—No sabía que el jabón era rosa —dijo.
—Y no lo es —murmuró Peter—. ¡Oh, cielos! ¡Mira lo que has hecho!
Se subió en la silla y empezó a sacar camisas humeantes con el palo en forma de tenedor a tal efecto. Todas ellas, al entrar en el agua fría, resultaban ser de un brillante color rosa fresa. Después de las camisas, sacó quince diminutos y arrugados calcetines, que hubieran resultado pequeños incluso para Morgan, y dos pares de pantalones de mago tamaño bebé. Finalmente, sacó una capa roja muy pequeña y la sostuvo acusatoriamente, chorreando y humeando, ante Charmain.
—¡Esto es lo que has hecho! —la increpó—. Nunca hay que poner ropa de lana roja con las camisas blancas. Destiñe. Y, además, ha encogido tanto que no le serviría ni a un kobold. ¡Eres muy, muy tonta!
—¿Cómo iba yo a saberlo? —preguntó Charmain con vehemencia—. ¡Siempre he vivido entre algodones! Madre nunca me deja acercarme al lavadero.
—Porque no es respetable. Ya lo sé —dijo Peter disgustado—. Supongo que crees que debería compadecerte. Pues no. Ni siquiera voy a dejar que te acerques a la planchadora de rodillos. Sólo Dios sabe qué serías capaz de hacer mientras yo plancho. Ve a buscar la cuerda de tender y las pinzas de la ropa a la despensa y tiéndelo todo. ¿Puedo confiar en que no te ahorcarás o algo por el estilo mientras lo haces?
—No soy tonta —replicó Charmain con arrogancia.
Más o menos una hora después, cuando Peter y Charmain, ambos empapados de vapor, estaban muy serios comiendo las sobras de la empanada del día anterior en la cocina, Charmain no pudo evitar pensar que sus esfuerzos tendiendo habían tenido más éxito que los de Peter con la planchadora y los hechizos de blanquear. La cuerda de tender iba y volvía diez veces de lado a lado del patio, pero se aguantaba. Las camisas que colgaban de ella con las pinzas no eran blancas. Algunas eran completamente rojas, otras tenían aguas de color rosa y otras eran de un tono azul pálido. La mayoría de las capas tenía rayas blancas en algún punto. Los calcetines y los pantalones eran todos de color crema. Charmain pensó que era muy delicado por su parte no haberle dicho a Peter que el elfo que había estado sacando la cabeza y escondiéndose por entre el zigzag de colada la había contemplado con contrariada sorpresa.
—¡Ahí fuera hay un elfo! —exclamó Peter con la boca llena.
Charmain tragó el resto de su empanada y abrió la puerta trasera para ver qué quería el elfo.
El elfo bajó su rubia cabeza para pasar por el marco de la puerta y se puso a observar desde el centro de la cocina, donde dejó la caja de cristal que llevaba en la mano sobre la mesa. Dentro de la caja había tres cosas blancas esféricas del tamaño de pelotas de tenis. Peter y Charmain las observaron y después miraron al elfo, que estaba simplemente allí, sin hablar.
—¿Qué son? —preguntó Peter después de un rato.
El elfo inclinó un poco la cabeza.
—Eso —dijo— son los tres huevos de lubbock que hemos extraído del mago William Norland. Ha sido una operación muy complicada, pero la hemos llevado a cabo con éxito.
—¡Huevos de lubbock! —exclamaron Charmain y Peter casi al mismo tiempo. Charmain sintió palidecer su rostro y empezó a desear no haberse comido aquella empanada. Todas las pecas marrones de Peter empezaron a destacar sobre su rostro blanco. Waif, que había estado lloriqueando pidiendo comida bajo la mesa, empezó a aullar histéricamente.
—¿Por… Por qué ha traído los huevos aquí? —consiguió preguntar Charmain,
El elfo respondió tranquilamente:
—Porque no hemos podido destruirlos. Han resistido todos nuestros intentos, mágicos y físicos. Hemos llegado a la conclusión de que el único que puede destruirlos es un demonio de fuego. El mago Norland nos ha informado de que usted, señorita Charming, actualmente conoce a uno.
—¿El mago Norland está vivo? ¿Habla con usted? —inquirió Peter ansioso.
—Efectivamente —confirmó el elfo—. Se está recuperando bien y dentro de tres o cuatro días, como mucho, podrá volver.
—¡Oh, estoy tan contenta! —dijo Charmain—. ¿Así que eran los huevos de lubbock los que le habían hecho enfermar?
—Así es —contestó el elfo—. Parece ser que el mago se topó con un lubbock hace unos meses mientras paseaba por un prado en la montaña. El hecho de que sea un mago ha provocado que los huevos absorbiesen su magia y eso los ha convertido en casi imposibles de destruir. Os aviso que no intentéis tocar los huevos ni abrir la caja que los contiene. Son extremadamente peligrosos. Se os recomienda que obtengáis la ayuda del demonio de fuego lo antes posible.
Mientras Peter y Charmain tragaban saliva y miraban fijamente los tres huevos blancos de dentro de la caja, el elfo volvió a inclinar levemente la cabeza y salió por la puerta interior. Peter recuperó la compostura y salió corriendo tras él, gritando que quería más datos. Pero cuando llegó al salón, la puerta principal se acababa de cerrar de golpe. Cuando, seguido por Charmain, a la que seguía Waif, salió corriendo al jardín, ya no había rastro del elfo. Charmain vio a Rollo espiando con tristeza por entre los tallos de una hortensia, pero el elfo había desaparecido.
Ella cogió a Waif y se lo dio a Peter.
—Peter —dijo—, haz que Waif se quede aquí. Voy a buscar a Calcifer ahora mismo —y salió corriendo por el camino del jardín.
—¡Date prisa! —le gritó Peter—. ¡Date mucha prisa!
Charmain no necesitaba que Peter se lo dijera. Estaba corriendo seguida por los desesperados aullidos de Waif, y siguió corriendo hasta rodear el gran acantilado, cuando pudo ver la ciudad ante ella. Allí tuvo que reducir el ritmo a un caminar apresurado y agarrarse el costado a causa del flato, pero siguió yendo lo más rápido que pudo. Pensaba en aquellos huevos esféricos sobre la mesa de la cocina y volvía a correr en cuanto recuperaba el aliento. ¿Y si los huevos se rompían antes de que llegase Calcifer? ¿Y si Peter hacía alguna estupidez, como, por ejemplo, intentar lanzarles un hechizo? ¿Y si…? Intentó dejar de pensar en todas las terribles posibilidades y se dijo a sí misma: «¡Qué tonta soy! ¡Le podría haber preguntado al elfo qué era el regalo élfico! Pero se me olvidó por completo. Me tendría que haber acordado. ¡Soy tonta!». Pero su corazón estaba en otras cosas. Lo único que imaginaba era a Peter murmurando hechizos sobre la caja de cristal. Era muy propio de él intentarlo.
Empezó a llover cuando entró en la ciudad. Charmain estaba agradecida. Eso distraería a Peter de los huevos de lubbock. Tendría que salir afuera corriendo y meter dentro toda la colada antes de que volviera a empaparse. ¡Eso si no había hecho ya una estupidez!
Llegó calada a la mansión real y casi sin aliento. Una vez allí, golpeó la aldaba y tocó la campana aún más nerviosa que cuando Twinkle se había subido al tejado. Parecía que había pasado un siglo. Sim abrió la puerta.
—Oh, Sim —cogió aire—. ¡Necesito ver a Calcifer enseguida! ¿Puedes decirme dónde está?
—Por supuesto, señorita —respondió Sim sin inmutarse ante el hecho de que el pelo y la ropa de Charmain chorreasen—. Ahora mismo Calcifer está en la gran sala. Permítame acompañarla.
Cerró la puerta y empezó a caminar con Charmain chorreando tras él por el largo pasillo, pasada la escalera de piedra, hasta una gran puerta en algún lugar cerca de la parte trasera de la mansión, donde Charmain no había estado nunca.
—Ahí dentro, señorita —dijo él abriendo la grande, pero desgastada puerta.
Charmain entró y se encontró rodeada de un fuerte rumor de voces y en mitad de una multitud de personas muy arregladas que parecían gritarse entre sí mientras caminaban y comían pastel en elegantes platos. El pastel fue lo primero que reconoció. Se elevaba con magnificencia en una mesa especial en el centro de la habitación. Aunque ya sólo quedaba la mitad, era sin duda el mismo pastel en el que los cocineros de su padre habían estado trabajando la tarde anterior. Fue como ver a un viejo amigo entre todos aquellos desconocidos de punta en blanco. El hombre más cercano, que iba vestido de terciopelo azul oscuro con encaje azul marino, se dio la vuelta y se quedó mirando con indignación a Charmain y después intercambió una mirada de disgusto con la mujer que estaba a su lado. La mujer no llevaba exactamente un vestido de fiesta —«¡nunca a la hora del té!», pensó Charmain—, pero vestía con sedas y satenes que hubiesen dejado a tía Sempronia a la altura del betún si hubiese estado allí. Tía Sempronia no estaba, pero Lord Mayor sí, y también su mujer, al igual que el resto de las personas más importantes de la ciudad.
—Sim —dijo el hombre de azul—, ¿quién es esta pequeña plebeya?
—La señorita Charming —respondió Sim—; es la nueva ayudante de Su Majestad, alteza —se volvió hacia Charmain—. Permítame presentarle a su alteza, el príncipe heredero Ludovic, señora —dio un paso atrás y cerró la puerta con él fuera.
Charmain pensó que el suelo le haría un favor si se abriese bajo sus pies húmedos y la arrastrase a las bodegas. Se había olvidado completamente de la visita del príncipe heredero Ludovic. Era obvio que la princesa Hilda había invitado a todos los notables de High Norland a conocer al príncipe. Y ella, la sencilla Charmain Baker, había reventado la celebración del té.
—Encantada de conocerle, alteza —intentó decir. Pero lo que le salió fue un murmullo aterrorizado.
Seguramente el príncipe Ludovic no la oyó. Se echó a reír y dijo:
—¿Charming es el apodo que el Rey utiliza cuando se dirige a ti, niña? —señaló con el tenedor del pastel a la señora que no llevaba un vestido de noche—. Yo llamo Lady Despilfarro a mi ayudante. Me cuesta una fortuna, ya sabes.
Charmain abrió la boca para explicar cómo se llamaba en realidad, pero la señora que no llevaba un vestido de noche se le adelantó:
—¡No me llames así! —dijo enfadada—. ¡Bicho asqueroso!
El príncipe Ludovic se echó a reír y dio media vuelta para hablar con el hombre gris que se acercaba con su traje gris de seda. Charmain se hubiera ido discretamente en busca de Calcifer si no hubiese sido porque, al darse el príncipe media vuelta, la luz del gran candelabro que colgaba del techo le iluminó media cara. El ojo que quedaba de su lado soltó un destello violeta.
Charmain quedó paralizada como una estatua por el terror. El príncipe Ludovic era un lubbockin. Por un momento, no pudo moverse; sabía que estaba manifestando su horror, sabía que la gente vería lo horrorizada que estaba y se preguntaría porqué. El hombre gris ya estaba mirándola con la curiosidad brillando en sus ojos de color malva. ¡Oh, cielos! Él también era un lubbockin. Eso era lo que le había extrañado al verlo por primera vez cerca de la cocina.
Por suerte, Lord Mayor se apartó de la mesa del pastel justo en ese momento para inclinarse profundamente ante el Rey y provocó que Charmain viese un caballo balancín durante un segundo; no, había muchos caballos balancín. Aquello distrajo a Charmain de su miedo. Por alguna razón, había caballos balancín alineados alrededor de toda la habitación, junto a las paredes. Twinkle estaba sobre el más cercano a la gran chimenea de mármol mirándola intensamente. Charmain entendió que él sabía que se había asustado por algo y quería saber el motivo.
Ella empezó a dirigirse hacia allí y vio a Morgan sentado en el borde de la chimenea jugando con una caja de construcciones de madera. Sophie estaba de pie a su lado. A pesar de que Sophie iba vestida de color azul pavo real y parecía estar en la fiesta, Charmain la vio por un momento como una gran leona con los dientes apretados protegiendo sus crías.
—Oh, hola Charming —le dijo, más o menos al oído, la princesa Hilda—. Dado que ya estás aquí, ¿quieres un trozo de pastel?
Charmain miró con tristeza el pastel e inspiró su magnífico aroma.
—No, gracias, señora —contestó—. Sólo he venido a traer un mensaje a la señora Pendragon, eso es.
¿Dónde estaba Calcifer?
—Bueno, ahí está, justo ahí detrás —dijo la princesa Hilda señalando—. Tengo que decir que los niños se están comportando divinamente por ahora. ¡Esperemos que dure!
Se alejó para ofrecerles pastel a otras personas impecablemente vestidas. Por cómo crujía, su vestido no era tan bueno como el resto de los que había en la habitación. Se había descolorido hasta quedar blanco en algunas zonas y a Charmain le recordaba bastante a cómo había quedado la colada después del hechizo de blanquear de Peter. «¡Por favor, no permitas que Peter lance ningún hechizo contra esos huevos de lubbock!», iba rezando Charmain mientras se dirigía hacia Sophie.