peter se estaba buscando problemas.
—¿Cómo sabes que solo había un lubbock? —inquirió ella.
—Lo decía la Enciclopedia —argumentó Peter—. Los lubbocks son solitarios.
Sin dejar de discutir, cruzaron la puerta interior y giraron por el pasillo a la izquierda. Allí, Peter corrió desafiante hacia la ventana. Charmain corrió tras él y lo agarró por la chaqueta. Waif corrió tras ellos, ladrando nerviosa y tratando de hacer tropezar a Peter para obligarlo a caer con las dos manos sobre la ventana. Charmain miró intranquila el prado, que brillaba inalterable bajo la luz naranja del ocaso, donde el castillo seguía quieto junto al trozo de hierba negro. Era uno de los edificios más extraños que había visto jamás.
Hubo un gran destello de luz, tan intenso que los cegó.
Momentos después, llegó la onda de una explosión tan fuerte como brillante había sido la luz. El suelo tembló bajo sus pies y la ventana se volvió borrosa en su marco. Todo se tambaleó. Entre lágrimas cegadoras, Charmain creyó ver vibrar todo el castillo. A través del zumbido ensordecedor de sus oídos, creyó oír rocas cayendo y haciéndose pedazos.
«¡Muy lista, Waif!», pensó. Si Peter hubiese salido, estaría muerto.
—¿Qué crees que ha sido eso? —preguntó Peter cuando ya casi eran capaces de oír de nuevo.
—Es obvio: Calcifer destruyendo los huevos de lubbock —dijo Charmain—. Las rocas a las que ha ido están justo debajo del prado.
Ambos parpadearon largo rato intentando eliminar los puntos azules, grises y amarillos que seguían flotando dentro de sus ojos. Ambos forzaron la vista. Aunque fuese difícil de creer, la mitad del prado había desaparecido. La explanada verde y ondulante tenía ahora un extremo curvado, como un mordisco. Allí debajo debía de haber un gran corrimiento de tierras.
—Hmm —murmuró Peter—. No creerás que se haya destruido también a sí mismo, ¿verdad?
—¡Espero que no! —dijo Charmain.
Se quedaron esperando y mirando por la ventana. Volvían a oír casi igual que siempre, excepto por el zumbido de fondo. Los puntos desaparecieron gradualmente de sus ojos. Pasado un rato, los dos vieron que el castillo se arrastraba tristemente, sin rumbo, hacia las rocas del otro lado. Esperaron y miraron hasta que se arrastró por encima de las rocas y fuera de su vista por la ladera de la montaña. Seguía sin haber rastro de Calcifer.
—Seguramente ha vuelto a la cocina —sugirió Peter.
Volvieron allí. Abrieron la puerta trasera y buscaron por entre la colada, pero seguía sin verse rastro de una gota azul flotante. Cruzaron el salón y abrieron la puerta principal. Pero lo único azul allí eran las hortensias.
—¿Los demonios de fuego pueden morir? —preguntó Peter.
—No tengo ni idea —dijo Charmain. Y como siempre que había problemas, supo lo que quería hacer—. Voy a leer —añadió.
Se sentó en el sofá más cercano, sacó las gafas y recogió del suelo El viaje del mago. Peter la miró enfadado y se fue.
Pero no funcionó. Charmain no podía concentrarse. No dejaba de pensar en Sophie. Y también en Morgan. Tenía muy claro que Calcifer formaba parte de la familia de Sophie.
—Debe de ser peor que perderte a ti —le dijo a Waif, que había ido a sentarse a sus pies. Se preguntó si debía ir a la mansión real a contarle a Sophie lo que había pasado. Pero ya había oscurecido. Sophie debía de estar seguramente en una cena de gala, sentada en frente del príncipe lubbockin, con velas y demás. Charmain no se veía capaz de volver a interrumpir una velada en la mansión. Además, Sophie ya estaba suficientemente preocupada por las amenazas contra Morgan. Charmain no quería preocuparla más. Y a lo mejor Calcifer aparecía por la mañana. Después de todo, era de fuego. Por otro lado, la explosión había sido lo suficientemente fuerte como para hacer pedazos cualquier cosa. Charmain pensó en trocitos de llama azul desperdigados en una avalancha de tierra…
Peter volvió al salón.
—Ya sé lo que deberíamos hacer —dijo.
—¿Sí? —exclamó Charmain entusiasmada.
—Deberíamos ir donde los kobolds a contarles lo de Rollo —propuso Peter.
Charmain se quedó mirándolo. Se quitó las gafas y volvió a mirarlo.
—¿Qué tienen que ver los kobolds con Calcifer?
—Nada —dijo Peter confuso—. Pero podemos demostrar que Rollo cobró del lubbock para crear problemas.
Charmain se preguntó si debía levantarse y golpearlo en la cabeza con El viaje del mago. ¡Qué más daban los kobolds!
—Tenemos que ir ya —empezó a convencerla Peter—, antes de…
—Mañana por la mañana —le interrumpió Charmain con firmeza y sin dar opciones—. Mañana por la mañana después de que nos hayamos acercado a aquellas piedras a ver qué le ha pasado a Calcifer.
—Pero… —empezó Peter.
—Porque —dijo Charmain rápidamente pensando en razones— Rollo estará por ahí enterrando la olla de oro y tiene que estar presente cuando lo acusemos.
Para su sorpresa, Peter lo pensó y estuvo de acuerdo con ella.
—Y deberíamos ordenar la habitación del mago Norland —sugirió—. Por si acaso lo traen de vuelta mañana.
—Ve tú —dijo Charmain. «Antes de que te tire el libro —pensó— y puede que también el jarrón con las flores».
Capítulo 14
Que vuelve a estar lleno de kobolds
CUANDO se levantó a la mañana siguiente, Charmain seguía pensando en Calcifer. Al salir del baño, vio que Peter estaba ocupado cambiando las sábanas de la cama del tío abuelo William y metiendo las sucias en una bolsa de colada. Charmain suspiró. Más trabajo.
—Aunque al menos —le dijo a Waif mientras le ofrecía su habitual cuenco de comida para perros— así estará ocupado mientras yo busco a Calcifer. ¿Me acompañas a las rocas?
Waif, como siempre, estaba encantada de ir dondequiera que fuese Charmain. Después de desayunar, fue trotando alegremente tras ella, atravesó el salón y salió por la puerta principal. Pero no llegaron a ir a las rocas. Cuando Charmain puso la mano sobre el pomo de la puerta, Waif empujó desde detrás y esta se abrió de golpe. Y allí estaba Rollo, en el umbral, alargando la mano en su gesto diario de recoger la jarra de leche. Entre gruñidos, Waif saltó sobre él, le rodeó el cuello con sus mandíbulas y lo tiró al suelo.
—¡Peter! —gritó Charmain de pie en un charco de leche—. ¡Ven rápido! ¡Necesitamos una bolsa! —puso un pie sobre Rollo para evitar que se moviese—. ¡Bolsa! ¡Una bolsa! —chilló.
Rollo daba golpes y se revolvía como un loco bajo su pie, momento en que Waif lo soltó para poder ladrar. Rollo se sumó al griterío vociferando:
—¡Socorro! ¡Asesinato! ¡Asalto! —con voz grave.
Para ser justos con Peter, hay que decir que llegó enseguida. Contempló la escena desde la puerta y agarró una de las bolsas bordadas de comida de la señora Baker, con la que consiguió envolver las inquietas piernas de Rollo antes de que Charmain pudiese coger aire para explicarse. En un abrir y cerrar de ojos, Peter había metido a Rollo en la bolsa y la sujetaba en el aire mientras esta se agitaba, se retorcía y chorreaba leche, y él intentaba alcanzar uno de sus bolsillos.
—¡Bien hecho! —dijo—. Sácame cinta de este bolsillo, ¿puedes? No queremos que salga —y una vez Charmain hubo sacado un lazo violeta del bolsillo, añadió—: ¿Ya has desayunado? Bien. Ata la parte de arriba de la bolsa muy fuerte mientras yo me preparo. Entonces nos podremos ir.
—¡Solcolrro! ¡Alyulda! —murmuró la bolsa al pasarla Peter.
—¡Silencio! —le espetó Charmain, y agarró la bolsa con las dos manos justo por encima de la cinta violeta.
La bolsa se retorció hacia un lado y hacia el otro mientras Charmain miraba a Peter sacar ovillos de cintas de colores de todos los bolsillos de su abrigo. Se ató una cinta roja en el dedo gordo izquierdo y una verde en el derecho; después, una violeta, una amarilla y una rosa en los tres dedos siguientes de la mano derecha, seguidas de una negra, una blanca y una azul en los de la mano izquierda. Waif estaba quieta bajo el umbral de la puerta con sus orejas peludas levantadas, observando el proceso con interés.
—¿Vamos a buscar el final del arco iris o qué? —preguntó Charmain.
—No, pero es que así es como he memorizado el camino a casa de los kobolds —se explicó Peter—. Bien. Cierra la puerta y vamonos.
—¡Alllda! —chilló la bolsa.
—¡Tú más! —replicó Peter, y se dirigió hacia la puerta interior. Waif fue trotando tras él y Charmain la siguió con la bolsa, que no dejaba de moverse.