—Hola —la saludó Sophie con una sonrisa bastante tensa. Tras ella, Twinkle se balanceaba en el caballo, crac, crac, crac, de forma bastante irritante. La niñera gorda estaba a su lado diciendo:
—Señorito Twinkle, le ruego que baje de ahí. Hace mucho ruido, señorito Twinkle. ¡Señorito Twinkle, no quiero tener que repetírselo! —una y otra vez, lo que era tal vez aún más irritante.
Sophie se agachó y le dio a Morgan una pieza roja. Morgan le dio la pieza a Charmain.
—Sazul —le dijo.
Charmain también se agachó.
—No, no es azul —dijo—. Vuelve a probar.
Sophie murmuró sin mover la boca:
—Me alegro de verte. Este príncipe me importa un rábano, ¿y a ti? Lo mismo que esa fresca mal vestida que está con él.
—¿Leta? —probó Morgan sosteniendo la pieza de nuevo.
—No te culpo —susurró Charmain a Sophie—. No, no es violeta, es rojo. Pero el príncipe sí es violeta, al menos sus ojos. Es un lubbockin.
—¿Un qué? —dijo Sophie confundida.
—¿Dojo? —preguntó Morgan mirando la pieza incrédulo. Crac, crac, seguía haciendo el caballo.
—Sí, rojo —confirmó Charmain—. No puedo explicártelo aquí. Dime dónde está Calcifer, se lo explicaré a él y él puede contártelo a ti. Lo necesito urgentemente.
—Aquí estoy —dijo Calcifer—. ¿Para qué me necesitas?
Charmain miró alrededor. Calcifer se estaba tostando sobre los troncos ardientes de la chimenea, mezclando sus llamas azules con las naranjas de la madera, con un aspecto tan tranquilo que Charmain no lo había visto hasta que hubo hablado.
—Oh, gracias a Dios —suspiró—. ¿Puedes venir conmigo ahora mismo a casa del mago Norland? Tenemos una urgencia que sólo puede solucionar un demonio de fuego. ¡Por favor!
Capítulo 13
En el que participa mucho Calcifer
LOS ojos naranjas de Calcifer se posaron en Sophie.
—¿Me necesitas para que siga montando guardia aquí? —ríe preguntó—. ¿O podéis encargaros vosotros dos?
Sophie miró a la multitud bien vestida que charlaba.
—No creo que nadie intente nada ahora —dijo ella—. Pero vuelve enseguida. Tengo un mal presentimiento. No me fío ni un ápice del individuo de los ojos malva. Ni tampoco de ese asqueroso príncipe.
—De acuerdo, seré rápido —crujió Calcifer—. Levántate, joven Charming. Voy a sentarme en tus brazos.
Charmain se puso de pie esperando quemarse o, al menos, chamuscarse en cualquier momento. Morgan protestó por su partida agitando una pieza amarilla y elevando un grito de «¡.Vede, vede, vede!»
—¡Chis! —dijeron Sophie y Twinkle al unísono, y la niñera gorda añadió:
—Señorito Morgan, no se grita, no al menos en presencia del Rey.
—Es amarillo —dijo Charmain mientras esperaba que los rostros que la contemplaban mirasen hacia otro lado. Había empezado a comprender que ninguno de los elegantes invitados había reparado en que Calcifer formaba parte del fuego y que Calcifer quería mantenerlos en su ignorancia.
En cuanto todos perdieron el interés y volvieron a su charla, Calcifer saltó del fuego y aterrizó un poco por encima de los nerviosos dedos de Charmain adquiriendo la apariencia exacta de un plato de tarta. De hecho, Charmain apenas lo notaba.
—Buena idea —dijo.
—Haz ver que me aguantas —respondió Calcifer— y sal de la habitación conmigo.
Charmain curvó sus dedos alrededor del falso plato y caminó hacia la puerta. Para su alivio, el príncipe Ludovic se había movido de sitio, pero, en cambio, el Rey se le estaba acercando. La saludó con un movimiento de cabeza y sonrió.
—Has cogido pastel, veo —dijo—. Está bueno, ¿verdad? Me pregunto porque tenemos tantos caballos balancín. Tú no lo sabrás, ¿verdad?
Charmain negó con la cabeza y el Rey dio media vuelta sonriendo.
—¿Por qué tenemos todos esos caballos de madera? —preguntó Charmain.
—Como protección —dijo el plato de pastel—. Abre la puerta y salgamos de aquí.
Charmain despegó una mano del falso plato, abrió la puerta y se deslizó en el húmedo y reverberante pasillo.
—Pero ¿a quién protegen? Y ¿de qué? —preguntó cerrando la puerta tan silenciosamente como pudo.
—A Morgan —dijo el plato de pastel—. Sophie ha recibido una carta anónima esta mañana. Decía: «Abandona tu investigación y vete de High Norland o tu hijo sufrirá las consecuencias». Pero no podemos abandonar porque Sophie le prometió a la princesa que nos quedaríamos hasta averiguar dónde ha ido a parar todo el dinero. Mañana haremos ver que…
Calcifer fue interrumpido por unos ladridos agudos. Waif apareció orgullosa por la esquina y se lanzó a frotarse con alegría en los tobillos de Charmain. Calcifer saltó y empezó a flotar con su apariencia verdadera, una valiente gota azul sosteniéndose sobre el hombro de Charmain. Esta cogió a Waif en brazos.
—¿Cómo…? —empezó a decir intentado mantener su cara lejos de la lengua de Waif. Entonces se dio cuenta de que el animal no estaba mojado en absoluto—. Calcifer, ¡debe de haber cogido el atajo de la casa! ¿Puedes llevarme a la sala de reuniones? Yo te puedo guiar desde allí.
—Fácil —Calcifer arrancó como un cometa azul, tan rápido que a Charmain le costó seguirlo. Giró en diversas esquinas y pasó por el pasillo donde se olía la cocina. En nada, Charmain estaba de pie con la espalda apoyada en la puerta de la sala de reuniones con Waif en brazos y Calcifer flotando sobre su hombro intentando recordar qué había que hacer desde allí. Calcifer dijo—: Es así —y desapareció zigzagueando ante sus ojos. Charmain le siguió lo mejor que pudo y se encontró en el pasillo de las habitaciones. La luz del sol entraba por la ventana trasera del estudio del tío abuelo William. Peter apareció a toda prisa, con el rostro pálido y expresión de urgencia.
—Waif, perra buena —dijo—. La he mandado a buscaros. ¡Venid a ver esto!
El dio media vuelta y echó a correr a la otra punta del pasillo señalando, con mano bastante temblorosa, fuera de la ventana.
En el prado se veía cómo se alejaban grandes nubes grises que se deshacían y que eran, obviamente, las que estaban provocando la lluvia en la ciudad. Un arco iris, brillante en contraste con las nubes, cruzaba las montañas sobre el prado, donde se perdía pálido y neblinoso. La hierba húmeda soltaba destellos bajo el sol y Charmain estaba tan ensimismada que, por un momento, no vio lo que Peter estaba señalando.
—Eso es el lubbock —musitó Peter con voz ronca—. ¿Verdad?
Allí estaba el lubbock elevándose enorme y violeta en mitad de la hierba. Se inclinaba ligeramente para escuchar a un kobold que iba arriba y abajo señalando el arco iris y gritando al lubbock.
—Sí, es el lubbock —dijo Charmain temblando—. Y ese es Rollo.
Mientras lo decía, el lubbock se echó a reír y volvió su conjunto de ojos de insecto hacia el arco iris. Caminó hacia atrás con cuidado hasta que el nuboso arco iris pareció quedar justo bajo sus patas de insecto. Allí se agachó y sacó un pequeño recipiente de barro de la tierra. Rollo bailaba a su alrededor.
—¡Eso debe de ser la olla de oro que hay al final del arco iris! —dijo Peter no del todo convencido.
Vieron cómo el lubbock le tendía el recipiente a Rollo, quien lo abrazó. Era evidente que pesaba mucho. Rollo dejó de bailar y empezó a tambalearse con la cabeza inclinada hacia atrás con expresión de feliz avaricia. Dio media vuelta y se alejó dando tumbos. No vio cómo el lubbock extendía maliciosamente sus largas probóscides violetas. Tampoco pareció darse cuenta cuando estas se clavaron en su espalda. Sólo desapareció en la hierba del prado sin dejar de abrazar el recipiente y reír. El lubbock también reía, de pie en mitad del prado agitando sus brazos de insecto.
—Acaba de poner sus huevos en Rollo —susurró Charmain—, ¡y él ni siquiera se ha dado cuenta!
Le entraron nauseas. A ella había estado a punto de ocurrirle lo mismo. Peter se había puesto verde y Waif temblaba.
—Ya sé —dijo ella—, supongo que el lubbock le prometió a Rollo una olla de oro por crear problemas entre los kobolds y el tío abuelo William.
—Estoy seguro —asintió Peter—. Antes de que llegaseis he oído a Rollo gritar que le tenía que pagar.
«Ha abierto la ventana para poder escuchar —pensó Charmain—. ¡Será tonto!».
—Voy a tener que declararle la guerra —dijo Calcifer, que había encogido y palidecido bastante. Y añadió con un siseo ligeramente tembloroso—: Si no me enfrento a ese lubbock, no merezco la vida que Sophie me dio. Un momento.
Dejó de hablar y se quedó colgando en el aire, largo y fino con sus ojos naranjas cerrados.
—¿Eres el demonio de fuego? —preguntó Peter—. Nunca había visto u…
—Silencio —ordenó Calcifer—. Me estoy concentrando. Esto tiene que salir bien.
Se oía un ligero rumor. Entonces, por encima de sus cabezas y desde el otro lado de la ventana, llegó lo que al principio le pareció a Charmain una nube de tormenta. Dejaba una larga y oscura sombra con siluetas de torres en la pradera que, enseguida, alcanzó al feliz lubbock. Este miró alrededor cuando la sombra cayó sobre él y se quedó paralizado durante un instante. Entonces empezó a correr. En ese momento, la sombra con siluetas de torres iba ya seguida por lo que la provocaba, un alto castillo negro construido con enormes bloques de piedra oscura y torres en las cuatro esquinas. Las piedras que lo formaban temblaban y chirriaban al moverse. Perseguía al lubbock más deprisa de lo que este podía correr.
El lubbock cambió de sentido. El castillo lo siguió. El lubbock abrió sus pequeñas alas para ganar velocidad y avanzó con furiosas zancadas hasta las altas rocas al final del prado. En cuanto alcanzó las rocas, dio media vuelta y echó a correr en sentido contrario, hacia la ventana. Esperaba que el castillo se estrellase contra las rocas. Pero el castillo dio media vuelta sin problemas y siguió persiguiéndolo más deprisa que antes. Grandes nubes de humo negro salían de las torres del castillo y flotaban sobre el desdibujado arco iris. El lubbock volvió uno de sus muchos ojos sin dejar de correr y, entonces, bajó la cabeza y se tiró, agitando las antenas y las alas, por una curva que rodeaba el extremo del acantilado. Aunque en aquel momento sus alas eran manchas violáceas, no parecía que pudiese volar con ellas. Charmain entendió porque no había intentado seguirla cuando había saltado por el acantilado. No habría sido capaz de volver volando. En vez de volar, el lubbock seguía corriendo mientras intentaba que el castillo lo siguiese y cayera por el borde.
El castillo lo seguía. Echaba humo y chirriaba a la vez que se desplazaba a lo largo del acantilado, y parecía perfectamente equilibrado, a pesar de que la mitad de él colgaba por el borde de este. El lubbock dejó escapar un grito desesperado, volvió a cambiar de dirección y salió corriendo hacia el centro del prado. Allí hizo su último truco y se encogió. Se convirtió en un pequeño insecto de color violeta y se escondió entre la hierba y las flores.
El castillo alcanzó el lugar en un segundo. Tembló para llegar sobre el punto en que el lubbock había desaparecido y flotó hasta allí.
De su base plana empezaron a salir llamas, primero amarillas, después naranjas, después de un rojo rabioso y, finalmente, de un color blanco cálido que brillaba demasiado como para mirarlo. Las llamas y un fino humo subieron por los lados del castillo y se unieron al humo negro que salía por las torres. El prado se llenó de una niebla negra y caliente. Durante lo que parecieron horas, pero seguramente no fueron más que minutos, el castillo se convirtió en una débil silueta que flotaba sobre un humo brillante, como el sol cuando aparece entre las nubes. El rugido de las llamas se oía incluso a través de la ventana mágica.
—Bien —dijo Calcifer—. Creo que lo hemos hecho.
Se volvió hacia Charmain y esta vio que sus ojos brillaban con un extraño fulgor plateado.
—¿Puedes abrir la ventana, por favor? Tengo que ir a asegurarme.
Mientras Charmain giraba el pomo y abría la ventana, el castillo se elevó y se movió de lado. Todo el humo y la niebla se concentraron en una única nube oscura que rodó por el acantilado hasta el valle donde se desvaneció. Cuando Calcifer flotó hacia el prado, el castillo estaba allí como si nada hubiese ocurrido, con sólo un hilo de humo saliendo por cada una de las torres, al lado de un gran recuadro de tierra negra. Un hedor insoportable entraba por la ventana.
—¡Puaj! —dijo Charmain—. ¿A qué huele?